Toda una vida de batalla
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Toda una vida de batalla
John Knox, quien nació en 1514 en Haddington, Escocia, fue educado en la Universidad de San Andrés y ordenado como sacerdote católico. Sin embargo, para 1542, junto con muchos otros de sus contemporáneos, abrazó la fe evangélica.
En 1547 fue al castillo de San Andrés, en donde fue nombrado predicador para la guarnición de soldados protestantes allí. En julio de ese año la marina católica alemana asedió el castillo. Los escoceses lo defendieron valientemente durante cuatro semanas, pero el fuerte sucumbió y Knox y los otros fueron llevados a Francia y puestos como esclavos remeros en las galeras por diecinueve meses.
Finalmente, al ser dejado en libertad en 1549, regresó a Inglaterra, en donde fue nombrado predicador en Berwick y en 1551 capellán del rey Eduardo Sexto. Sus problemas retornaron cuando Eduardo Sexto murió en 1553 y fue sucedido por la reina María Primera, quien restauró el catolicismo romano como la religión de su reino. Él junto con muchos otros reformadores huyó al continente en donde pasó tiempo con John Calvino en Ginebra.
Al regresar a Escocia en 1559, se convirtió en el líder de la Reforma en Escocia. Allí estaban teniendo lugar conflictos repetidos con la reina María de Escocia. Después que la soberana fuera depuesta, su hijo se convirtió en el rey Jacobo Sexto de Escocia, y John Knox predicó en su coronación.
Su incansable labor terminó por hacer de Escocia una nación protestante, no obstante su batalla contra Satanás continuó hasta el fin. El domingo 23 de noviembre de 1572, el día antes de morir, compartió estas palabras con un amigo: “He estado meditando estas dos últimas noches sobre la atribulada iglesia de Dios despreciada en el mundo, pero preciosa a su vista. He clamado al Señor por ella, y la he encomendado a Cristo, su cabeza; he estado peleando contra Satanás, quien siempre está listo para el asalto; he luchado contra la iniquidad espiritual y he prevalecido; me he sentido como si estuviera en el cielo, y he probado sus gozos”.
Durante la noche su médico notó su forma irregular de dormir y cuando se despertó le preguntó qué estaba sintiendo, y él respondió: “A lo largo de mi vida he sido asaltado por Satanás, en muchas ocasiones él ha arrojado mis pecados enfrente de mí para causarme desesperación, sin embargo Dios me dio fortaleza para vencer sus tentaciones; pero ahora la serpiente sutil, quien nunca cesa de tentar, ha tomado otro curso, y busca persuadirme que toda mi labor en el ministerio, y la fidelidad que he mostrado en ese servicio, merecen el cielo y la inmortalidad. Pero bendito sea Dios que ha traído a mi mente estas Escrituras: ‘Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?’. ‘Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo... pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo’. Ahora estoy seguro que mi batalla está próxima a concluir y que muy pronto estaré sin dolor en el cuerpo o problema de espíritu, que cambiaré esta vida mortal y miserable por la vida feliz e inmortal que nunca tendrá un fin”.
Al día siguiente entró en el gozo de su Señor que no tiene fin. Su batalla con Satanás había finalmente concluido.
Reflexión
¿Siente en ocasiones como si estuviera batallando contra Satanás? En la descripción de la armadura del cristiano en Efesios 6:13-18 están mencionadas dos armas defensivas: En el versículo 17: La Palabra de Dios, y en el 18: la oración. ¡Necesitamos usarlas!
“Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:13-18).