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El Judío ¿Bendición o maldición? (V) Mi pueblo Israel

  • Fecha de publicación: Martes, 04 Febrero 2020, 09:19 horas

Dios formalmente reconoció en Éxodo 3:7, a los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, como su pueblo.  “Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias” (Éxodo 3:7).

Habían transcurrido más de trescientos años después de la muerte de Jacob, y Dios en recordatorio a su pacto con Abraham, quiso que el mundo supiera que Israel era “su pueblo”.

Un poco antes, el Faraón de Egipto intentó debilitar al pueblo de Dios con su campaña para asesinar a los varones judíos recién nacidos.  Este hecho, junto con el esclavizamiento de los israelitas, puso en acción la promulgación del pacto Abrahámico.  Los eventos históricos que siguieron a continuación evidenciaron la supremacía de Dios y su fidelidad al pacto con Abraham.  Todo lo que Faraón maquinó después de esto para tratar de acabar con los judíos, se le devolvió como un bumerán contra su propio pueblo.

El mundo vio que los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, eran el pueblo de Dios.  Nada podía impedir que el Creador Soberano cumpliera su pacto incondicional a la medida con Abraham y sus descendientes.

Tal como dijo: “Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra.  No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto” (Deuteronomio 7:6-8).
Este pasaje de Deuteronomio describe adecuadamente la posición que le otorgara Jehová Dios a Israel, el que era el más insignificante de todos los pueblos, pero como el Señor los amó e hizo un juramento con sus padres Abraham, Isaac y Jacob, un día se convertirá en una nación santa, escogida por Dios, especial, más que todos los pueblos sobre la tierra.  En los últimos días, las personas a todo lo ancho del mundo, llegarán a conocerlo como “Israel, el pueblo de Dios”.

Al estudiar la historia del pueblo judío, vemos una continua relación de amor y odio con Dios a lo largo del tiempo.  Cuando amaban a Dios y eran obedientes a su llamado, eran bendecidos en conformidad.  Eran poderosos y prósperos, y la tierra producía generosamente.  Sin embargo, cuando eran indiferentes hacia Jehová y se entregaban a las prácticas idólatras, eran disciplinados severamente.  Si el liderazgo judío dirigía erradamente la nación, los militares experimentaban derrotas, no llovía en la estación adecuada y la tierra dejaba de producir.

Diversos pasajes del Antiguo Testamento nos recuerdan que su tendencia dominante era el ser inconstantes, en lugar de ser fieles a su llamado como pueblo de Dios.  Como tal, Jehová les dejó saber por medio del profeta Oseas, que llegaría un tiempo cuando ya no sería más su pueblo, y le sería quitado su tan codiciado título “de pueblo de Dios”.  ¡Las ramificaciones del cumplimiento de la profecía eran asombrosas!  Porque si el Señor hubiera desheredado por completo a los descendientes verdaderos de Abraham, Isaac y Jacob, las personas habrían cuestionado el propio carácter de sus pactos.

“Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos.  En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:15-18).

El Ángel del Señor, al cual los eruditos comúnmente reconocen como una referencia en el Antiguo Testamento al Cristo pre-encarnado, al Señor Jesucristo, le dijo a Abraham que Dios ha jurado, nada más y nada menos por su propio carácter, que como le había obedecido, sus descendientes se multiplicarían en una cifra infinita, tanto como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar.

Esta Escritura no ofrece una cláusula de escape.  Dios basó este juramento, en multiplicar a los descendientes de Abraham en un acto de obediencia de Abraham, por eso dijo: “Por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo”.  No importa cuántos actos de desobediencia cometieran sus descendientes que siguieron después de él, se entiende que esta promesa es irreversible.

La pregunta que surge es: ¿No podría ser el caso que la multiplicación de los descendientes de Abraham no cese nunca, pero a diferencia de su padre Abraham, ellos como personas podrían llegar a un tiempo de endurecimiento o insensibilidad hacia Dios?  Esos que reconocieron el contenido del pacto Abrahámico no podían concluir esto definitivamente, porque a través de uno de sus descendientes, su “simiente”, todas las naciones iban a ser bendecidas.

