Menu

Escuche Radio América

Doctrinas Bíblicas que no son negociables

  • Fecha de publicación: Jueves, 10 Abril 2008, 18:01 horas

En estos días de tanta “globalización”, cada día se hace más popular la idea de que también se debe “globalizar” la religión. Que hay que fusionar la religión cristiana con todas las demás. Hay hermanos, especialmente los nuevos en la fe, los que nunca han tenido desarrollo Escritural y espiritual, quienes se preguntan: “¿Por qué algunos líderes cristianos se oponen a que nos unamos?

¿Por que permiten que estemos tan divididos?”. La respuesta es muy sencilla: En primer lugar, porque los cristianos verdaderos ya estamos unidos. En segundo lugar, porque la mayoría de quienes abogan por la unidad, no son siquiera cristianos, y en tercer lugar, porque la Biblia dice justamente los contrario, afirma categóricamente que debemos “salir de en medio de ellos”.

¡Cuántas veces no hemos escuchado decir a los cristianos ecuménicos

“Que no debemos permitir que las doctrinas nos dividan”! Pero...

  • ¿Es bíblico sacrificar las doctrinas bíblicas para cultivar la unidad?
  • ¿Está bien pasar por alto lo que dice la Biblia, con tal de no contradecir a otros cristianos?
  • ¿Dice algo la Biblia a este respecto?

El Señor Jesucristo dijo:

  • “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:7-9).
  • “Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió” (Juan 7:16).

Algunos, por buscar la unidad, ceden en la cuestión doctrinas, sin darse cuenta que ni siquiera el propio Señor Jesucristo se atrevió a cambiar en lo más mínimo sus enseñanzas, porque las mismas provienen de Dios. La Escritura declara:

  • “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles” (Hechos 2:42a).
  • “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:14).
  • “Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra” (2 Tesalonicenses 2:15).
  • “Como te rogué que te quedases en Efeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina, ni presten atención a fábulas y genealogías interminables...” (1 Timoteo 1:3,4a).
  • “Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido” (1 Timoteo 4:6).
  • “Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia” (2 Timoteo 3:10).
  • “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (Tito 2:1).
  • “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas...” (Hebreos 13:9a).
  • “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo” (2 Juan 9).
  • “Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! Participa en sus malas obras” (2 Juan 10,11).

Son incontables las falsas doctrinas que podría enumerar, y que muchos llamados evangélicos enseñan, sin embargo ese no es el tema que nos ocupa ahora, por el momento sólo me limitaré a mencionar esas DOCTRINAS BÍBLICAS QUE NO SON NEGOCIABLES. Hay que saber distinguir, porque ciertamente hay algunas cosas que no son doctrinas fundamentales en las cuales uno puede ceder, si ello es de beneficio para la buena marcha de la iglesia. Como por ejemplo:

  • ¿Es el Anticristo una persona o se trata más bien un sistema político?
  • Si admitimos que el Anticristo se trata de una persona, ¿será judío o gentil?
  • En la resurrección de los redimidos, ¿resucitarán también todos los justos del Antiguo Testamento?
  • La Cena del Señor, ¿debe celebrarse todos los domingos, una vez por mes, o cada seis meses?
  • ¿Está bien que la iglesia tenga un pastor como responsable de la dirección de la iglesia, o debe haber varios de ellos con iguales responsabilidades?
  • ¿A qué edad los chicos están en condiciones de entender el Evangelio?

Todas estas cuestiones tienen su importancia, pero es posible establecer cierto acuerdo a fin de trabajar en armonía, porque NO son DOCTRINAS FUNDAMENTALES. A continuación vamos a enumerar varias de esas doctrinas fundamentales que no son negociables.
La Persona de Cristo
¿Cuánto sabe usted sobre Cristo Jesús? A muchos les gusta el Jesús de Navidad. El bebé recién nacido en brazos de María, quien ciertamente no puede valerse por sí mismo. Ahora, es cierto que en un momento de la eternidad sin principio, Él entró en el tiempo y espacio como un bebé, pero... ¿quién es realmente Jesús?

1. Jesús es Dios

La Biblia presenta a DIOS como Unitrino. Nuestro Señor Jesucristo es la segunda persona en esta Trinidad. La Biblia declara que Jesús es Dios. A continuación vamos a resumir brevemente todo lo que se dice de Cristo en cuanto a su Deidad, porque si somos cristianos, debemos saber que la doctrina de su DEIDAD, NO ES NEGOCIABLE.

  • “Dijeron todos: ¿Luego eres tú el Hijo de Dios? Y él les dijo: Vosotros decís que lo soy” (Lucas 22:70).
  • “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30).
  • “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10:37,38).
  • “Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió” (Juan 12:44,45).
  • “Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:9,10).
  • Juan en el capítulo 1 de su Evangelio dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho... Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1,3,14).
  • Pablo escribe a Timoteo y le dice: “Que por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Timoteo 4:10).
  • “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (Juan 5:22,23).
  • “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20).
  • “Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo; cetro de equidad es el cetro de tu reino” (Hebreos 1:8).
  • Pablo, hablando del pueblo hebreo, declara: “... Y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén” (Romanos 9:5b).
  • El propio Señor Jesucristo afirmó ser Dios: “Por esto los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Juan 5:18).
  • “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30).
  • “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10:37,38).
  • Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió” (Juan 12:44,45).
  • “Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:9,10).
  • El profeta Isaías le atribuye títulos que le corresponde exclusivamente a Dios: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6).
  • El Señor Jesucristo le dijo a los judíos: “Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó. Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:56-58). Aquí, incluso, se atribuye el nombre “YO SOY”, el mismo con que Jehová Dios se dio conocer a Moisés: “Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros” (Éxodo 3:14).
  • Pablo le dice a Timoteo que nuestro Salvador es el “... Dios viviente, que es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Timoteo 4:10). Esto significa que cuando se niega la Deidad de Cristo, se niega a Dios mismo. Nadie puede decir que cree en Dios si niega la Deidad de Cristo.
  • Hablando de Jesús, Juan dice: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20).
  • El autor a los Hebreos, refiriéndose a Cristo, dice: “Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo...” (Hebreos 1:8).

