La vergüenza de Shansi
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La vergüenza de Shansi
En el año 1900 los conflictos políticos en China iban en aumento. Las potencias extranjeras estaban dejando sentir su influencia allí, polarizando a sus nativos en dos facciones guerreras: esos en favor de la occidentalización y los que se oponían. Un grupo chino particularmente conservador llamado los “Justos y armoniosos puños”, que más tarde fuera conocido como los “Boxeadores” hizo todo lo que estaba en su poder para hacerle un alto a esto. Sus metas eran preservar las antiguas religiones paganas y mantener a los extranjeros fuera del país. Organizados y activos a través de toda la comarca, tenían una fortificación en la provincia de Shansi, en donde estaba uno de sus propios gobernadores designados. Su movimiento se llamaba La Rebelión de los Boxeadores.
Debido a ellos, ningún misionero estaba a salvo allí. Emily Whitchurch de Inglaterra y Edith Searell de Nueva Zelanda, pertenecían a La CIM - la Misión en el Interior de China, y eran dos de los muchos grupos de damas solteras estacionadas en pueblos aislados. En su poblado de Hsiao-i, en la parte central sur de Shansi, trabajaban con adictos al opio. En medio del reinado de terror de los Boxeadores, la señorita Searell le escribió así a una amiga: “Desde el punto de vista humano, todos los misioneros en la provincia de Shansi están igualmente en peligro. Desde el punto de vista de esos cuyas vidas están escondidas con Cristo en Dios, ¡todos están igualmente muy seguros! Sus hijos tendrán un lugar de refugio, y ese es el sitio secreto del Altísimo”.
Dos días después que se escribiera esta carta, una turba de Boxeadores entró como una tormenta en este hogar y asesinó brutalmente a las dos misioneras. Los cristianos locales arriesgaron sus vidas para rescatar sus cuerpos y sepultarlos, cubriéndolos luego con flores del jardín de la señorita Searell.
Otro grupo de misioneros de la CIM, Willie y Helen Peat, sus dos hijas y dos misioneras solteras, fueron escondidos por los chinos cristianos en cuevas por tres semanas antes de ser descubiertos por los Boxeadores. Willie Peat escribió: “Nos encontramos en las manos de Dios. Puedo decir: ‘No temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo’”. Edith Dodson, una de las misioneras solteras, escribió en su última carta: “Sabemos que nada nos ocurrirá sin Su permiso. Así que no tenemos necesidad de preocuparnos: no está en mi naturaleza el sentir temor por el daño físico, pero confío que si llega, su gracia será todo suficiente”.
Ellos fueron temporalmente librados cuando un magistrado intervino y ordenó que los dejaran en libertad en una ciudad cercana. Pero amenazados por una turba, se vieron forzados a huir a las montañas. Mientras se encontraba oculto en una cueva, While Peat escribió su carta final a su madre y tío. Les dijo: “Los soldados ya están sobre nosotros, y sólo tengo tiempo para decirles a todos ‘Adiós’. En breve estaremos con Cristo, lo cual es mucho mejor para nosotros. Sólo nos lamentamos ahora por ustedes, quienes se quedan, y por los queridos cristianos nativos. ¡Hasta pronto!... Nos regocijamos por ser partícipes de los sufrimientos de Cristo, porque cuando su gloria sea revelada, nos alegraremos también con gozo que sobrepase todo”.
Helen Peat añadió: “Nuestro Padre está con nosotros e iremos con Él, y espero verlos también a ustedes delante de su rostro, para estar por siempre juntos en su presencia”.
El 30 de agosto de 1900, Willie y Helen Peat, sus dos hijas y las dos misioneras fueron martirizados hasta morir.
A través del territorio de China, ciento ochenta y ocho misioneros y sus hijos fueron asesinados durante la Rebelión de los Boxeadores. De esos, ciento cincuenta y nueve fueron martirizados en la provincia de Shansi.
Reflexión
Los misioneros en China durante el verano de 1900 experimentaron sufrimientos increíbles. ¿Está usted dispuesto a compartir las aflicciones de Cristo, tal como hicieron ellos? ¿Podría regocijarse como los Peats si tuviera que sufrir para Él? ¿Qué le escribiría usted en una carta final a su familia?
“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11).