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Fueron sin Dios

  • Fecha de publicación: Martes, 20 Diciembre 2011, 11:52 horas

Muchos en Inglaterra, incluyendo el rey Jacobo Primero, públicamente aseguraron que el propósito primario para establecer las colonias en América, era propagar el Evangelio entre los indígenas.  Pero la verdad, era que la motivación preliminar fue la codicia. 

En 1606 se constituyó la Compañía Londres con el propósito de la expansión colonialista y el comercio, y obtuvieron una carta real para fundar una colonia en Virginia.  Sin tomar mucho tiempo en preparar planes para la nueva colonia, tres embarcaciones con ciento cinco colonos a bordo, zarparon para New York el 19 de diciembre de 1606.

        La compañía tuvo un viaje escabroso.  Les tomó más tiempo del que esperaban, forzándolos a consumir durante su recorrido, gran parte de las raciones que iban a sostenerlos durante el primer año.  Constantemente estaban peleando los unos contra los otros, y como no tenían una forma de gobierno o autoridad estructurada, los conflictos eran difíciles de resolver.  Finalmente en el mes de mayo,  las embarcaciones arribaron a la bahía de Chesapeake.  Los colonos llamaron a la corriente que fluía hacia la bahía, el río James y a su colonia Jamestown, por el nombre del rey Jacobo en el idioma inglés.

 

         Esos hombres no eran aptos para construir un nuevo poblado.  Con unos pocos obreros, carpinteros, agricultores y herreros, entre ellos, el grupo consistía principalmente de “caballeros”, quienes se unieron a la empresa sin considerar los años de dura labor que serían necesarios para que la colonia alcanzara el éxito financiero.  Las disputas que comenzaron durante el viaje, continuaron en tierra.  Los  “caballeros” se rehusaban a participar en cualquier trabajo de mano de obra, en lugar de eso deseaban dedicarse a buscar oro y perlas.

 

         Sólo un misionero había sido enviado con ellos - lo cual era una muestra de lo poco que le interesaba a Inglaterra la evangelización de los indígenas.   El reverendo Robert Hunt era un hombre de Dios, cuya pasión era propagar el Evangelio en el Nuevo Mundo.  Sin embargo, sus compañeros colonos no compartían su anhelo.  Clavó una tabla entre dos árboles  para hacer un altar y tomó una vieja vela para que sirviera como el toldo de su iglesia.

         Llegaron demasiado tarde para poder sembrar los cultivos de primavera y rápidamente se les fueron agotando los alimentos.  Vivían en continuo temor por el ataque de los indígenas, y sufrían de enfermedades causadas por la exposición a las picaduras de los mosquitos, y la pobre alimentación.  En lugar de reunirse y buscar a Dios en sus calamidades, la separación entre los “caballeros” y los otros continuó aumentando, y nadie mostraba interés en las súplicas de Robert Hunt para que se arrepintieran y confiaran en Dios.  Para septiembre de 1607, la mitad de la pequeña colonia había muerto.

         La vida de Hunt era un contraste vívido.  Además de ser un hombre piadoso de oración, laboraba enérgicamente, se encargó de construir el primer molino para moler el maíz y se convirtió en el médico principal para los enfermos.  Argumentó con los caballeros para que depusieran su arrogancia, se volvieran a Dios y apoyaran las causas comunes de la colonia, pero sus esfuerzos en su mayor parte fueron en vano.

         En el invierno de 1608, un incendio destruyó el fuerte, el almacén, la iglesia, y algunas viviendas.  Hunt perdió toda su ropa, excepto las que llevaba puestas, pero nadie le escuchó quejarse.

         La colonia de Jamestown había llegado a ser enteramente dependiente de la generosidad de los indígenas.  Sin embargo, sólo el pastor Hunt les dio las gracias por su ayuda.

         El sofocante calor en el verano de 1608 quemó los sembrados que habían plantado.  El hambre y las enfermedades reclamaron incluso muchas más vidas el segundo año que el primero.  Nueve de cada diez personas que se embarcaron para Jamestown murieron.  En 1609 no quedaba alimento alguno.  El propio Hunt sucumbió a las condiciones y murió sin dejar a nadie para que ocupara su lugar.  Este patrón continuó por años.  En marzo de 1621 sólo habían ochocientos cuarenta y tres colonos en Virginia.  Durante el año siguiente, ¡mil quinientos ochenta más llegaron, pero mil ciento ochenta y tres murieron!

         A pesar de la asombrosa tasa de muertos, los colonos rehusaban confiar en Dios.  Una tras otra iban llegando las embarcaciones, pero los inversionistas siempre olvidaban enviar pastores.  En 1622 había más de mil doscientos colonos en diez plantaciones esparcidas a través del territorio de Virginia, pero sólo tres ministros. ¡Eso era todo lo que había para propagar el Evangelio entre los indígenas!

Reflexión

         La historia de Jamestown es una letanía deprimente. ¿Cree usted que las cosas habrían sido diferentes si ellos hubieran confiado en Dios?

         “Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí” (Isaías 46:9).

Modificado por última vez enMartes, 20 Diciembre 2011 12:08
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