Urgente - Usted necesita un diagnóstico correcto
- Fecha de publicación: Miércoles, 20 Mayo 2009, 18:09 horas
- Escrito por Pastor, J. A. Holowaty
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Usted necesita un diagnóstico correcto
Hace algunos años tuve la oportunidad de conocer a una singular familia en la ciudad de México. Los esposos, vamos a llamarlos, Marcos y Delia. Dos hijos y una hija.
Delia era muy devota, religiosa como pocas personas. Los 365 días del año concurría al templo para algún tipo de confesión, reconciliación, súplicas, etc. El esposo trataba más que todo mantenerse en buenas condiciones físicas. Esto hacía que, junto con sus hijos, acudieran cada mañana a un club donde podían nadar, previos buenos ejercicios al tenis.
Poco a poco, y debido a la vida un tanto liberal de Marcos, las cosas comenzaron a andar mal, hasta que un día la esposa pidió el divorcio, y, para mostrarle lo decidida que estaba, tomó a su hija y se fue a la casa de su madre. Marcos se enteró de que su vida festiva se le estaba acabando y que el divorcio era inevitable. Llegó un día cuando vinieron los papeles y el divorcio ya era un hecho. Esto le angustió mucho. Esa mañana jugó el partido de tenis con otro caballero que también necesitaba ejercicio, sin saber quién era. Cuando terminaron, se sentaron, se presentaron mutuamente y luego Marcos le contó lo deprimido que se sentía por los papeles que llegaron el día anterior, declarándolo divorciado.
Su compañero, que era cristiano, un hombre que se había reconciliado con Dios, le dijo: «Marcos, lo que tú necesitas es a Jesucristo». «¿Qué es eso?» - le preguntó Marcos. «Escucha» - prosiguió su amigo - «debes recibir a Jesucristo como tu Salvador y Él te cambiará y todavía no es tarde para que ustedes se reconcilien». «Bueno» - le dijo Marcos - «yo soy cristiano». A esta altura de nuevo su amigo le hizo otra pregunta: «¿En qué iglesia te congregas?» Por supuesto que Marcos no entendía el concepto de... “te congregas”, porque practicaba el cristianismo nominal, el heredado de sus antepasados, el de la religión. A esta altura su amigo le habló de Cristo, de la necesidad del arrepentimiento y la fe depositada en él. Obtener el perdón de todos sus pecados y simplemente ¡comenzar todo de nuevo! Al instante Marcos le pidió que le enseñara cómo podía él reconciliarse con Dios. Cuando terminaron una breve oración, donde Marcos por primera vez confesó sus pecados al Señor le pareció que toda una pesada y horrible carga se le cayó. La felicidad inundó su corazón, una chispa de hablarle a todo el mundo de su maravillosa experiencia con el Señor se encendió en su corazón. Fue a su casa pensando en todo aquello. Buscó a sus dos hijos, en plena adolescencia y les habló de lo que le había ocurrido. Ambos hicieron lo mismo, le confesaron sus pecados a Dios y los tres acababan de pasar, de muerte a vida.
Pero... ¿Cómo hablarle a Delia, madre y esposa, respectivamente? En este caso, a quien más apreciaba ella era al hijo menor. Así que él fue y le habló lo poco que sabía de la nueva vida en Cristo. Varias otras cosas sucedieron que, por falta de espacio, omitimos, aquí. Pero el “gran finale” fue que “la sinfonía de la nueva vida” terminó con el último movimiento, “Allegro fortísimo”. Pasó algún tiempo y todos llegaron a ser miembros de una iglesia ¡y allí se volvieron a casar de nuevo!
Cuando yo los conocí, todos ellos eran ya fieles hijos de Dios, colaboraban en la iglesia y viviendo una vida de armonía y paz.
