¿Una lucha por el poder, o una guerra santa?
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¿Una lucha por el poder, o una guerra santa?
En 1558, Isabel Primera, una protestante, sucedió en el trono como reina de Inglaterra a su media hermana María Tudor, una católica romana. María hizo todo lo que pudo para hacer de Inglaterra una nación católica, y se había ganado su sobrenombre de “María la sanguinaria” al quemar a muchos protestantes en la hoguera. Por otra parte, la pragmática Isabel reconoció que la mayor parte de sus súbditos eran protestantes, y se opuso de manera inflexible a que el papa gobernara su país.
En ese tiempo, el archi-rival de Inglaterra era España, el cual era un país católico. El rey español Felipe Segundo era el monarca más poderoso de Europa. Fernando Primero, el papa emperador del Sacro Imperio Romano y la reina católica María de Escocia, todos animaban a Felipe a que invadiera Inglaterra para que restaurara el catolicismo.
La reina Isabel de manera inteligente jugó con el rey Felipe, permitiendo que pensara que iba a casarse con él o con su hijo. El monarca, esperando apoderarse de Inglaterra por medio de un anillo de boda, aguardaba pacientemente para ver qué iba a ocurrir.
Mientras tanto, los piratas ingleses bajo la dirección de Francis Drake robaban a los barcos mercantes españoles con la aprobación tácita de Isabel.
En ese tiempo los Países Bajos estaban en revuelta contra España. Isabel sabía que mientras Felipe estuviera ocupado peleando, era menos probable que invadiera a Inglaterra. Por consiguiente, en secreto ayudaba a los holandeses rebeldes para que no se rindieran ante España.
Luego recibió una ayuda financiera inesperada. Las embarcaciones españolas que transportaban el dinero para el pago de los sueldos de las tropas en Holanda fueron empujadas hasta los puertos de Inglaterra por los piratas ingleses. Felipe contuvo su ira e Isabel se quedó con el dinero.
Pero cuando ella puso en prisión a María reina de Escocia, la paciencia de Felipe se agotó y se involucró en una conjura para asesinarla. Cuando la reina la descubrió, expulsó al embajador español y comenzó abiertamente a ayudar a los holandeses. Las líneas fueron trazadas. Tanto Isabel como Felipe pusieron todos sus recursos para prepararse para la guerra que determinaría el gobierno de los mares y la religión de Inglaterra.
La reina Isabel congregó a su flota de treinta y cuatro embarcaciones reales de combate. Además, indujo a los propietarios de ciento setenta naves mercantes a equiparlas con armamento. La armada española de Felipe consistía de ciento treinta barcos de guerra, la marina más poderosa que el mundo jamás hubiera visto. Cientos de monjes acompañaban al ejército para ayudar a restaurar el catolicismo en Inglaterra. Un profundo espíritu religioso impregnaba a los marineros españoles. En la mañana que la flota se hizo a la vela, cada marinero tomó la eucaristía, y toda España estuvo rezando. El plan era derrotar a la marina inglesa y a continuación invadir a Inglaterra.
Los vientos favorecían a los ingleses, pero al poco tiempo la flota fue azotada por una tormenta destructiva y tuvo que refugiarse en un puerto para que sus heridos recibieran tratamiento.
La principal acción de batalla ocurrió lejos de la costa de Francia. Poco después de la media noche, el 28 de julio, Francis Drake le prendió fuego a varias embarcaciones pequeñas y las dejó a la deriva a merced del viento para que fueran arrastradas hasta la flota española. El pánico se apoderó de los españoles cuando dos barcos se incendiaron y varios de los más grandes se enredaron uno con otro al tratar de escapar de los botes en llamas. Comenzando el medio día, la completa flota inglesa descargó su artillería sobre la fuerza naval de España. Varios barcos se hundieron y muchos de los que sobrevivieron, casi no podían permanecer a flote.
El golpe de gracia para los españoles tuvo lugar el día siguiente, el 29 de julio de 1588. La brisa arrastró a la fuerza naval hacia el mar del Norte, en donde vientos huracanados destrozaron varios de los barcos que quedaban naufragando lejos de la costa de Irlanda. Los cuerpos de mil cien marinos españoles fueron arrastrados hasta la playa de una ciudad irlandesa.
De los ciento treinta embarcaciones que salieron de España, sólo regresaron cincuenta y tres, y estaban tan dañadas que no servían para nada. De los veintisiete mil hombres que se embarcaron, diez mil retornaron la mayoría heridos o enfermos.
Inglaterra sólo perdió sesenta hombres, ni una sola embarcación, y continuó siendo protestante.
Reflexión
¿Que papel, si es que hubo alguno, desempeñó Dios en la derrota de la fuerza naval española? ¿Debían los ingleses agradecer al Señor por la victoria? ¿Cree usted que Dios tiene un plan para la historia que está operando hoy, o fueron tales eventos producto de la casualidad?
“... Conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11b).