Hambre en alta mar
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Hubo un tiempo en que el predicador George Whitefield casi muere de hambre. Nacido en 1714, ingresó en la Universidad de Oxford y en 1734 se unió al Club Santo de John Wesley. En Oxford, depositó su fe en el Señor Jesús. En 1737 fue ordenado diácono predicador de la Iglesia de Inglaterra y aceptó la invitación de John y Charles Wesley para cruzar el Atlántico y unirse a ellos en Georgia.
Llegó a este lugar en mayo de 1738 a la edad de veintitrés años. Después de pasar el verano predicando en Georgia, sentía que Dios quería que regresara a casa, y el 9 de septiembre abordó una embarcación para volver a Inglaterra.
El 6 de octubre mientras estaban en alta mar, se desató la peor tormenta que los marineros jamás habían presenciado. La mayor parte de los alimentos fueron barridos por la tormenta, haciendo que el futuro de verdad luciera terrible. Whitefield escribió en su diario: “Todo era terror y confusión, los corazones de los hombres desfallecían por el miedo y el viento y el mar rugían horriblemente. Pero Dios - sea por siempre adorado por su bondad inmerecida - fue extremadamente bondadoso conmigo. Experimentaba una dulce complacencia al someter mi voluntad a Él. Muchas promesas particulares que me ha hecho por su Palabra, de que retornaría en paz, fluyeron a mi corazón, e hicieron posible que me regocijara grandemente”.
Para finales de octubre la ración diaria era sólo de un cuarto de galón de agua diaria más un poco de carne salada y un pastelito de masa cocida. Varios días después los pasajeros fueron informados de que sólo quedaba tres días de suministro de agua, si continuaban consumiendo la misma cantidad. Como resultado, la ración de agua fue reducida a una pinta diaria.
Se desató otro viento violento el 6 de noviembre e hizo retroceder la embarcación muchos kilómetros. Dos pequeños pastelillos hechos de agua y harina y un pedacito de carne era todo lo que Whitefield tenía para comer mientras yacía enfermo sobre su catre. Para entonces casi todos los que iban a bordo estaban muy débiles y demacrados.
El 10 de noviembre Whitefield escribió en su diario: “Fui más que fortalecido en nuestra actual aflicción... al recordar cuando nuestro Salvador transformó el agua en vino en las bodas de Caná. Pensé que deberíamos haber hecho como hizo su santa madre María, y haberle dicho en oración que casi no teníamos agua. Sin embargo, en este momento tal parece como si Él hubiera vuelto su rostro, y dijera: ‘¿Qué tienen conmigo?’. Pero es sólo porque la hora de peligro extremo, todavía no ha llegado. Cuando llegue el momento, no tengo duda que Él suplirá abundantemente todo lo que necesitamos como hizo entonces con ellos”.
Para el 11 de noviembre las raciones diarias se habían reducido a una onza o dos de carne salada, una pinta de agua con barro y un pequeño pastelillo de harina y agua. Whitefield escribió: “Le he implorado muchas veces al Señor que nos envíe un buen viento, pero ahora creo que no está dispuesto a responderme. Estoy completamente resignado, sabiendo que su gracia será suficiente y que su tiempo es el mejor”.
Al día siguiente divisaron tierra, y el 14 de noviembre de 1738 la embarcación arribó en Irlanda. Sólo quedaba media pinta de agua en el barco. Se botó al mar una pequeña embarcación para que trajera de regreso alimento y agua. Whitefield escribió: “Tan pronto como llegaron las provisiones, nos arrodillamos y dimos gracias de todo corazón a nuestro buen Dios, que había escuchado nuestras oraciones y envió a su ángel delante de nosotros, para que preparara nuestro camino”.
Reflexión
¿Cuál es la peor prueba que ha enfrentado jamás? ¿Por qué cree que Dios permitió que la experimentara? ¿Qué lecciones aprendió de ello? ¿Se sintió frustrado por el tiempo de Dios? La forma cómo George Whitefield aceptó el tiempo del Señor como el mejor, es evidencia asombrosa de la profundidad de su fe. ¿Está usted también dispuesto a aceptar el tiempo de Dios? Él nunca está tarde, pero puede ser el último minuto de acuerdo con nuestro punto de vista.
“Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Santiago 1:2-4).