¡Cuántas veces he llegado al aeropuerto internacional de México, invitado por ellos, donde me esperaban siempre para llevarme a su hogar! Esto ni religión ni iglesia ni psicólogos ni confesores ni consejeros ni predicadores pueden lograr. Es el Espíritu Santo quien hace el cambio y entonces, lo que acaba de ocurrir en la mente y el corazón, se refleja en la vida práctica. Siga leyendo porque más adelante encontrará usted lo que le corresponde hacer para lograr ese mismo cambio. ¿No es cierto, acaso, que usted busca armonía, paz, tranquilidad, felicidad, seguridad y gozo?
Siga los pasos que hallará en este escrito. La lectura de este ejemplar le permitirá descubrir el mismo camino de perdón y vida eterna.
Deténgase, lea y decida hoy mismo por esta nueva vida en los pasos del Señor. ¡Usted también puede ser salvo, puede pasar de muerte a vida, puede recibir el perdón de Dios! Recuerde que DIOS LE AMA.
No hay duda de que muchas personas quisieran cambiar, quisieran ser diferentes, quisieran tener otro temperamento, otras inquietudes, otros propósitos. Muchos han intentado mejorar su conducta. Trataron de ser buenos, sobrios, honestos, leales, pero muy pronto volvieron nuevamente a los mismos hábitos, el mismo temperamento, las mismas actitudes e inclinaciones.
¿Qué pasa conmigo? Se habrá preguntado más de una vez. Es algo muy sencillo. Usted no se ha hecho un DIAGNÓSTICO CORRECTO. Por lo cual está atacando los síntomas y no el mal mismo.
Yo quisiera acompañarle en este recorrido breve que espero le ayude a resolver este problema para siempre.
Le diré franca y claramente lo que usted debe hacer, y le aseguro que, si sigue estos pasos, Usted muy pronto buscará a otros para ayudarles a salir de dificultades similares.
RECONOZCA QUE USTEDES UN PECADOR
A menos que usted comience reconociendo su estado pecaminoso, su fracaso en este intento de reencuentro consigo mismo, está asegurado. Hay dos fuentes que le informan de esta triste verdad de pecado. En primer lugar se lo dice su propio corazón, su propio ser. En el fondo usted se da cuenta de que hay muchas cosas malas en usted de las cuales usted no parece ser culpable. Tales, por ejemplo, como los malos pensamientos, el orgullo, los malos deseos, los vicios, la mentira, la codicia, la arrogancia, la lascivia y cosas parecidas. En efecto, usted no es culpable de estas cosas porque usted ya nació con ellas. En segundo lugar, Dios dice que usted es pecador. Así que, tanto su propio corazón, como Dios, le dicen lo mismo. Su propia naturaleza y Dios le dicen: ¡Hay pecado en USTED!
¿Está dispuesto a reconocer esto? La Biblia, o mejor dicho, Dios dice: “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga...” (Isaías 1:6). Ese... “él”, en este caso es usted mismo. Luego Dios sigue hablándonos del mismo asunto: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12).
De estas palabras usted se da cuenta de que mucho antes de su nacimiento, el pecado ya estaba en sus antepasados y es ésta la naturaleza que usted heredó de ellos, a su vez ellos de los suyos y así sucesivamente, hasta que llegamos a Adán, quien fue el primero en incurrir en pecado al desobedecer a Dios. No olvide que somos descendencia de Adán y no de Dios. Dios declara: “...No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Romanos 3:10-12).
Hay muchísimas más referencias bíblicas sobre este aspecto, pero vamos adelante porque hay otras cosas que usted debe saber.
RECONOZCA QUE CRISTO YA MURIÓ POR SUS PECADOS
“Porque la paga del pecado es muerte...” (Romanos 6:23a). “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte...” (Romanos 5:12). Muchas veces la Biblia dice que la paga del pecado es la “muerte”. Pero yo quisiera recordarle que la palabra “muerte” en este caso significa condenación eterna. “...por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres...” (Romanos 5:18), dice Pablo.
A pesar de la tragedia del hombre a causa de sus pecados, ¡qué dicha, Dios nos ha preparado la salvación por medio de Cristo! “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). “Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:7, 8).
