Más sobre el pentecostalismo
- Fecha de publicación: Jueves, 10 Abril 2008, 18:01 horas
- Escrito por A. B. Carrero
- Visitado 17348 veces /
- Tamaño de la fuente disminuir el tamaño de la fuente aumentar tamaño de la fuente /
- Imprimir /
La sanidad divina o gritos y sombrerazos
La discusión esta muy en su lugar si se hace con dignidad y comedimiento. Porque es cierto que de la discusión nace la luz. Pero las personas que se adhieren a una enseñanza torcida
Para tratar un asunto de doctrina debemos usar estos dones de Dios: discernimiento, lógica sana, seriedad, calma y por encima de todo, la luz de las Santas Escrituras.
La discusión esta muy en su lugar si se hace con dignidad y comedimiento. Porque es cierto que de la discusión nace la luz. Pero las personas que se adhieren a una enseñanza torcida se enojan si les tocamos el asunto. No discuten, ni escuchan ni piensan, sino cierran los ojos, levantan una gritería de «amenes» y «aleluyas» y quieren arreglarlo todo a gritos y sombrerazos. Pero no destruyen los argumentos, sino quedan en pie, formidables, para aplastar la doctrina errónea y falsa que el diablo ha sembrado en sus corazones.
Si le decimos a un romanista que sus ídolos para nada sirven, inmediatamente se exalta, grita, vocifera y a gritos y sombrerazos sostiene que la santísima virgen no es ídolo, que es la madre de Dios, que así lo manda el Papa y así lo enseña la iglesia; y al oír sus violencias y su gritería optamos por callar y dejarlo en paz. Nos contentamos con haberle dado testimonio y nos alejamos entristecidos porque no quiso el pobre obstinado dar oído a la Palabra de Dios que enseña claramente que los ídolos son abominación al Señor.
El espiritista, cuando refutamos sus enseñanzas diabólicas, se llena de ira, reniega hasta de Dios, insulta las Escrituras y consagra alabanzas a Judas el apóstol traidor. Es decir, más gritos y sombrerazos, pero no buen juicio, ni lógica ni cordura ni la luz del Señor Jesucristo.
También a este hombre errado lo dejamos en su camino torcido porque se empeña en no oír la Palabra santa que pudiera instruirle y dar la salvación de Dios a su alma tenebrosa y sucia. La Biblia permanece para siempre y allí queda, formidable e invencible, condenando al espiritismo y a los espiritistas obstinados y ciegos.
Y por ese orden nos hallamos frente a los enemigos de la Verdad, y de los que contradicen a la Biblia, y los vemos con pena que quieren apagar el sol con un dedo, o a gritos y sombrerazos, como los perros que le ladran a la luna, pero una vez que se cansan de ladrar ella sigue brillando en el cielo; y una vez que se cansan los hombres de gritar sin ton ni son contra la Palabra, ella, la Santa Biblia sigue en su gloria como la eterna revelación del Padre que nos enseña todo lo que debemos creer y nos muestra lo que es falso y mentiroso para que lo dejemos a un lado.
Esos gritos tan fuera de lugar, esas vociferaciones sin base de verdad, esa contradicción con la Biblia en total ignorancia de la doctrina de Dios, acusan el mismo fanatismo y ceguedad que mostraron los fariseos a quienes el Señor reprendió y les dijo: “Erráis, ignorando las Escrituras...”(Mt. 22:29).
Se puede sentar como verdad incontrovertible que todas las sectas que tienen enseñanzas erradas nacen de ese mismo desvío: LA IGNORANCIA DE LA PALABRA. Si el romanista conociera la Biblia, no sería romanista; si el sabatista conociera la Biblia, no trataría de justificarse por las obras de la ley; si el espiritista conociera la Biblia, no se entregaría a las prácticas de sus sesiones tenebrosas y diabólicas. Este principio puede aplicarse infaliblemente a todas las sectas de perdición y a las doctrinas de demonios: al agnosticismo, al ateísmo, a la enseñanza de la regeneración bautismal, a la ciencia cristiana, a la evolución, al humanismo, a los testigos de Jehová, al mormonismo, al unitarianismo, a la teosofía, a los llamados santificados o santos rodadores, a los que enseñan la sanidad divina, las lenguas, y a otros muchos cultos, sectas y herejías que se desvanecerían como una nube si los seguidores de esas sendas torcidas diesen oído a la voz de Dios revelada en su Palabra, y si les alumbrase en su corazón la luz del Señor.
Saulo de Tarso era un enemigo de Cristo y él no lo sabía. Antes pensaba que hacía servicio a Dios aborreciendo y persiguiendo a los cristianos. Un día vio la luz y no fue más rebelde, antes se cambió en un vaso escogido y útil para el uso del Maestro: “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hch. 9:15). Los discípulos de Emaús estaban confundidos y atolondrados hasta que el Señor les abrió el entendimiento y pudieron comprender las Escrituras: “Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” (Lc. 24:25-32).
Pablo era sincero en su ceguedad, los discípulos de Emaús eran sinceros en su ignorancia. Y todos a una fueron felices el día que alcanzaron a recibir la sabiduría de Dios, la cual desciende de arriba; y se libraron para siempre de la sabiduría de los sentidos que es terrenal, sensual y diabólica: “Porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Stg. 3:15). Todo esto sirve como paso preliminar para que consideremos un solo caso de estos enseñadores de falsos dogmatismos: LA FALSEDAD DE LA SANIDAD DIVINA. Hay en estas sectas que siguen la sanidad, muchos buenos y sencillos hermanos en Cristo que persisten tercamente en su error porque son ignorantes de la Biblia. Si les exhortamos para sacarlos de su camino falso y torcido, usan el mismo método de marras, gritos y sombrerazos, en vez de ceñirse al estudio y al buen entendimiento de las Escrituras.
Hay un pasaje admirable en Hechos 18:24-26. Un judío llamado Apolos, hombre de rara elocuencia y conocedor de las Escrituras, había sido instruido en el camino del Señor y hablaba de Cristo «conociendo solamente el bautismo de Juan». A éste oyeron Priscila y Aquila, y lo llevaron consigo y con buenas razones le hablaron más completamente del camino de Dios. Le faltaba conocer el significado de la cruz y de la resurrección, y aquellos fieles hermanos le instruyeron y fue más útil en su ministerio de allí en adelante. Y así hay muchos queridos hermanos que necesitan instrucción en lo que toca a la sanidad divina. Cuando la enseñan y la defienden hablan de una cosa que no saben y en la que están muy errados, por eso falta la prosperidad en sus iglesias y les falta la salud y la bendición en sus hogares y en la vida diaria: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (1 Co. 11:30).
Repiten de memoria textos que no entienden y que sus enseñadores les han metido entre ceja y ceja, los cuales tuercen para su propio daño. Son cinco los pasajes de la Biblia que usan como fundamento esos hermanos que hacen bandería de la sanidad divina, el primero es que:
«Cristo es el mismo y no cambia»
Sacan este dicho de Hebreos 13:8: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Y dicen: «Pues entonces, si antes sanó a los enfermos, también ahora los debe sanar». Pero no sólo sanó a muchos enfermos, sino que resucitó a los muertos. Y si hoy debe sanar a los enfermos ¿por qué no le exigimos también que resucite los muertos? ¿Acaso “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”solamente en lo que se refiere a los enfermos y no a los muertos? La sanidad divina se quede mustia y callada ante este problema y nosotros se lo vamos a explicar.
Nuestro amado Señor no cambia, y él «es el mismo, hoy y ayer, y para siempre», pero su trabajo entre los hombres sí cambia, por eso hoy no resucita muertos, ni da de comer a las multitudes, ni sana los enfermos oficiosamente como se lo quieren exigir los alucinados inventores de la sanidad divina. Tampoco hace nuevas revelaciones de su Palabra, ni manda escribir otros evangelios, ni puede morir otra vez en la cruz, ni resucitar de nuevo. Esto es bien claro para el que tiene un poco de discernimiento y medita con seriedad y sano juicio en las cosas de Dios.
Segundo: «Sanidad en la expiación»
El segundo texto de que echan mano para fundar sus torpes enseñanzas es este: “Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”(Mt. 8:16, 17).
Los hermanos “sanadores” deducen de ese texto que en la cruz el Señor, además de cargar con las iniquidades de todos nosotros, llevó también nuestras enfermedades y aflicciones físicas. Así hizo expiación por los males del alma y también expió en la cruz las dolencias del cuerpo. Hasta los queridos hermanos de la Alianza Cristiana y Misionera se han dejado llevar por el error y como la mujer del templo Angelus, de California, anuncian un “evangelio cuádruple”, es decir: Cristo nuestro justificador, Cristo nuestro santificador, Cristo nuestro sanador, y Cristo rey que viene. Y repiten esa falsedad de que Cristo murió en la cruz también por nuestras enfermedades. ¡Pero no hay ni señas de tal evangelio en las Escrituras, ni el apóstol Pablo mencionó tal cosa extraña, ni se halla en ninguna de las cartas a las iglesias!
