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Cuando nos preguntamos cuánto nos costará la salvación

Siempre insistimos que la salvación del pecador ya ha sido pagada, de modo que cuando nos preguntamos cuánto nos costará la salvación la respuesta correcta sería... NADA.  Pero no todo es así, porque ciertamente hay un “costo”.  Por ejemplo, el pecador, en primer lugar, debe detener el paso en su alocada carrera, y esto para algunos es muy costoso.  Debe también oír o leer la palabra de Dios, porque de lo contrario nunca sabrá acerca de la salvación.  Luego, lo que es muy difícil, el pecador debe humillarse de corazón, reconociéndose culpable y perdido delante de Dios.

Más adelante, debe despojarse de todo intento propio de salvación, como ser la religión, el sacrificio propio, las buenas obras, etc...  Debe reconocer que Dios no quiere ninguna “ayuda para la salvación”, porque, tal como un cadáver que debe volver a la vida, no puede ofrecer ni la menor ayuda, todo lo hace el Señor.

¿Recuerda al Señor frente a la tumba de Lázaro, allá en Juan 11?  El cuerpo de este caballero estaba en la tumba ya por cuatro días, tanto que Marta, su hermana, había dicho que se había comenzado a descomponer. Pero cuando el Señor le ordenó que saliera, cuando el Señor intervino, ese cuerpo muerto inmediatamente entró en vida y comenzó a caminar, dejando esa tumba fría vacía.

De la misma manera el pecador, es, espiritualmente un cadáver.  También se encuentra tendido en su propia tumba, que pudiera ser la tumba de la indiferencia, la tumba de sus vicios, la tumba de la religión, la tumba de su tradición familiar, la tumba de su cultura o profesión, etc...  Todo esto hay que dejar a un lado por un momento y colocar en primer lugar la invitación del Salvador.

Usted dirá... bueno, pero un cadáver no puede oír la voz, aunque se trate de la voz de Dios.  Así es, pero bien sabe usted que los que ya fueron resucitados sí, la oyeron.  Y en el caso del pecador, muerto espiritualmente, en la tumba de su propio cuerpo, más de una vez habrá oído las palabras... «Alberto, ven fuera; Mariano, ven fuera; Santiago, ven fuera».  Pero no, nada, ese Alberto, Mariano y Santiago, continúan inmóviles, en el sepulcro de una completa indiferencia en un cuerpo que, más tarde o temprano también morirá.  ¿Acaso cuando una persona oye el Evangelio no es el mandato del Señor, diciéndole... ven fuera?  Por supuesto que sí.  Jesús fue claro cuando dijo: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (Mt. 10:40).

Muchas veces siendo ya cristianos, también tenemos ciertas cuotas que abonar, si queremos una vida de victoria.  De nuevo, la soberbia, la codicia, los celos (especialmente de que alguien tenga más que uno, sea más capaz u ocupe un puesto más alto y perciba un mejor salario...).  La lucha no termina. El costo sí, existe.  No para ser salvo, sino que la misma vida nueva que tenemos en Cristo, nos exige una conducta más allá de lo que estaríamos dispuesto a rendir.  Para muchos cristianos, el persistir, es decir, la constancia, la permanencia en su puesto de “centinela”, es algo que no puede aceptar.  Muchos cristianos tienen muy buenos planes, buenos deseos, pero nunca logran nada, porque comienzan y luego abandonan.  ¡No quieren pagar la cuota que nunca llega a “0”!

Bien dice Job: “¿No es acaso brega la vida del hombre sobre la tierra, y sus días como los días del jornalero?” (Job 7:1).  Dicho en otras palabras, la vida del hombre, especialmente la del cristiano, es una lucha diaria, sin tregua.  Si no fuera así, volveríamos a ser tan mundanos como el peor de ellos.  El dolor, el sufrimiento, el tener que estar en guardia, siempre alerta, es muy saludable para disfrutar de salud emocional y espiritual.  Entonces... ¿Cuánto le cuesta la Salvación?  Nada, pero el andar en la nueva vida, sí, le cuesta bastante dolor, lágrimas, sumisión y dependencia del Señor.

Si todavía no recibió a Jesucristo como su Salvador, usted está completamente desprotegido, no me cree, pero eso es.  Hable con el mismo Salvador diciéndole que desea ser Salvo, y Él le mostrará cómo el pecador, como usted, puede salvarse.

Ni sus buenas obras, ni su religión, ni nada de lo que haga, le salvará jamás, porque el Señor Jesucristo es quien lo amó a usted y desea salvarle.

El peligro de posponer, no es únicamente la seria posibilidad de caer en algún laberinto de herejías, sino que su corazón puede endurecerse a tal punto, que nadie podrá convencerlo de su necesidad.

