Los siete modelos bíblicos del rapto y resurrección
- Fecha de publicación: Sábado, 16 Marzo 2013, 18:32 horas
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Una sentencia de muerte se ha cernido sobre cada generación desde Adán. Debido a su pecado, los hombres han sido arrastrados por el deseo de alcanzar la vida eterna que una vez les fuera prometida. Por seis mil años cada generación ha tratado de no prestar mucha atención a estas malas noticias, sustituyéndola con una variedad de actividades religiosas para que resplandezcan por encima de esta verdad deprimente.
Pero el mensaje central de la Escritura es que la vida eterna perdida en el huerto del Edén puede volver a obtenerse por medio de la fe en la obra consumada del Señor Jesucristo.
Claro está, la característica central del cristianismo es la resurrección personal de Jesús - el evento más importante en la historia humana - la restauración de la esperanza perdida de vida eterna para toda la humanidad. A esos que creen en Él se les promete una resurrección similar a la Suya. En Tito 2:13, Pablo se refiere a esto como: “...la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”, lo cual es considerado comúnmente como una expresión que describe el rapto de la iglesia. En este maravilloso evento, seremos arrebatados al cielo antes de que la tierra sea juzgada “...en el día de la ira de Jehová...” (Sof. 1:18b).
De hecho, este momento singular será mucho más que un simple encuentro con el Señor en el aire. En realidad, ¡es la resurrección general del cuerpo de Cristo!
De tal manera, que es muy importante tener un cuadro del rapto en la forma adecuada. No se trata de una simple huida de los rigores del planeta tierra. Su propósito es permitir que la humanidad participe en el plan a largo término de restaurar la creación caída de Dios, abatida largo tiempo por el pecado.
Tal vez de manera sorprendente, el punto de vista bíblico del rapto demuestra que no hay nada nuevo o novelesco acerca del concepto de ser arrebatado al cielo, porque esto ya ha ocurrido varias veces y volverá a suceder nuevamente. Como veremos, la Escritura presenta por lo menos siete de estos eventos.
Ya hemos dicho que cuando Pablo se refiere al rapto, está aludiendo a un paradigma cambiante que lo abarca todo. El mundo anterior que había transcurrido por varios milenios en una forma relativamente uniforme, de súbito se verá propulsado en una rápida sucesión de cambios masivos geológicos, meteorológicos, políticos y espirituales, designados a restaurarle el Reino a Israel, y la pureza del medio al planeta.
La creencia ferviente de la estabilidad ambiental, llamada a menudo uniformitarianismo, es la religión de nuestro día. Está centrada en la suposición de que por millones de años, las cosas han progresado a lo largo de un sendero predecible. Popularmente se cree que esta condición prevalecerá, permitiendo que el cosmos continúe su evolución en la misma tasa lenta que siempre ha exhibido, hasta que la humanidad llegue a su perfección. Su convicción simple y unificada es que el hombre puede mejorar progresivamente por sí mismo, y establecer una utopía.
Pero en un futuro momento electrizante esta creencia se hará pedazos, de la misma forma cómo cada pulgada de la tierra y del mar cambiarán sobre todo el planeta. En el mismo instante de este cambio, nosotros, el cuerpo de Cristo, seremos tomados de la tierra, y junto con los santos resucitados de todas las edades, entraremos en la gloria para disfrutar de la presencia de Dios y participar del evento masivo de restauración que la Biblia llama “El día del Señor”, el cual no traerá una, sino una serie de catástrofes para la humanidad y el mundo.
La Escritura declara enfáticamente que el entero proceso de juicio se iniciará después del rapto. Desde esta perspectiva, el arrebatamiento no puede ocurrir en ningún momento durante o después de las catástrofes de la tribulación. En efecto, debe suceder antes de la tribulación - significativamente tal vez antes de que hagan su aparición los CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS. Como el Anticristo cabalga sobre uno de estos caballos, su identidad no le será revelada a la iglesia en la tierra.
La Escritura revela claramente que la tribulación no se iniciará por el rapto, su principio estará marcado por el preciso momento en el cual, tal como leemos en Daniel 9:26, el “príncipe que ha de venir”, confirme el pacto de siete años con los líderes de Israel: “Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador” (Dn. 9:27).
Tal como fue profetizado dsde las edades pasadas por los profetas de Dios, la tribulación será un enorme proceso de limpieza, dirigido por nuestro Señor. La Escritura revela claramente su propósito.
Primero, destruirá el sistema mundial comercial y la idolatría, visto en dos formas en el libro de Apocalipsis: como la Babilonia comercial y religiosa. El control gentil sobre la política y el poder financiero también concluirá, conforme Israel ascienda para recibir el Reino del Mesías.