La mujer del templo Angelus enseña que hubo dos expiaciones: una en la cruz, donde el Señor derramó su sangre para limpiar nuestros pecados; y otra, en el sufrimiento que padeció cuando le dieron azotes y le tiraron de la barba, para pagar por nuestras enfermedades corporales. Otro propagandista de la “sanidad” declara que en la Santa Cena tenemos el pan para curar el cuerpo y el vino para limpiar el alma. Estas enseñanzas son blasfemas y diabólicas, y tales embaucadores alteran y tuercen la Palabra de Dios para sembrar con mentira herejías de perdición. Entonces, ¿qué enseña ese pasaje de Mateo 8:16, 17? Pues enseña sencillamente que el ministerio de curación del Señor se cumplió allí AQUEL DÍA, es decir, tres años antes de que Él expirara en la cruz.
Tercero: “Sanad enfermos”
¿No dijo el Señor expresamente a sus enviados que sanasen los enfermos? Es un argumento favorito de los “sanadores”. Y añaden: «Así pues nosotros predicamos y al mismo tiempo sanamos a los enfermos que hay en las congregaciones». Pero el pasaje dice textualmente: “Sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel... Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”(Mt. 10:6, 8).
Notemos bien el pasaje. ¿Para quién era el anuncio? Para “las ovejas perdidas de la casa de Israel”, los judíos. ¿Qué iban a hacer entre ellos? A llevarles la salud del cuerpo y a dar resurrección a los muertos. Esto era preciso porque estaba de acuerdo con la profecía y las promesas del Ungido que había de venir. Por eso les mandó estrechamente que fuesen a los judíos y no a las ciudades de los samaritanos ni a los caminos de los gentiles (vs. 5, 6). Era para testimonio “a lo suyo...”(Jn. 1:11). Los que hacen tanto alarde de la sanidad, ¿por qué no resucitan los muertos si esto también les fue mandado a los discípulos?
Tienen un culto de la semana dedicado a la “sanidad divina”, ¿por qué no tienen también una noche para levantar los muertos? No, mis amados lectores, hermanos y amigos. Ese mensaje fue para aquellos días exclusivamente, y era particular para “las ovejas perdidas de la casa de Israel”, para mostrarles con señales que Cristo era el Mesías de ellos, el Ungido de Dios anunciado por los profetas: “Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lc. 4:17-21). La Iglesia no se hallaba todavía en el mundo. Esta orden de sanidad no es pues para nosotros, ni por asomo. Para usar bien la Palabra de verdad: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”(2 Ti. 2:15), no hay que perder de vista los tres grupos de 1 Corintios 10:32 los JUDÍOS, los GENTILES y la IGLESIA DE DIOS. No podemos impunemente darle a un grupo lo que pertenece al otro, porque sería hacer violencia a la Palabra, desobedeceríamos a Dios y labraríamos nuestra propia destrucción. No le podemos dar la Santa Cena al judío; ni imponerle el sábado y los sacrificios judaicos a la iglesia; ni entregar ambas cosas a los gentiles que andan en la carne, porque sería «echar las perlas a los cerdos» (Mt. 7:6). Ni vamos a tomar el mensaje de la casa de Israel para aplicarlo a los que son de Cristo por la fe, porque estos no necesitan judaizar, sino están llamados a formar la Iglesia del Nuevo Testamento y andan por fe y no por vista.
Cuarto: «Ungir con aceite»
Citan este famoso pasaje de Santiago 5:14, 15: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Este es el texto más usado o más abusado por los sanadores.
Enseñan que aquí se nos da la dirección que debemos seguir para sanar a todos los enfermos. En los “servicios de sanidad divina” usan el texto para sus curaciones “infalibles” y muchas pobres almas se van decepcionadas y tristes. ¡No hay tal curación! Y ellos se excusan diciendo que le faltó al sujeto la fe sanadora. Y no se acuerdan que el paralítico en Betesda, el cojo en la Puerta Hermosa, el hombre que nació ciego, Malco y otros muchos fueron curados sin tener fe y sin siquiera pedir ni esperar la curación. Malco era un declarado enemigo que venía contra el Señor a fin de arrestarle. El cojo quería dinero, ni pedía ni esperaba sanar de su cojera. El ciego ni siquiera sabía quien fuese el Señor, el Hijo de Dios, pero los sanadores se escudan en esa invención para excusarse de sus fracasos.
Dios no da aquí un método ni regla general como panacea para todos los males. Se trata sencillamente de un caso único y especial. Si ese método fuera aplicable y efectivo ningún cristiano moriría en esta tierra. Es preciso usar la lógica para discurrir con acierto y con sinceridad de verdad.
Muchos cristianos mueren en la Alianza Cristiana y Misionera, y en todas las iglesias, cada día. Jóvenes, niños, ancianos acaban sus días según la voluntad de Dios, y van a la presencia de Dios «donde no habrá más dolor» (Ap. 21:4). Muchos hermanos de la Alianza Cristiana y Misionera, y de las congregaciones de “la sanidad” están enfermos e internados y muchos de ellos están en los hospitales psiquiátricos. Al llegar a una congregación de estos hermanos no hallamos personas sanas, robustas, rebosantes de salud solamente, sino hay como en todas las iglesias personas débiles, anémicas, diabéticas, con espasmos de tos, asmáticas, con antiparras o espejuelos, sufriendo de reuma y de muchas otras dolencias.
No podemos hacer violencia a la Palabra de Dios para sostener ideas humanas de hombres de entendimiento escaso o que siguen a guías maliciosos que han querido apartarnos de la verdad. El “enfermo” de Santiago 5:14 es un caso muy particular. La carta de Santiago fue la primera que se escribió y se dedica a los judíos (“...a las doce tribus que están en la dispersión...”) según se lee en Santiago 1:1.
No hay que olvidar que los judíos tenían una promesa y un pacto donde se les daría salud si se mantenían obedientes a Dios, pues de lo contrario la enfermedad les vendría como castigo. Por eso, si llamaban a los ancianos y se reconciliaban con Dios eran perdonados y sanaban de sus males. Nunca jamás en parte alguna se hizo tal promesa a la iglesia. Aquellos eran PUEBLO TERRENAL, y estos (la Iglesia) un PUEBLO CELESTIAL, y sus promesas son del cielo, no de la tierra. De las miles de promesas que se cuentan en la Biblia, ni una sola ofrece a los cristianos ni dinero ni salud, antes se enseña, «que por muchas tribulaciones entramos en el reino de Dios» (Hch. 14:22; 9:16).
Quinto: “Estas señales seguirán”
He aquí el pasaje formidable de nuestros queridos hermanos “sanadores” en el cual basan su sistema de curación divina: “Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”(Mr. 16:17, 18).
Gaebelein, Ironside, Stewart, DeHaan y muchos otros de los más esclarecidos maestros y expositores de la Palabra y defensores de la fe (Jud. 3) notan que hay aquí cinco señales: 1. echar fuera demonios, 2. hablar lenguas, 3. quitar serpientes, 4. beber cosas venenosas y 5. sanar enfermos. De estas cinco señales los “sanadores” sólo se ocupan de dos: de las lenguas y de la sanidad, y pasan por alto las otras tres señales. ¿Por qué? A veces leemos en los diarios alguna noticia horrible de alucinados y fanáticos que se dejan morder intencionalmente por serpientes de cascabel en presencia de la congregación que sigue a tales guías ciegos. Recientemente se dio un caso en Alabama y el pobre alucinado se expuso a la muerte a consecuencia de la mordedura de una víbora. Fue necesaria la ayuda oportuna de un médico experto para salvar la vida del pobre insensato.
El pasaje se explica así: Se trata de la época inmediata que siguió al anuncio del evangelio, es decir, al primer siglo. Era como si dijéramos las credenciales de los apóstoles que eran los creyentes primitivos y el fundamento de la obra de evangelización: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef. 2:20). NO dice que estas señales iban a seguir a todos los creyentes por todos los siglos, pues eran señales que se descontinuarían a debido tiempo después de servir a aquel tiempo y aquella generación.
Esa promesa o promesas implicadas en tan bello pasaje se cumplieron al pie de la letra, porque la Palabra de Dios no puede errar. En las páginas de los Hechos leemos de tales maravillas, y se registran muchos casos de curaciones. Echaban fuera demonios, hablaban lenguas, arrojaban las serpientes al fuego y ponían las manos sobre los enfermos y los sanaban. Y algunos quizás tomaron alguna bebida venenosa, sin recibir daño, aunque no se registra tal caso en la historia de la iglesia primitiva como se nos da en los Hechos de los Apóstoles.
Después que la Iglesia se consolidó como un ejército triunfal y creció en la gracia y en el conocimiento del Señor, ya no hubo “señales” ni Pablo las menciona, ni ninguno de los otros que escribieron las epístolas. Si fuese punto esencial de doctrina esta “sanidad” seguramente que en Efesios, o en Filipenses, o en otra de las cartas se diría con especial énfasis y con la fuerza de un mandato. Pero no, ¡ni una palabra!
Porque nuestros cuerpos están sujetos a enfermedades, y así se declara en Romanos 8:22, 23: “...la creación gime... y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. Véase también Filipenses 3:21: “El cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”.
