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La veracidad e inspiración de la Biblia

  • Fecha de publicación: Miércoles, 09 Enero 2008, 21:08 horas

El asalto a la Palabra de Dios comenzó en el huerto del Edén y se concentró en el primer mandamiento que Dios le diera a Adán.  La agresión fue instigada por el diablo quien comenzó a dictar su primer seminario, al plantear una pregunta.  Tristemente Eva fue una ingenua y se dejó engañar cándidamente. 

Considere las maneras cómo el diablo y Eva alteraron la Palabra de Dios:

•   La Palabra de Dios fue cuestionada cuando Satanás dijo: “...¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Gn. 3:1b).
•   Se le añadió a La Palabra de Dios, ya que “...la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, NI LE TOCARÉIS, para que no muráis” (Gn. 3:2, 3).  Pero Dios no había dicho eso, porque sus palabras exactas fueron: “...De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16b, 17).  Ella le añadió “ni le tocaréis”.
•   La Palabra de Dios fue negada y blasfemada porque “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:4, 5).
•   La Palabra de Dios fue ignorada, porque pasando por alto la advertencia de Dios, “...vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Gn. 3:6).

Desde ese día hasta el actual, la Palabra de Dios ha estado bajo ataque.  Pasar por alto esto, es ignorar la realidad del diablo y su odio contra ella.  Es ignorar la batalla espiritual que se libra en el entero universo.  No obstante, uno de los grandes milagros de todos los tiempos es la preservación de las Sagradas Escrituras, a pesar de los crueles y continuos ataques de sus enemigos.

Algunos de los asaltos más fieros de Satanás contra la Palabra de Dios, han sido contra sus cinco primeros libros.  Y tiene sentido, porque si la historia e inspiración del Pentateuco, los libros que escribiera Moisés, son cuestionables, entonces el resto de la Biblia cae automáticamente en descrédito.  Los modernistas del siglo XIX atacaron la autoría de Moisés, y declararon que los cinco primeros libros de la Biblia fueron redactados más tarde en la historia de Israel a partir de una variedad de material, cuya autoría era desconocida.

Los modernistas afirmaban que Moisés escribió parte del Pentateuco, pero no tal como lo encontramos en nuestra Biblia hoy.  Enseñaban que el Génesis y el resto del Pentateuco fue recopilado de varios documentos.  Son muy variados los nombres que se le han dado a esta teoría, pero no existe una sola.  La variedad es casi infinita, aunque todas tienen una cosa en común: niegan que Moisés escribió el Pentateuco y niegan que el Pentateuco tal como está en nuestra Biblia, es una historia verdadera.

Note por ejemplo lo que dice en las páginas 11 y 12 de un comentario escrito por Charles F. Kraft titulado Génesis: el principio del drama bíblico, publicado por la Iglesia Metodista de Nueva York: «Es claro entonces, que el libro de Génesis es una combinación notable de folklore antiguo, tradición, costumbre y mito.

¿Acaso no es la asombrosa historia del casamiento de los ‘hijos de Dios’ y de las ‘hijas de los hombres’, folklore antiguo para explicar los orígenes de los gigantes, de los ‘Nefilim’, sobre la tierra en tiempos prehistóricos...?»
Agregando luego en la página 44: «El leer como si se tratara de historia, estas antiguas narrativas, como si fuera realmente verdad que la raza humana entera vino de un progenitor común, es realmente errar su profunda significación».

Kraft, al igual que todos los modernistas, cree que el libro de Génesis es una mezcla de historia, mito, religión y cuentos de hadas.  Pero no es así, porque tanto el Señor Jesucristo como los apóstoles citaron porciones del libro de Génesis como la Escritura autorizada e histórica.  Cuestionar la inspiración infalible de este libro, es rebajar toda la Escritura, ya que el resto de la Biblia descansa sobre este fundamento. El Génesis fue aceptado incuestionablemente como parte del canon inspirado de la Escritura por el Señor Jesucristo y sus apóstoles.

•   Leemos que Hebreos 4:4, cita a Génesis 2:2: “Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día”.
•   Gálatas 3:16, asimismo cita Génesis 21:10 como la Palabra de Dios: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente.  No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo”.
•   En Gálatas 4:30 se menciona como texto inspirado a Génesis 21:10: “Mas ¿qué dice la Escritura?  Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre”.
•   Igualmente Romanos 4:3 alude a Génesis 15:6: “Porque ¿qué dice la Escritura?  Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia”.