Segundo, Israel se verá forzado a abandonar su propia justicia de tantos años, y finalmente terminará por reconocer que han pecado y que sólo pueden ser redimidos por la fe en el Señor. El profeta Ezequiel escribe así de esos momentos de verdad durante la tribulación: “Y os traeré al desierto de los pueblos, y allí litigaré con vosotros cara a cara. Como litigué con vuestros padres en el desierto de la tierra de Egipto, así litigaré con vosotros, dice Jehová el Señor. Os haré pasar bajo la vara, y os haré entrar en los vínculos del pacto; y apartaré de entre vosotros a los rebeldes, y a los que se rebelaron contra mí; de la tierra de sus peregrinaciones los sacaré, mas a la tierra de Israel no entrarán; y sabréis que yo soy Jehová” (Ez. 20:35-38).
Tercero, los 144 mil israelíes sellados entre las doce tribus, llevarán a cabo un despertar espiritual mundial que permitirá que millones sean salvos durante la primera mitad de la tribulación. En lo que concierne al planeta tierra y a su gobierno, Israel estará en el centro.
El cuerpo de Cristo no experimentará los cataclismos que acompañarán este período, será librado del juicio. Algunos encuentran este aspecto de la gracia detestable, considerando que se trata simplemente de una iglesia escapista, que huye del escenario para dejar sufriendo al resto del mundo. Pero los cristianos verdaderos nunca han deseado que la ira de Dios descienda sobre los no regenerados. El propio Señor los enseñó a amar, incluso hasta esos que los maldicen, y a compartir el evangelio en cada oportunidad.
Tal como Pablo le escribió a los Tesalonicenses: “Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:9).
Las palabras del Señor a los fieles de la iglesia de Filadelfia enfatizan este pensamiento: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra” (Ap. 3:10).
De hecho, el rapto no es nada nuevo. Ha ocurrido antes y su tipología está muy bien establecida en la Escritura. Incluyendo el que la Iglesia espera hoy, completará el séptimo de ellos, y siete es conocido como el número bíblico de lo completo y lo perfecto.
Primero: El rapto de Enoc
Dice la Biblia, que en el principio la humanidad fue creada en un medio perfecto. Lo que siguió después de eso, cancela el falso argumento que cuando uno coloca un ser humano en un ambiente ideal, responderá creciendo en medio de la paz y perfección. A pesar de estar en la misma presencia de Dios, en un clima perfecto y con abundancia de todo, el hombre fue incapaz de resistir la tentación. La serpiente antigua tentó a la primera pareja, y ellos sucumbieron, y como si esto no fuera suficiente, su primer hijo, Caín, asesinó a su hermano Abel.
A partir de ese punto, la Escritura divide a la humanidad en dos linajes genéticos. Caín se convirtió en el padre de los impíos y Set, el tercer hijo de Adán que vino a ser el reemplazo de Abel, se convirtió en el padre de los piadosos: “Y conoció de nuevo Adán a su mujer, la cual dio a luz un hijo, y llamó su nombre Set: Porque Dios (dijo ella) me ha sustituido otro hijo en lugar de Abel, a quien mató Caín. Y a Set también le nació un hijo, y llamó su nombre Enós. Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová” (Gn. 4:25, 26).
Los antiguos comentaristas judíos sostenían que en los días de Enós la idolatría comenzó en serio. Algunas traducciones judías reflejan esta idea. Un buen ejemplo de esto lo encontramos en el Stone Chumash, una traducción de los comentarios del Tora. Y dice en la página 23 de Rashi: «Entonces comenzaron a invocar el nombre de Hashem (y así el nombre del Señor llegó a ser profanado)». Sus editores comentaron: «La generación de Enós introdujo la idolatría, la cual se convirtió en la plaga de la humanidad por miles de años. Al adscribir las cualidades divinas de Dios al hombre y a objetos inanimados, crearon la abominable situación en la cual invocar el nombre de Hashem era profanarlo».
En la página 23 del Hil. Avgodas Kochavin 1:1, 2, un clásico de Rambam, del rabino Moisés Maimonides dice: «Rambam explica, cómo la grave idea errónea de la adoración de ídolos comenzó y se desarrolló. Muy brevemente dice que se inició cuando las personas sintieron que debían honrar los cuerpos celestiales como emisarios de Dios para el mundo, exactamente como es apropiado honrar a los ministros de un gobernante. Finalmente esta tendencia se propagó y llegó a ser más y más corrupta, hasta que los adoradores se olvidaron de Dios y supusieron que todos los poderes eran conferidos a cualquier representación que ellos elegían adorar».
Cualquiera haya sido el caso, la idolatría comenzó a crecer, y estaba desarrollada plenamente para el tiempo de la sexta generación después de Set, cuando nació Enoc en medio de un mundo que había adoptado varias formas de adoración de ídolos. Si vamos a creer los relatos de la antigüedad, los cuerpos celestiales eran sólo una parte muy pequeña de la adoración falsa que había sido adoptada tan rápidamente por la cultura antediluviana. La Biblia describe el nacimiento de Enoc en el siguiente contexto: “Vivió Jared ciento sesenta y dos años, y engendró a Enoc. Y vivió Jared, después que engendró a Enoc, ochocientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Jared novecientos sesenta y dos años; y murió. Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los días de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (Gn. 5:18-24).
