John Wesley
- Categoría: Tema del día
John Wesley
El 24 de mayo de 1738, John Wesley a regañadientes acompañó a un amigo a la calle Aldersgate en Londres para una reunión de los moravos, de los seguidores del Conde Nikolaus von Zinzendorf. Allí el líder estaba leyendo el prefacio del comentario del libro de Romanos escrito por Martín Lutero. En su diario Wesley registró así lo que ocurrió esa noche: "Experimenté un fuego extraño en mi pecho. Sentí que había confiado en Cristo, sólo en Él para salvación, y tuve la seguridad que había quitado mis pecados, y me había salvado de la ley, el pecado y la muerte... Pero no pasó mucho tiempo antes que el enemigo me sugiriera: ‘Esto no puede ser fe, ¿por qué dónde está el gozo?’”.
Esa noche fue a visitar a su hermano Charles, quien se había convertido hacía sólo tres días antes, y estaba que se desbordaba con el nuevo gozo que había encontrado, pero John en cambio no experimentaba tales sentimientos.
El siguiente día, después de atender un servicio en la catedral San Pablo, registró en su diario: “Pude gustar la buena Palabra de Dios en el himno, el cual decía: ‘Mi canto siempre será de la tierna misericordia del Señor, con mi boca siempre estaré proclamando su verdad de una generación a otra’. Sin embargo, el enemigo me inyectó miedo, y sentí que me decía: ‘Si has creído, ¿por qué no experimentas un cambio más sensible?’. Y respondí: ‘Todavía no, que yo sepa. Pero esto sí sé, que tengo paz con Dios’”.
Dos días después, el 26 de mayo de 1738, John perplejo por no experimentar el gozo que sentía que debía tener, fue a buscar el consejo de John Toeltschig, un moravo mayor que había sido su amigo durante sus días como misionero en Georgia. Toeltschig estaba pasando a través de Londres en su camino de regreso a Herrnhut, la sede Morava en Sajonia, Alemania. Wesley le explicó que sabía que había experimentado el nuevo nacimiento y que su salvación descansaba, no en buenas obras, sino en que Cristo había muerto por él, pero que no tenía gozo y todavía estaba siendo abofeteado por las tentaciones. “¿Qué debo hacer?” - le preguntó a su amigo.
La respuesta de Toeltschig fue: “No debes pelear contra esas cosas como hacías antes. Debes huir de ellas en el momento en que aparecen y buscar refugio en las heridas de Jesús”.
Después de su visita con Toeltschig, John Wesley fue al servicio vespertino en la catedral de San Pablo, en donde encontró estímulo adicional mientras el coro cantaba: “Mi alma ciertamente seguía esperando en el Señor, porque de Él proviene mi salvación; verdaderamente es mi fortaleza y mi salvación, mi defensa, para que así no pueda caer”.
Día tras día, pasaba mucho tiempo en oración y descubrió que estaba creciendo en mayor fortaleza espiritual, y decía: “A pesar de que sentía que no era asaltado por muchas tentaciones, y que era más que conquistador, ganando más poder por medio de eso para confiar y regocijarme en Dios mi Salvador, a pesar de todo el gozo continúa eludiéndome”.
Unos pocos días después escribió en su diario: “Decidí, si Dios me lo permitía, retirarme por un corto tiempo en Alemania. Estaba completamente determinado a hacer eso antes de salir para Georgia, si a Dios le complacía traerme de regreso a Europa. Ahora veía con claridad que había llegado ese tiempo. Mi mente débil no podía soportar estar dividida en dos. Y esperaba que al conversar con esos santos hombres que eran en sí mismos testimonio vivo del pleno poder de la fe, y todavía capaces de soportar a esos que eran débiles, sería un medio bajo Dios, de estabilizar mi alma, para así poder avanzar de fe en fe, y de fortaleza en fortaleza”.
Tres semanas después de su conversión en la reunión en Aldersgate, Wesley partió con Toeltschig y varios otros para Herrnhut, el centro Moravo en Sajonia. Allí en Alemania, creció en su nueva fe recién descubierta. Cuando regresó a Inglaterra tres meses después, el gozo del Señor se había convertido en su fortaleza.
Reflexión
John Wesley aprendió una valiosa lección en los días que siguieron inmediatamente después de su conversión. Aprendió que la fe no depende de sentimientos. Algunos cristianos experimentan gran gozo en la conversión, otros no. La salvación no es asunto de emociones, sino en depositar con todo el corazón nuestra confianza en el Señor Jesucristo como Señor y Salvador.
“Y confiado en esto, sé que quedaré, que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe” (Filipenses 1:25).