Es probable que no entendamos todo cuanto tiene que ver con la Deidad de Cristo, pero el hecho de no entenderlo, debe hacer que nos postremos en adoración ante nuestro Dios, de quien sabemos, únicamente aquello que necesitamos para ser salvos. La doble naturaleza de nuestro Salvador, la divina y la humana, es sin lugar a dudas algo que debemos aceptar por fe, tal como la Biblia lo presenta. Esta doctrina no puede ser cuestionada. Jamás debemos hacer causa común con quien dice ser cristiano, pero no acepta esta doctrina. Quien lo hace niega que Cristo es Dios mismo y que es todo cuanto la Biblia dice de Él.

2. La Biblia dice que Jesús es Creador

  • “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten” (Colosenses 1:16,17).
  • El autor de la Epístola a los Hebreos, hablando de nuestro Salvador dice: “Y: Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura” (Hebreos 1:10,11).
  • Juan dijo de Jesús, “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3).
  • También dijo el apóstol Pablo: “Para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Corintios 8:6)
  • “En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Hebreos 1:2).

No se preocupe si no tiene las palabras teológicas adecuadas para expresar esta profunda doctrina en cuanto a la persona de Cristo. Nuestro deber es creer lo que enseña la Palabra de Dios.

3. Dios es Triuno

Cuando algunos discuten por qué en la Biblia no aparece la palabra Trinidad cuando se habla de Dios, prefiero evitar tales discusiones para no caer en la trampa de ser irreverente para con Dios. Así como tenemos tanta base bíblica sobre la Deidad de Cristo, la Escritura también declara de manera contundente que Dios es Triuno. No dudamos de Dios el Padre. Ya vimos que nuestro Señor Jesucristo es Dios. Pero... ¿Qué en cuanto al Espíritu Santo? ¿Es co-igual con Dios como el Padre y el Hijo, o no lo es? Para saberlo, permitamos una vez más que la Biblia hable de nuevo.

Algunos dicen que el Espíritu Santo es una especie de energía, como la corriente eléctrica, o como la energía solar. Otros que se trata de una fuerza que todos tenemos en nosotros y es sólo cuestión de descubrirla y usarla. Hay terceros que aseguran que se trata de un poder, que de ninguna manera es una persona. Pero... ¿Qué dice la ¿Biblia? “Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno” (1 Juan 5:7).

En muchas versiones de la Biblia ya no aparece este texto, porque se argumenta que no figuraba en los manuscritos más antiguos, y que simplemente fue agregado después. Sin embargo, resulta que este no es el único texto que fue extraído de la Biblia, sino que hay muchos más. Es muy extraño que por tantos siglos los cristianos no dudaran de la fidelidad de la Biblia, sino justamente ahora, en estos últimos años de gran apostasía y mundanalidad. Tal parece que resultamos ser la generación más inteligente de todas cuantas nos precedieron. Permítame aclarar que este no es el único texto que habla del Espíritu Santo como una Persona y no una energía o cosa parecida. La Escritura no sólo se refiere al Espíritu Santo como a una Persona, sino que lo coloca en el mismo pedestal de Dios el Padre y Dios el Hijo.

  • El Espíritu Santo fue enviado por Dios el Padre.Tendría la misión de recordarle a los discípulos todo lo que el Señor había dicho.“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26).
  • El Espíritu Santo se encargaría de guiar a toda verdad. Enseñaría a los apóstoles y a los que creyeran en Cristo. Diría todo lo que habría de venir y no hablaría por su propia cuenta: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16:13).

Ahora entendemos cómo fue que los escritores del Nuevo Testamento pudieron escribir, tanto los Evangelios, como los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas y el Apocalipsis, gracias al ministerio del Espíritu Santo, porque como Persona, el Espíritu Santo habla. ¿No es cierto acaso, que para desempeñar estas funciones, el Espíritu Santo debe ser una Persona tan real como lo son Dios el Padre y Dios el Hijo? Solamente una persona puede enseñar, recordar y haber sido enviada por Dios mismo, recibir órdenes y cumplirlas.

Todos sabemos que hay una gran diferencia entre la energía, la fuerza y una persona, y que sus respectivas funciones no se pueden comparar. Una persona tiene sentimientos, deseos, ama, se alegra, se entristece, ambiciona, planea, habla, ríe, llora, aprende, enseña, dirige y guía... ¿Puede hacer esto mismo la energía o la fuerza?

  • “Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro” (Hechos 8:29). Note que el Espíritu Santo sabía cuál era la condición del etíope, lo cual implica que es tan Omnisciente como Dios el Padre y Dios el Hijo. Fue así como le dijo a Felipe que fuera a ese carro y supliera la necesidad del etíope que buscaba satisfacer su sed espiritual.
  • “Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:2). Lo mismo ocurrió en la iglesia que estaba en Antioquia. Allí estaba presente Alguien a quien los hermanos no podían ver con sus ojos físicos - el Espíritu Santo. Llegado el momento, el Espíritu intervino, indicando por nombre a dos hermanos - Bernabé y Saulo, para que fuesen enviados como misioneros. ¿Acaso no dijo nuestro Señor que Él estaría presente doquiera que se congregaran los suyos en su nombre? “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).
  • El Espíritu Santo también es Creador. “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2).
  • Job dijo del Espíritu: “Su espíritu adornó los cielos; su mano creó la serpiente tortuosa. (Job 26:13).
  • También dijo el patriarca de sí mismo: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4).