Enoc, tal vez debió ser, el hombre más piadoso que haya caminado sobre la faz de la tierra, a excepción, claro está del Señor Jesucristo. Esto es algo mucho más notable si tenemos en cuenta el medio en que vivía, un mundo completamente abierto al pecado y entre las fuerzas demoníacas.
La idolatría comienza con una atracción formal por los dioses falsos, aumentando rápidamente hasta llegar a integrar a esos dioses como parte de la cultura. Finalmente termina por esclavizar hacia prácticas depravadas para tratar de aplacarlos. Una vez que los falsos dioses obtienen un punto de apoyo al pretender ser siervos del hombre, ganan poder y se convierten en opresores despóticos.
De acuerdo con varias fuentes extra bíblicas, el mundo de Enoc estaba dominado por los ángeles caídos, quienes tuvieron relaciones íntimas con mujeres para producir una descendencia monstruosa. Flavio Josefo, el historiador judío, atribuye la corrupción del mundo primitivo y el diluvio de Noé a las actividades diabólicas de ellos.
El libro de Enoc provee detalles acerca del tiempo de sus actividades, dice: «Así sucedió, que cuando en aquellos días se multiplicaron los hijos de los hombres, les nacieron hijas hermosas y bonitas; y los Vigilantes, hijos del cielo las vieron y las desearon, y se dijeron unos a otros: ‘Vayamos y escojamos mujeres de entre las hijas de los hombres y engendremos hijos’ (Gn. 6:1-4). Entonces Shemihaza que era su jefe, les dijo: ‘Temo que no queráis cumplir con esta acción y sea yo el único responsable de un gran pecado’. Pero ellos le respondieron: ‘Hagamos todos un juramento y comprometámonos todos bajo un anatema a no retroceder en este proyecto hasta ejecutarlo realmente’. Entonces todos juraron unidos y se comprometieron al respecto los unos con los otros, bajo anatema. Y eran en total doscientos los que descendieron sobre la cima del monte que llamaron Hermón, porque sobre él habían jurado y se habían comprometido mutuamente bajo anatema» (Enoc 6:1-6).
El pecado deliberado de estos ángeles fue tan grande, que puso en peligro a toda la humanidad. Entre los creyentes, es de conocimiento común que el Señor miró desde las alturas a esta creación corrupta y decidió destruirla. Sólo Noé y su familia fueron considerados suficientemente puros para poder llevar el linaje Mesiánico de Set a través del diluvio, a fin de que comenzara de nuevo después que se retiraron las aguas.
En medio de este tumulto, o lo que es más importante, en su mismo principio, en los días de su padre Jared, nació Enoc en un mundo que enfrentaba juicio. Él entonces sirve como el tipo perfecto del hombre justo, arrebatado al cielo antes que se desencadenaran los horrores sobre un mundo decadente.
Era un tiempo de corrupción doctrinal, al igual que física. En este punto debemos recordar que los ángeles caídos enseñaron a los hombres conocimiento prohibido. De hecho, Judas usa el ejemplo de ellos para ilustrar su efecto sobre los falsos maestros, dice: “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Jud. 6).
En la segunda epístola del apóstol Pedro, escrita unos años antes, él probablemente proveyó así la base para el comentario de Judas: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio; y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos” (2 P. 2:4, 5).
Tal parece que Dios escogió a Enoc para librarlo del juicio venidero. Su nombre, que en hebreo se pronuncia Chanokh, significa «iniciado» o «dedicado», que es la misma raíz para Chanukkah o Hannukah, la fiesta de dedicación. Al ser separado como el ejemplo de un hombre de gran fe, de completa dedicación, Enoc constituye un ejemplo vivo de esta palabra.
Dice en la página 115 del Diccionario Jones de nombres del Antiguo Testamento, sobre Enoc: «Él era un hombre tan eminente de fe, que caminó con Dios y con sus ojos espirituales vio las realidades eternas, Dios y el cielo; y después de una jornada de 365 años en un mundo engañoso y mentiroso, el Señor se lo llevó. Los judíos lo consideran como el inventor del alfabeto, y aseguran que un libro de visiones y profecías escrito por él, fue preservado por Noé en el arca. De aquí que los árabes le llamen... Eldris, es decir el sabio. De acuerdo con la epístola de Judas, y el libro que se descubrió últimamente que lleva su nombre, es más que cierto que era un profeta».
Esta información es apoyada por el simple hecho, que la epístola de Judas menciona el libro de Enoc directamente, dice: “De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Jud. 14, 15).
Escribiendo hace unos 5.300 años, Enoc miró hacia el día del juicio de Dios... tal como hacemos nosotros. Aquí, Judas cita sus palabras al visualizar la llegada futura del Mesías, su segunda venida junto con los ejércitos celestiales, tal como es vista en el capítulo 19 de Apocalipsis.
Dios se llevó a Enoc al cielo antes de los juicios de su propia era, exactamente tal como seremos tomados nosotros antes del juicio futuro mencionado en la misma profecía de Enoc.