Para el espectador, tal parecería como si Dios hubiera verdaderamente sido colocado en un extremo por la profecía de Oseas, quien dijo también que el Dios de Abraham en algún momento cesaría de ser el Dios de los descendientes de Abraham, del pueblo judío.  “Después de haber destetado a Lo-ruhama, concibió y dio a luz un hijo.  Y dijo Dios: Ponle por nombre Lo-ammi, porque vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios” Oseas 1:8 y 9).

Entonces, a continuación, Oseas cita la cláusula de la multiplicación de los descendientes de Abraham: “Con todo, será el número de los hijos de Israel como la arena del mar, que no se puede medir ni contar.  Y en el lugar en donde les fue dicho: Vosotros no sois pueblo mío, les será dicho: Sois hijos del Dios viviente” (Oseas 1:10).

Aquí parece que tuviéramos una contradicción, por un lado los judíos son bendecidos como “mi pueblo” - el pueblo de Dios, porque Él le hizo un juramento a Abraham, y por el otro, ya que como nación generalmente le desobedecían, los descalifica de este título, y dice que ya no serían conocidos más “como su pueblo”, aunque nunca tendrían que enfrentar el exterminio final, porque les prometió que se multiplicarían como la arena.  Finalmente como una nación, el Señor los clasifica como “hijos del Dios viviente”.

Pero, entonces... ¿Qué es lo que ocurre aquí?  Tal parece como si el pueblo judío estuviera jugando a la ruleta rusa con su herencia. ¿Acaso era esto un cambio en el curso de los eventos proféticos a cumplirse?  Para entender esto mejor, es importante retroceder en la historia hasta el punto en que el pueblo de Dios, dejó de ser su pueblo.

Aunque Oseas 1: 9 y 10, habla de un tiempo cuando Israel dejaría de ser pueblo de Dios, esta desclasificación no tuvo su cumplimiento final durante el tiempo de Oseas, cuyo ministerio abarcó desde al año 750 hasta el 725 antes de Cristo.  En lugar de eso fue una profecía de eventos venideros.  El título de “mi pueblo” siguió siendo aplicado a Israel, incluso durante el tiempo del profeta Jeremías, cuyo ministerio comenzó en el siglo trece de Josías en el año 628 antes de Cristo.  Ellos continuaron llevando el título, incluso durante el cautiverio en Babilonia, evidenciado por el hecho que Daniel todavía estaba profetizando desde Babilonia durante ese período.

No es plausible pensar que el pueblo judío perdió este codiciado título durante el período posterior al exilio después del cautiverio en Babilonia, el cual concluyó en el año 536 antes de Cristo, cuando ellos fueron instruidos en el libro de Nehemías del Antiguo Testamento a regresar a su tierra natal Israel y reconstruir su templo en Jerusalén.  Durante ese tiempo, Dios todavía estaba comunicándose con su pueblo Israel, por medio de profetas del posexilio, tal como Hageo, Zacarías y Malaquías.  Incluso, en el tiempo del primer advenimiento de Cristo, ellos todavía estaban operando como “el pueblo de Dios”, tal como lo evidencia el hecho de que Juan el Bautista, quien también era un profeta judío, continuó profetizando.

Por más de setecientos años, la inferencia inherente en esta profecía perseguía a los judíos.  Luego vino la “simiente”, el Señor Jesucristo.  Hasta ese punto, los judíos se preguntaban cuándo serían desposeídos de este título, cuándo dejarían de ser su pueblo.  Pero... ¿Cuál sería la generación que sería desposeída de las responsabilidades de la adopción, la gloria, los pactos, la entrega de la ley, el servicio y las promesas dadas por el Dios de Abraham, Isaac y Jacob?

¿Podría ser el caso que los gentiles un día remplazarían a los judíos ante los ojos de Dios?  Por absurdo que esto pueda parecer, las profecías del Antiguo Testamento familiares a los judíos, hablan de que el Mesías sería una luz para los gentiles.