Obreros obstinados
Hay sólo una curación o sanidad divina que es real y verdadera como lo son todas las cosas de Dios. Esto sí son milagros del poder y de la gracia de Dios, y no son curaciones mentirosas ejecutadas por hombres oficiosamente y, a veces, con mentirosa vanidad y pretensión. Dios nos cura individualmente en respuesta a la oración de fe, y conforme a su santa voluntad. Y en todo caso es para gloria de Dios como en Juan 11:4: “Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Jamás para gloria de hombres y mujeres mentirosos que andan al trote con la botellita de aceite engañando a los incautos y muchas veces haciendo comercio para ganancia personal y deshonesta. Dios nos oye si pedimos a él: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Jn. 5:14, 15); y positivamente sabemos que no es la voluntad de Dios sanar a todos los santos que sufren. Muchos eminentes siervos del Señor sufrieron largas enfermedades y no sanaron y murieron en la fe. Pablo, Lutero, Moody y el mismo A. B. Simpson que decía a cada momento: «Cristo es mi sanador», sufrió por un año de una terrible enfermedad y murió y no fue sanado. Y murió en la fe de los hijos de Dios. Así el Señor reprende a los que se empeñan en enseñar como doctrina suya ideas humanas torcidas y extravagantes.
Que piense más el hermano obstinado, y deje en paz su sombrero, y no haga inútil gritería contra la fuerza de la Santa Palabra que nos enseña la verdad en todo. Si la “sanidad” está en la expiación, ¡entonces sería una sanidad eterna! Porque la salvación eterna es: “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás...” (Jn. 10:28).
Si Cristo hubiera dicho (y jamás lo dijo): «Yo les doy sanidad eterna también, y por lo tanto jamás podrán enfermarse», entonces podríamos con justicia enseñar que la sanidad estaba en la expiación de la cruz. Pero puesto que tal no fue el caso, enseñar esa doctrina espúrea es añadir a la Palabra con malicia y con maldad. Pablo era santo, nacido de nuevo, salvado, regenerado, consagrado, santificado, escogido de Dios, y sin embargo estuvo enfermo y Dios lo sostuvo con su gracia, pero no le quitó su aguijón en la carne: “Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades. Sin embargo, si quisiera gloriarme, no sería insensato, porque diría la verdad; pero lo dejo, para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí. Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”(2 Co. 12:1-10).
¿Podrá decir alguno de los sanadores modernos que Pablo no tuvo bastante fe para ser sano? Y el mismo Pablo no curó a Trófimo, antes lo dejó enfermo en Mileto: “Erasto se quedó en Corinto, y a Trófimo dejé en Mileto enfermo” (2 Ti. 4:20). Su consiervo, el fiel Epafrodito, se vio por largo tiempo en estado de suma gravedad según se lee en Filipenses 2:27: “Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él, y no solamente de él, sino también de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza”; y a Timoteo le recomienda que deje el agua y que tome jugo de uvas, por causa de su estómago y de sus continuas enfermedades: “Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades”(1 Ti. 5:23).
Y estos profetas de nuevo cuño, engañadores que pervierten con malicia los caminos del Señor, publican hojas llamativas y dicen: «El pastor Olazo, quien ha llevado a cabo maravillosas curaciones de toda clase de enfermos va a comenzar aquí su campaña. Traigan a los enfermos desahuciados de la ciencia». Él murió, pero dejó la semilla del engaño en Nueva York y han surgido muchas iglesias con la misma bandería de la sanidad y de los milagros. En Brooklyn, uno de estos hermanos anunció: «¿Quieres ser sano? Ven a la sanidad divina y al poder pentecostés. Trae a los enfermos».
No vacilamos en decir con sincera pena que es un mentidero, un modus vivendi, un engañador del diablo. Y no oyen si les hablamos, ni escudriñan la Biblia, ni piensan con cordura, sino se enojan y arremeten a gritos y sombrerazos.
Dios tenga misericordia de ellos y los bendiga. Y si alguno insiste en ser ignorante, sea ignorante: “Mas el que ignora, ignore” (1 Co. 14:38). No queremos ofender a nadie ni molestar a ninguno. Dios sabe que no hay otro deseo, sino el de ayudar a los desviados a ver con claridad la enseñanza de Dios en cuanto a la sanidad, y cómo debe entenderse y procurarse sin la intervención de embaucadores oficiosos que siembran el error.
El asunto de los milagros
John Clayton
En 1978 ocurrió un incidente en North Manchester, Indiana, a pocos kilómetros de nuestra casa en South Bend, que se reportó en los periódicos de todo el país. Una joven madre de apellido Gilmore tuvo un niño tras quince meses de gestación. El padre, David Gilmore, era estudiante de tiempo parcial en el Seminario Teológico de Grace y la familia asistía a una iglesia “fundamentalista”, según el boletín de prensa. Cuando Dustin Graham Gilmore se puso enfermo, sus padres lo llevaron a la iglesia y el “pastor” oró por él. Las enseñanzas de la iglesia en cuestión se basan en la idea que la fe por sí sola cura cualquier enfermedad, y que el consultar un médico demuestra una deplorable falta de fe en Dios. Durante varias semanas la familia oró fervientemente por su hijo, mientras la temperatura de éste subía, quedaba sordo, quedaba ciego, y finalmente moría el 15 de mayo de un caso de meningitis que habría sido muy fácil de curar. El padre decidió hacer esto del conocimiento público, ya que sabía personalmente de otros doce niños que habían muerto en circunstancias similares.
Este relato es sólo uno de varios que se han dado a conocer públicamente en los años recientes, que tratan sobre las llamadas “iglesias de la fe” (iglesias donde se realizan “milagros”). Además ha habido una proliferación de entusiasmo por las curaciones a través de la fe, de todos los colores y sabores. Los programas televisados que proclaman curaciones por la fe han brotado como hongos, con toda clase de técnicas, procedimientos y fórmulas. Yo, que he insistido siempre en que podemos creer en Dios inteligentemente, tengo que preocuparme por tales fraudes. Los escépticos se apresuran a citar casos como el de Gilmore para sugerir la falsedad de la religión y exponer hasta qué grado puede ser destructiva. La fe de mucha gente se tambalea o desaparece cuando Dios no da la solución a un problema, la cual considera esta gente como bien merecida por ser promesa bíblica.
El propósito del presente artículo es señalar algunos aspectos lógicos de este tema, los cuales debe tomar en cuenta cualquiera que lo analice. Su propósito no es insinuar que no existan los milagros o que Dios sea incapaz de curar la enfermedad de alguien; es más bien un intento por explicar cómo y por qué pasan algunas cosas.
Como primer punto, diremos que los charlatanes de la fe tienen toda la ventaja. Cuando un médico fracasa en su intento por curar a un paciente, la culpa muy a menudo recae en el médico. Un paciente, o sus familiares, pueden demandar al médico si pueden probar que éste actuó con negligencia o ineptitud. En contraste, cuando un charlatán de la fe falla, es la culpa del paciente: no tuvo suficiente fe para ser curado. Los charlatanes de la fe pueden incluso escoger a quién dar el tratamiento y bajo qué condiciones. Un médico no se puede dar esos lujos.
En segundo lugar, los poderes de recuperación del cuerpo humano son por sí solos un milagro. Cuando un médico atiende un hueso roto, lo único que hace es alinear los dos extremos del hueso; el cuerpo es el que en realidad efectúa la curación llevando calcio a la fractura para que el hueso se suelde. Cuando un cirujano hace una incisión, lo que hace después es cerrar y coser los tejidos, y sabe que el cuerpo se encargará de realizar la curación con tejidos nuevos. Dios diseñó una habilidad curativa milagrosa en el cuerpo humano que facilita hechos asombrosos.
Han dicho los escépticos de la profesión médica que el 90% de nuestros “achaques” desaparecerían si simplemente los olvidáramos o los ignoráramos. Seguramente se puede aplicar un porcentaje similar a los que acuden a los charlatanes milagreros, siendo que muchas de sus enfermedades son de las que el cuerpo puede curar por sí solo, o que son de naturaleza psicosomática. La increíble sabiduría evidente en el cuerpo humano demuestra la intervención divina en su diseño. Tal obra no es producto del azar, sino de la “artesanía” milagrosa de Dios.
En tercer lugar, la mente es una poderosa realizadora de milagros. La palabra «psicosomático» se deriva de dos palabras griegas, psyque (mente) y soma (cuerpo). El asunto básico es que la mente mantiene un poderoso efecto sobre el cuerpo. Esto se demuestra constantemente con el uso de placebos, o pastillas innocuas que se hacen pasar al paciente como medicina. En una reciente investigación sobre pacientes con cáncer incurable, se observó que el 50% reportó mejoría tras habérsele aplicado inyecciones que se hicieron pasar por morfina. La morfina sólo es efectiva en dos terceras partes de los pacientes a los que se les inyecte. Durante un falso embarazo, la mujer cree tan vehementemente estar embarazada que el flujo de hormonas aumenta, los pechos se agrandan, cesa la menstruación, y hasta pueden ocurrir contracciones de parto. Se ha demostrado que el 20% de los pacientes sometidos a hipnosis pueden ser operados sin anestesia. La brujería, las maldiciones y hechizos, y toda la variedad de prácticas curanderas en las culturas primitivas tienen su explicación en los poderes de sugestión de la mente humana.