Segundo: El rapto de Moisés
Moisés, el gran profeta y libertador de Israel, presidió sobre el siguiente gran período bíblico de pecado e idolatría. En una forma sorprendente, también es un ejemplo del rapto. Vivió en medio de la cultura egipcia con sus cientos de dioses, diosas, amuletos mágicos y poderosos sacerdotes ocultistas, pero por la gracia de Dios, y a pesar de ser un hebreo, se convirtió en el miembro más importante de la casa de Faraón.
Vivió hasta cumplir 120 años de edad, y su vida estuvo dividida en tres períodos, cada uno de 40 años. Primero, fue un líder político y militar en Egipto. Durante el siguiente período vivió en el desierto de Madián como pastor. A la edad de 80 años, fue enviado ante Faraón para liberar a su pueblo. Siguieron 40 años difíciles, conforme él luchaba por establecer un Israel espiritual.
Egipto es un tipo del sistema mundial, el cual, debido al pecado, está arraigado en una estructura de idolatría. En una forma, el mundo que confrontó Moisés, se asemejaba estrechamente a la sociedad envilecida del tiempo de Enoc. El Señor colocó a ambos hombres en el mundo durante tiempos críticos de la historia.
Y al igual que Enoc, los últimos días de Moisés sobre la tierra, fueron muy inusuales. El capítulo 34 de Éxodo describe su muerte, siguiendo sus bendiciones a las tribus. Él ascendió al monte Nebo, desde donde vio la tierra prometida:
• “Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbre del Pisga, que está enfrente de Jericó; y le mostró Jehová toda la tierra de Galaad hasta Dan, todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés, toda la tierra de Judá hasta el mar occidental; el Neguev, y la llanura, la vega de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Zoar. Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá” (Dt. 34:1-4).
• “Y murió allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de Jehová. Y lo enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy. Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor. Y lloraron los hijos de Israel a Moisés en los campos de Moab treinta días; y así se cumplieron los días del lloro y del luto de Moisés” (Dt. 34:5-8).
Con respecto a la muerte de Moisés, lo primero que debemos observar es que no murió de vejez, o por causas naturales. Aparentemente, incluso a la edad de 120 años, era un hombre tan fuerte y sano como un joven. Además, Jehová el Señor personalmente se hizo cargo de su entierro. Las palabras del texto de Deuteronomio dejan esto abundantemente claro, de que no hubo un testigo humano del evento, y que el lugar de su sepultura nunca fue conocido.
Pero... ¿cómo murió Moisés? Cuando una persona común y corriente muere, su cuerpo rápidamente se descompone y se disuelve en la tierra, o en el agua, transformándose en una variedad de componentes minerales. Pasado el tiempo, se dispersa convirtiéndose en polvo, el material de que fuera hecho Adán en primer lugar. El valor del cuerpo humano es de unos pocos dólares, ya que sólo unos escasos químicos en él podrían usarse. Sólo el alma y el espíritu tienen valor, y sobreviven para ser juzgados por Dios.
Este no fue el caso con Moisés, porque su cuerpo fue considerado extremadamente valioso. Tal vez su valor era mucho mayor que cualquier cosa en la tierra que podamos imaginar. La Escritura continúa para asegurarnos que sepamos esto, y un incidente registrado en la epístola de Judas nos ofrece la certeza de esto.
Conforme Judas escribe detallando la naturaleza de los falsos maestros, hace notar la tendencia de ellos hacia la falta de respeto por la autoridad espiritual. Para ilustrar este punto, recuerda un caso relacionado con el cuerpo de Moisés. Judas rememora el momento histórico en el que el diablo asegura que el cuerpo de Moisés le pertenece, en un argumento que tenía con el arcángel Miguel quien en lugar de confrontarlo directamente se dirigió al Señor, tal como leemos en este pasaje de la Escritura: “No obstante, de la misma manera también estos soñadores mancillan la carne, rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores. Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda. Pero éstos blasfeman de cuantas cosas no conocen; y en las que por naturaleza conocen, se corrompen como animales irracionales” (Jud. 8-10).
La verdad del asunto es clara: los protocolos celestiales demandan cierto grado de respeto, ¡incluso hasta para Satanás! Hasta el juicio final, la serpiente antigua retendrá una especie de soberanía sobre este planeta. El hecho que deseaba el cuerpo de Moisés deja claro que creía que tenía derecho legal para reclamarlo. Hay muchas lecciones que enseña este encuentro. Pero para nuestro estudio actual, lo más importante a observar es, ¡que Satanás consideraba que el cuerpo de Moisés era muy valioso!
Como ya se mencionara, un cadáver ordinario no vale nada. Pero el cuerpo de Moisés tenía gran valor, porque no estaba muerto en el sentido normal de la palabra. En alguna forma se encontraba en una especie de estado de animación suspendida. Pero... ¿qué es la animación suspendida? Animación suspendida es la disminución de los procesos vitales por medios externos sin llegar a la muerte. La respiración, los latidos del corazón, y otras funciones involuntarias pueden decrecer por medios artificiales, teniendo presente los fenómenos físicos y químicos involucrados en el congelamiento de la materia.
