Una jornada de depresión a fe
- Fecha de publicación: Sábado, 03 Diciembre 2011, 01:41 horas
- Publicado en Tema del día /
- Visitado 23619 veces /
- Imprimir /
William Grimshaw nació en 1708 en Lancashire, Inglaterra. Asistió al Colegio Cristo de Cambridge, intentando ingresar al ministerio. Durante su tercer año se asoció con las personas equivocadas, convirtiéndose de acuerdo con sus propias palabras, en alguien “tan vil como el peor”. A pesar de todo, optó por entrar en el ministerio, sin encontrar incongruencia entre su comportamiento y la ocupación que había escogido.
Fue ordenado en la Iglesia de Inglaterra en 1732, y asignado a una iglesia en West Yorkshire. Se casó con una viuda joven, pero al cabo de cuatro años ella murió trágicamente, dejándolo con dos niños pequeños.
William, quien ya era un alma atribulada, se vio sumido en una profunda depresión, por tal razón envió a sus hijos con sus familiares para que los cuidaran. En todo lo que podía pensar era en su propia mortalidad y en la necesidad de hacer arreglos para su funeral. El 26 de noviembre de 1739, tres semanas después del fallecimiento de su esposa, escribió, una nota que tituló: “La forma de mi entierro”. En ese tiempo los funerales eran seguidos por un banquete en un lugar donde se vendía cerveza y en donde se bebía libremente.
En sus instrucciones escritas especificó: “Para asistir a mi funeral quiero que se invite a veinte personas de mis parientes más cercanos y conocidos más íntimos, para que se entretengan en la siguiente forma: Que pongan cinco litros de vino... en un tazón de ponche y se embriaguen con él hasta que lo acaben”.
En ese tiempo, un predicador ambulante comenzó a reprenderlo por su punto de vista legalista de la salvación. Le dijo: “Usted no cree en el Señor Jesucristo. Está edificando sobre la arena”. William trataba de evitar a este hombre, pero las palabras “Está edificando sobre la arena”, lo perseguían.
En 1741 mientras visitaba a un amigo, vio un libro sobre la mesa y lo recogió. Cuando lo abrió y descubrió que el autor era John Owen, quien era considerado como el príncipe de los puritanos, una oleada de calor inundó su rostro. Confundido miró a la chimenea, preguntándose si acaso el fuego le había causado ese acaloramiento súbito en la cara. Abrió el libro nuevamente y leyó el título “La doctrina de la justificación por fe”. Súbitamente una segunda oleada de calor lo envolvió. Asombrado de que le hubiera vuelto a suceder, William consideró esto como un imperativo divino de que debía leerlo.
Tomando el libro lo llevó de regreso a casa. Lo primero que notó en el prefacio fue que Owen lo había escrito para personas que sufrían de la misma angustia y aflicción que estaba experimentando. El ejemplar confrontaba al lector con la pregunta “Si se debía confiar en la justicia personal heredada, o renunciar completamente a ella, y tomar sobre sí la gracia de Dios y sólo la justicia de Cristo”. Para William la elección fue clara.
Más tarde le confió a un amigo: “Estuve dispuesto a renunciar a mí mismo, a todos los méritos y habilidades imaginados, y a abrazar a Cristo sólo como mi todo en todo. ¡Oh, de cuánta luz y consuelo, disfruto ahora en mi alma, y cuán grande el gozo del amor perdonador de Dios!”.
Su ministerio cambió de inmediato, y encontró paz y gozo en su corazón al igual que en su alma. Se enamoró de una joven de la localidad, contrajo matrimonio con ella, y trajo a sus hijos de regreso al hogar. Ahora su gozo era completo.
Solicitó el pastorado en una nueva iglesia y se trasladó con su familia cerca de Haworth, en donde ministró poderosa y eficientemente hasta su muerte en 1763. Bajo su liderazgo espiritual, la pequeña villa poco conocida en Yorkshire se convirtió en uno de los centros líderes de la fe cristiana en toda Inglaterra.
Su funeral fue muy diferente a ese que había planeado años antes. Una vasta multitud de sus amados feligreses acompañaron su ataúd hasta el lugar final en donde habría de descansar su cuerpo. El pastor resumió la fe de William al decir: “Toda la esperanza de que su alma fuera acepta ante Dios, dependía únicamente de la sangre expiatoria de Cristo y de su justicia”.
Reflexión
¿En qué está dependiendo para su salvación? La vida de William Grimshaw fue desde la desesperación profunda hasta una fe gozosa cuando depositó su confianza en la obra consumada del Señor Jesucristo. ¿En qué confiará usted?
“Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:4 y 5).