Tanto el cielo como el infierno son lugares reales.  Si alguien le dijo lo contrario, lo ha engañado.  Si usted muere sin haberse reconciliado con Dios, no tendrá ya oportunidad para ser salvo.

No importa cuán brutalmente pecador sea usted, ¡el Señor le perdonará todos sus pecados y le recibirá como su hijo! 

Él dice: “...y al que a mí viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37b).

¡Anímese y reciba por la fe el maravilloso don de la salvación que el Señor le ofrece en este mismo momento!

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La Gracia Divina

La plenitud de la gracia de Dios está más allá de la apreciación, comprensión o pleno conocimiento humano.  Las riquezas de su bondad no pueden ser expresadas o descritas por lengua mortal.  Sólo podemos intentar definirla y nuestros mejores esfuerzos son una débil aproximación.  Es posible admirar la belleza de la gracia divina, pero realmente no podemos explorar su profundidad.  En el mejor de los casos, lo único que nos queda por hacer es permanecer mudos en temor reverente ante lo que vemos, y exclamar como el apóstol Pablo: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Ro. 11:33-36).

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¿Todavía sigue creyendo en todo cuanto tiene que ver con el cielo y el infierno?

Poco a poco van quedando menos del lado de cuantos han de participar del arrebatamiento de todos los redimidos, tanto los que ya murieron, como aquellos que para ese momento estarán aún en sus cuerpos: He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados (1 Co. 15:51, 52).

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¡La metamorfosis del cristiano!

La palabra metamorfosis se origina del vocablo griego «metamórfosi», que se refiere a «cambio»: Es la transformación que experimentan muchos animales durante su desarrollo, y que se manifiesta no sólo en la variación de forma, sino también en sus funciones y en el género de vida: cuando las orugas se convierten en mariposas.  Pero, ¿qué tenemos en común los cristianos con la oruga y la mariposa?

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La Buena Conducta no es el medio de Salvación

¿Es usted una persona muy religiosa?  ¿Se conduce muy bien con su familia, es fiel a su cónyuge, paga todos sus impuestos, paga sus cuentas al día, nunca dice palabras groseras, es un ciudadano ejemplar y respetado, ayuda a los pobres, suele orar siempre, a veces ayuna cuando tiene una gran preocupación o grave problema y no se pierde un solo domingo sin asistir al servicio en el templo?  Es probable que también tiene por norma repartir parte de lo que tiene a los pobres y suele ayudar a los niños desamparados y a muchos ancianos necesitados.  Todo esto y mucho más son las cosas que, en cierto modo, adornan su carácter y su persona intachable.  Muchos en realidad le admiran por su manera tan prolija de vivir y su consagración desinteresada en bien de sus semejantes.  Por otra parte, cuando alguien le pregunta por qué es como es y cómo puede lograrlo, usted exhibe sus credenciales de religioso que realmente cumple con lo que ésta le prescribe.  Su ministro o sacerdote está orgulloso de su ejemplar conducta.  Su familia se siente bien a su lado.  Sus conocidos y vecinos no dejan de admirarlo.

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Necesitamos arrepentirnos

El arrepentimiento y la fe son como “las dos caras de una misma moneda”. Es imposible depositar nuestra confianza en el Señor Jesucristo como nuestro Salvador, sin antes cambiar nuestra mentalidad respecto a quién es Él, y lo que hizo por nosotros.  Dios Padre requería desde mucho antes de enviar a su Hijo, que lo recibiéramos por fe en nuestro corazón, como Señor y Salvador y nos arrepintiéramos de nuestros pecados, incluso hasta a las naciones gentiles les ofreció la oportunidad de cambiar.

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Charles Spurgeon

“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hec. 4:12)

Charles Haddon Spurgeon nació en 1834 en Menton, Francia.  Fue un pastor bautista reformado inglés.  Según la Biblioteca Cristiana en Internet, a largo de su vida evangelizó alrededor de diez millones de personas, e incluso se asegura que llegó a predicar hasta diez veces a la semana en distintos lugares. Sus sermones han sido traducidos a varios idiomas y es conocido como el “Príncipe de los Predicadores”.

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¿Es posible ser salvo, sin creer en el Señor Jesucristo?

Una doctrina muy popular promovida ahora entre los católicos, gracias al Papa Francisco, es “¡Qué podemos ser salvos aunque no creamos en el Señor Jesucristo!”.  El 11 de septiembre del año 2013, exactamente a los seis meses de haber sido elegido Papa, el pontífice católico le escribió una extensa carta a Eugenio Scalfari, exmiembro del parlamento italiano y fundador del periódico La Reppublica, en la que enfatizaba “Que las personas que no creían en Dios serían perdonadas por Él si seguían lo que les dictaba sus conciencias”.  En otras palabras, “¡Qué podían ir al cielo sin necesidad de creer en el Señor Jesucristo!”.

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