El científico Mark Roth, del Laboratorio de Cáncer de Seattle, se interesó en la suspensión animada, luego de estudiar un par de casos en donde esto ocurrió de manera espontánea en seres humanos. Uno de los incidentes registrados fue el de Erica Nordby, una joven canadiense que en el invierno del 2001 salió de su casa sin estar bien abrigada y su corazón se detuvo por dos horas. Aunque la temperatura de su cuerpo descendió a los 16 grados centígrados, fue rescatada y regresó a la vida después de que había muerto congelada. Otro caso fue el del japonés Mitsutaka Uchikoshi, quien se quedó dormido en la nieve en el año 2006 y fue hallado 23 días después con una temperatura corporal de 22 grados centígrados, y luego fue reanimado y recobró su estado normal.
Teólogos respetables plantean la posibilidad, que tal vez algo similar pudo haber ocurrido con el cuerpo de Moisés, el que permanece preservado en algún lugar, esperando por el momento en que volverá a ser reanimado para llevar a cabo su misión especial en los últimos días.
Además, un breve pasaje de la historia de Flavio Josefo revela lo que los judíos creían sobre Moisés. Dice en Antigüedades de los Judíos, libro Cuarto, capítulo 8, parágrafo 48: «Cuando llegaron al monte llamado Abarim, (que es una montaña muy alta, situada frente a Jericó, ofreciendo al que estaba sobre ella una vista de la mayor parte de la excelente tierra de Canaán), despidió al senado; y cuando iba a abrazar a Eleazar y Josué, y mientras seguía conversando con ellos, de pronto se cernió sobre él una nube y Moisés desapareció en un valle; aunque él escribió en los libros sagrados que murió, lo que hizo por temor de que se aventuraran a decir que por su extraordinaria virtud se había ido con Dios».
Vemos aquí que los testigos contaron que Moisés fue levantado en una nube, ¡lo cual es la misma idea que expresa Pablo en el Nuevo Testamento cuando describe el rapto de la Iglesia! Pero... ¿Dejó su cuerpo detrás para que fuera sepultado por Dios, en un lugar que los hombres no conocen? ¿O se elevó corporalmente al cielo, en donde se encuentra en un lugar designado por el Creador? ¿Acaso fue desde allí, donde Satanás trató de apoderarse de él?
Esto pertenece a la eternidad y nosotros nunca podremos dar una respuesta concreta sobre este asunto. Pero sí podemos decir con certeza que la muerte de Moisés no fue ordinaria. Tal vez fue llevado vivo al cielo... o quizá como creen varios teólogos su cuerpo se encuentra en un estado de animación suspendida.
Para enfatizar este pensamiento, Moisés más tarde se le apareció al Señor Jesucristo, Pedro, Jacobo y Juan: “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él” (Mt. 17:1-3).
En este divino momento, Moisés se hizo presente con Elías, quien como veremos ciertamente fue arrebatado vivo al cielo. Esta es otra fuerte sugerencia de que de alguna forma Moisés trascendió el concepto ordinario de la muerte. Que haya sido verdad que fue llevado al cielo en una nube, tal como afirma Josefo, es algo irrelevante. Pero lo que sí es cierto, es que no murió en una forma ordinaria, sino que fue tomado o arrebatado por el Señor para un propósito especial.
Tercero: El rapto de Elías
Esto nos lleva al tercero y bien claro rapto histórico de una importante personalidad bíblica. En una forma similar a las vidas de Enoc y Moisés, el Señor trajo a Elías en medio de un vórtice de depravación moral y espiritual. En el siglo IX A.C., él apareció en el escenario del mundo sin ninguna noticia previa, de súbito estaba allí en la presencia de Acab y su perversa esposa Jezabel, sacerdotisa de Baal. Israel se hallaba sumido en una profunda idolatría. Ahora, Elías el profeta estaba en su presencia para declarar el juicio: “Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 R. 17:1).
Después de haber anunciado lo que serían tres años y medio de sequía, Elías siguió las instrucciones del Señor y huyó para salvar su vida. Más tarde, ya casi al final de la sequía, regresó para desafiar a los profetas de Baal. En la tan conocida historia, planeó una demostración pública preparando un sacrificio para el Señor, quien lo encontró aceptable. Los profetas de Baal, cuyo dios permaneció silencioso, fueron muertos y Elías una vez más huyó por su vida.
