Un hombre de extremos
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Un hombre de extremos
Alexander Cruden fue conocido como una persona mentalmente inestable, ignorante en asuntos del corazón y un experto erudito bíblico de hecho una combinación bien extraña. Nació en Aberdeen, Escocia en 1699 y estaba próximo a ser ordenado en la Iglesia de Escocia cuando experimentó la primera de varias crisis nerviosas, desencadenada por una desilusión amorosa, permaneciendo internado por algún tiempo.
Una vez se recuperó, se trasladó a Londres en donde trabajó primero como tutor, luego como corrector, y finalmente como traductor de francés para un conde. Después de haber sido despedido por no tener suficiente dominio del francés, abrió una librería en Londres en 1732. La tienda fue un éxito y le mereció el título honorario de Librero de la Reina.
En 1736 comenzó a trabajar en una concordancia de la Biblia. Su hábito de seguir meticulosamente el registro de las palabras a través de la Escritura y su extenso estudio de ella, lo hicieron eminentemente calificado por este esfuerzo. Completó la primera edición en sólo dieciocho meses y en 1737 publicó La Concordancia de Cruden.
Desafortunadamente, el libro inicialmente no fue un éxito financiero, haciendo que perdiera su negocio. Una vez más no tuvo suerte en el amor, en esta ocasión al enamorarse de una viuda, lo cual desencadenó otro ataque nervioso, y ocasionó un nuevo confinamiento. Después de unas pocas semanas se escapó cortando la armadura de la cama a la que estaba encadenado.
En 1739 publicó un folleto sobre su triste experiencia titulado El ciudadano de Londres extremadamente lastimado, o una exhibición de la inquisición británica. Subsecuentemente puso una demanda por lo que le aconteció, la cual defendió él mismo y perdió. Luego publicó otro folleto sobre el juicio.
En 1753 fue colocado una vez más en un asilo para personas dementes por un breve tiempo. En los períodos entre sus confinamientos su comportamiento podía ser descrito como excéntrico en el mejor de los casos. Creía que Dios lo había designado como un censor público, especialmente con respecto a la profanación del sábado. Se asignó el título de Alejandro el Corrector y en 1775 le hizo una petición al parlamento para que le asignaran este nombre oficialmente, pero su pedido le fue negado. Asumiendo el papel que se adjudicara él mismo, fue a Londres con una esponja y se dedicó a borrar de las paredes en lugares públicos, los escritos y dibujos obscenos, y cualquier otra cosa que no mereciera su aprobación, asimismo le pidió a los estudiantes que sirvieran como sus correctores delegados.
Se lanzó sin ningún éxito para las elecciones en el parlamento y tuvo frecuentes y embarazosos contactos con varias mujeres solteras, incluyendo un intento por casarse con la hija del alcalde de Londres. Para financiar sus desventuras publicó varios folletos acerca de sus problemas, incluyendo tres titulados Las aventuras de Alejandro el Corrector.
Cruden finalmente tuvo éxito como corrector, primero en un periódico y luego con varias ediciones de clásicos en latín y griego. Su aguda atención para los detalles le ayudó mucho. Continuó revisando su concordancia y publicó dos ediciones posteriores en 1761 y 1769. Estas últimas le produjeron tanto buenas utilidades financieras como reconocimiento. Hasta este mismo día su última edición continúa imprimiéndose como la única concordancia autorizada para la versión King James de la Biblia en inglés.
Aunque incuestionablemente excéntrico y con problemas, Alexander Cruden fue un cristiano devoto y un erudito dotado. Murió el primero de noviembre de 1770, mientras oraba. Fue encontrado muerto todavía de rodillas.
Reflexión
¿Cómo se siente al enterarse que Alexander Cruden tenía ataques de locura pasajera? ¿Qué lecciones puede aprender de su vida e historia? Dios lo usó a pesar de sus limitaciones, asimismo puede utilizarnos a pesar de las nuestras.
“Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:9).