La agonía y el éxtasis
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La agonía y el éxtasis< /h2>
En 1803 en New Hampshire, Ralp y Abiah Hall recibieron con gozo a su primera hija en este mundo. Desde muy temprana edad Sarah Hall mostró un agudo interés por las misiones en el extranjero. A la edad de trece años escribió un poema sobre la muerte de Roger Judson, el hijo infante de Adoniram y Ann Judson, un misionero pionero en Burma. Muy poco sabía que un día ella tomaría el lugar de la heroína de su infancia, Ann Judson.
En 1825, Sarah contrajo matrimonio con el reverendo George Boardman, y de inmediato se embarcaron para trabajar con Adoniram y Ann Judson en las junglas de Burma. Estarían laborando entre la tribu Karen.
Sus primeros años en Burma fueron fructíferos y muy ocupados. Además de desempeñar un hermoso ministerio entre los nativos, los Boardmans fueron bendecidos con tres hijos en rápida sucesión. Luego, de la misma manera acelerada, las penas llegaron sobre este hogar. Perdieron a su hija mayor, Sarah, a la edad de dos años y unos pocos meses después al menor, un niño de ocho meses.
La gran tragedia ocurrió en 1831. La vida cada día era más estresante para los Boardman debido a una insurrección de los trabajadores birmanos contra sus patrones en la ciudad de Tavoy, y la salud de George comenzó a declinar rápidamente. Acompañado por Sarah fue a la jungla a bautizar a unos miembros de la tribu Karen recién convertidos. Estaba tan débil que tuvo que ser transportado en una litera, sin embargo su gran gozo fue observar cómo treinta y ocho nuevos creyentes se bautizaban en un río.
Reconociendo que estaba muriéndose, Boardman le habló a su amado pueblo Karen, les dijo: “Estoy próximo a morir y pronto estaré muy feliz en el cielo. Cuando me haya ido, recuerden lo que les he enseñado, y oh tengan cuidado y perseveren hasta el fin, para que cuando mueran podamos encontrarnos en la presencia de Dios, para nunca separarnos”. El día siguiente Dios lo llamó a su hogar.
Adoniram Hudson, el buen amigo de Sarah quien también perdido a su esposa Ann, cinco años antes, le escribió así: “En cuanto a tu amado, sabes que todas sus lágrimas han sido borradas y que la corona puesta sobre sus sienes sobrepasa al brillo del sol. La pequeña Sarah y los otros han encontrado nuevamente a su padre, no como el mortal frágil y pecaminoso que dejaron en la tierra, sino como un santo inmortal, un magnífico y majestuoso rey. ¿Qué más puedes desear para él? Por consiguiente, deja que tus lágrimas fluyan, pero permite que sean lágrimas de gozo”.
Sintiéndose en alguna forma unidos por sus perdidas mutuas y por el deseo de ganar al pueblo Karen para Jesús, Judson y Sarah Boardman terminaron por enamorarse. Tres años después de la muerte de George, se casaron. Tuvieron ocho hijos, dos de los cuales murieron en su infancia. Después del nacimiento de su último hijo, la salud de Sarah comenzó a deteriorarse. Determinando que sólo un cambio total de clima podía salvar su vida, Adoniram y ella se embarcaron para América con sus tres hijos mayores en abril de 1845. Sus tres hijos menores quedaron bajo el cuidado de sus compañeros misioneros en Burma.
Mientras su embarcación estaba en el puerto de la isla inglesa de Santa Helena en la costa de África, el fin se aproximaba. Temprano en la mañana del primero de septiembre de 1845, Adoniram le preguntó a Sarah: “¿Todavía amas al Salvador?”.
“Oh sí”, dijo ella “Siempre he amado al Señor Jesucristo”.
Entonces Adoniram volvió a inquirir: “¿Todavía me amas?”. Ella respondió con un beso, y una hora más tarde había partido. Fue sepultada el mismo día en la isla de Santa Helena.
Después de llegar a Estados Unidos, Adoniram se enteró que el pequeño Charles, uno de sus hijos que había quedado en Burma había fallecido veintiséis días antes que su madre y estaba esperándola para darle la bienvenida en el cielo.
Reflexión
Cuando pensamos en la vida de alguien como Sarah Boardman Judson, nuestros propios problemas parecen palidecer en la insignificancia. El costo de servir a Cristo puede ser grande, pero Dios promete darnos gracia suficiente para cualquier circunstancia en la cual nos coloca.
“Porque aunque fue crucificado en debilidad, vive por el poder de Dios. Pues también nosotros somos débiles en él, pero viviremos con él por el poder de Dios para con vosotros” (2 Corintios 13:4).