La curación inducida mentalmente puede tomar muchas formas, incluyendo la curación religiosa. Esto no quiere decir que tal curación no sea real o significante. Significa, sin embargo, que no se trata de poderes sobrenaturales por parte del ministro-curandero.
Como cuarta consideración, existe una diferencia increíble entre lo que está sucediendo en el área de las curaciones hoy en día y lo que sucedió en el tiempo de Jesucristo. En primer término, todo el ambiente de las curaciones hoy es diferente. Cuando Jesús curaba a alguien, la recomendación casi siempre era: “...no lo digas a nadie...” (Mt. 8:4, 9:30; Mr. 5:43; 7:24-36). Él clasificó a los que buscaban señales milagrosas como “...generación mala y adúltera...”(Mt. 12:39).
Hoy en día vemos a los que dicen hacer milagros en escenarios teatrales rodeados de todo un espectáculo. También vemos que se toman muchos cuidados en el control ambiental en el que ocurre el milagro. George Bernard Shaw consideró el santuario milagroso de Lourdes como un engaño, ya que había en exhibición muletas, sillas de ruedas y refuerzos dorsales; pero ninguna pierna postiza, ningún ojo de vidrio y ningún tupe.
Las investigaciones realizadas por científicos y médicos sobre los “obradores de milagros”, no han podido dar credibilidad a ningún testimonio de curaciones en forma consistente y demostrable.
Como quinta observación, tenemos que en la medicina sí ocurren fenómenos inexplicables y desconocidos. El Dr. Lewis Thomas, del Centro de Cancerología Memorial Sloan-Kettering comenta sobre cientos de casos de pacientes de cáncer en los cuales han ocurrido curaciones permanentes sin tratamiento y sin causa conocida. No hace mucho tiempo que un niño quedó sumergido durante veinte minutos bajo las heladas aguas del lago Michigan. Aunque no recibió ningún tratamiento inmediatamente después del rescate, aparentemente el niño se está recuperando por completo. Hay muchos sucesos similares que parecen milagrosos y que se explican tarde o temprano por medio de investigaciones.
En sexto lugar, los aspectos espirituales de nuestra existencia no pueden separarse de nuestro bienestar físico. ¿Por qué habían de efectuarse los milagros? El punto de vista de que Dios concede milagros a sus seguidores presupone que los súper cristianos no morirían jamás, y que los cristianos “normales” vivirían más y estarían más libres de enfermedades que los ateos; también tiende a catalogar a Dios como un nepotista (uno que muestra desmedida preferencia hacia sus parientes para las concesiones o empleos) que concede la curación a unos y se la niega a otros.
Jesucristo se interesó más en la condición espiritual de la gente que en sus problemas físicos. Sus enseñanzas giraban sobre los aspectos espirituales del hombre, y sus milagros generalmente se orientaban al bienestar espiritual de los recipientes. La alimentación de los 5.000, la curación del invidente (Jn. 9) y los exorcismos promovieron el crecimiento espiritual. Muchas veces un impedimento físico es más ayuda que obstáculo para determinado fin.
El apóstol Pablo tenía un problema del que dijo haber pedido se le librase en tres distintas ocasiones, y se le había negado la petición: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Co. 12:7-9).
Siempre que nuestras dudas sean contestadas desde un punto de vista físico, materialista y egoísta, tendremos confusión. Tanto los escépticos como los obradores de milagros demuestran tal tendencia. Si la forma de tratar tales cuestiones es la de reconocer que nuestra relación con Dios es la clave, y que nuestro bienestar espiritual es mucho más importante que nuestro bienestar físico, podremos hasta cierto punto entender y aceptar la vida como es. El milagro del amor de Dios es tal, que todos lo podemos ver y experimentar, y trasciende cualquier problema de la carne: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”(Jn. 3:16).
El don de sanidades
Andrés Stenhouse
El don de sanidades es otro de los dones que algunos grupos modernos profesan haber recuperado. Si lo hubiesen recuperado de veras, no tendrían dificultad alguna en convencer al mundo de ese hecho; como sucedió en Jerusalén, cuando Pedro y Juan emplearon el nombre de Jesús para sanar al hombre cojo que yacía a la puerta del templo la Hermosa. Aun los enemigos de ellos se convencieron de la realidad del milagro, “diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, señal manifiesta ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que moran en Jerusalén, y no lo podemos negar” (Hch. 4:16). Sin duda, estos grupos pueden presentar “testimonios” de personas que creen haber sido sanadas milagrosamente por los métodos de ellos; pero esto mismo pueden hacer los espiritistas, la llamada Ciencia Cristiana, y aún la Iglesia Católica (con su famosa gruta de Lourdes).
¿Qué nos enseña la Santa Escritura con respecto a este don? Todos sabemos que nuestro Señor, en todo su ministerio terrenal, acompañaba su enseñanza con milagros de sanidad: “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mt. 9:35); y al enviar a sus discípulos en su misión a Israel, les delegó los mismos poderes: “Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia” (Mt. 10:1). Y lo primero que debemos observar en relación con este ministerio es que ellos sanaban a todos los enfermos, sin jamás rechazar a nadie por motivo alguno, ni tampoco fracasar en el intento de sanar: “Y aun de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados” (Hch. 5:16). No hubo casos de parcial mejoría ni de repetidos ensayos para obtener mejor resultado. Los milagros fueron inmediatos, completos y permanentes, porque eran divinos.
Al igual que el don de lenguas, el don de sanidades era señal para los inconversos, y con el evidente intento de acreditar el mensaje que los apóstoles predicaban. Los milagros de nuestro Señor servían para ilustrar lo que él podía hacer en la esfera espiritual, pues los hombres son cojos, ciegos, leprosos y muertos en el sentido espiritual. Y dicho sea de paso, que los que pretenden poseer los dones apostólicos deberían mostrarnos que poseen el poder para resucitar a los muertos: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt. 10:8).
Hemos sabido de “campañas de sanidad” (cosa que los apóstoles nunca practicaron) y de los supuestos resultados (resultados que han sido investigados por hombres sinceros y competentes para juzgar), y tales resultados sólo han servido para comprobar la naturaleza ficticia de las llamadas sanidades.
Es evidente que en las mentes de muchas personas hay ideas erróneas y confusas con respecto a todo este asunto, por el hecho de no haber prestado la debida atención a lo que la Santa Escritura enseña. En Hebreos 2:3, 4 leemos que la salvación tan grande que fue anunciada primeramente por el Señor, ha sido confirmada hasta nosotros por los que oyeron (esto es, los apóstoles), “testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad” (v. 4). Es evidente de esto, que el objeto de las señales, prodigios y milagros fue el de apoyar el testimonio de los apóstoles. El autor de Hebreos no apela a milagros más recientes, sino a aquellos que acompañaron el ministerio de los apóstoles, como cosa característica de ese ministerio. Los apóstoles no tuvieron sucesores a quienes pudiesen delegar su autoridad o poderes milagrosos, y el Espíritu Santo no siguió obrando de la misma manera a través de otros hombres. Esto también fue “según su voluntad”. El evangelio y el ministerio de los apóstoles habían sido ya debidamente acreditados, y no era necesario seguir haciéndolo. El registro de todas estas cosas permanece para nosotros en las Escrituras del Nuevo Testamento; y con el canon de las Escrituras ya completado, no necesitamos otra autoridad ni apoyo.
Observemos también que el don de sanidades nunca fue una provisión para que los cristianos mejorasen de sus enfermedades. Leemos, por ejemplo, que Pablo dejó a Trófimo, su compañero de viajes, enfermo en Mileto: “Erasto se quedó en Corinto, y a Trófimo dejé en Mileto enfermo” (2 Ti. 4:20); a Timoteo le aconsejó que tomase un poco de vino en lugar de agua, por causa de sus muchas enfermedades: “Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Ti. 5:23); y Epafrodito estuvo también gravemente enfermo, y mejoró no porque Pablo le sanase, sino porque “...Dios tuvo misericordia de él...”(Fil. 2:25-30). La diferencia es que los creyentes están en la mano de Dios, y él les corrige y disciplina mediante la enfermedad y otras experiencias. Y los sana cuándo y cómo lo estima conveniente. La provisión para los cristianos es otra. La enseñanza de la epístola a los Romanos es que en el tiempo presente “...toda la creación gime a una... y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”(Ro. 8:22, 23). Pero Dios puede tener a bien librarnos de alguna enfermedad, y esto lo hace muchas veces por medio de las oraciones de nuestros hermanos. Así se nos exhorta: “...Orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Stg. 5:16). Esta es la enseñanza general, y también hay instrucciones especiales para el caso de una enfermedad ocasionada por algún pecado tolerado en la vida del creyente. Si el enfermo reconoce que su enfermedad es una medida disciplinaria de parte del Señor, llamará a los ancianos de la iglesia y orarán por él: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados” (Stg. 5:14, 15). Pero esta práctica nada tiene en común con el don de sanidades, pues no se supone que los ancianos de las iglesias posean este don. Es “la oración de fe”que salva al enfermo.