Ciertamente siendo Dios Trino, mediante el Espíritu Santo nuestro Señor estuvo presente en la reunión en Antioquia, aunque había ascendido al cielo mucho antes, tal como leemos en Hechos 1:10,11: “Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:10,11).

Notamos que la Escritura nos dice que el Señor Jesucristo vendrá a la vista de los hombres, de la misma forma como ascendió. Esto todavía no ocurrió, pero estuvo presente con los suyos y sigue presente en medio de su Iglesia en esta generación. En la Gran Comisión dijo: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amen” (Mateo 28:20b).
También dice el texto sagrado: “Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado” (Hechos 10:19,20). Supongamos que el Espíritu Santo no fuera una persona, sino energía. De ser así podríamos leer en este pasaje: “Y mientras Pedro pensaba en esto, le dijo la energía: Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado”.

Pero esta no fue la única ocasión en que Pedro se vio confrontado por el Espíritu. Pasó algún tiempo después de su experiencia en casa del gentil Cornelio, cuando tuvo que explicarle el asunto a los hermanos en la Iglesia de Jerusalén. Oigamos lo que dijo Pedro allá en Jerusalén: “Y he aquí, luego llegaron tres hombres a la casa donde yo estaba, enviados a mí desde Cesarea. Y el Espíritu me dijo que fuese con ellos sin dudar...” (Hechos 11:11,12a) Pedro no declaró, “Y la energía me dijo... ”, porque la energía no dice nada, no habla, ni puede instruir a nadie.

Por su parte, el Espíritu como Persona, prohíbe y en ocasiones no permite realizar una labor determinada: “Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió” (Hechos 16:6,7). Los misioneros, en este caso, eran Pablo y Silas. Tenían sus planes, que incluían llevar la palabra a Asia, pero el Espíritu Santo se interpuso, prohibiéndoles seguir este itinerario. Luego intentaron ir a Bitinia, pero también aquí el Espíritu Santo volvió a prohibírselo.

Es obvio que el Espíritu Santo cumplía fielmente su misión - la de estar con los siervos del Señor y guiarlos en la obra misionera. Ellos en ningún momento dijeron, “Que una cierta... fuerza les impedía ir a tal o cual parte”. “Que tuvieron cierto presentimiento, precognición y por eso desistieron”. Tampoco declararon “Que un gobernante, procónsul o algunos hechiceros se lo prohibieron”. Sabían por seguro que era el Espíritu Santo, el mismo Señor, quien se los prohibía, o como en el caso de Pedro, cuando el Espíritu Santo lo animó para que no dudara en ir a la casa de Cornelio. Leemos en Romanos 8:14: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios”. Todo cuanto hemos visto sobre el Espíritu Santo, nos demuestra que se trata de una Persona, tan Persona como lo es Dios el Padre y Dios el Hijo.

  • El Espíritu Santo permanece para siempre (Juan 14:16).
  • Recuerda las Palabras de Cristo (Juan 14:26).
  • Testifica acerca de Cristo (15:26).
  • Convence al mundo de pecado (Juan 16:7,8).
  • Guía a toda verdad (Juan 16:13).
  • Está presente en la congregación de los creyentes (Hechos 13:1-3).
  • El Espíritu está en la Creación (Génesis 1:2).
  • El Espíritu Santo estuvo presente en el Bautismo del Señor (Juan 1:32).
  • El Espíritu, junto con la Iglesia, le dicen “Ven”, al Señor (Apocalipsis 22:17).

Los cristianos jamás debemos hacer causa común con quien niegue la Trinidad, no importa la razón. LA DOCTRINA DE LA TRINIDAD NO ES NEGOCIABLE.

4. La salvación por gracia

La doctrina de la salvación por gracia, sin obras, es muy importante. Probablemente es la doctrina más distorsionada entre los propios evangélicos. Con frecuencia escuchamos a predicadores con muy buenos mensajes sobre al amor de Dios, su gracia inmerecida y admirable. ¡Uno los escucha y casi quisiera saltar de gozo al oír de todo lo que Dios ha provisto para el pecador! Pero, segundos después, como remache a tan elocuente mensaje, le presentan al pecador algunos textos totalmente fuera de contexto para decirles... “Pero deben exhibir pruebas de que son salvos... Deben tener frutos, porque ‘por sus frutos los conoceréis’”.

¿Cómo puede un pecador entender semejante laberinto de palabras que a nada conducen, excepto a una completa confusión? ¡Seamos claros! Si somos salvos por la gracia Divina, entonces no hay obras que puedan ayudarnos en la salvación. Si se trata de obras para la salvación, aunque no sea más que para “probar esa salvación”, entonces no debemos mezclar la gracia Divina, porque de todos modos estaríamos tratando de demostrar nuestra salvación por medio de ciertos “frutos”.

Usted ya sabe que un texto fuera de contexto es puro pretexto. Es probable que en ninguna otra doctrina hay más pretexto “para probar que uno no es salvo”, que en esto de la gracia versus obras. Hay quienes dicen que la salvación es por la gracia Divina, pero que la prueba verdadera de que uno es salvo son las obras, porque la gracia debe ser justificada. Pero ¿Qué es la gracia Divina? Si lee un diccionario o un comentario bíblico, encontrará que explican ampliamente el término por su mismo significado.