Muchos años antes que Jesús muriera en la cruz por nuestros pecados, Dios le reveló al profeta Isaías el significado de la muerte de Cristo.
Esto es lo que Isaías escribió, inspirado por el Espíritu Santo: “Más él (Cristo) herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5, 6).
¡Qué maravilla! Dios descargó toda Su justicia sobre Su bien amado Hijo, Cristo Jesús. Ahora usted debe reconocer que Él (esto es Cristo) murió por sus pecados y satisfizo las demandas de un Dios Santo y Justo. Porque Cristo murió siendo justo. Él no cometió pecado alguno, por eso Él estaba en condiciones de cumplir con esta misión, por eso Él puede salvar aún al más vil pecador.
¿Reconoce usted que Cristo murió ya por sus pecados y Dios está satisfecho con lo que Cristo hizo?
¿Reconoce usted que con lo hecho por Cristo, usted tiene una oportunidad para ser salvo?
RECIBA A CRISTO POR SALVADOR
Usted habrá escuchado palabras tales como... «acepte a Cristo como su Salvador personal», o, «reciba a Jesús en su corazón», o... «entréguese a Cristo por la fe». Todas estas expresiones son correctas, pero probablemente no bien claras para usted. Yo quisiera decirle que lo que esto significa es que usted necesita “RECONOCER A JESUCRISTO COMO SU SALVADOR PERSONAL”. De hecho Él es Salvador, su nombre Jesús, significa, «el que salva». Pero si usted no le reconoce sinceramente como su Personal y Todosuficiente Salvador, Él nunca lo será para usted. Por eso la Biblia dice que necesitamos “recibirle como Salvador”. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Note que “recibir a Jesús”, no es recibir el pan de la comunión, ni es recibir el bautismo, sino que recibir a Jesús es “creer en Su nombre”, como dice el texto. En otras palabras, recibir a Jesús es reconocerle como Salvador de uno mismo. “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Y en otro lugar leemos: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). De nuevo Jesús dice: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo...” (Juan 10:9).
Pero... ¿Cómo se “recibe a Cristo?” Tal vez este sea su problema. Usted cree que se necesita estar en determinado lugar, en un templo, con alguna persona, por lo menos. Por supuesto que es ideal reconocer (recibir) a Cristo en un templo donde se hace la invitación. Es también bueno hacerlo después de leer la Palabra de Dios y descubrir este tesoro de Dios. No menos hermoso y beneficioso es recibir a Cristo por Salvador en respuesta a un diálogo con un cristiano que le invita a hacerlo. Sin embargo no son indispensables estas circunstancias ni condiciones para que uno llegue a ser salvo por la fe en Cristo Jesús. Usted puede llegar a ser de Él en este mismo momento, al reconocerle sinceramente como su Salvador personal.
Pero... ¿Será que me ama Dios? Con frecuencia el pecador, especialmente si ha hecho muchas fechorías y pecados muy graves en la vida, duda del perdón de Dios. Recuerde lo que dice Dios: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).
¿Recuerda usted la... “Biblia en miniatura?” Se reduce a un solo texto, que dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Sin duda alguna usted está incluido en el amor de Dios, porque él amó “al mundo” (sin excluir a una sola persona), y ofreció a Su propio Hijo único para que usted tenga vida eterna.
¿ES SEGURA LA SALVACIÓN?
Es natural que una persona se pregunte qué garantía tiene la salvación que uno obtiene por la fe. La garantía es la misma PALABRA DE DIOS. Dios promete salvarnos y conservarnos salvos, y esto es necesario que sea también aceptado, creído, por usted de lo contrario las dudas harán miserable su vida.
La Biblia dice: “...vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3). ¿Se da cuenta? Nuestra vida es preciosa, la salvación nuestra, salvación eterna de nuestra alma, es la mayor riqueza que poseemos. La... “caja fuerte” de nuestra seguridad eterna no descansa en nuestra conducta, obras propias meritorias o capacidad para ser buenos. Sino que nuestra vida está en las manos de nuestro Salvador, “escondida con Cristo en Dios”.