“Entonces Acab convocó a todos los hijos de Israel, y reunió a los profetas en el monte Carmelo. Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra. Y Elías volvió a decir al pueblo: Sólo yo he quedado profeta de Jehová; mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres. Dénsenos, pues, dos bueyes, y escojan ellos uno, y córtenlo en pedazos, y pónganlo sobre leña, pero no pongan fuego debajo; y yo prepararé el otro buey, y lo pondré sobre leña, y ningún fuego pondré debajo. Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios. Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien dicho... Y ellos tomaron el buey que les fue dado y lo prepararon, e invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos! Pero no había voz, ni quien respondiese; entre tanto, ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho. Y aconteció al mediodía, que Elías se burlaba de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, porque dios es; quizá está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme, y hay que despertarle. Y ellos clamaban a grandes voces, y se sajaban con cuchillos y con lancetas conforme a su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos... Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos. Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja. Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios! Entonces Elías les dijo: Prended a los profetas de Baal, para que no escape ninguno. Y ellos los prendieron; y los llevó Elías al arroyo de Cisón, y allí los degolló” (1 R. 18:20-24, 26-28, 36-40).
A su regreso, encontró a Eliseo. Inmediatamente después de eso, profetizó que tanto Acab como Jezabel morirían en desgracia, lo cual, claro está ocurrió. Tristemente su hijo Ocozías ocupó el poder con las mismas predisposiciones de su padre. Él también sirvió a Baal hasta que murió, tal como fuera profetizado por Elías. Un poco después de eso, el Señor decidió que era el tiempo para llamar a Elías y llevarlo a casa, pero su trabajo continuó siendo llevado a cabo por Eliseo. Un día, mientras ambos caminaban por el río Jordán, cerca de Jericó, “...Aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino. Viéndolo Eliseo, clamaba: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y nunca más le vio; y tomando sus vestidos, los rompió en dos partes. Alzó luego el manto de Elías que se le había caído, y volvió, y se paró a la orilla del Jordán. Y tomando el manto de Elías que se le había caído, golpeó las aguas, y dijo: ¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías? Y así que hubo golpeado del mismo modo las aguas, se apartaron a uno y a otro lado, y pasó Eliseo” (2 R. 2:11-14).
En un momento dramático, Elías se había ido, fue arrebatado al cielo por un torbellino que tenía la apariencia de caballos y una carroza. Él había sido raptado, llevado al cielo en medio de una nube. Esto hace que recordemos las palabras de Pablo, cuando describe ciertas nubes que llevarán a la Iglesia al cielo: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:16, 17).
Ciertamente, no se trataba de nubes ordinarias, sino de nubes que de alguna manera son como una especie de vehículos.
Cuarto: La resurrección y rapto de Jesús
El punto culminante de la historia es la resurrección del Señor Jesucristo. En el cumplimiento perfecto de un patrón que hemos observado en las vidas de Enoc, Moisés y Elías, Jesús llegó a un mundo depravado que estaba dedicado a la idolatría. El sistema greco-romano de adoración era simplemente una adaptación del mismo gobierno babilónico antiguo que adoraba a Baal e Istar. En la cultura del primer siglo, dominaba la religión misteriosa de Babilonia y el culto a los césares.
Asimismo la corrupción caracterizaba a Israel. La dinastía idumea, los edomitas, los usurpadores del trono de Israel, eran conspiradores con los jefes supremos de los romanos. Los sacerdotes y escribas del templo habían instaurado un sistema degradado de legalismo basado en la ley judía. Bajo su tiránico gobierno, los israelitas estaban sometidos a un horrible despotismo. El Señor Jesucristo llegó a este escenario, tal como profetizara Daniel y otros profetas del Antiguo Testamento. Se ofreció a sí mismo como el Rey legítimo de Israel y fue rechazado. Entonces se dedicó a enseñar acerca de una nueva forma de redención, ofreciendo la Palabra, el Pan, el Agua y su Sangre preciosa y vital del nuevo nacimiento.
Después de su crucifixión resucitó, en lo que podríamos llamar el rapto más grande de todos los tiempos. Aunque a menudo no pensamos de esto como tal, realmente es así. Tal como dijo Pablo: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia” (1 Co. 15:20-24).
Esos que sean de Cristo a su venida son su cuerpo, la Iglesia y Él la cabeza. Pablo presenta a Jesús como el primero de un tipo, como el modelo de lo que le ocurrirá a todos los que creen en Él, en el rapto. Enoc, Moisés y Elías, con todo lo grande que eran, sólo son sombras de la obra consumada de Cristo.
Cuando Él venga por su Iglesia, nosotros seremos arrebatados en una resurrección que se asemejará mucho a la suya. Tal como el apóstol Juan lo puso tan bellamente: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2).
Como el cuarto de los siete raptos, el Señor Jesucristo cumplió con otro tipo: Él se encuentra en el medio, ¡se eleva como la lámpara central del candelabro en el templo! del menorá de siete lámparas. A lo largo de la historia redentora, su ministerio se yergue como el Espíritu que ministra a un mundo perdido. Así es exactamente cómo Juan lo retrata en el libro de Apocalipsis: “Y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro” (Ap. 1:13).
Quinto: El rapto de los santos del Antiguo Testamento
Los justos del Antiguo Testamento habían esperado pacientemente la venida de su Rey. Ahora Él había llegado y había resucitado. Después de su resurrección, apareció una señal milagrosa, una sombra de las cosas venideras: “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos” (Mt. 27:51-53).