El vocablo griego que se traduce como gracia Divina es “caris”, y quiere decir “un don otorgado por pura benevolencia”. La palabra “caris” expresa varias ideas distintas en la cultura griega, dependiendo del contexto en que se encuentre: Habla de la actitud de un hombre o un dios para inclinarse a actuar con benevolencia. También señala el favor mismo que esa actitud concede. Apunta hacia la belleza que se produce en el donante como consecuencia de ambas cosas. Se usa también para indicar la gratitud por el don recibido. En términos étnico-jurídicos, los griegos usaban la palabra para significar condonación de una deuda, o cuando se le perdona la vida a alguien. La palabra “caris” aparece 136 veces en el Nuevo Testamento, encontrándose 105 veces en las Epístolas de Pablo.

El Nuevo Diccionario Bíblico, dice en parte: “El apóstol usa el término para expresar el concepto de la acción decisiva que Dios realizó al buscar la salvación del hombre por medio de la encarnación y muerte de su Hijo. Este concepto lo contrapone al del intento humano de buscar la salvación por medio de las obras de la ley. Al hacer esto va poniendo uno frente a los otros, dos grupos de ideas: Por un lado - la gracia de Dios, el don, la justicia de Dios, la fe, la sobreabundancia, el evangelio, la elección. Por el otro, la ley, la idea de recompensa (para la salvación), el pecado, las obras, la justificación propia, la jactancia, la sabiduría carnal y cosas similares. El resultado final siempre apunta a enfatizar que la salvación es obra de Dios y que la iniciativa no puede surgir del hombre muerto en sus delitos y pecados”.

  • En la gracia las obras no cuentan para la salvación ni para continuar siendo salvo.
  • En la gracia la salvación comienza con Dios, continúa con Dios y termina con Dios.
  • En la gracia la salvación es una obra divina consumada.

Al ser salvo, lo es por la eternidad, porque la garantía de la salvación por la gracia Divina, descansa, no en la persona del salvo, sino en el Salvador del pecador. Cualquiera que cree que uno puede ser salvo hoy, pero mañana puede perder su salvación, tal persona en realidad no creen en la gracia salvadora, porque en tal caso la gracia estaría sujeta a la conducta del salvo. Las obras no tienen lugar alguno en lo que a salvación se refiere, pero sí tienen un amplio campo de acción en la conducta del ya salvo por la gracia. Las obras no garantizan ni prueban que uno es, o no es salvo. Solamente la gracia lo prueba todo.

En la Biblia encontramos muchas Escrituras que así lo declaran, dice por ejemplo Romanos 3:22-25: “... Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados”.

Pero... ¿Qué es propiciación? Es el acto mediante el cual se apacigua, se elimina la ira de Dios, o se obtiene su favor. Nuestro Señor Jesucristo hizo justamente esto. Apaciguó y hasta eliminó la ira de Dios, al ofrecerse para sufrir el castigo en nuestro lugar.

  • “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad...” Mas Dios puso al Señor Jesucristo “como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Romanos 1:18; 3:25).
  • “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo... En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 2:2; 4:10).

Nuestro Señor Jesucristo, mediante su sacrificio en la cruz, al derramar su sangre y dar su vida por nosotros, apaciguó la ira de Dios en nuestra contra. Esto hace que la gracia salvadora sea algo completamente divino y no humano. Nadie jamás será salvo por otro medio que no sea la gracia de Dios. ¡O acepta la gracia, o se pierde eternamente! Dios no acepta menos que una vida absolutamente perfecta sin pecado, sin mancha, completamente pura. “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2:6).

Pero... ¿Anda usted como Él anduvo? ¿Vive, como vivió el Señor Jesucristo sin cometer un solo pecado? ¿No ha vuelto a tener más un deseo que pudiera ser pecaminoso? ¿No ofende ya a nadie sin causa? ¿Es discípulo de nuestro Señor? Pero... ¿Cómo vivió el Señor su vida terrenal, todo el tiempo, desde que nació hasta su muerte? “El cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 Pedro 2:22-25).

  • Con su muerte el Señor satisfizo la justicia divina.
  • Con su sacrificio ocupó nuestro lugar.
  • Mediante su obra expiatoria nos hizo perfectos para siempre.
  • Por la entrega voluntaria de su vida el pecador es perdonado y salvo por la eternidad.
  • Fue acusado, condenado, juzgado y sufrió una muerte ignominiosa en lugar de cada uno de nosotros.
  • Con su sacrificio nos abrió la puerta de la salvación, mediante la fe en Él y en su obra eterna.

Por esta razón, cuando los impíos sean juzgados, no serán castigados por lo malo que hicieron y los muchos pecados que cometieron, sino por lo que hicieron con Cristo. De la misma manera seremos salvos, no por lo bien que nos conducimos, ni siquiera después de ser salvos, sino por la vida que el Señor Jesucristo vivió en nuestro lugar. ¡Esto es gracia Divina, gracia Admirable! “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8,9). ¡LA GRACIA DIVINA NO ES NEGOCIABLE!

El Concilio de Jerusalén

En los días cuando la iglesia comenzaba a desarrollarse, uno de los problemas era que los gentiles comenzaban a unirse a la misma. Hasta entonces todos los que integraban la iglesia eran judíos. La cuestión en el Concilio de Jerusalén era: “¿Qué debemos requerirle a los gentiles que se han entregado al Señor y se están uniendo a la Iglesia? ¿Debemos exigirles que se sometan a ciertos ritos judaicos o no?”. Como casi siempre es el caso, había dos opiniones. Unos decían que sí, que debían someterse a la Ley a fin de conformar una sola iglesia entre judíos y gentiles. Mientras que el otro grupo decía que no, que ya no eran necesarios tales ritos. Esto fue lo que decidieron: “Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos” (Hechos 15:10,11).