Dios insiste en Su palabra que el hombre, una vez salvo, nunca deja de serlo, porque su seguridad no depende de él, sino de Dios quien le conserva salvo.
Es tan cierto que los que reciben, o reconocen a Jesús por Salvador, son eternamente salvos, que leemos: “Mis ovejas oyen mi voz... y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:27, 28).
El que habla es el mismo Salvador, Cristo Jesús.
Sus “ovejas” son todos aquellos que le recibieron por Salvador. La vida, es “eterna”. Él no se refiere a la vida física ni temporal, sino a la vida eterna que Él da a todos aquellos que depositan su fe en Él.
El apóstol Juan, dirigiéndose a aquellos que habían creído en Cristo, les dice “Amados, ahora somos hijos de Dios...” (1 Juan 3:2a). Y luego agrega: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna...” (1 Juan 5:12, 13).
¿QUÉ OCURRE SI SIENDO CRISTIANO COMETO UN PECADO?
¡Es tan fácil cometer pecados! Pero muchas personas creen que cuando uno llega a ser cristiano ya no peca. Este es un gravísimo error. Lamentablemente solemos pecar. Ya sea con el pensamiento, la actitud, alguna palabra ofensiva o algún acto inmoral o malintencionado. Inclusive un cristiano suele pecar sin darse cuenta de ello.
El gran apóstol Pablo se detuvo ante este cuadro y escribió estas palabras: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro...” (Romanos 7:15, 17-20, 24, 25).
Lo que Pablo dice aquí, es que con frecuencia somos frustrados cuando anhelamos hacer lo mejor. Salimos haciendo lo peor. Esto ocurre muy especialmente cuando dudamos de nuestra salvación, del poder del Señor Jesús, del verdadero alcance de nuestra salvación. Así ocurría con Pablo, hasta que él descubrió que la libertad del pecado comenzaría en su vida en el momento cuando él estuviera dispuesto a reconocer que Jesucristo le conservaba salvo y lo preservaría tal hasta el día final.
Pero... ¿Qué hacer, entonces, cuando uno peca?
La Biblia nos dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 1:8-2:1).
Si usted llega a pecar, todo lo que tiene que hacer es acudir por la fe a Jesucristo arrepentido de sus pecados, confesándole dichos pecados y suplicando su perdón, pero nunca dude del perdón recibido. La Biblia dice: “...y la sangre de Jesucristo... nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7b).
¿QUIÉN ME AYUDARÁ EN LA VIDA CRISTIANA?
Usted tiene una triple ayuda:
1. EL ESPÍRITU SANTO
Dios, que reconoce nuestras limitaciones, sabe que no es posible vivir la vida cristiana en un cuerpo pecaminoso y en medio de tanta maldad. Por eso Él ofrece, no sólo la salvación, sino el Espíritu Santo para toda persona que recibe a Jesucristo por Salvador.
Su deber y responsabilidad es recibir a Jesucristo, reconocerle como su Salvador personal. El Espíritu Santo es una dádiva de Dios que Él (Dios) se lo dará cuando usted humilde y sinceramente se rinda a Cristo. Por eso la Biblia dice: “En él (es decir en Cristo) también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios: 1:13, 14).
Recuerde que usted no tiene que pedir al Espíritu Santo para que entre en su ser, porque éste (el Espíritu Santo) es de hecho una “promesa” de Dios, y Él se lo da, en cumplimiento de Su promesa, cuando usted llena dos sencillos requisitos:
1) Oye la Palabra de Dios, es decir, oye o lee las buenas nuevas de salvación (Evangelio), y
2) Cuando habiendo oído, cree en Cristo como su Salvador Todosufieciente, automáticamente usted recibe el Espíritu Santo. Usted tiene que reconocer esta verdad por la fe. Nunca busque experiencias para “probar” que el Espíritu Santo está en usted. La prueba más segura es la promesa de Dios. No dude de lo que Dios asegura que es ya un hecho en usted. Por eso dice en otro lugar que el cuerpo del cristiano es el templo del Espíritu Santo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19).
