Pagando el último precio
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Pagando el último precio
Paul Carlson nació en 1928 y desde que era niño deseaba ser un médico. Siguió su sueño y después de graduarse de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, se dedicó a la práctica privada.
Al enterarse de la necesidad de misioneros para períodos cortos de tiempo, él y su esposa partieron hacia el Congo Belga en 1961 a fin de ayudar con labores de socorro. Esta experiencia lo llevó a comprometerse en 1963 en las misiones médicas. Fue asignado por la Iglesia Evangélica del Pacto, a un hospital en el poblado de Wasolo, en la provincia del Congo Belga de Ubangj.
En 1964 soldados rebeldes comunistas que se llamaban a sí mismos Simbas infiltraron esta área del Congo, tomando control de Stanleyville, que ahora se conoce como Kisangani, la segunda ciudad más grande del país.
En la conferencia de la iglesia en 1964 en el Congo, el doctor Carlson condujo un servicio de comunión en el cual dijo: “No sabemos qué ocurrirá en 1964 y en 1965 - hasta que nos volvamos a reunir nuevamente. No sabemos si tendremos que sufrir y morir durante este año porque somos cristianos. Pero eso no importa. Nuestro trabajo es seguir a Jesús... Mi amigo, si hoy usted no está dispuesto a sufrir por Jesús, no participe de los elementos... Seguirlo significa estar dispuesto a sufrir por Él”.
Cuando se enteraron que los rebeldes estaban llegando a Wasolo, Paul llevó a Lois y a sus dos hijos a un lugar seguro en la cercana República de África Central y regresó a Wasolo solitario, manteniéndose en contacto con su familia por radio. El 9 de septiembre informó sobre una perturbación en el pueblo y dijo: “Debo salir esta tarde”.
El siguiente informe que escuchó Lois fue que Paul y tres amigos habían sido capturados y que habían incendiado el hospital. Luego, en una breve carta fechada 24 de septiembre, Paul escribió: “No sé a dónde iré a partir de este momento, sólo que estaré con Él. Si por la gracia de Dios llegó a vivir, lo cual dudo, será para su gloria”.
El último mensaje fue un pedazo de papel fechado 21 de octubre de 1964, en el que escribió: “Sé que estoy listo para encontrarme con mi Señor, pero al pensar en ustedes esto se hace más difícil. Confío en que podré ser un testigo para Cristo...”
Cinco días después la radio Simba anunció que un mercenario llamado el Mayor Carlson había sido capturado y que sería llevado a Stanleyville para ser juzgado. Mayor Carlson era mantenido como prisionero en un hotel y se convirtió en el rebelde más popular cautivo. Diariamente le hacían marchar en un simulacro de ejecución que era solo una burla, y después era golpeado.
A finales de noviembre fue trasladado a un hotel diferente con otros norteamericanos cautivos. Cuando conversaban, Paul les dijo: “No puedo pensar acerca del futuro. Sólo vivir un día a la vez y confiar en el Señor”.
Después de cuatro días juntos, el rugido de los aviones despertó a los prisioneros. “¡Afuera! ¡Afuera!” gritó un Simba mientras corría por los pasillos.
Una vez en el exterior ellos miraron hacia arriba para ver a los paracaidistas descendiendo desde el cielo. Carlson estaba entre los doscientos cincuenta rehenes blancos que fueron conducidos hacia la plaza de la ciudad a quienes se les ordenó que se sentaran. El sonido de las ametralladoras se escuchaba por todas partes. De súbito los Simbas comenzaron a dispararle a la multitud de rehenes y Carlson y otros corrieron hasta una casa cercana, en donde tenían que encaramarse por encima de una pared de cemento para llegar hasta el porche. Carlson se devolvió para ayudar a otro misionero a fin que trepara por la pared primero. El misionero saltó por encima de mientras él lo ayudaba. Sonaron cinco disparos y Paul Carlson cayó muerto. Más tarde ese misionero dijo: “Al dejar que subiera primero, Paul murió para que yo pudiera vivir”.
El epitafio en su tumba dice: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13).
Reflexión
Si usted se hubiera encontrado en el servicio de comunión dirigido por Paul Carlson, cuando pidió que sólo participaran de los elementos, esos que estaban dispuestos a sufrir por Cristo, ¿habría participado? Esto no es algo que debe tomarse a la ligera. Cuando consideramos los sufrimientos del Señor Jesucristo, vemos el patrón establecido para todos esos que le siguen.
“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:17).