Estas palabras salieron de labios de Pedro, quien ya había tenido contacto con los gentiles y había recibido pruebas claras de que Dios no discrimina y que tanto unos como otros, eran salvos por la gracia del Señor Jesús. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres... Para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 2:11; 3:7).

Pero, ¿cómo puede alguien saber si está en su gracia? Si cree que sus obras cuentan para su propia salvación, está equivocado. Si cree que las obras “complementan o completan la salvación”, no conoce la gracia Divina, ni la salvación por gracia. De igual manera si está convencido de que para ser salvo tiene que guardar algunas cosas de la antigua Ley Mosaica, tal como el sábado, o cualquier otro día específico de la semana, no comer tal o cual cosa, someterse a tales o cuales ritos o ceremonias, etc., entonces no tiene la menor idea de qué es la salvación por gracia.

Al hablar de la salvación nos estamos refiriendo a la obra de Cristo, no a las obras del pecador. El pecador no puede hacer nada, mucho menos abrir puertas en favor de su salvación. Las obras tienen su lugar, deben seguir a la OBRA hecha por Cristo mediante su muerte expiatoria por nosotros. Inmediatamente después del clásico pasaje bíblico sobre la salvación por gracia en Efesios 2:8,9, el apóstol dice que cuando somos salvos por su gracia, “... Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).

Para ser salvo no se necesitan las obras, sólo la Obra de Cristo Jesús. “Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:28,29). ¡Qué pregunta y qué respuesta la del Señor! Los judíos le preguntaron sobre “las obras”, en plural. Pero él les contestó, que lo único que necesitaban para la salvación era “LA OBRA”. Es decir, creer “en el que él ha enviado”. Una vez somos salvos por gracia, no sólo podemos, sino que debemos dar frutos de buenas obras.

¿Qué debemos hacer para ser salvos?

¿Debemos orar mucho, ayunar e ir al templo? ¿Es necesario hacer obras de caridad? ¿Es imprescindible ganar muchas almas para Cristo o dar testimonio? ¿Hay que guardar el sábado, o el domingo, o abstenernos de comer ciertas cosas? ¿Debemos tener pensamientos, ambiciones e intenciones puras? Algunas de estas cosas, pueden ser de ayuda en nuestra vida cristiana, pero ninguna de ellas, ni siquiera todas juntas, nos servirán como medio de salvación. La Biblia dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios... El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 1:12; 3:36)

Se cuenta que un padre tenía un hijo único a quien esperaba heredarle todos sus bienes y quien iba a cuidarlo al llegar a la ancianidad. Pero un día el hijo fue brutalmente golpeado por un malvado, azotado, pateado y finalmente le dio muerte. El padre, al enterarse, se puso a pensar en lo que iba a hacer para cobrarle la cuenta a ese criminal, que sin ninguna razón le había dado muerte a su único hijo. Finalmente se dijo: “Le haré lo mismo que le hizo a mi hijo. Le aplicaré la ley: ‘Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie’. Me vengaré de él”. Si lo hubiera hecho, habría aplicado la Ley. Pero luego, tras reflexionar dijo: “No, no haré así, porque no quiero que me lleven a la cárcel. Seguiré los canales legales y lo llevaré a la corte para que le condenen a cadena perpetua”. Si lo hubiera hecho, habría aplicado la justicia. Pero concluyó diciendo: “No, ni la ley ni la justicia, porque nada gano con hacerlo. Le convidaré a mi casa y le serviré una cena”. ¡Esto se llama gracia!

¿Quién podría ser salvo si Dios nos hubiera aplicado su justicia? ¿Si Dios exigiera que se cumpliera su ley? Pero... ¿Quién podrá justificar su negligencia ante Él, siendo que nos ofrece la salvación por pura gracia? Finalmente, nos ofrece una “Cena”, un verdadero banquete eterno en su gloria. Ese padre es Dios mismo. El hijo, es Jesucristo y el criminal que le dio muerte, fuimos usted y yo. El acto criminal, fue su crucifixión. La “Cena” - el cielo que nos ofrece por su gracia.

Antes de hacer causa común con alguna iglesia, debemos asegurarnos que se trata de una iglesia que realmente proclama la salvación por la gracia, o si recurre a las obras para complementar la salvación o la gracia. Recuerde: Somos salvos por gracia, seguimos siendo salvos por gracia y seremos salvos por gracia. Antes de estrechar filas con otros grupos, denominación o lo que fuera, averigüe bien si todos aceptan, predican y enseñan la gracia Divina como medio de salvación. Es decir, la gracia de parte de Dios; y de parte del pecador su fe depositada en Jesucristo como único Salvador. La gracia Divina no requiere obras para la salvación. La salvación no es: Gracia + Obras = A salvo

La gracia salvadora no la dispensa ninguna iglesia en particular, ni ningún tipo de preceptos, mandamientos o ritos, sino Dios mismo. Si se invocan las obras como medio de salvación, la salvación resulta imposible, porque la Biblia dice: “Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas” (Gálatas 3:11,12).

La ley nos habla de las obras. Estas obras no justifican a nadie, jamás podrán hacerlo. ¿Sabe por qué? Porque la ley dice: “Por tanto, guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos. Yo Jehová” (Levítico 18:5). Pero sucede que nadie pudo, ni podrá jamás cumplir la ley en todas sus demandas. Cuando un intérprete de la ley vino a Jesús con esta pregunta, “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”. La respuesta de Jesús no se hizo esperar. “Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás” (Lucas 10:26-28).