Esta es un área importante de estudio, porque la suposición que prevalece en la historia hoy, es que eso fue exactamente lo que ocurrió.  Muchos creen que Dios ya concluyó con los judíos, y que ellos ya no son el pueblo de Dios.  Creen que el judío ya no tiene lugar en el plan profético Divino. Conjeturan que la iglesia lo remplazó como pueblo de Dios.  Los estimados nos dicen que este concepto erróneo, conocido como Teología de Remplazo, lo apoya el 85% de la iglesia visible.

Pero veamos en qué momento la nación de Israel perdió este codiciado título.  Dios finalmente hizo que tuviera cumplimiento esta profecía en la generación que rechazó al Señor Jesucristo, cuando “... Los fariseos, al oírlo, decían: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios” (Mateo 12:24).

Fue entonces cuando la nación de Israel cometió el pecado imperdonable - al haber rechazado al Señor Jesucristo como Mesías, afirmando que estaba poseído por los demonios.  A partir de ese tiempo, el título fue menguando, y comenzando el año 70 de la era cristiana y continuando a lo largo de los siglos de dispersión mundial que siguieron, los judíos dejaron de ser llamados pueblo de Dios.

Finalmente se cumplió la profecía de Oseas y el pacto Abrahámico quedó en la balanza.  Pero... ¿Abandonaría Dios el pacto que hizo con Abraham y al hacerlo desheredaría a los hijos de Abraham, el pueblo judío?  ¿Tal vez iba a remplazar a los descendientes verdaderos de Abraham con los gentiles?  ¡No! Esto era muy improbable, porque si abandonaba su pacto incondicional habría estado difamando su propio carácter como Dios verdadero sobre toda la creación.  Uno podría apostar que Satanás y sus ángeles caídos prepararon todo esto en ese tiempo, para ver cómo obraba Dios para salir de este dilema.

La respuesta que todos esperaban llegó finalmente en uno de los ocho misterios del Nuevo Testamento.  Un misterio es la revelación de información en el Nuevo Testamento, de algo que había permanecido oculto en el Antiguo.  Años más tarde Pablo resolvió el dilema declarando el misterio:  “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles” (Romanos 11:25).

El endurecimiento de Israel no era un misterio.  Después de todo, ellos llegarían a estar tan endurecidos que dejarían de ser el pueblo de Dios.  Tampoco era un misterio que Dios llamaría a los gentiles para que fueran salvos.  Sin embargo, sí era un misterio que “no todos los judíos dejarían de ser pueblo de Dios”.

La sorpresa de Dios fue que mantuvo su pacto intacto al preservar para sí una facción de creyentes judíos que nunca dejaron de ser su pueblo, porque pasaron a ser parte de su Iglesia.  Ahora a continuación tenemos que tocar el segundo de los misterios del Nuevo Testamento, el misterio de los coherederos:  “Leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:4-6).

Por consiguiente, entendemos que “Dios no ha concluido con los judíos”, tal como afirmó el apóstol Pablo en los capítulos 9 al 11 de su Epístola a los Romanos.  Pablo específicamente nos recuerda en Romanos 9:25 y 26 lo que divulgó Oseas 1: 9 y 10.  “Como también en Oseas dice: Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada.  Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán llamados hijos del Dios viviente” (Romanos 9:25 y 26).

Podemos estar seguros de eso, porque Dios así se lo prometió a Abraham.  Es cierto que la mayor parte del pueblo judío sufrió endurecimiento en parte y quedó desposeído de su título de “pueblo de Dios”, pero ésto sólo sería por un tiempo hasta que “tuviera lugar la plenitud de los gentiles”.  Los  judíos nunca han sido borrados enteramente delante de Dios ni de su testamento.  Además de ser herederos del pacto incondicional Abrahámico, ellos serán los recipientes en los últimos días, de numerosas profecías del Antiguo y Nuevo Testamento.

El endurecimiento o ceguera de la nación de Israel concluirá cuando  “haya entrado la plenitud de los gentiles”, tal como dijo Pablo: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad.  Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados.  Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres. Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:25-29).

La salvación nacional de Israel tendrá lugar a la segunda venida de Cristo, y a partir de ese punto, todo Israel permanecerá salvo durante el Reino Mesiánico.  Es en este punto cuando el mundo los conocerá como “hijos del Dios viviente”.