Considere también, que personas y eventos de Génesis son citados autoritativamente en el Nuevo Testamento.  No hay un sólo lugar allí que siquiera insinúe que el libro de Génesis no es la palabra infalible de Dios.  En el Nuevo Testamento hay literalmente cientos de alusiones a diversos personajes y acontecimientos narrados en Génesis, tales como: la creación, Adán y Eva, Abel, Enoc, Noé y el diluvio, Abraham (a quien se le menciona 74 veces), Agar e Ismael, Isaac (20 veces), Sara, Melquisedec, Lot y Sodoma y Gomorra, la esposa de Lot, Jacob (26 veces), José, Faraón y muchos otros.

Las profecías cumplidas

     Otras de las pruebas infalibles de la veracidad e infalibilidad de la Biblia son sus profecías cumplidas.  Por ejemplo, las profecías concernientes a la venida del Mesías son más numerosas y detalladas que esas pertinentes a Israel.  Incluso los críticos más anticristianos, quienes niegan categóricamente que Jesús de Nazaret es el salvador del mundo, admiten que muchas profecías mesiánicas específicas tuvieron cumplimiento en su vida y crucifixión.  En un intento por explicar el significado de ese hecho se han inventado varias teorías extravagantes.

Algunos de los que más propagaron en el pasado que el Señor no murió, sino que sufrió una especie de ataque cataléptico que simuló su muerte y luego fue bajado de la cruz emigrando a Europa, fueron los rosacruces.

Ahora en tiempos modernos, se han escrito libros y se han hecho películas sobre este tema, tal como La conspiración en la Pascua, que no tuvo mucho éxito.  Sin embargo, lo que más ha estimulado esta creencia últimamente, fue el libro y película El código Da Vinci, el descubrimiento del evangelio falsificado de Judas, y luego el supuesto hallazgo de la tumba del Señor Jesucristo, con el subsecuente documental presentado por el canal de televisión Discovery.

La tesis de todas estas personas es que el Señor Jesucristo, conociendo algunas de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, conspiró con Judas para hacer que se cumplieran, a fin de hacer creer que era el Mesías prometido.

Obviamente habría sido ridículo que el Señor se hubiera hecho crucificar a fin de convencer a un pequeño grupo de seguidores humildes y sin educación de que era el Cristo.  De hecho, ni sus discípulos ni ningún otro judío, incluyendo a Juan el Bautista, podían entender y mucho menos creer que el Mesías iba a ser crucificado.  Como su muerte más bien parecía probar en apariencia que no era el Mesías, por lo tanto el cumplir las profecías concernientes a su crucifixión al pie de la letra, tal como lo hizo, no habría sido la forma de ganar un seguidor.  La muerte de Cristo en cumplimiento a las Escrituras fue a fin de pagar el castigo por nuestros pecados.

Los judíos evitaban las profecías concernientes a su muerte por considerarlas como misterios impenetrables, ya que parecían estar en total oposición con esas otras que declaraban plenamente que el Mesías ascendería al trono de David y gobernaría un reino magnífico.  Y dicen algunas de estas profecías sobre la muerte del Mesías:

•   “Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies.  Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan.  Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Sal. 22:16-18).
•   “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.  Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.  Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.  Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará?  Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido.  Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.  Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento.  Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada...  Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores” (Is. 53:5-10, 12).
•   “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito” (Zac. 12:10).

¿Cómo podía el Mesías establecer un reino y una paz que nunca acabaría y al mismo tiempo ser rechazado y crucificado por su propio pueblo?  Ya que la profecía decía: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre.  El celo de Jehová de los ejércitos hará esto” (Is. 9:7).  Parecía imposible que ambas cosas pudieran ser realidad, así que los intérpretes judíos simplemente ignoraron lo que aparentaba no tener sentido para ellos.

El que los judíos hubieran crucificado a Jesús, fue la prueba triunfante final para los rabinos de que Jesús de Nazaret no podía ser el Mesías.  El profetizado reino mesiánico no había sido establecido, tampoco Él había traído paz a Israel al librarlos de sus enemigos; por lo tanto, en el mejor de los casos, sólo podía haber sido un impostor bien intencionado, y en el peor, un fraude deliberado.  Así permanece el argumento de la mayoría de los judíos hoy.

