Las últimas palabras del capitán
- Fecha de publicación: Sábado, 24 Diciembre 2011, 00:01 horas
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En los años 1600 Escocia había sucumbido bajo el gobierno inglés. Para los escoceses presbiterianos, la pérdida de su religión era incluso mucho más exasperante que la pérdida de su libertad política. El rey de Inglaterra, era el jefe de la iglesia, sin embargo para escoceses presbiterianos como John Paton, la verdadera cabeza de la iglesia era el Rey Jesús.
Esto no era simple distinción teológica. La iglesia anglicana en ese día, imponía su autoridad sobre la conciencia de los individuos. En respuesta John Paton y muchos otros presbiterianos en Escocia se reunieron para mantener y defender los principios de la Reforma y llegaron a ser conocidos como los Escoceses Firmantes del Pacto.
El capitán John Paton nació en 1620 en una granja en la comunidad eclesiástica Fenwich Parish, en Ayer, Escocia. Se convirtió en soldado profesional y peleó bajo las órdenes de Gustavo Adolfo en Alemania y con los firmantes del pacto en las batallas de Marston Moor en 1644, Rullion Green en 1667 y Bothwell Bridge en 1679.
Como era un firmante del pacto, pasaba la mayor parte de su tiempo escondiéndose. Finalmente fue arrestado en agosto de 1683. Fue juzgado y sentenciado a muerte por ahorcamiento, acusado de traición contra la corona, sin embargo, permaneció fieramente leal al más alto Rey. El 9 de mayo de 1684, desde el patíbulo, leyó su último testimonio, en el que decía:
“Queridos Amigos y Espectadores:
Ustedes han llegado aquí para ver morir a un hombre... Soy un pobre pecador, y nunca podría merecer otra cosa más que ira, ya que no tengo ninguna justicia propia, sino que todo es Cristo y sólo Él y he reclamado por fe su justicia y sus sufrimientos. Por imputación me pertenecen. He aceptado su oferta de acuerdo con sus propios términos, y me he comprometido para estar a su disposición, tanto privada como públicamente. Todo lo he puesto sobre Él para ratificar en el cielo lo que me propuse hacer en la tierra: abolir todas mis imperfecciones y fallas, y permanecer con mi corazón en Jesucristo...
Ahora dejo mi testimonio, como un hombre a punto de morir, contra la horrenda usurpación de la prerrogativa del derecho de nuestro Señor a la corona... porque Él es dado por el Padre como cabeza de la iglesia...
¡Oh! Estén frecuentemente ante el trono, y no cesen de implorarle a Dios. Asegúrense del interés de sus almas. Busquen su perdón libremente, y entonces Él vendrá con paz. Procuren todas las gracias de su Espíritu, la gracia de su amor, la gracia de un temor santo y humildad...
Ahora deseo saludarlos, queridos amigos en el Señor Jesucristo, tanto los que están en prisión, como exilados, viudas, huérfanos, errantes y abandonados por la causa de Cristo y el Evangelio. Que las bendiciones de los sufrimientos de Cristo estén con ustedes, fortaleciéndolos, estableciéndolos, apoyándolos y satisfaciéndolos...
A mis perseguidores, los perdono a todos... pero desearía que ellos buscaran el perdón de Quien tiene que dárselos...
Dejo a mi pobre y adolorida esposa y seis niños pequeños al cuidado del Padre Todopoderoso, Hijo y Espíritu Santo, quien ha prometido ser un padre para los huérfanos, y un esposo para la viuda y permanecer en el hogar de ellos. Está Tú, con ellos oh Señor...
Y ahora adiós, esposa e hijos. Adiós, todos los amigos y familiares. Adiós, todos los placeres del mundo. Adiós, dulce Palabra de Dios, predicación, oración, lectura, alabanza y todas las obligaciones. Y bienvenido Padre, Hijo y Espíritu Santo. Deseo encomendarles mi alma haciendo el bien. Señor recibe mi espíritu”.
Reflexión
Si estuviera próximo a ser ejecutado por su fe, ¿cuáles cree usted que serían sus últimas palabras? Dios promete darle a sus hijos las palabras que deben decir cuando llegue el momento.
“Y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros” (Mateo 10:18-20).