Sin embargo, varias Escrituras nos informan que antes que eso ocurra, el pueblo judío irá de su estado actual de no ser pueblo de Dios, a su antiguo y reconocido título de “Israel mi pueblo”.  Ezequiel escribió varias profecías que identifican claramente a la nación judía antes de la segunda venida de Cristo como pueblo de Dios.

“Mas vosotros, oh montes de Israel, daréis vuestras ramas, y llevaréis vuestro fruto para mi pueblo Israel; porque cerca están para venir.  Porque he aquí, yo estoy por vosotros, y a vosotros me volveré, y seréis labrados y sembrados.  Y haré multiplicar sobre vosotros hombres, a toda la casa de Israel, toda ella; y las ciudades serán habitadas, y edificadas las ruinas.  Multiplicaré sobre vosotros hombres y ganado, y serán multiplicados y crecerán; y os haré morar como solíais antiguamente, y os haré mayor bien que en vuestros principios; y sabréis que yo soy Jehová.  Y haré andar hombres sobre vosotros, a mi pueblo Israel; y tomarán posesión de ti, y les serás por heredad, y nunca más les matarás los hijos” (Ezequiel 36:8-12).

Este pasaje de Ezequiel nos vuelve a presentar a los judíos como “a mi pueblo Israel”.  Dos veces en este pasaje se les llama de esta forma.  El primer uso sugiere que han regresado al favor de Dios, incluso antes de haber retornado al territorio de Israel en 1948.  Ezequiel escribe: “porque cerca están para venir”.  Su segundo uso, retrata a pueblo judío caminando sobre la Tierra Santa de Israel en plena posesión de ella.

Las palabras hebreas qarab bo que son traducidas “porque cerca están para venir”, también pueden significar “próximo a alcanzar”.  La primera mención de Ezequiel podría implicar que se aproxima el día en que los israelíes, reconocidos en el pasado como “Israel mi pueblo”, pero mejor conocidos en su dispersión como un grupo étnico ajeno a Dios, volverán a serlo. Sin embargo, en la segunda mención deja claro que cuando Israel tome posesión del territorio y la tierra se convierta en su heredad, su Dios una vez más los reconoce como su pueblo.

Al describir la reunificación, Ezequiel también usa la frase “a toda la casa de Israel”, aludiendo a dos cosas: primero, que la reunificación será a todo lo ancho del mundo, y segundo que el pueblo judío no será más un reino dividido, entre el reino del norte - de Samaria y el del sur - Judá.  Éste es un punto también profetizado así en Isaías 11:12 y 13 y Ezequiel 37:15-22.

-   “Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra.  Y se disipará la envidia de Efraín, y los enemigos de Judá serán destruidos. Efraín no tendrá envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraín” (Isaías 11:12 y 13).

-   “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, toma ahora un palo, y escribe en él: Para Judá, y para los hijos de Israel sus compañeros.  Toma después otro palo, y escribe en él: Para José, palo de Efraín, y para toda la casa de Israel sus compañeros.  Júntalos luego el uno con el otro, para que sean uno solo, y serán uno solo en tu mano.  Y cuando te pregunten los hijos de tu pueblo, diciendo: ¿No nos enseñarás qué te propones con eso?, diles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomo el palo de José que está en la mano de Efraín, y a las tribus de Israel sus compañeros, y los pondré con el palo de Judá, y los haré un solo palo, y serán uno en mi mano. Y los palos sobre que escribas estarán en tu mano delante de sus ojos, y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra; y los haré una nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos” (Ezequiel 37:15-22).

Hasta la fecha, es al menos claro que el pueblo judío se está aproximando hasta alcanzar plena autonomía sobre la Tierra Prometida.  Podemos también conjeturar que son un pueblo unido, que ya no son una alianza dividida entre los reinos norte y sur.  La tierra es productiva, su gente se ha multiplicado y las ciudades están habitadas como en los tiempos pasados.  Sin embargo, la posesión del territorio es tema de debate, una condición crítica que debe estar en su lugar cuando los judíos una vez más sean vistos como el pueblo de Dios.