En conclusión, diremos que en las Escrituras es evidente que todo el énfasis en el evangelio está puesto en el asunto espiritual, el asunto del alma y su salvación. Los milagros físicos eran cosa enteramente secundaria. En la predicación del evangelio, los apóstoles anunciaban la remisión de pecados, la salvación, la vida eterna, la justificación por medio de la fe. Ni una vez mencionaron la sanidad del cuerpo como cosa prometida juntamente con las bendiciones espirituales. Nada sabían ellos de un “evangelio cuádruple” (cuadrangular).
Lo muy grave de todo este asunto es que se está asociando el bendito evangelio y el nombre glorioso del Señor Jesucristo con milagros ficticios y engañosos, con el resultante desprestigio para el mensaje de salvación y el testimonio del pueblo de Dios. Es característica de los postreros días que “...los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados”(2 Ti. 3:13). Y los peores engaños son los que se practican en nombre de Dios: “Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Ts. 2:7-10).
Las curaciones milagrosas
Advertencia del Editor de la Revista Evangélica: Este artículo, publicado originalmente en Health and Hygiene, y luego traducido y publicado en Ultra (Cuba), trata sobre las curaciones por la fe, desde el punto de vista de algunos médicos. La redacción de la Revista Evangélica no está necesariamente de acuerdo con todo lo que contiene este artículo. Creemos que las curaciones hechas por Jesús, en respuesta a la fe, eran milagros y curaciones verdaderas. Creemos que las curaciones de parte de los apóstoles mediante el poder de Dios, también eran milagros. Notamos igualmente que el consagrado médico Lucas y el apóstol Pablo, obraron juntos en la isla de Melita; Pablo invocando el poder de Dios y Lucas administrando a los enfermos, conforme a la sabiduría que habían recibido del Señor. También ambos compartieron los honores y obsequios que les brindaron los beneficiados (Hch. 28:8-10).
Creemos igualmente que en la actualidad Dios sigue concediendo milagros en respuesta a la fe, como el caso particular del que escribe estas líneas, quien regresó de la sombra de la muerte merced a la misericordia de Dios y como respuesta a las oraciones de su madre, una verdadera cristiana. Pero también estamos convencidos de que algunos de los curanderos, obran para gloria y provecho propios, más que para la gloria de Dios, y por tanto su obra es superficial. Finalmente, reproducimos este artículo para que a la fe de nuestros lectores, se agregue la ciencia.
Todos los años más de medio millón de personas peregrinan desde muchas naciones de la tierra a una pequeña población del sur de Francia llamada Lourdes, para beber o bañarse en las aguas de una fuente situada en una gruta de dicho lugar. Esto sucede, desde la suposición de que la virgen María se le apareció allí a una joven campesina en una visión, en 1858; se dice que estas aguas poseen milagrosas propiedades curativas. Todos los años se anuncian centenares de “curaciones comprobadas”, como resultado del contacto físico de los peregrinos con dichas aguas.
Estos milagros representan solamente una fracción de los anualmente reportados por sanadores religiosos, adeptos de la ciencia cristiana, cultistas de todas clases y provenientes de todos los rincones del globo. Igualmente al Couéismo (método concebido por Émile Coué), que estuvo en boga en todo el país hace algunos años, era una especie de cura milagrosa o por la fe, existe la quiropráctica, que aunque reclama una base racional para sus métodos, depende en realidad de la fe para cualquier beneficio aparente que pueda ser experimentado por los pacientes. Hace poco se ha anunciado que las mujeres estériles que se dirigen a Cellander u Ontario para recoger piedrecillas en la casa de las quíntuples Dionne, son después bendecidas con la fecundidad; se dice incluso que una mujer llegó a tener trillizos después de haberlo hecho.
En muchos casos se dice que los pacientes estaban «paralizados sin esperanza alguna», «desahuciados por los médicos», «que tenían solamente unos meses de vida», «que habían estado enfermos desde la infancia», etc., y sin embargo fueron súbita e instantáneamente curados por la fe o por el poder milagroso de algún sanador particular.
Pero: ¿Cuál es la verdad acerca de estas curaciones milagrosas? ¿Ocurren éstas verdaderamente? Y si es así, ¿cuál es su explicación?
El deseo de creer
El deseo de creer en milagros está muy extendido y profundamente arraigado, vestigio acaso de ese período de la infancia humana en que lo “mágico” parecía real. Toda persona enferma, anhela secretamente un camino real hacia la salud, un brebaje especial o una piedra mágica que la cure repentinamente de su dolencia. A través de las edades la gente ha buscado siempre alguna fuente mágica de la juventud, algún elíxir secreto capaz de otorgar la vida eterna y la salud perfecta. No es de maravillarse, pues, que cada año el pueblo norteamericano gaste 125.000.000 dólares en curanderos por la fe. Y, como es de esperarse, los cultos que curan por la fe, poseen mayoría de adeptos en las filas de los pobres; aunque los más acomodados no están inmunes en modo alguno a sus halagos.
El poder de la sugestión
Las curaciones milagrosas se remontan a miles de años atrás, en la historia de la humanidad. En los tiempos antiguos la magia y la medicina estaban estrechamente vinculadas. La palabra griega «pharmakon» significa no solamente «droga», sino también «magia». Tales curaciones como las que solían tener lugar en los templos griegos de Esculapio, se debían probablemente y sobre todo a la fe. El primitivo curandero, con su práctica de magia negra y blanca, alcanzó los resultados obtenidos sobre idéntica base. ¿Pero acaso los milagros de curación más célebres, no son los atribuidos a Jesús de Nazaret? De éstos han brotado luego incontables y supuestos milagros, provenientes de la virgen María, como de los distintos santos y apóstoles. Estos últimos pero, son verdaderos milagros realizados por Dios a través de Sus apóstoles.
Pero siguiendo con el tema de las curaciones: El hecho real es que cierto número de tales “curaciones” es simplemente auténtico, como también que estas no son milagros. En verdad estas, no difieren en lo más mínimo de centenares de curaciones análogas que realizan diariamente los médicos en todas partes, médicos que NO reclaman facultades milagrosas especiales.
Los casos más comprobados de curas milagrosas han resultado ser tipos de histeria, tras acuciosas investigaciones; es decir, formas de trastornos emocionales que se manifiestan por síntomas físicos. Por ejemplo, un brazo puede parecer paralizado, pero al examinarlo se ve que los músculos, los nervios, los vasos sanguíneos o los tejidos del brazo están perfectamente normales, finalmente, que no existe ninguna enfermedad física. De igual modo, un paciente puede afirmar sinceramente que está ciego, no obstante, al examinar sus ojos y su cerebro se hallará que se encuentra en estado perfectamente normal; lo mismo una persona puede perder el habla, y sin embargo descubrirse que sus cuerdas vocales están libres de toda enfermedad.
Hace unos setenta y cinco años un famoso neurólogo francés llamado Charcot, descubrió que si se hipnotizaba a tales pacientes, era posible, por la sugestión, librarlos de sus síntomas o producirles otros nuevos. Años más tarde, otro neurólogo de nombre Bernheim, descubrió que no era necesario hipnotizar a esos pacientes; que si uno simplemente les sugería con gran convicción que iban a mejorar, sus síntomas a menudo desaparecían. Sin embargo, un factor importante se notó pronto: Tarde o temprano tales pacientes volvían invariablemente, ya sea, a los síntomas que tenían al principio o a una nueva serie de síntomas que incluían algún otro órgano del cuerpo. Estas circunstancias indujeron a otros hombres y notablemente a Segismundo Freud, a investigar más acuciosamente el caso de estos pacientes, fue entonces cuando se descubrió que la causa de tales síntomas era un severo conflicto emocional, del cual por lo regular, el propio paciente no se percataba. Por lo tanto, no era suficiente la curación de los síntomas individuales por medio del hipnotismo o la sugestión; y a menos que el trastorno emocional básico fuera curado por un tratamiento psiquiátrico adecuado, los síntomas volverían a ocurrir en una forma u otra.
Con estos datos presentes se ve claramente que la base de todas las curaciones milagrosas o por la fe, es la sugestión. El paciente es conducido a una atmósfera muy cargada de emoción y se le dice con mucha ceremonia y artimañas, que va a mejorar milagrosamente. Si el paciente tiene “fe”, es decir, si responde a las sugestiones y cree lo que se le dice, puede en realidad mejorar, con lo cual se anuncia al mundo una nueva curación milagrosa. Semejantes “curaciones” son por lo menos auténticas, aunque, como hemos visto, los pacientes no están verdaderamente curados de sus trastornos emocionales básicos; ellos solo están temporalmente y meramente aliviados de sus síntomas visibles. Puede aducirse que esto en sí es algo concreto, aunque, como veremos más tarde, existen peligros muy definidos en dichas curaciones. La mayor proporción de las pretendidas curaciones por la fe son sin embargo meros fraudes descarados.
