Una llegada inepesperada
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Una llegada inepesperada
A finales del siglo diecinueve, las comunicaciones anglo-americanas eran difíciles para todos... ¡Y de qué manera! Pese a todo, también entonces, Dios estaba a cargo.
El 17 de junio de 1873, el gran predicador Dwight L. Moody y su nuevo e inexperto director de música Ira Sankey, llegaron a Liverpool, Inglaterra, con sus esposas y los hijos de Moody para celebrar reuniones evangelísticas. Ellos habían ido por invitación de tres hombres cristianos, quienes les habían prometido pagarles los gastos del viaje a pesar de que nunca habían conocido a Moody. Habiendo agotado todos sus fondos para pagar los boletos para el viaje, llegaron a Inglaterra, sólo para enterarse que dos de los hombres habían muerto, y que el tercero había olvidado su promesa. No se habían hechos arreglos para ninguna reunión, no había comité que los patrocinara, ni mucho menos fondos. Estaban desamparados a cuatro mil ochocientos kilómetros de su hogar.
Moody le dijo a Sankey: “Tal parece que Dios ha cerrado las puertas. Nosotros no trataremos de abrir ninguna. Si Él la abre, iremos. Si no, regresaremos a Estados Unidos”.
En el hotel, esa noche, Moody se acordó de una invitación específica que había recibido desde Inglaterra de George Bennett, un joven químico en York, que era secretario fundador de la YMCA - la Asociación local de Hombres Jóvenes Cristianos. Moody sólo le había respondido vagamente a su invitación cuando la recibió. Y le dijo a Sankey, “Esta puerta está sólo entreabierta”. Él entonces hizo que el secretario de la YMCA en Liverpool le enviara a Bennett un telegrama que decía: “Moody está aquí - ¿está usted listo para él?”.
Como no había recibido una respuesta firme a su invitación, Bennett no había insistido más en la idea, y sólo le había comentado a una persona que lo había invitado. Por tal razón y con justificación, se sintió impactado cuando recibió el telegrama de Moody informándole que había llegado. Y le respondió con otro telegrama: “Por favor fije la fecha en que desea venir a York”. Moody replicó de inmediato: “Estaré en York hoy a las diez de la noche - No haga ningún tipo de arreglos hasta que llegue”.
Bennett parecía estar completamente aturdido cuando se encontró con el predicador en la estación de trenes esa noche. Después de cenar, Moody le sugirió este curso de acción, le dijo: “Propongo que no hagamos arreglos hasta mañana sábado, para comenzar las reuniones el domingo”. Mientras comían, se les ocurrió el plan de hacer imprimir carteles el sábado para pegarlos en la ciudad, tan pronto como Bennett pudiera encontrar un lugar donde pudiera predicar.
Comenzando ese domingo, Moody empezó a celebrar servicios en las iglesias locales, incluyendo una pastoreada por el reverendo Frederick Brotherton Meyer. Inicialmente las reuniones sólo tuvieron un éxito moderado, pero para la experiencia de Meyer, el tener a Moody predicando allí, fue algo que cambió su vida. En el pequeño santuario de su iglesia, los dos hombres oraron muchas horas por Inglaterra, arrodillados juntos ante la mesa forrada de cuero en el centro de la habitación. Moody más tarde se refirió a este pequeño cuarto, como “la fuente desde la cual había brotado el río de bendiciones para toda Inglaterra”, porque durante los siguientes dos años, dos millones y medio de personas escucharon su predicación a través de todo el territorio. Fue el más grande despertar espiritual británico, desde los días de John Wesley.
Reflexión
Todos experimentamos tiempos cuando nos quedamos sin recursos y tal pareciera que Dios no está allí. Cuando esto ocurre, las respuestas se encuentran en nuestro lugar de oración, en donde el Señor a su debido tiempo se revelará a sí mismo. Su tiempo, tal vez no sea el nuestro, pero su plan es perfecto si estamos dispuestos a esperar y depositar nuestra confianza en Él.
“Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes. Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová” (Salmos 27:13 y 14).