Sin embargo, había una forma de reconciliar la contradicción aparente, y era que el Mesías tenía que venir dos veces, la primera para morir por los pecados del hombre y la segunda para reinar sobre el trono de David.  No obstante, cuando los judíos explicaron ese hecho, nadie podía entenderlo.  Se necesitaba su resurrección para abrir los ojos cegados.
Sí, tal vez sea cierto que había unas pocas profecías que se podían manipular y simular que se habían cumplido.  Sin embargo, la mayoría estaban más allá del control de cualquier simple hombre, como por ejemplo estas:

•   El nacer en Belén y de la simiente de David, eran requerimientos principales para el Mesías: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel...” (Mi. 5:2a).
•   El tiempo de su nacimiento tal como fuera anticipado, era obviamente algo más allá de la influencia de cualquier mortal ordinario, ya que tenía que ocurrir antes que el cetro se apartara de Judá, tal como anticipara Génesis 49:10a: “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies...”
•   Debía nacer mientras permaneciera el templo, ya que la profecía decía: “...y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis...” (Mal. 3:1).
•   Cuando los registros genealógicos estuvieran todavía disponibles para demostrar su linaje como descendiente de David, “y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino” (2 S. 7:12).
•   Antes que el templo y Jerusalén fueran destruidos “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario...” (Dn. 9:26).
•   Había una estrecha ventana de tiempo durante la cual el Mesías tenía que venir, y así lo hizo.  Tal como el apóstol Pablo, un ex rabino lo pusiera tan elocuentemente: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer (es decir, un nacimiento virginal) y nacido bajo la ley” (Gá. 4:4).

Es muy tarde ya para que el Mesías haga su primera aparición. Sólo puede ser una segunda venida, tal como declara la Biblia.  A pesar de todo, los judíos todavía esperan la primera aparición de uno a quien ellos imaginan es su Mesías, pero quien de hecho es el anticristo.

El cetro se apartó de Judá aproximadamente en el año 7 de la era cristiana, cuando los rabinos perdieron el derecho a exigir la pena de muerte.  Este derecho era crucial para la práctica de su religión, porque la muerte era el castigo para ciertas ofensas religiosas.  Cuando Pilato les dijo a los rabinos que no deseaba tener nada que ver con Jesús y que lo juzgaran ellos mismos, replicaron: “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie” (Jn. 18:31).

•   El Mesías tenía que nacer antes que se perdiera ese poder y tenía que dársele muerte después de eso, porque no podía morir apedreado, que era el método de ejecución de los judíos, sino por la crucifixión romana.  Asombrosamente, su crucifixión fue profetizada así por el rey David, siglos antes que ese medio de ejecución fuera incluso conocido: “...horadaron mis manos y mis pies” (Sal. 22:16).
•   Obviamente, también el Mesías tenía que nacer mientras los registros genealógicos existieran, o no habría prueba de que él era de la descendencia de David.  Esos registros se perdieron con la destrucción de Jerusalén y el templo en el año 70 de la era cristiana, un evento que tanto Daniel como Jesús profetizaron: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones” (Dn. 9:26).  “Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto?  De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Mt. 24:2).

Desde entonces, era ya demasiado tarde para que el Mesías viniera, aunque la mayoría de judíos todavía esperan su primer advenimiento.  Los cristianos, por otra parte, aguardamos su segunda venida, la cual también fue anticipada por los profetas hebreos.

