Un compromiso realizado en el cielo
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Septiembre 2008, 14:39 horas
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David Brainerd nació en 1718 en Connecticut. Ingresó en la Universidad de Yale en 1739 un poco después de recibir al Señor Jesucristo como su Señor y Salvador. Durante su segundo año en el plantel, George Whitefiled los visitó y junto con él llegó el Gran Despertar Espiritual. A raíz de esto surgieron tensiones entre los estudiantes que participaron en el avivamiento y los miembros de la facultad que no lo hicieron.
Jonathan Edwards fue invitado a predicar a comienzos de 1741, con la esperanza de que haría disminuir el entusiasmo espiritual de los estudiantes por lo ocurrido. Sin embargo, su sermón no fue lo que la facultad deseaba escuchar. Se puso del lado de los estudiantes y argumentó que lo ocurrido era un trabajo genuino de Dios. Esa misma mañana los miembros de la junta habían decidido que un alumno podía ser expulsado por acusar a un miembro de la facultad de ser inconverso. En su alocución esa tarde Edwards declaró: “No es evidencia que una obra no es de Dios, si muchos que están sometidas a ella... son culpables del gran atrevimiento de censurar a otros como inconversos”. Ésta también fue la primera reunión de David Brainerd y Jonathan Edwards, y pronto se dieron cuenta que tenían mucho en común y comenzaron a reunirse a menudo.
Uno se pregunta, si acaso Jonathan Edwards no se sintió parcialmente responsable cuando el año siguiente, David Brainerd, a pesar de ser el primero en su clase fue expulsado de Yale porque alguien le escuchó decir que cierto tutor “No tenía más gracia que una silla”.
Brainerd descubrió que el llamado de su vida era como misionero para los indígenas. Su primera asignación fue trabajar entre los mohicanos en Kaunaumeek, Massachusetts, a unos treinta y dos kilómetros al noroeste de Stockbridge, en donde Jonathan Edwards más tarde sirvió como misionero.
Durante este tiempo realizó muchos viajes a Northampton, Massachusetts, lugar en que Jonathan Edwards pastoreaba. Uno de los beneficios de visitar a su mentor fue conocer a Jerusha, la segunda hija de Edwards. Ellos se enamoraron y finalmente se comprometieron. Jerusha algunas veces lo acompañaba cuando predicaba en las iglesias de Nueva Inglaterra, y mantenían correspondencia mientras él realizaba su trabajo misionero entre los indígenas.
Después de un año en Massachusetts, Brainerd fue reasignado para trabajar entre los indios de Crossweeksung de New Jersey. Allí vio a ciento treinta indígenas que confiaron en Cristo. Enfermo de tuberculosis, finalmente llegó a sentirse demasiado débil para ministrar y en mayo de 1714 Jonathan Edwards lo invitó a que se quedara en su casa. Jerusha le servía como la más atenta de las enfermeras. Brainerd escribió: “Es un pequeño pedazo de cielo estar ante su presencia”.
El domingo 4 de octubre de 1747, Brainerd supo que iba a morir. Cuando ella entró en su habitación esa mañana, le dijo: “Querida Jerusha, ¿estás dispuesta a separarte de mí? Yo estoy preparado para desprenderme de ti; de todos mis amigos, de mi querido hermano John... Lo he encomendado a él, y a todos a Dios y puedo dejarlos con el Señor. Sin embargo, si hubiera pensado que no los vería, ni que volvería a estar feliz con ustedes en otro mundo, no habría soportado tener que abandonarlos. Pero pasaremos una gozosa eternidad juntos”.
Cinco días después, David Brainerd murió a la edad de veintinueve años. Jerusha Edwards igualmente se enfermó de tuberculosis y murió en la siguiente celebración de la fiesta de San Valentín, a la edad de dieciocho años, uniéndose con su amado en la eternidad. Su familia la sepultó al lado de David.
En 1749 Jonathan Edwards publicó el diario de Brainerd, de ese que iba a ser su yerno. Le llamó La vida de Brainerd. Se ha estado imprimiendo continuamente hasta este día y fue usado por Dios para modelar las vidas de John Wesley, Henry Martyn, William Carey, Robert Morrison, Robert Murray McCheyne, David Livingstone, Andrew Murray, Jim Elliot y decenas de miles más.
Las vidas de David y Jerusha fueron breves, ¡pero su gozo en el cielo es grandioso!
Reflexión
David Brainerd esperaba casarse con Jerusha Edwards, pero eso no era parte del plan de Dios. Imagínese cuál no sería la pena de ella ante la muerte de su amado. Sin embargo, el Señor se glorificó a sí mismo por medio de sus vidas tan breves. Cuando experimentemos desilusiones intensas, pensemos en David y Jerusha y en cómo Dios usó sus vidas en una forma diferente a la que ellos anticiparon. Iban a estar juntos, pero no en esta tierra.
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).