En realidad, cuando un pecador oye la Palabra de Dios y deposita su fe en todo lo que Dios le dice a través de Su palabra, en ese instante ese pecador, hombre o mujer, recibe el regalo del Espíritu Santo. Pablo escribía a los Gálatas: “Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gálatas 3:2). Nunca hay que tratar de pagar ni hacerse merecedor de aquello que Dios ofrece gratuitamente en cumplimiento de Su promesa.
2. LA PALABRA DE DIOS
La otra gran ayuda que usted recibirá para enriquecer su vida nueva, es la Palabra de Dios.
La Biblia es la Palabra de Dios, y si usted no tuviera el Espíritu Santo de parte de Dios, difícilmente podría entender la Biblia.
Pero el Espíritu Santo, que es el mismo autor de la Biblia, le ayudará a entender la Palabra de Dios. En ella usted encontrará dirección, sabiduría, luz, consuelo, esperanza, paz y fortaleza. Jesús dijo: “...¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios?... así que vosotros mucho erráis” (Marcos 12:24, 27b).
Por eso el mismo Jesús aconseja: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). De manera que tanto el Espíritu Santo, como la Biblia, la Palabra de Dios, le ayudarán a permanecer en la fe y ser un cristiano de buen testimonio.
3. LA COMUNIÓN DE LOS HERMANOS
Finalmente, la tercera gran ayuda que Dios ofrece a cada hombre y mujer que aceptan a Cristo, es la comunión de sus hermanos en la fe. Usted ahora tiene muchísimos hermanos y hermanas en la fe, aunque toda su familia se le oponga.
Jesús dijo: “...De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras...” (Marcos 10:29, 30).
Cuando uno se entrega a Cristo, encuentra a muchos hermanos en la fe, algunos de ellos son jovencitos, podrían ser hijos, otros son ancianos, podrían ser padres o abuelos, otros son mas o menos de la misma edad, podrían ser hermanas y hermanos.
Por supuesto que para hacer uso de toda esta triple ayuda, es necesario que uno reconozca al Espíritu Santo morando en su ser, y se conduzca de tal manera que el Espíritu no sea ofendido. Al mismo tiempo debe amar y leer diariamente la Biblia, la Palabra de Dios. Finalmente, no debe abandonar su Iglesia, sino que debe concurrir a los servicios regularmente, debe cooperar con la causa del Señor a través de la agencia por Él establecida, SU IGLESIA.
Ya en los días de la iglesia primitiva, hubo una tendencia de abandonar a los hermanos, a no concurrir a las actividades de la Iglesia a no participar de los cultos. Por eso la Biblia dice: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza... y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:23-25).
En realidad, el compañerismo cristiano entre los hijos de Dios, debe ser tan estrecho que represente el comienzo de una comunión eterna. Cuanto más cerca de Dios viva el cristiano, tanto más cerca de sus hermanos querrá estar.
Ha llegado el momento para que usted haga su decisión por Cristo. Si de veras quiere aceptarle ahora como tal, como Salvador personal, yo quisiera ayudarle en una sencilla oración, la cual le suplico la haga suya.
Diríjase con toda confianza al Señor en estas palabras: «Dios mío, en el nombre de Cristo Jesús yo vengo a ti, y te ruego que me des tu salvación. Perdona todos mis pecados, yo te abro mi ser, oh Señor, yo te pido que entres en mi vida. Te entrego mi alma, y te pido que me ayudes a seguirte fielmente. Gracias te doy Señor, gracias por el perdón que me otorgaste y por mi Salvación. Gracias por la nueva vida, gracias por conocerte. En el nombre de Cristo Jesús. Amén».