La asignación divina de la oración
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La asignación divina de la oración
En una fría mañana cerca de Bedford, Inglaterra, en la década de 1870, una viuda llamada la señora Symons se acercó a la puerta de su pequeña cabaña para observar los perros que corrían por allí, seguidos por los cazadores. Siempre disfrutaba saludando con su mano a los niños mientras pasaban cabalgando en los ponis. En esa mañana particular, ella se sentía extrañamente atraída por los niños del capitán Polhill-Turner, una familia que a menudo participaba en la cacería. Mientras el repiqueteo de los cascos se desvanecía en la distancia, la señora Symons de súbito sintió la convicción de que el Señor Jesucristo deseaba que orase por esos niños. Y así lo hizo, orando por ellos fielmente cada día.
El capitán Polhill-Turner, un acaudalado miembro del parlamento, vivía en una casa grande de campo con sus seis hijos. Nanny Readshaw cuidaba de los niños y la vida marchaba de una forma ordenada y bien planeada. Incluso estaban hasta planeadas las carreras futuras de tres de los hijos. El mayor se haría cargo de la propiedad de la familia, el segundo se uniría a la caballería inglesa, y el más joven, Arthur ingresaría en el ministerio. Mientras crecía, las ideas religiosas de Arthur estaban confusas. Lo poco que sabía se lo había enseñado Nanny Readshaw, quien les contaba historias bíblicas y les decía que Jesús era su amigo.
Dos eventos críticos perturbaron la vida tan ordenada del joven Arthur Polhill-Turner. El primero fue cuando su hermana mayor, Alice, súbitamente anunció que iba a abandonar las partidas de caza y servir a Jesús. Ella había atendido un servicio misionero en Bedford, en donde había confiado en Cristo como su Salvador, sin saber que la señora Symons y Nanny Readshaw habían estado orando por ellos todos esos años. Arthur descubrió que los esfuerzos subsecuentes de Alice por evangelizarlo eran un fastidio.
El segundo evento fue un gran golpe. En el último año de escuela secundaria su padre murió. Cuando ingresó a la Universidad de Cambridge el año siguiente, la muerte de su padre todavía continuaba pesando sobre él.
Durante su segundo año en Cambridge, a Arthur le divirtió leer carteles anunciando la llegada a la universidad del evangelista norteamericano, Dwight L. Moody, y su líder de canto Ira Sankey. Para él esto era un chiste, que dos norteamericanos sin educación vinieran a Cambridge.
La primera reunión fue un domingo, y Arthur asistió por curiosidad. Aunque casi todos los estudiantes que atendieron a la reunión eran camorristas, él trataba de escuchar el mensaje de Moody a pesar de la confusión que reinaba.
Continuó yendo cada noche, para el jueves la actitud general había cambiado y al final del servicio muchos estudiantes prominentes le entregaron sus vidas a Cristo. Esa noche Moody predicó sobre el hijo pródigo y Arthur advirtió cuán vacía era su vida. Sin embargo, de regreso a su habitación tuvo miedo de lo que significaría para él entregarse completamente al Señor Jesucristo. Volvió a las reuniones el viernes y el sábado, sabiendo que debía confiar en Cristo, pero tenía miedo de hacerlo.
El domingo 12 de noviembre de 1882, una semana después del primer servicio, regresó una vez más. En su sermón Moody citó Isaías 12:2 que dice: “He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí” (Isaías 12:2).
Arthur de súbito entendió. Las palabras continuaban resonando en sus oídos mientras se unía al coro con todo su corazón y cantaba:
Tal como soy de pecador,
Sin otra fianza que tu amor,
A tu llamado vengo a Ti:
Cordero de Dios, heme aquí.
A la conclusión del servicio Moody le pidió a cada uno que hubiera recibido bendición durante la semana, que se pusiera de pie como una muestra de su fe. Más de doscientos lo hicieron, y uno de ellos fue Arthur Polhill-Turner. Dios lo envió a China, en donde sirvió como misionero por el resto de su vida.
Reflexión
¿Alguna vez ha descubierto que no puede apartar una idea de su mente? Tal vez Dios lo está instando para que ore por una persona. Las dos mujeres de esta historia que oraron, fueron una parte importante en el plan de Dios. Cuando está orando y Dios trae a su mente el nombre de alguien, regocíjese porque usted también está recibiendo la asignación divina de la oración.
“... La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16b).