Fue a raíz de la respuesta de Jesús que este buen caballero le preguntó, quién era su prójimo. Él, como todos los hombres, tenía su círculo de personas que estimaba de manera especial. Nosotros al igual, también tenemos nuestros preferidos. Fue entonces cuando Jesús presentó el cuadro del “Buen Samaritano”. El Samaritano, quién es una representación de sí mismo y dio su ayuda total, desinteresada y salvadora.

Usted puede ser el peor pecador. Alguien que ha ofendido mucho a Dios con su manera de vivir, pero Dios tiene para usted perdón completo por pura gracia. Luego, al ser salvo, es muy probable que desee hacer algo en favor de aquel que le salvó. Muy bien, puede hacer todo el bien que quiera, pero no para salvarse, sino porque es salvo. No hay salvación por obras. Todas las religiones enseñan las buenas obras, pero ninguna ofrece completo perdón de pecados y la vida eterna.

Ni sacramentos, prender velas, hacer caridad, caminar de rodillas, ayunar, vivir para otros entregándoles todo, privarse de todas las comodidades o gastar poco para uno mismo, nada de eso nos salvará. El único Salvador es el Señor Jesucristo. Fuera de Él, sólo hay perdición y condenación eterna. Es probable que muchas de las cosas mencionadas sean buenas, pero todo tendrá que ser como resultado de la salvación, nunca como medio para salvarse. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:9).

Nadie puede ser salvo, a menos que busque salvación en la persona de Cristo Jesús. Tenga presente lo siguiente: Jesús es el único Salvador para todos los pecadores. Algunos piensan que Jesús es el Salvador de los cristianos, Alá de los musulmanes, Buda de los budistas, el Vaticano y María de los católicos y Confucio del confucionismo. Decía la tan afamada “madre Teresa”: “El hindú debe tratar de ser mejor hindú, de este modo será salvo”... “El budista debe tratar de ser mejor budista...” y así sucesivamente.

Si lo que nos dicen religiosos tan encumbrados como esa “madre” es cierto, entonces Jesús dijo muchas mentiras al reclamar que nadie será salvo fuera de Él. El Señor aseguró que es el único camino. Insistió, en que es la Verdad, en que es la puerta. Declaró que nadie jamás será salvo sino por Él.

¡Jesús no rechaza a nadie! “Y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37b). Cuando Zaqueo vino a Él, fue declarado: “Hijo de Abraham” (Lucas 19:9b). El malhechor en la cruz imploró perdón y recibió esta respuesta: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43b). Saulo el perseguidor le preguntó: “¿Quién eres, Señor?”. Y la respuesta fue: “Yo soy Jesús a quien tú persigues” (Hechos 9:5). Todos sabemos lo que sucedió después, ya que no sólo fue salvo, sino que fue llamado a ser apóstol de Cristo. El carcelero de Filipos oyó acerca de Jesús, y cuando creyó en Él, “Se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios” (Hechos 16:34b).

¡Pero hubo uno que lo conoció y fue al infierno! Judas Iscariote, quién sabía que la salvación sólo se obtenía por medio de Cristo, cuando le llegó la hora decisiva no acudió al único Salvador, sino que fue a los religiosos. ¿Sabe cuál fue el resultado después de encontrarse con esos religiosos? “Salió, y fue y se ahorcó” (Mateo 27:5b). Hasta le fecha ningún pecador, que ha acudido a hombre, mujer, religión o institución, en busca de salvación, se ha salvado. No todos se ahorcaron, pero sí llegaron al mismo destino eterno de Judas.

Hasta la fecha, Buda no ha salvado a nadie, Alá tampoco, ni Confucio, la iglesia de Roma, las oraciones, los ayunos, el llanto o las peregrinaciones religiosas. Las ceremonias, liturgias o sacramentos a nadie salvaron. Nada de esto provee salvación. Judas Iscariote es un claro ejemplo. De él se dice: “Pon sobre él al impío, y Satanás esté a su diestra. Cuando fuere juzgado, salga culpable; y su oración sea para pecado. Sean sus días pocos; tome otro su oficio. Sean sus hijos huérfanos, y su mujer viuda... Su posteridad sea destruida; en la segunda generación sea borrado su nombre” (Salmos 109:6-9,13).

La Biblia dice que la multitud de salvos que Juan vio era tan numerosa que nadie podía contar. “Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Apocalipsis 7:9,10).

La salvación pertenece a nuestro Dios y al Señor Jesucristo. Todos los demás salvadores, sean personas o instituciones, son falsos y no han salvado hasta la fecha ni a un solo pecador. Si desprecia la salvación que ofrece Dios en la persona de su Hijo Jesucristo, no será salvo. Irá al mismo lugar que Judas Iscariote, quien creía que los religiosos de sus días podían ayudarle. Sin embargo, su decepción fue tal que terminó ahorcándose al no poder soportar el rechazo de quienes le habían ofrecido amistad y hermandad, cuando lo alquilaron para que traicionara al Salvador. No se puede traicionar al Salvador y al mismo tiempo tenerlo por Salvador.

Es tal la degeneración doctrinal hoy, que si alguien insiste en que la salvación es únicamente por medio del arrepentimiento y la fe en Cristo, se lo mira como “Ese que cree que sólo él tiene la verdad y que todos los demás - sin importar sus doctrinas - están equivocados”.

¿Debemos abrirnos más e incluir en la familia de Dios a aquellos que no piensan como nosotros? Si somos cerrados, lo somos porque esto es exactamente lo que el Señor exige. Nadie le ayudó a salvarnos: Ni María, ni los santos, la Ley Mosaica o religión alguna. Dios le dice a los salvos por medio de Pablo: “Y vosotros estáis completos en él” (Colosenses 2:10). Cuando se comenta que “debemos abrirnos más”, lo que hay detrás de esto es que debemos incluir paganismo y superstición en nuestras convicciones cristianas, que debemos hacer que todos se sientan cómodos con nosotros.