Esta breve mención de los santos del Antiguo Testamento trae a la mente el concepto judío del seno de Abraham, en donde los justos esperaban la llegada y la obra consumada del Mesías, mientras que los injustos iban al Seol. A pesar de que hay muchas cosas misteriosas acerca de la disposición precisa de este sitio, un relato dado por el propio Jesús muestra la realidad del Seol - en hebreo, o Hades en griego, el lugar donde se encontraba un rico perdido: “Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno” (Lc. 16:22, 23).
Aquí, “Hades” es la forma griega cómo el Nuevo Testamento describe el término «Seol» en hebreo. Y surge la pregunta: ¿Qué pasó con todos esos que esperaban en el seno de Abraham en la resurrección de Cristo?
La respuesta de la Escritura es que ellos partieron con el Señor al cielo. Muchos han comentado sobre este hecho. Comenzando con el relato de Pablo en Efesios, han concluido que Abraham y los justos se convirtieron en una exhibición, una demostración literal para los ciudadanos del cielo: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (Ef. 4:7-10).
Pablo cita un salmo de David, el cual profetiza que el Mesías ascendería al cielo con esos fieles, quienes junto con Abraham, habían esperado su venida. Desde la cruz, Jesús resucitó en medio de los cielos visibles, llegando al propio cielo en donde se presentó como Sumo Sacerdote. Ascendió a la presencia de Dios el Padre.
Esta afirmación está confirmada en Colosenses, en donde Pablo usando un lenguaje ligeramente diferente, nos dice que Jesús guió a estos fieles al cielo en un desfile triunfante: “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:14, 15).
Pero... ¿Puede llamarse correctamente rapto, el ascenso de los santos del Antiguo Testamento? Ciertamente sí, ya que fueron llevados en un desfile triunfal hasta el cielo. La experiencia de ellos, es la misma esencia del «arrebatamiento», en la misma forma que los muertos en Cristo un día resucitarán: “En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Co. 15:52).
Sexto: El rapto de la Iglesia
Con los cinco ejemplos anteriores, la Iglesia espera su propia partida. Cada uno de estos eventos le añade su propia profundidad y dimensión al más grandioso y completo evento de su tipo en la historia del mundo, cuando la Iglesia sea arrebatada. Con la historia como su propio testigo, es fácil creer que la promesa del rapto está perfectamente dentro del reino de lo posible. Una vez que sabemos hacia dónde mirar, advertimos que el fenómeno está repetido en la Escritura una y otra vez.
Tomándolos a ellos como un cuadro compuesto, podemos ver que cada una de las experiencias anteriores del rapto, tuvo lugar durante un período crucial de pecado e idolatría. Sin entrar en muchos detalles, la mayoría estará de acuerdo en que actualmente estamos pasando a través de una de tales eras. Así como en los días de Enoc, Moisés, Elías y el Señor Jesucristo, el juicio se aproxima.
“Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón” (1 Ts. 5:2-4).
El mundo antediluviano, Egipto, Israel y Judá, todos sufrieron juicio. Después del siguiente rapto, el de la Iglesia, el mundo entero será juzgado.
Séptimo: El rapto de los dos testigos
Durante la tribulación, dos testigos judíos alcanzarán prominencia mundial. Muchos teólogos están convencidos que se trata de dos hombres que ya experimentaron el rapto previamente. Es decir, que Dios personalmente se los llevó al cielo. Y dice la profecía sobre ellos: “Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses. Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio. Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran” (Ap. 11:1-6).
En el versículo 1, Juan recibe la instrucción de un ángel poderoso para que tome una caña de medir y mida el templo, el altar y las personas que adoran en él. Es obvio que en esto, hay mucho más involucrado que medidas lineales o verticales. La caña era una vara de medir de aproximadamente tres metros de largo. Este acto de medir a las personas, bien puede referirse a que Israel será medido en conformidad con su rechazo al Mesías, especialmente debido a la luz que recibieron.
Este templo será edificado al comienzo de la tribulación, porque a mediados de la misma, el Anticristo quebrantará el pacto con los judíos y se sentará en el templo auto proclamándose Dios. Es por esta razón y tal como dice Apocalipsis 11:3, que no se medirá el patio, porque se encontrará en manos de los gentiles. Los dos períodos están dados específicamente como 42 meses y 1.260 días, que corresponden exactamente a tres años y medio. Los meses judíos eran de 30 días y si multiplicamos 42 por 30, tendremos exactamente 1.260 días. Todo comprueba que la acción del Anticristo tendrá lugar exactamente a mediados de la tribulación.
Es en este punto que aparecen los dos testigos. Aunque se han ofrecido diversas sugerencias respecto a su identidad, destacados estudiosos de la profecía creen que tal como dijo el Señor Jesucristo en Mateo 11:13, que representan a “todos los profetas y la ley”. Aunque no se menciona el nombre de ellos, Jesús proveyó una clave para identificarlos cuando dijo “Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra”.
En el capítulo 4 de Zacarías, el profeta ve un candelabro de oro y dos árboles de olivo, “...dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra” (Zac. 4:14), quienes llevarán a cabo su ministerio, “...no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6b).