Es más, al evaluar estas supuestas curaciones, se puede verificar que los médicos solo exigen de los taumaturgos algunas pruebas no contundentes. Pero la verdad es que, la profesión médica no deduce ninguna curación, sea esta médica o de otra suerte, o reconocimiento oficial alguno, hasta que no tenga una prueba definida o científica de su valor. En general, hay tres cuestiones que deben ser investigadas cuidadosamente antes de aceptar la pretensión de cualquier curación.
Las normas por las cuales es posible juzgar una curación
En primer lugar, ¿tenía el paciente de veras la enfermedad que sostenía tener? Se dice a veces que determinados pacientes tienen «enfermedades incurables», cuando que una cuidadosa investigación médica ha demostrado que no tenían nada de eso. Un conocido médico inglés cuenta una anécdota que ilustra este punto: «Un célebre curandero celebraba tenidas (sesión de una logia masónica) numerosas todas las noches, dónde se anunciaban curaciones milagrosas. Por curiosidad otro médico y yo acudimos a una de las tenidas, y para sorpresa mía, el primer paciente llevado al escenario, era un paciente mío. El mismo era conducido en una camilla, y antes de continuar debo decir, que aquel joven había tenido una benigna parálisis infantil que le había producido una cojera apenas perceptible en una pierna. En realidad este joven había andado tres millas para someterse al tratamiento. El ‘doctor’ (entre comillas) leyó posteriormente en el auditorio la historia del caso ‘X’: Edad del paciente, su estado paralítico desde la infancia, añadiendo que es un caso muy grave y complicado. Continuando con la supuesta curación, este dijo: ‘Dudo que pueda proporcionarle algún alivio, pero haré cuanto esté a mi alcance’. Luego este le aplicó al hombre yaciente una corriente eléctrica de alta frecuencia que producía muchas chispas, y más tarde le dio numerosos toques con un enorme imán. Finalmente el mismo exclamó dramáticamente: ‘¡Levántate!’. El individuo se puso en pie lentamente. ‘¡Anda!’, ordenó el ‘doctor’. Y el paciente echó a andar por el escenario con su habitual cojera. Los espectadores del auditorio, sorprendidos por lo acontecido, casi derribaron el techo.
Es interesante observar en este caso, que el curandero no mentía, pero el auditorio viendo al paciente conducido en camilla, llega naturalmente a la conclusión de que se trata de una parálisis total y que el hombre había sido milagrosamente curado».
La conclusión al respecto es que el peligro de tales casos está en que la gente puede llegar a afirmar lo siguiente: «Puede usted decir lo que quiera, pero he visto con mis propios ojos a un hombre, paralítico desde la infancia, levantarse y andar».
Pero la segunda pregunta es: «¿Fue la enfermedad verdaderamente curada?». Con no poca frecuencia, un paciente o un espectador pueden engañarse bajo presión de la emoción, al pensar que ha ocurrido una curación; mientras que la investigación cabal demuestra el triste hecho de que no ha tenido lugar milagro alguno. Por ejemplo, un paciente cuyas articulaciones están tan rígidas por la artritis que no puede andar sin dificultad y dolor, pero al asistir a una misión curadora o a un santuario milagroso, puede ser afectado emocionalmente por la atmósfera del lugar y los relatos de las maravillosas curaciones realizadas, de tal manera, que lleno de frenesí se pondrá en pie de un salto y ese caso será finalmente catalogado como una recuperación milagrosa. El hecho es simplemente que bajo la tensión de una profunda excitación, este fenómeno produce reservas ocultas de energías que le permiten temporalmente vencer su incapacidad. A la mañana siguiente habrá recaído en su antiguo estado y pedirá de nuevo sus muletas, petición, diremos incidentalmente, a la que por lo regular rehúsan los “taumaturgos”, puesto que necesitan tales trofeos como “pruebas” de sus triunfos.
Sin embargo, no todas las curaciones por la fe se realizan con tal dramática rapidez. El difunto Sir William Osler, uno de los más grandes médicos de todos los tiempos, cuenta la historia de un paciente que sufría de cáncer del estómago, pero que ganó peso durante varias semanas, después de haber sido visitado por un consultante optimista del tipo de los que curan por la fe. Sin duda que la renovada esperanza de recuperación causada por el optimismo del practicante, estimuló el apetito y los procesos de digestión del paciente durante algún tiempo. Semejante caso también podría ser catalogado como un milagro realizado por un curador, por medio de la fe, el cual, como de costumbre, tampoco se tomaría el trabajo de seguir el caso hasta su fin.
La tercera pregunta que hay que formular antes de aceptar una curación como válida es la siguiente: «¿Se habría sanado el paciente de todos modos, sin intervención alguna?». Todo médico sabe que hay ciertas enfermedades que son autolimitadas y de las cuales el paciente se recobrará, hágase o no algo por él. El Dr. Howard W. Haggard, destacado fisiólogo, afirma en su libro Devil, Drugs and Doctors (Demonio, Drogas y Doctores) que: «Las enfermedades pueden dividirse en tres clases diferentes; la primera, aquellas que son enteramente mentales; la segunda, las que son físicas pero tienden a curarse a sí mismas; tercera, las que son físicas y no tienden a curarse a sí mismas. 80 al 90% de todas las enfermedades existentes, pertenecen a las primeras dos clases. Un médico preparado solo puede escoger debido a esta clasificación, solo el 10 o el 20% de sus pacientes, para realizar tratamientos que pueden significar la salvación de la vida momentánea. Bajo el tratamiento de un curador por la fe estos pacientes morirían. Pero aun cuando así sucediese, el resultado de la labor del curador por la fe sería del 80 al 90% eficaz». La persona que va a un curandero por la fe y mejora, raras veces se detiene a pensar que hubiera podido mejorar de igual modo, aun cuando jamás hubiera recurrido al curandero.
Además, hay muchos estados en que ocurren las llamadas «remisiones espontáneas». Es decir, los síntomas desaparecen de repente sin razón aparente, y el paciente parece mejorar durante meses o años, sólo para que el mismo estado inicial, retorne al final.
Vemos, pues, que debemos ser muy meticulosos en la evaluación de las pretensiones de las llamadas «curaciones». Es un engaño común presuponer que si un paciente recobra la salud después de una experiencia particular, la recuperación sea la consecuencia de esa experiencia. Esto, desde luego, no es necesariamente así. Sería igualmente lógico decir que porque un paciente se recobró de una enfermedad después de la aparición de la luna llena, su recuperación se deba a la misma luna.
Las pretensiones de los que curan por la fe, de que han curado a pacientes que han sido «desahuciados por los médicos», no deben de aceptarse sin estudios previos realizados sobre los aspectos particulares de estos casos. Los pacientes que sostienen haber «sido desahuciados por los médicos» suelen ser individuos muy neuróticos que tienen la costumbre de ir de un médico a otro, sin darle a ninguno de ellos la oportunidad adecuada de estudiar y tratar su problema a fondo. En la mayoría de los casos, es el paciente el que ha “desahuciado” al médico y no este último el que ha desistido de ayudar al paciente. Tales pacientes buscan milagros, y no es en modo alguno sorprendente que las pretenciosas afirmaciones y el acercamiento emocionalmente sobrecargado del curandero, sea más oportuno para afectarlos, que el tratamiento científico del médico.
Tampoco hay duda de que la confianza en la capacidad del médico es un factor importante que favorece la recuperación del paciente. El alivio de la ansiedad y el cese de la incertidumbre que proporcionan tal confianza, dan al paciente una probabilidad mayor de recobrarse, que sintiéndose ansioso, aprensivo e inquieto. Ningún médico pone en duda el valor de la «fe» en el tratamiento médico, como ayuda para la recuperación del paciente; pero esa fe debe basarse en el conocimiento y no en la ignorancia. La medicina moderna utiliza el mecanismo psicológico de la curación por la fe en forma eficaz y legítima, hasta donde puede hacerlo, pero sin exagerar las posibilidades de dicho mecanismo.
La incertidumbre y el peligro de cualquier método de tratamiento que no esté basado en un diagnóstico exacto y en un conocimiento científico, nunca puede ser bien catalogado. El peligro en las curaciones milagrosas o las curaciones por la fe, está en que muchas personas que sufren enfermedades graves, ponen su fe en estos métodos de curar y debido a ello, se despreocupan de obtener un tratamiento científico adecuado que podría alargarles la vida momentánea. No hace mucho que los periódicos hablaron de la muerte de un muchacho en New Jersey, cuyos padres se negaron a que lo viera un medico durante un ataque de apendicitis aguda. Mientras el muchacho yacía retorciéndose de dolor y clamando en agonía, sus padres oraban junto a su lecho, convencidos de que su fe le proporcionaría la curación. Cuando los vecinos, sobresaltados por los gritos, llamaron a la policía y finalmente se consiguió un médico, la infección había avanzado ya hasta el punto de que la curación era imposible. Casos así podrían multiplicarse, aunque desde luego, muchas víctimas de semejante ignorancia sufren enfermedades que son igualmente fatales a este caso, aunque no necesariamente tan súbitas ni tan dolorosas como un apéndice infectado.