Otros pasajes de Ezequiel describen al pueblo judío, como una extensión de la mano de Dios en juicio contra los árabes.  Asimismo identifican a los israelíes, como nación de Dios antes de la segunda venida de Cristo.   “Y pondré mi venganza contra Edom en manos de mi pueblo Israel, y harán en Edom según mi enojo y conforme a mi ira; y conocerán mi venganza, dice Jehová el Señor” (Ezequiel 25:14).

En una campaña mayor por extinguir a todo el pueblo judío, Edom forma una confederación con las otras naciones árabes que en la actualidad están en frontera con Israel.  La Biblia describe esta confederación y su campaña en Salmos 83:1-8 y 12.  El juicio que describe Ezequiel es en parte, la respuesta de Dios a este esfuerzo confederado.  Los árabes llegan en contra del pueblo judío en un tiempo en que ellos han regresado al territorio y están próximos a  ser conocidos como “Mi pueblo Israel”.

Aunque han habido intentos serios en 1948, 1956, 1967 y 1973, por uno o más de esos países árabes para destruir a la restaurada nación de Israel, estos intentos no son el cumplimiento del esfuerzo confederado que describe el Salmo 83.  Cuando llegue finalmente la campaña del Salmo 83 en el escenario del mundo, el pueblo judío se levantará y lloverá la venganza de Dios sobre Edom, de acuerdo a su ira y enojo.  Después de esta conquista, Israel caminará en posesión completa del territorio.  En ese punto y no antes, ellos indudablemente serán clasificados una vez más como “el pueblo de Dios”.

“Yo he oído las afrentas de Moab, y los denuestos de los hijos de Amón con que deshonraron a mi pueblo, y se engrandecieron sobre su territorio.  Por tanto, vivo yo, dice Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, que Moab será como Sodoma, y los hijos de Amón como Gomorra; campo de ortigas, y mina de sal, y asolamiento perpetuo; el remanente de mi pueblo los saqueará, y el remanente de mi pueblo los heredará” (Sofonías 2:8 y 9).

La ejecución de esta venganza se extiende más allá de Edom hasta Amón y Moab.  De esta manera, toda la Jordania del día moderno será derrotada por Israel.  Amón y Moab son mencionados junto con Edom en la confederación del Salmo 83.  Esto será una adición a los territorios confederados de Líbano, Siria, Arabia Saudita, Egipto, la Banca Occidental y la Faja de Gaza, que quedarán bajo alguna forma de dominio militar, de parte del ejército de Israel grande en extremo.

El punto aquí es, que tal como fuera durante las primeras campañas del pueblo hebreo, el éxodo desde Egipto y la migración hacia la Tierra Prometida, Dios dotará a la generación judía presente con el fuerte brazo de su poder.  Todos los intentos árabes actuales en contra del retorno de los hebreos a la Tierra Santa son vanos, y terminarán por ser fatales.  Pronto el mundo verá a los judíos tomando posesión de mucho de la Tierra Prometida, gracias a la fortaleza de su ejército grande en extremo de que habla la profecía de Ezequiel 37:10.

Después de que tenga cumplimiento esta profecía la alianza ruso-iraní descrita en los capítulos 38 y 39 de Ezequiel confrontará al pueblo judío.  Para ese tiempo, el mundo conocerá a los judíos como el pueblo de Dios.

-   “Por tanto, profetiza, hijo de hombre, y di a Gog: Así ha dicho Jehová el Señor: En aquel tiempo, cuando mi pueblo Israel habite con seguridad, ¿no lo sabrás tú?  Vendrás de tu lugar, de las regiones del norte, tú y muchos pueblos contigo, todos ellos a caballo, gran multitud y poderoso ejército, y subirás contra mi pueblo Israel como nublado para cubrir la tierra; será al cabo de los días; y te traeré sobre mi tierra, para que las naciones me conozcan, cuando sea santificado en ti, oh Gog, delante de sus ojos” (Ezequiel 38:14-16).

-   “Y haré notorio mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, y nunca más dejaré profanar mi santo nombre; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, el Santo en Israel” (Ezequiel 39:7).