Una vez más el simbolismo que asocia el capítulo 4 de Zacarías con el 11 de Apocalipsis, es que los dos testigos tendrán algo que ver con la reconstrucción del templo de la tribulación y que serán ungidos por el poder del Espíritu Santo.
Asimismo hemos llegado a la conclusión que se trata de Moisés y Elías, porque ambos hacen exactamente lo mismo que hicieron durante sus ministerios en el Antiguo Testamento. Pero... ¿Qué harán esos dos testigos durante los tres años y medio:
• «Saldrá fuego de la boca de ellos, y devorará a sus enemigos».
• «Si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera».
• «Tendrán poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva sobre la tierra por tres años y medio».
• «Tendrán poder sobre las aguas y las convertirán en sangre».
• «Traerán sobre la tierra toda clase de plagas, como parte del juicio».
En Malaquías 3:1, 2, Dios habla de un mensajero especial y dice: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores”.
El Señor no se está refiriendo a un simple mensajero sino que dice “mi mensajero”. El versículo 1 de este pasaje se refiere a la primera venida de Cristo, pero... ¿Acaso no implica la Escritura que vendrá también al templo en su segunda venida? Sí, pero será para destruir el templo, el cual reedificará Él mismo: “Así ha hablado Jehová de los ejércitos, diciendo: He aquí el varón cuyo nombre es el Renuevo, el cual brotará de sus raíces, y edificará el templo de Jehová” (Zac. 6:12).
Los últimos tres versículos de Malaquías, el último mensaje que le diera Dios a Israel por 400 años, identifica al mensajero que habrá de venir antes del Mesías como a Elías: “Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel. He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (Mal. 4:4-6).
Por estos versículos leemos, que Moisés el legislador y Elías el profeta, están asociados con la segunda venida del Señor Jesucristo. Los apóstoles deseaban pruebas, no sólo que Jesús fuera el Mesías, sino también que regresará. En una ocasión los llevó a la cima de un monte y se transfiguró delante de ellos, exhibiendo la apariencia que tendrá cuando regrese. ¡Esta fue una semblanza de su retorno! Y leemos: “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él” (Mt. 17:1-3).
Moisés y Elías no sólo se aparecieron, sino que estaban hablando con el Señor. Como declara el registro sagrado: “Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió...” (Mt. 17:5a). Es obvio que Moisés y Elías estaban hablando con el Señor del templo, pero note lo que hizo el impetuoso de Pedro: “Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (Mt. 17:4). Por eso fue que Pedro los interrumpió queriendo decir, tal vez: «Señor, si quieres un templo, entonces es bueno que nos encontremos aquí contigo, ¡ya que no sólo edificaremos uno para ti, sino otro para Moisés y Elías!».
Algunos, como mencionara en un principio, objetan que Moisés pueda ser uno de los dos testigos, sin embargo todo parece indicar que será así. En cuanto a Elías, será otro de los testigos, y aunque la Escritura no lo dice específicamente, la evidencia parece indicarlo.
1. Elías retuvo la lluvia por tres años en Israel: “Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (1 R. 17:1).
2. Elías hizo descender fuego del cielo sobre el monte Carmelo: “Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Jehová Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Jehová, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos. Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja” (1 R. 18:36-38).
3. Elías confrontó al perverso rey Acab con sus pecados: “Cuando Acab vio a Elías, le dijo: ¿Eres tú el que turbas a Israel? Y él respondió: Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales” (1 R. 18:17, 18).
4. Elías se opuso a las obras perversas de la reina Jezabel: “De Jezabel también ha hablado Jehová, diciendo: Los perros comerán a Jezabel en el muro de Jezreel” (1 R. 21:23).
5. Elías desafió a los profetas de Baal, cuando les dijo: “Invocad luego vosotros el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios. Y todo el pueblo respondió, diciendo: Bien dicho” (1 R. 18:24).
6. El ministerio de Elías conllevó a que 7.000 rechazaran al dios falso de Jezabel: “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (1 R. 19:18).
7. Elías fue arrebatado al cielo en un carro de fuego, sin ver muerte: “Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino” (2 R. 2:11).
Por otra parte, en la tribulación, y durante el ministerio de Elías...
1. No lloverá por tres años y medio. Asimismo hará que 144.000 judíos en Israel busquen al Dios verdadero.
2. Con fuego destruirá a sus enemigos.
3. Así como confrontó a Acab, también se opondrá al Anticristo.
4. También de la misma manera, como se enfrentó con Jezabel, símbolo de la idolatría y la religión falsa, se opondrá a la religión del Anticristo,
5. Se le dará muerte, pero resucitará e igualmente será arrebatado al cielo.
Entremezclada en la vida de Moisés y Elías hemos visto prototipos del gran rapto y resurrección de la Iglesia. Aunque hay bastante discusión entre los teólogos respecto a la identidad de ambos, yo al igual que muchos de ellos, me inclino a creer que se trata de Moisés y Elías.