Hoy en día tenemos armas científicas tan eficaces como la temprana intervención quirúrgica para el cáncer o la apendicitis aguda, la antitoxina para la difteria, el salvarsán para la sífilis; pero la demora sigue siendo a menudo cuestión de vida o muerte. No obstante, los curanderos por la fe, sin pretensión alguna de conocimientos médicos y sin capacidad para diagnosticar esos estados, con frecuencia se aventuran a la grave responsabilidad de tratarlos, con desastrosas consecuencias para el paciente y la comunidad.
Léase nuevamente la Advertencia del Editor al principio de este artículo.
¿Hay sanidad física para los cristianos, por medio de la expiación de Cristo?
Por Dennis W. Costella
Traducido del inglés y adaptado en español por Mariano González V.
¿Hay sanidad física en la expiación de Cristo? ¿Puede o debe el creyente de hoy reclamar sanidad corporal de cualquier enfermedad, dolencia, o anormalidad física? ¿Es este un beneficio extraordinario, que Cristo logró para nosotros cuando fue crucificado en la cruz del Gólgota? Los maestros pentecostales y carismáticos afirman que sí. Con aire triunfalista se refieren a menudo a Isaías 53:5 donde dice: “...y por sus llagas fuimos nosotros curados”.Igualmente suelen añadir a esta expresión de Isaías el versículo de 1 Pedro 2:24 como “pruebas contundentes” de que la sanidad corporal ha sido asegurada para nosotros en la expiación de Cristo: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”. Seguidamente, afirman que todo lo que el creyente tiene que hacer es apropiarse ahora de esa sanidad. Benny Hinn, Oral Roberts, Marilyn Hickey, tanto como muchos otros tele-evangelistas, han hecho creer a millones, que esto es lo que la Biblia enseña. Dicen, que la voluntad de Dios, es que seamos curados de nuestras enfermedades. Por lo tanto, si alguien no se cura, es por falta de fe en el “plan divino de salud, riqueza, y prosperidad” para sus hijos.
Y... ese fantástico “plan”... ¡sí que interesa a millones!
¿Quién no se preocupa por las enfermedades, las dificultades financieras o por tener éxito en la vida? Multitudes enteras están ansiosas por lograr estas cosas, y los carismáticos explotan esas ansias y el deseo del hombre de ser librado de los sufrimientos, que son el inevitable resultado de una realidad vivida por personas maldecidas, por causa del pecado original en el Jardín del Edén. Los “sanadores” creen tener bases Bíblicas para validar su autoridad y para establecerse ante un público “devorador”, como curanderos de buena reputación. Las supuestas bases bíblicas constituyen la licencia que estos reclaman para ejercer y mantener sus “ministerios de curación”. Examinar el supuesto biblicismo de la posición carismática-pentecostal, es la tarea que emprenderemos en este artículo.
¿Está automáticamente incluida la sanidad física, en y por medio de la expiación de Cristo?
Cierta mujer, pentecostal y predicadora, ha ido al extremo de enseñar que existen 39 categorías de enfermedades corporales que están directamente relacionadas, según dice ella, con las 39 heridas o llagas que Cristo recibió durante Su crucifixión. Pero nosotros nos preguntamos... ¿En qué parte de la Biblia está semejante afirmación? y ¿De dónde la obtuvo esta persona? Por otro lado, ¿Qué es en realidad lo que la Biblia dice acerca de la sanidad divina y cómo es posible obtenerla? Examinemos con atención la declaración del Antiguo Testamento: “Por sus llagas fuimos nosotros curados”y fijémonos como el Nuevo Testamento usa la misma expresión. De paso también, observemos de cerca los contextos INMEDIATOy REMOTO,concluyendo que dicha expresión se entreteje en ambos Testamentos. Tal ejercicio nos demostrará claramente, si los sanadores carismáticos tienen alguna base teológica para la interpretación que le dan a la frase de Isaías.
Isaías 53:4-6 declara: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas ÉL herido fue por nuestras REBELIONES, molido por nuestros PECADOS, el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el PECADO de todos nosotros”.
Los versículos que siguen a los citados en el párrafo anterior, añaden que Él “verá el fruto de la aflicción de su alma” y será saciado. El sacrificio de Cristo satisfizo las justas demandas del castigo a causa del pecado y “por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las INIQUIDADES de ellos”... habiendo él llevado el PECADO de muchos, y orado por los TRANSGRESORES”(Is. 53:11, 12). En este contexto, es evidente que “las enfermedades” que padecían los judíos y sobre las que el profeta hace referencia, eran de naturaleza espiritual y no corporal: Se trata de sus “REBELIONES” (v 5), “PECADOS” (v. 6), “INIQUIDADES” (v. 11), y “TRANSGRESIONES” (v. 12). Como bien podemos percibir, las dolencias del cuerpo no se mencionan en el contexto INMEDIATOde Isaías 53:5. Esta profecía, apunta hacia el futuro, hacia la muerte sustitutiva del Señor Jesucristo, el Cordero de Dios sin pecado y sin mancha sobre una cruz romana. Esta enfoca el remedio para el PECADO, no para la ENFERMEDAD. Reiteramos, es el remedio para el pecado, la sanación espiritual de las transgresiones de Judá, lo que enfatiza el contexto INMEDIATO;la frase con “sus llagas fuimos nosotros curados”(Is. 53: 5).
Pero... ¿Por qué usa el término “curados”cuando a menudo esta palabra se refiere primariamente a la restauración física? Si atendemos lo que el profeta dice en su capítulo uno, encontramos la respuesta. El capítulo uno de Isaías es un contexto REMOTOdel capítulo 53:4-6. Para comenzar, todo el mensaje de Isaías afecta directamente a aquellos a quienes originalmente dirigió su profecía. La profecía de Isaías es “acerca de Judá y Jerusalén”(Is. 1:1), de su enfermedad pecaminosa, y de la precaria condición espiritual allí imperante. Prestemos atención a esta reafirmación: “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados!... Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite”(Is. 1:4-6).
Obviamente, Isaías usa términos referentes a enfermedades físicas como metáfora de corrupción moral, como una fotografía de la condición desfallecida, que únicamente podía ser curada por el sacrificio substitucionario del Cordero de Dios que habría de venir. La condición pecaminosa de los judíos que describe Isaías desde el principio de su libro, se detalla aún más en otras partes del libro de este profeta, hasta finalizar en su capítulo 53 con la cura para dicha condición: “Jehová cargó en él(en Cristo el Salvador sufriente) el pecado de todos nosotros” (v. 6). Como resultado: “Por su llaga fuimos nosotros curados” (v. 5).El pasaje no dice nada acerca de dolores de espalda o de una pierna, sino que habla de una enfermedad mayor y más profunda, la que Isaías dejó grabada en su frase. Se trata de la esencia real que llevó a Cristo a morir a fin de pagar el salario del pecado que pendía sobre el pecador.
No obstante, la muerte de Cristo en cierto sentido provee cierto poder y autoridad sobre la enfermedad y los efectos dañinos del pecado. Pero sólo cuando el Mesías regrese para establecer Su reinado milenial sobre la tierra, se manifestarán a plenitud dicho poder y autoridad. Los milagros que Jesús realizó en su primer advenimiento, dan testimonio de cómo el Reino venidero será administrado sobre la tierra futuramente. Mateo 8:16, 17 dice: “Cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios,Y SANÓ A TODOS LOS ENFERMOS; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”.
La Escritura de Mateo 8:16, 17 llega a ser vital porque revela la naturaleza del testimonio de sanidad que Cristo el Rey, dio a aquellos judíos, a quienes ofreció el reino. TODOS serían sanados por el mero hecho de la presencia del Rey, pero la realidad es que actualmente el Rey está físicamente ausente. Sin embargo, Israel atestiguó anticipadamente cómo serían las cosas cuando el Rey venga por segunda vez a la tierra para reinar. Fue el rechazo hacia el Mesías por parte de ellos, que resultó en una posposición de la INAUGURACIÓNdel Reino hasta Su segundo advenimiento (Zac 14:4, 20, 21; Mt. 24:29-31). No obstante y por breve tiempo, se les permitió a los judíos la gracia de probar en parte ese régimen de salud que Cristo demostró durante su estadía en la tierra. Los grandiosos milagros de su primer advenimiento sirven a Cristo de credenciales como Rey de reyes y Señor de señores.
Nos preguntamos ahora, ¿Por qué es que los sanadores de hoy, no están sanando TODASlas enfermedades existentes? ¡Porque ninguno de ellos es Rey! Y ¡Porque la sanidad plena no es para hoy!
Note usted con cuidado el tipo de evangelio que Cristo proclamaba: Se trata de las Buenas Nuevas del REINOtodavía por venir. Mateo dice que “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y PREDICANDO EL EVANGELIO DEL REINO, y sanando TODA enfermedad y toda dolencia en el pueblo”(Mt. 9:35).