Ezequiel 38:14,16 y 39:7 también se refieren al pueblo judío como “mi pueblo Israel”.  Dios les otorga este título en un tiempo cuando los ha llevado de regreso desde las naciones hasta el territorio de Israel en los últimos días.  Ellos han salido del Holocausto y moran con seguridad en el territorio, debido al hecho que para este punto han ejecutado venganza sobre la confederación del Salmo 83 y al hacer esto se han establecido como un ejército grande en extremo.

Uno podría justificablemente cuestionar el paradero de la iglesia en ese tiempo.  Si Israel en algún momento es llamado nuevamente “Mi pueblo Israel”, ¿entonces en donde se encuentra “el otro pueblo de Dios - la Iglesia”?  La Iglesia a quienes muchos considerarán como el pueblo de Dios, es posible que haya sido arrebatada o esté próxima a serlo en esos días en que Israel vuelva a ocupar su primera posición.  Después de todo, la Iglesia comenzó a existir casi en el mismo momento en que Israel perdió su posición como nación favorecida.

Uno bien podría encontrar la respuesta a esta pregunta en la comprensión de lo que Pablo quiso decir con el término “la plenitud de los gentiles”.  Expositores como Adam Clarke, Warren Wiersbe y muchos más, creen que Pablo quiso decir esto para representar a los creyentes gentiles durante la edad de la Iglesia, es decir a la Esposa de Cristo.  Ellos abogan que cuando ocurra el rapto, habrá llegado “la plenitud de los gentiles”.  Como tal, el Señor comienza a preparar el escenario para salvar a todo Israel.  Sin embargo, sabemos que Israel será salvo a la conclusión de los siete años de la séptima semana de Daniel, es decir el período de la tribulación.  Pero hay que dejar claro que no será el rapto lo que iniciará la tribulación, sino la firma del falso pacto con Israel, confirmado por le Anticristo.

Po lo tanto no sabemos con exactitud que ocurrirá entre el tiempo del rapto, cuando “llegue la plenitud de los gentiles” y el fin del período de la tribulación durante el cual todo Israel será salvo.  Muchas cosas ocurren, pero una de las más importantes será el llamado de los ciento cuarenta y cuatro mil testigos judíos.  “Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel” (Apocalipsis 7:4).  Esos son los judíos que estarán al servicio de Dios, quienes llegan al escenario en un tiempo muy interesante y representan a Israel.  Son identificados clara y genealógicamente por sus tribus ancestrales judías.

La Biblia le llama a los ciento cuarenta y cuatro mil en Apocalipsis 7:3: “los siervos de nuestro Dios”.  Reciben su ministerio después que la iglesia es arrebatada.  De acuerdo a muchos, los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, indican que la Iglesia se encuentra en la tierra, y los capítulos 4 y 5 señalan que ya ha sido arrebatada y se encuentra en el cielo.  El capítulo 7 de Apocalipsis comienza con las palabras griegas “meta tauta”, que se traducen en español como “Después de esto...”  Es decir, que después de la recapitulación de los eventos de la edad de la Iglesia en la tierra, y el rapto de la Iglesia, ocurren los acontecimientos del capítulo 7 de Apocalipsis.

En su mayor parte, todos los registros genealógicos de las tribus judías fueron destruidos en el año 70, no obstante el capítulo 7 de Apocalipsis identifica claramente a doce mil testigos de cada una de las doce tribus.  No se trata de una selección al azar, sino de algo organizado y dirigido por Dios:  “Después de esto vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol.  Vi también a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles, a quienes se les había dado el poder de hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios” (Apocalipsis 7:1-3).

Estos ciento cuarenta y cuatro mil ministran después de la edad de la Iglesia y están familiarizados con el Evangelio y el misterio de que habla Efesios 3:4-6: “... Misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:4b-6).