Cumplimientos asombrosos

•   Si Jesús hubiera conspirado para cumplir las profecías, habría tenido que sobornar a Pilato para que condenara a los dos ladrones que iban a ser crucificados con él en cumplimiento de Isaías 53:9: “Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca”.
•   También habría tenido que sobornar por adelantado a los soldados que prestaron sus servicios ese día, para que repartieran sus vestidos entre ellos y echaran suertes sobre su ropa: “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Sal. 22:18).
•   Para que le dieran vinagre mezclado con hiel: “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre” (Sal. 69:21).
•   Para que le traspasaran su costado con una lanza: “…a mí, a quien traspasaron…” (Zac. 12:10).
•   Para que no le rompieran las piernas como era la costumbre, lo cual no podía hacérsele al Mesías como anticipó Éxodo 12:46: “…ni quebraréis hueso suyo” y Salmos 34:20 “Él guarda todos sus huesos; ni uno de ellos será quebrantado”.
•   Pero... ¿Eran también los rabinos parte de la conspiración?  ¿Fue por eso que le pagaron a Judas exactamente “treinta piezas de plata” para traicionarlo tal como fuera profetizado por Zacarías: “Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata” (Zac. 11:12).
•   Luego usaron el dinero para comprar “el campo del alfarero”para enterrar extranjeros cuando Judas se lo arrojó a sus pies en el templo, tal como profetizara nuevamente Zacarías: “Y me dijo Jehová: Échalo al tesoro; ¡hermoso precio con que me han apreciado!  Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché en la casa de Jehová al tesoro” (Zac. 11:13).
•   ¿Sería también por eso mismo que le crucificaron precisamente cuando los corderos pascuales estaban siendo sacrificados por todo Israel, en cumplimiento de Éxodo 12:6?: “Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes”.  Este escenario de la “conspiración” se torna cada vez más ridículo entre más uno lo examina.
•   ¿En dónde obtuvo Jesús el dinero para pagarle a la multitud que se alineó en las calles de Jerusalén y le aclamó como Mesías cuando entró cabalgando sobre un pollino (la última bestia que uno podría esperar que escogiera un rey triunfante), pero precisamente como fuera profetizado por Zacarías?: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgado sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zac. 9:9).
•   Todo ocurrió el 10 de Nisán, el 6 de abril del año 30 de la era cristiana, el mismo día que los profetas habían declarado que ocurriría este asombroso acontecimiento, 483 años hasta ese día, cuando se cumplieron las 69 semanas de años profetizadas en Daniel 9:25: “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos”.
•   Luego que Nehemías, en el año 20 del rey Artajerjes Longimano, quien gobernara entre los años 465 al 425 A.C., recibiera el primero de Nisán del año 445 A.C., autoridad para reconstruir a Jerusalén: “Sucedió en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes” (Neh. 2:1).  No hay forma de explicar el que Jesús cumpliera estas y muchas otras profecías mesiánicas en el detalle más mínimo.

El cuerpo perdido, la tumba vacía

     Además, si Jesús hubiera “conspirado” exitosamente para que le crucificaran en la fecha y tiempo precisos que fuera profetizado, a pesar de la determinación de los rabinos de hacer lo contrario, ya que dijeron: “No durante la fiesta, para que no se haga alboroto en el pueblo” (Mt. 26:5), Jesús todavía tenía que resucitar de la muerte.

Ninguna “conspiración”, no importa cuántos conspiradores hubieran podido estar involucrados, ¡habrían podido lograr eso!  Una “resurrección” simulada no habría sido base suficiente para que sus seguidores iniciaran el cristianismo.  ¡Ellos tuvieron la motivación y el valor para proclamar su evangelio, a pesar de la persecución y el martirio, porque vieron y hablaron con el Señor resucitado!

Los soldados romanos no se durmieron cuando cumplían sus obligaciones.  Si hubieran hecho eso mientras los discípulos robaban el cuerpo, habrían sido crucificados el siguiente día; de la misma manera los discípulos, por su crimen al romper el sello romano sobre la tumba.  Y si los discípulos hubieran robado el cuerpo y de alguna forma se las hubieran ingeniado para mantenerlo escondido ¿por qué iban a morir por una mentira?  Sin embargo, todos con excepción de Juan, murieron como mártires, declarando hasta el mismo fin que eran testigos del hecho que Jesús había resucitado de los muertos.  Ninguno de ellos trató de salvar su vida a cambio de revelar en dónde había sido escondido el cuerpo.  Simplemente no hay forma de explicar la innegable tumba vacía, excepto por la resurrección.

Ni el hinduismo, budismo, islamismo o cualquiera otra de las religiones del mundo, insinúa siquiera que su fundador todavía está vivo.  Para el cristianismo, la resurrección es el propio corazón de su evangelio.  Si Cristo no resucitó de entre los muertos, entonces la entera cosa es un fraude.  Tampoco dijo Jesús a sus discípulos que fueran lejos, a Siberia o África del Sur, a predicar su resurrección, donde nadie podía poner en tela de juicio ese reclamo.  Les dijo que comenzaran en Jerusalén, en donde, si Él no hubiera resucitado de entre los muertos, un corto recorrido a su tumba que estaba fuera de los muros de la ciudad, podía probar que todavía estaba allí muerto.  ¡Cómo les habría gustado a los rabinos y gobernantes romanos desacreditar el cristianismo antes que pudiera ganar impulso!  La forma más segura habría sido poner el cadáver de Jesús en exhibición, pero no podían hacerlo.  ¡La tumba custodiada tan estrechamente estaba súbitamente vacía!