Si desea ser salvo, tiene que aceptar el plan de Dios, de lo contrario nunca será salvo. Su plan es la gracia Divina. El Señor Jesucristo ya hizo la obra necesaria para la salvación en el Calvario y proveyó por medio de ella el perdón completo de nuestros pecados. El castigo por nuestros pecados sólo podía ser expiado por una víctima perfecta, libre de todo pecado e inocente.

Quien debe cambiar no es Dios, sino el pecador. Dios ya dijo la última palabra y Él es inmutable - nunca cambiará. Si no acepta la salvación de acuerdo con sus condiciones, nunca será salvo. La salvación tampoco es mitad gracia y mitad obras. O se salva totalmente por gracia o será juzgado y condenado por la eternidad. Es cierto que la gran mayoría de pecadores rechazan la gracia. Asimismo son muchos los religiosos y religiosas que insisten en las obras. Puede estar completamente seguro que ninguno de ellos es salvo. Tanto el maestro como el alumno que recibe la enseñanza de las obras como méritos para la salvación, reciben su graduación para el mismo infierno.

Dios no acepta menos que absoluta, total ausencia de pecado, por eso puso nuestros pecados sobre su Hijo inocente y sin pecado, porque era el único que podía expiarlos. “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7:25,26).

Cuando el pecador, no trata de alcanzar a Dios por medio de “hacer esto o aquello, ni dar tanto y cuanto o comer esto o aquello”, sino que deposita toda su confianza en Cristo, quien hizo todo por él, está recurriendo a la gracia, se halla en el camino correcto, en el único que conduce a salvación. Si un pecador pretende salvarse por medio de buenas obras, nunca sabrá cuándo ha hecho las obras suficientes para salvarse. La Biblia no dice cuál es la cuota exacta de obras que hay que hacer. El pecador debe recibir la salvación, no ganarla.

Cuando el pecador confía en sus obras, está confiando en sí mismo. Pero cuando se desprende de las obras y recibe a Jesucristo, lo hace porque deposita su fe en la obra de Cristo. Ningún pecador sabría jamás cuán malo es, si Dios no le revela su verdadera condición. “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga...” (Isaías 1:6). ¿En qué o en quién ha confiado usted? “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová” (Jeremías 17:5).

5. La estructura de la Iglesia

¿Por qué la iglesia cristiana no tiene sacerdotes, ni jerarquía, ni liturgias, ni sacrificios que ofrecer ni nada de eso? Toda iglesia verdaderamente cristiana, tendrá entre sus líderes pastores, ancianos, diáconos, evangelistas y otros hermanos que pueden ser maestros. La diferencia estriba en que el modelo de la Iglesia Cristiana es tomado de las Escrituras, de la Iglesia del Nuevo Testamento. Una iglesia verdaderamente bíblica nunca considerará este detalle como algo sin importancia.
La iglesia cristiana, la iglesia basada en el Nuevo Testamento no sólo tiene claramente identificados a quienes la dirigen, sino que también declara por qué los cristianos tienen que congregarse. “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas” (1 Corintios 12:28). Quien puso a estos funcionarios en la Iglesia es Dios.

  • Los “apóstoles” ciertamente ya no están con nosotros.
  • Los “profetas” son los mismos que “edifican, exhortar y consuelan” (1 Corintios 14:3).
  • “Los que hacen milagros” - también estaban entre los apóstoles. “A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones, diciendo: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis... Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:5,8). La iglesia cristiana no tiene hoy apóstoles ni funcionarios que tengan el don de hacer milagros, porque tanto los apóstoles como los que hacían milagros fueron escogidos y enviados personalmente por el Señor, para echar los cimientos de la iglesia.
  • Después “los que sanan”. La palabra “sanan” en el griego original se refiere a los que hacían curaciones, vendaban heridas y aplicaban la medicina que entonces se usaban, como el aceite y el vino etc.
  • Luego “los que ayudan”. No sabemos qué pasó con estos, porque hoy es muy difícil encontrar a un hermano o hermana que diga: “Tengo el don de ayudar”.
  • “Los que administran”, que son los tesoreros y todos aquellos que se ocupan de los asuntos de compras, pagos y administración en general.
  • Finalmente “los que tiene el don de lenguas”. Esos hermanos que pueden traducir, interpretar de un idioma a otro, o escribir. ¡Cuán útiles son los hermanos que tienen este “don de lenguas”! Los que traducen la Biblia a otros idiomas, libros de textos de un idioma a otro, especialmente en estos últimos años cuando son necesarias tantas traducciones. ¿Sabía usted que todas las veces que la Biblia menciona “lenguas” en los textos originales hebreo y griego, significa idiomas?

Pero... ¿En dónde están, los sacerdotes, monaguillos, sacristanes, monjas, catequistas y los monjes? En ningún lugar, porque sencillamente los funcionarios de la iglesia que menciona Pablo, son únicamente para la iglesia Cristiana. ¡Cuán maravilloso es nuestro Dios que nos entregó un manual tan completo para el buen funcionamiento de la iglesia de Cristo, la Esposa del Salvador.

Requisitos para un pastor

“Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (1 Timoteo 3:1-7).