Innegablemente, cierto elemento de la sanidad física estaba incluida, pero únicamente de manera parcial. Pero futuramente se manifestará plenamente, cuando Él, el Mesías, el Rey de reyes, gobierne con justicia, y brinde salubridad. La maldición del pecado será entonces eliminada y solo el pecado de rebelión abierta contra el Rey resultará en la sentencia de muerte para los transgresores. En cambio, la longevidad y la vitalidad serán característica del pueblo de Dios en Su Reino milenial, como bien profetizó Isaías 65:19-22: “Y me alegraré con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor. No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años será maldito. Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán del fruto de ellas. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque SEGÚN LOS DÍAS DE LOS ÁRBOLES serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos”.
Enfoquemos ahora la Escritura de 1 Pedro 2:24, pues es clave. En este texto del Nuevo Testamento, Pedro cita interpretativamente la profecía de Isaías 53. Y esta es la interpretación que nos deja Pedro: “Quien llevó él MISMO NUESTROS PECADOS en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los PECADOS, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”. La aplicación e interpretación neotestametaria de la frase de Isaías induce al significado de limpieza o sanidad ESPIRITUAL, no de sanidad FÍSICA.
El dilema que se resolvió con la muerte de Cristo en la cruz, en razón de Sus llagas o heridas allí propinadas, se refiere al pecado. No a los pecados de Cristo por supuesto, pues Él nunca cometió un sólo pecado, sino a los nuestros. No solamente a los pecados judíos, sino de los gentiles incluidos. La expiación ocurrida en la cruz ampara toda la raza humana.
• ¿Ha recibido usted la sanidad más maravillosa que uno pudiera imaginarse?
• ¿Ha recibido usted el don de la vida eterna?
• ¿Ha pasado usted por el proceso transformante de emigrar, del estado de “muerto EN delitos y pecados” (Ef. 2:1) al de estar “muerto A LOS pecados” (1 P. 2:24), viviendo su nueva realidad en rectitud y justicia? “Si Cristo está en vosotros”, enseña Pablo. “El cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia”(Ro. 8:10).
Oh, mi estimado, la oferta de sanidad espiritual ofrecida por Cristo es perfecta: No más dolor, no más sufrimientos, nunca jamás, eternamente. Por sus llagas o heridas somos permanentemente curados de la maldición del pecado.
Pero por favor, no mal interprete. Todavía Dios, cuando Él así lo desea, puede restaurar la salud cabal de cualquiera de sus hijos; SI ES SU VOLUNTAD. Santiago 5:14-20 nos presenta la necesidad que tiene el creyente de sanación física. Por ello manda llamar a otros para orar por su necesidad de restauración. “Llamen a los ancianos de la iglesia, y oren por él”, les dice. Cuando se ora como Elías lo hizo, DE ACUERDO A LA VOLUNTAD DEL SEÑOR, el Señor se digna a contestar. La oración ciertamente cambia las circunstancias y trae a concreción la voluntad de Dios en la vida y en los cuerpos de aquellos por quienes oramos.
Pero entiéndase que no todos son siempre sanados. En la dádiva de la gracia ESTO NO SIEMPRE ES LA VOLUNTAD DE DIOS. Lo prueba el hecho del amplio registro que hay en las Escrituras sobre cristianos enfermos. El mismo apóstol Pablo, quien curó a muchos otros (Hch. 14:3; 8-10; 15:12; 19:11, 12; 20:9-12) no fue curado del “aguijón”que tenía punzado en la carne: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Co. 12:7-9), a pesar de haber orado tres veces para ser librado del mismo.
Este mismo apóstol escribe a los Filipenses: “Mas tuve por necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano y colaborador y compañero de milicia, vuestro mensajero, y ministrador de mis necesidades... y gravemente se angustió porque habíais oído que había enfermado. Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él...”(Fil. 2:25-27). Se puede presumir que el apóstol oraría por el quebranto de EPAFRODITO,pero la Escritura no especifica, si fue por medio de Pablo, que Dios curara de su grave enfermedad a este fiel siervo de Cristo.
Al joven Timoteo, Pablo le recetó por un lado, la medicina del momento: Que bebiera una pequeña dosis de vino, por causa de sus frecuentes ENFERMEDADESestomacales, y por el otro: No beber agua, por causa del mal estado del líquido en esos lugares: “Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades” (1 Ti. 5:23). No se nos describe que Pablo haya impuesto las manos sobre Timoteo para curarlo, sino que en cambio, este opta por recetarle medicinas de la época.
En los saludos y palabras finales de la segunda de sus epístolas, y dirigiéndose a Timoteo, Pablo hace un contundente comentario sobre Trófimo, otro de sus compañeros de milicia: “...a Trófimo dejé en Mileto enfermo”(2 Ti. 4:20).
Concluimos con una última consideración importante: La Biblia enseña con claridad que con la venida de Cristo, los creyentes muertos resucitarán (1 Ts. 4:13-17), y juntamente con los que vivan todavía, recibirán un cuerpo nuevo, completamente sano y perfecto, semejante al “cuerpo de la gloria de Cristo”(Fil. 3:21). Es en ese sentido que la victoria lograda por Cristo en la cruz (expiación),asegura un cuerpo perfecto, inmortal y libre de enfermedades, el cual tendremos todos los creyentes en Él. No obstante, ese cuerpo pertenece todavía al futuro. No es posible para el creyente obtenerlo en el presente, a pesar de que algunos carismáticos y pentecostales, osan decir que sí.
Note lo que dice Romanos 8:9, 11: “...Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él... Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”.Estos versículos hablan de la resurrección del cuerpo del creyente, cuando el Señor regrese en busca de Su iglesia. El Espíritu Santo mora dentro de nosotros ahora, aunque el cuerpo esté sujeto todavía a las maldiciónes que trajo la desobediencia a saber: Flaquezas, enfermedades o el proceso de envejecer y finalmente morir. En ninguna parte del Nuevo Testamento se afirma que Dios tenga planeado, que el cristiano sea sanado de todas sus enfermedades ya en esta vida. No, el propósito de Dios para el cristiano en medio de sus flaquezas persistentes y del deterioro de su cuerpo, es que confíe en Él para obtener la gracia fortalecedora (como en el caso del apóstol Pablo y su aguijón) y para que ore SI ES LA VOLUNTAD DEL SEÑOR, a fin de que Dios le restaure en alguna medida, la salud corporal.
Notemos cómo la condición presente de este cuerpo maldecido por el pecado, contrasta con la futura transformación que le aguarda al mismo, cuando veamos cara a cara a nuestro Salvador. En Romanos 8:22, 23 está escrito: “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, ESPERANDO LA ADOPCIÓN, LA REDENCIÓN DE NUESTRO CUERPO”.
Sí, nosotros seremos curados para siempre en forma física, espiritual y completamente: cuando veamos al Salvador, este cuerpo mortal se revestirá de inmortalidad al estilo del cuerpo de Cristo: “El cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:21). Pero como dice el versículo 23 de Romanos 8, todavía “esperamos la adopción, la redención de nuestro cuerpo”.El encuentro de la iglesia con su Señor en el aire, que bien podría darse hoy mismo, se convertirá en la mayor “campaña de sanidad divina” jamás llevada a cabo. La victoria consumada por Cristo en la cruz y su resurrección de los muertos, garantiza esta gloria futura para el santo que ha sido lavado por Su sangre preciosa. Cuando llegue el glorioso momento preciso, la maldición del pecado sobre el cuerpo mortal será totalmente removida, no habrá más enfermedad, no más dolor, ni muerte. Ahora no podemos evitar GEMIR en el cuerpo físico, como cuando se tiene dolores de parto. Pero levántese nuestra esperanza, pues el gran día de la redención del cuerpo está cerca.
Por cierto... ese será el único culto de sanidad divina al que tendremos que asistir. Olvide las espectaculares cruzadas de sanidad de Benny Hinn, Morris Cerrulo, Yiye Avila y las de todo un enjambre de “sanadores”. Olvide los centros de convenciones cercanos, los estadios deportivos o los cultos de sanidad televisados. Afirme su fe, esperanza y expectativas en lo que la Biblia declara como verdad, y no en lo que los hombres propagan falsamente, y a lo que tristemente sucumben multitudes, por ignorar las Escrituras.
Observación: *Expiación es la cancelación (extirpación) del pecado. La EXPIACIÓN y la PROPICIACIÓN aunque similares, son distintas. La ‘expiación’ carece de la importante y distintiva connotación de apaciguar la ira de Dios, de buscar aplacarla a través de un sacrificio de sangre. Rastrea con ello los tipos del Antiguo Testamento de los sacrificios animales en el tabernáculo y en el templo. En ese sentido, la ‘propiciación’ es más amplia que la ‘expiación’, porque incluye otro prominente concepto teológico. Además del concepto de cancelar el pecado, incluye también la noción de aplacar la justa ira de Dios mediante el ofrecimiento de un sacrificio. La ‘expiación’ se circunscribe solamente a cancelar el pecado. El Nuevo Testamento enseña que Jesús es nuestra “Propiciación” (1 Jn. 2:2; 4:10 ‘propiciación’ en la Biblia Reina-Valera y Biblia de las Américas; “sacrificio por nuestros pecados” en la Nueva Versión Internacional).