Saulo de Tarso

     Las pruebas para la resurrección del Señor Jesucristo son numerosas e irrefutables.  Habiéndome referido a ellas en otros artículos, sólo mencionaré una (una prueba que a menudo se pasa por alto): Que la única explicación para el hecho que Saulo de Tarso, el enemigo principal del cristianismo, se convirtiera en su apóstol más importante, fue que el Señor verdaderamente resucitó: “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.  Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?  Él dijo: ¿Quién eres, Señor?  Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.  Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?  Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.  Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie.  Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió” (Hch. 9:1-9).

Saulo, un popular rabino joven, estaba en su camino hacia grandes honores, por su papel de líder al perseguir a esta “secta aberrante” con arrestos, prisiones y martirio.  Pero entonces de súbito, él mismo se convirtió en uno de los despreciados y perseguidos cristianos y por esto fue arrestado repetidamente, azotado y hecho prisionero.  En una ocasión fue incluso apedreado y dejado por muerto.  Finalmente fue decapitado.  Este cambio sorprendente no habría tenido sentido.

¿Por qué cambiar voluntariamente la popularidad por el sufrimiento y el martirio final?  Pablo explicó que se había encontrado con el Cristo resucitado, y que Ese que había muerto por los pecados del mundo estaba vivo y se le había revelado a él.  Sin embargo, eso no era suficiente en sí mismo para demostrar que Cristo verdaderamente estaba vivo.  Algo más se necesitaba.

Nadie podía dudar de la sinceridad de Pablo.  Eso fue demostrado por su buena voluntad para sufrir e incluso para morir por Cristo.  Sin embargo, la creencia sincera de que el Señor estaba vivo, no era prueba suficiente.  Era posible que Pablo hubiera alucinado e imaginado simplemente que Cristo se le había aparecido, le había hablado y estaba verdaderamente vivo.

Los gobernadores romanos Félix y Festo, al igual que el rey Agripa, escucharon el relato de Pablo de su encuentro sobrenatural y quedaron convencidos de que estaba sinceramente engañado.  Sin embargo, esa explicación no se ajustaba a los hechos.  La familiaridad súbita de Pablo con las enseñanzas de Cristo proveía pruebas de la resurrección que no podían ser explicadas por ningún otro medio.

Pablo, quien no había conocido a Jesús antes de ser crucificado, se convirtió de súbito en la principal autoridad de lo que Él le había enseñado privadamente a su círculo más íntimo de discípulos.  ¡Pablo tuvo que haberlo conocido!  Los apóstoles, quienes habían sido instruidos personalmente por el Señor por varios años, tenían que reconocer que Pablo, quien fuera su enemigo en un tiempo, sin consultar a ninguno de ellos, sabía todo lo que Cristo les había enseñado, y que verdaderamente poseía incluso una penetración más profunda que la de ellos.

Cuando Pablo reprendió a Pedro por desviarse del camino, el último se sometió a la corrección: “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar.  Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión.  Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.  Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?” (Gá. 2:11-14).

“Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado...” (1 Co. 11:23), fue así la forma cómo Pablo comenzó a explicarle a la iglesia de Corinto lo que había ocurrido en la última cena y lo que Cristo resucitado había enseñado a sus discípulos en esa ocasión, exactamente como él aseguró: “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gá. 1:11, 12).

Sin consultar a ninguno de esos que habían sido discípulos de Cristo durante su ministerio terrenal, Pablo se convirtió en la autoridad principal sobre doctrina cristiana y escribió la mayoría de las epístolas del Nuevo Testamento.  No hay ninguna otra explicación aparte de que Cristo hubiera resucitado verdaderamente y hubiera instruido a Pablo personalmente: “...no consulté en seguida con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo; sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco” (Gá. 1:16, 17).

Razón para confiar

     El cumplimiento de las profecías mencionadas anteriormente al igual que veintenas de otras en la vida, muerte y resurrección de Cristo, prueban más allá de cualquier posible duda que él es el Mesías de Israel, el salvador del mundo.  Nadie puede examinar los hechos y permanecer como un incrédulo honesto.  Esos que rehúsan creer ante tan abrumadora evidencia, no tienen excusa.

Todo lo que hemos analizado hasta ahora establece la validez de la profecía bíblica y la veracidad de su infalibilidad.  Habiendo visto que todo lo que la Biblia profetizó concerniente a eventos pasados se cumplió con el cien por ciento de exactitud, tenemos razones válidas para creer que lo que nos dice concerniente al futuro se cumplirá asimismo.

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