El “obispado” es lo mismo que el “pastorado”, porque en el original griego se usan varios títulos para la misma persona. Por ejemplo, pastor, obispo, anciano y sobreveedor. Pero examinemos una vez los requisitos del pastor:

  • El pastor tiene que ser una persona irreprensible.
  • Debe ser marido de una sola esposa. Por ejemplo, un divorciado que se vuelve a casar ya es marido de dos esposas.
  • Debe ser sobrio. Esto no implica solamente que no puede emborracharse, sino que su forma de vivir, de hablar, de conducirse, debe reflejar sobriedad.
  • Debe tener una familia bien constituida, en la que cada uno de sus integrantes ocupe el lugar que le asignó Dios. El esposo es la cabeza de la esposa. La esposa, es su ayuda idónea y los hijos están sujetos a los padres.
  • No un neófito, es decir un hombre que no hace mucho conoció al Señor, porque corre el peligro que Satanás lo lleve al pecado de la petulancia, a la soberbia.
  • Además, si quiere tener éxito en el pastorado, debe tener buen testimonio de los no cristianos,

Son muy pocas las iglesias hoy que siguen estas instrucciones del Espíritu Santo. Hoy encontramos muchos pastores divorciados, recasados y algunos hasta comprometidos con negocios turbios. Existen incluso individuos poderosos que cuentan con flotas de transporte público y demás. Ciertamente, cuando un hombre tiene tanto interés y deseo de enriquecerse, el tal no debería nunca asumir el pastorado. Esto será algo por lo que cada uno de nosotros tendrá que rendirle cuentas al Señor cuando llegue el momento.

Y dice Pablo refiriéndose a los diáconos: “Los diáconos asimismo deben ser honestos, sin doblez, no dados a mucho vino, no codiciosos de ganancias deshonestas; que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia. Y éstos también sean sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles... Los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus casas. Porque los que ejerzan bien el diaconado, ganan para sí un grado honroso, y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús” (1 Timoteo 3:8-13). Estos requisitos, como acabamos de ver, son muy parecidos a los del pastor.

Usted no encontrará una sola referencia en el Nuevo Testamento para un sacerdote. ¿Por qué? Porque Pablo le habla a la Iglesia Cristiana. La única mención al sacerdocio cristiano es cuando se hace referencia en forma metafórica, considerando a cada cristiano como un “sacerdote”. “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).

¿Sabía usted que esta singular función sacerdotal fue dada exclusivamente para Israel? “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel” (Éxodo 19:6). Ellos, al desobedecer a Dios, perdieron tan alto honor. Por lo tanto hoy, los verdaderos sacerdotes son todos aquellos hombres y mujeres, judíos y gentiles, que fueron regenerados por medio del Espíritu Santo y anuncian el Santo Evangelio.

Así que la estructura de la verdadera Iglesia Cristiana es una doctrina NO NEGOCIABLE. Nunca debemos pensar siquiera en despreciar los fundamentos bíblicos a cambio de fundamentos paganos del sistema babilónico de cultos y prácticas. La Iglesia Cristiana se distingue de todas las demás creencias y prácticas, en que está centrada en la Biblia, la Palabra de Dios. Esto hace al cristianismo diferente de todas las religiones del mundo.

  • El Cristiano sabe que la Biblia es la Palabra de Dios, y que no puede ser alterada.
  • Tampoco puede cambiarse nada respecto a la Persona de Cristo.
  • La Doctrina de la Trinidad.
  • La Persona del Espíritu Santo.
  • La Salvación por la Gracia, sin obras.
  • La estructura de la Iglesia.
  • La Biblia además, es la única autoridad y regla de fe y conducta.

Estas enseñanzas de la Biblia que corresponden a los cristianos y que nos dividen, deben mantenerse así. La unidad de los cristianos estriba en el hecho que cada uno como individuo está unido con Cristo. Entre el cristiano y Cristo comienza y continúa la auténtica unidad. El compromiso del cristiano es con Cristo y con su Palabra. Si como individuo desea mantener alguna relación con alguien que discrepa con el establecido en la Palabra de Dios, deberá conformarse con hacerlo a título personal, no colectivo. No se deje desviar por personajes que aparecen hoy tratando de llevarnos a todos “de regreso a Roma” y a sus prácticas paganas. “Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo. Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo. Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! Participa en sus malas obras” (2 Juan 7-11).

La Escritura enseña que nuestro conocimiento es restringido por ahora. A Pedro, Jesús le dijo: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan 13:7). En otra ocasión el Señor le dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar” (Juan 16:12). Pablo le escribió a los cristianos en Corintio: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Corintios 13:12).

No debemos preocuparnos si no entendemos todas las cosas, todavía no estamos en condiciones de abarcarlo todo. Es probable que cuando estemos en la presencia del Señor, cuando ya la fe no juegue un papel tan importante, ni sea necesaria, podamos tener un conocimiento pleno y absoluto del Dios Triuno. Por ahora, el Señor quiere ser glorificado en nuestra actitud humilde, en el reconocimiento de nuestras limitaciones y cuando le honramos al depositar nuestra fe en lo que Él declara, aún sin entenderlo plenamente. Dice el apóstol: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas... A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 Pedro 1:6,8,9).

Los cristianos regenerados por el poder de Dios, nos gozamos en Cristo y las promesas que tenemos en su Palabra. Nos gozamos incluso con esas cosas que no podemos entender ni explicar. Aplicamos la fe, seguros de que es Dios quien nos habla. Cuando logramos comprender algo que no entendíamos bien, le damos gracias al Señor por eso, pero siempre recordamos que por ahora nadie puede entender todo lo que nos revela en su Palabra, la Biblia. ¡Pero, cuidado! Porque el hecho que no entienda algo, no quiere decir que debe negarlo. Yo me he propuesto, nunca tratar siquiera de explicar, cómo es eso de que nuestro Señor Jesucristo es el Hijo de Dios y al mismo tiempo Dios. ¡La Deidad de Cristo está claramente establecida en la Biblia, y eso me basta!

volver arriba