Un final sorprendente
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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En 1534 el rey Enrique Octavo se convirtió a sí mismo en cabeza de la Iglesia de Inglaterra, separándose del catolicismo romano. Esto no indicó un cambio de doctrina, sino simplemente que Enrique Octavo, no el papa, ahora controlaba la iglesia inglesa. Sin embargo, Thomas Cranmer, el arzobispo de Canterbury, el dirigente eclesiástico de la iglesia de Inglaterra, era un creyente evangélico comprometido.
Cranmer designó a Hugh Latimer como el capellán real. Latimer había experimentado una conversión dramática cuando otro ministro compartió el Evangelio con él. El arzobispo Cranmer nombró a Nicholas Ridley como su propio capellán personal. Ridley, a diferencia de Latimer, todavía profesaba la fe católico romana. Sin embargo, en los siguientes diez años su pensamiento cambió radicalmente.
A finales de la década de 1530 la influencia de Cranmer y Latimer, quien entonces era un obispo, estaba creciendo. Enrique Octavo sin saberlo había autorizado la publicación de la traducción de la Biblia de Tyndale al inglés, y Cranmer estaba presionando por una liturgia más evangélica.
El monarca conforme envejecía se fue tornando más dictatorial. En 1539 publicó sus Seis Artículos, imponiendo la creencia de ciertas doctrinas católico romanas obligatorias y poniendo en peligro el número creciente de protestantes. Latimer tuvo que renunciar a su obispado debido a los Seis Artículos. Ridley, cuyos puntos de vista estaban cambiando gradualmente, se convirtió en el capellán real. Afortunadamente, después de un año el rey suspendió la ejecución de los Seis Artículos.
En 1547 murió Enrique Octavo y fue sucedido por su hijo de nueve años, un cristiano sincero que se convirtió en el rey Eduardo Sexto. Durante su reinado, el arzobispo Cranmer tuvo gran influencia, y la liturgia de las iglesias inglesas fue cambiada del latín al inglés. Ridley, quien para entonces ya era un evangélico convencido, se convirtió en obispo, y Latimer, quien ya no era obispo, estaba predicando activamente por lo menos dos sermones cada domingo. Lamentablemente Eduardo murió en 1553 y fue sucedido por su media hermana María Tudor, una católico romana, quien fue coronada como la reina María Primera y pronto se ganó su apodo de “María la Sanguinaria”. Bajo María, todos los obispos fueron remplazados por católico romanos, y Cranmer, Latimer y Ridley, fueron hechos prisioneros, juzgados por herejía y condenados a muerte.
El 16 de octubre de 1555, Latimer y Ridley fueron sacados de la prisión para ser quemados en la hoguera. Tan pronto como se encendió el fuego, Latimer dijo: “Tenga buen ánimo Maestro Ridley, y seamos hombres. En este día, por la gracia de Dios, encenderemos una vela, que confío que nunca se apagará”.
Cranmer entonces fue degradado en una ceremonia formal en la cual todos los símbolos de su oficio de arzobispo fueron removidos físicamente de él. De regreso en prisión se le dijo que si se retractaba conservaría su vida y se le daría la oportunidad de que sanara a la iglesia dividida de Inglaterra. Después de mucha presión finalmente firmó un documento retractándose, denunciando a Lutero como un hereje y afirmando las enseñanzas de la iglesia católico romana.
Pero la reina María Primera y los obispos católicos no tenían ninguna intención de librarlo. Sabían que la Reforma estaba creciendo cada día con el martirio, por lo tanto su plan era demostrar la necedad del movimiento mediante el colapso de uno de sus líderes principales. Planearon que Cranmer hiciera una declaración pública de su conversión al catolicismo para exponer su debilidad y luego ejecutarlo.
Pero Cranmer tenía la última palabra. En el día indicado fue llevado a la plataforma para que le hablara a la multitud congregada, pero él confirmó su fe en Dios y la Biblia. Luego para horror de los dignatarios de la iglesia, dijo: “En cuanto al papa, lo rechazo como enemigo de Cristo y Anticristo, con toda su falsa doctrina”. En medio de un alboroto, fue bajado a rastras de la plataforma, pero se soltó y corrió derecho a la hoguera y permaneció allí resuelto a que lo quemaran.
Las llamas pronto le consumieron, pero su valiente denuncia destruyó para siempre el poder del catolicismo romano en Inglaterra, la que se convirtió en una nación evangélica. Las muertes de Latimer, Ridley y Cranmer verdaderamente encendieron una vela que nunca se ha apagado.
Reflexión
Latimer y Ridley permanecieron fieles mientras estuvieron presos, pero Cranmer se debilitó temporalmente. Sin embargo, su arrepentimiento final y su fiel testimonio tuvo mayor impacto en Inglaterra que las muertes de Latimer y Ridley. Cuando usted sienta que ha fallado en su fe a Dios, no piense que es demasiado tarde, pídale que lo restaure y guarde su fidelidad hasta el fin.
“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:1 y 2).