Ellos saben y por consiguiente enseñarán que la salvación llega por medio de la fe en Cristo y no por la Ley Mosaica.  También enseñarán que es la voluntad de Dios que los gentiles sean copartícipes junto con los judíos por medio del Evangelio.  Con esta comprensión podemos interpretar el posible mensaje ministerial dentro de la ordenación de las doce tribus:

“De la tribu de Judá, doce mil sellados.
De la tribu de Rubén, doce mil sellados.
De la tribu de Gad, doce mil sellados.
De la tribu de Aser, doce mil sellados.
De la tribu de Neftalí, doce mil sellados.
De la tribu de Manasés, doce mil sellados.
De la tribu de Simeón, doce mil sellados.
De la tribu de Leví, doce mil sellados.
De la tribu de Isacar, doce mil sellados.
De la tribu de Zabulón, doce mil sellados.
De la tribu de José, doce mil sellados.
De la tribu de Benjamín, doce mil sellados” (Apocalipsis 7:5-8).

Los nombres de las doce tribus no están mencionados en orden cronológico, tal vez para describir el propósito ministerial de los ciento cuarenta y cuatro mil testigos cristianos hebreos.  La Biblia normalmente enumera a los descendientes en orden cronológico de nacimiento.  Sin embargo, el apóstol Juan cita esas tribus en desorden, permitiendo aparentemente que tengamos una especie de revelación acerca del ministerio de estos testigos.

En Apocalipsis 7:5 se menciona de primero a la tribu de Judá, aunque Judá fue el cuarto de los hijos de Jacob.  De manera similar, las otras tribus tampoco están en orden en esta lista de Apocalipsis 7:5-8.  Un estudiante cuidadoso de la Palabra de Dios observa estas anormalidades en la Escritura, y como tal, siempre se siente animado a escudriñar más profundamente a fin de descubrir lo que el Espíritu Santo trató de decir a través de este texto.

El significado de los nombres

Éste es el significado de los nombres de los doce hijos de Jacob: Judá - alabado sea Dios; Rubén - he aquí un hijo; Gad - buena fortuna;  Aser - felicidad; Neftalí - mi lucha; Manasés - el que hace olvidar; Simeón - oyendo; Leví - unión o adhesión; Isacar - traerá una recompensa, hombre por jornal; Zabulón - elevado o morada elevada; José - añade o aumenta; Benjamín - hijo de la mano derecha.

El mensaje de los nombres

Si reuniéramos el significado de los nombres de las doce tribus, tal como aparecen en el capítulo 7 de Apocalipsis, tendríamos: “¡Alabado sea Dios!  He aquí un hijo de buena fortuna y felicidad.   Mi lucha Dios ha causado que la olvide.   Oyendo de nuestra unión, el Señor traerá una recompensa, y una morada elevada, aumentada por el hijo de la mano derecha”.

Ahora vamos a parafrasear todo esto en forma más clara: “Alabado sea Dios por el Evangelio de Cristo, un hijo de buena fortuna y felicidad.  Mi lucha con el pecado y la Ley Mosaica, Dios ha hecho que la olvide.  Oyendo el misterio de nuestra unión con los gentiles, el Señor me dará una recompensa.  Me ha elevado a mí, un judío restablecido con ‘mi pueblo Israel’ y ha aumentado el número de esos que son salvos por medio de Cristo, el hijo de la mano derecha”.

“Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va.  Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios” (Apocalipsis 14:4 y 5).

Estos son los ciento cuarenta y cuatro mil que se convertirán en las “primicias para Dios y para el Cordero”, sugiriendo que después del rapto, en la dispensación subsecuente, los ciento cuarenta y cuatro mil son las primicias para Dios y el Cordero - el Señor Jesucristo.  Esto además sugiere que en ese tiempo, Jehová una vez más administrará su programa soberano por medio de su pueblo Israel.  Estos ciento cuarenta y cuatro mil muy probablemente representan la primera cosecha de almas después del rapto de la Iglesia.  Son las primeras de muchas almas salvas que seguirían a la desaparición súbita de la iglesia cristiana.

Primicias

Las primicias era la cosecha que se recogía de primero y era dedicada a Dios.  Por lo tanto, en conformidad con la Ley Mosaica, esos israelitas que llegarán de primero a la casa, de Dios como sus hijos, tal como dice Éxodo 23:19a; 34:26a, son  “Las primicias de los primeros frutos de tu tierra...”

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