¿Cuantos hijos tuvo María?
- Fecha de publicación: Martes, 19 Febrero 2008, 17:29 horas
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Este artículo es en realidad la respuesta a una oyente de México llamada Ana. Recomiendo leer los siguientes textos y en el mismo orden: Mateo 1:24, 25, 12:46, 47, 13:55, 56; Marcos 3:31, 32; Juan 2:12, 7:1-5, 10; Hechos 1:14 y Gálatas 1:18, 19.
El espacio no nos permite hacer un comentario más completo después de cada cita, pero el lector podrá entender cuán engañado está si cree que María no tuvo más hijos que Jesús.
• Mateo 1:24, 25: Note que Jesús era “primogénito” de María, no unigénito. Él era el primero de María, pero el único (unigénito) de Dios.
• Mateo 12:46, 47: Los versículos 48-50 no niegan que Él tenía hermanos, porque si así fuera estaría negando tener madre también. Lo que Él dice es que sus hermanos, lo mismo que su madre, ya no tenían preferencia alguna para él, sino que todos aquellos que crean en Él serán parte de su familia, incluyendo María, quien fue la primera en reconocerlo como su Señor, su Dios y su Salvador (Lc. 1:45-48).
• Mateo 13:55, 56: Aquí están los nombres de los hermanos de Jesús. Ellos son: Jacobo, José, Simón y Judas. También se menciona que estaban allí “todas sus hermanas”, de modo que María tenía por lo menos ocho hijos en total, incluyendo a Jesús. ¡Era una maravillosa y ejemplar familia compuesta por diez miembros, al incluir a José y María! Esta verdad nunca fue cuestionada hasta cuando llegó el sistema papal romanista, cuyo cristianismo es más bien “constantinismo”. Constantino, siendo emperador, convirtió a su imperio en “cristiano”, ¡por decreto! Y usted se pregunta ahora por qué el cristianismo de nuestro continente es tan pagano. Es un cristianismo de Constantino, quien por el año 312 colocó el “cristianismo” a la par con el paganismo, la religión que era una copia del sistema de Babilonia y que era ahora la religión romana, ya que Roma imperaba en el mundo de esos días. Se introdujo el sacerdocio (babilónico) y la multiplicación de los “dioses”, pues los babilonios los tenían para cada ocasión y cada día. Esto se resolvió con el paganismo romano ofreciéndoles a sus cautivos a un “santo” para cada día (Mr. 3:31, 32; Jn. 2:12).
“Todos éstos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch. 1:14). Recién ahora que el Señor había resucitado, sus hermanos creyeron en él. Incluso la epístola de Santiago (Jacobo) fue escrita por el hijo de José y María, el inmediato después de Jesús.
• Gálatas 1:18, 19: Muchos años después, Pablo menciona a Jacobo, diciendo que no había visto a otros líderes de la iglesia de entonces excepto a Jacobo “el hermano del Señor”. Si fuera algún “hermano en la fe”, sería imposible saber de cuál Jacobo está hablando, porque este nombre era muy común entonces.
Como puede ver Ana, los hermanos de nuestro Salvador eran muchos y esta información es muy clara en las Escrituras. José y María se rodearon de muchos hijos, como ocurría entonces con toda familia hebrea. Para ellos entonces, tener muchos hijos era bendición abundante, tener pocos era poca bendición, no tenerlos era en extremo triste. Note lo que ocurría con la pareja de Ana y Elcana, padres del profeta Samuel. Ana, una mujer piadosa, gemía cada día suplicando a Dios que le diera un hijo, porque ella era estéril (1 S. 1 y 2:1-11).
Espero que todo esto le sea claro y que muchas otras dudas que tenga, sean disipadas para siempre. Muchas gracias por darme la oportunidad de volver a hablar de este tema que constituye un serio problema para muchos católicos quienes fueron engañados tanto en este tema como en muchísimos otros. Es deber de cada uno de nosotros escudriñar, revisar la Biblia, las Escrituras Sagradas. La Biblia dice que la persona que se fía de lo que le dicen otros, aunque se trate de religiosos, se coloca bajo maldición: “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová” (Jer. 17:5). Es deber de cada persona no solamente leer la Biblia, sino creerla y, asistido por el Espíritu Santo escudriñar las Escrituras: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39). Aunque sus líderes religiosos son culpables de haberla engañado, usted misma será culpable también, porque se habrá negado a escudriñar las Escrituras. Hacerlo es un imperativo divino. El Señor no está “sugiriendo” que los pecadores examinen por sí mismos las Escrituras, sino que ÉL MANDA que lo hagan. Si hay algún “mandamiento olvidado” y que es mandamiento divino, aquí lo tenemos. Podemos decir que lo que ocurre con este tema de María y sus hijos, ocurre también en muchísimos otros casos de un “cristianismo” pagano. Tome el ejemplo del sacerdocio, tome el caso del celibato, doctrina que la Biblia llama de demonios: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad” (1 Ti. 4:1-3). ¿Cuántos católico romanos se han puesto a leer la Biblia para verificar si están en la verdad o no? Los que lo hicieron alguna vez, todos abandonaron el romanismo y se convirtieron a Cristo.
Es imposible continuar en la penumbra del paganismo cuando la maravillosa luz del Espíritu Santo por fin proyecta sus rayos en nuestro corazón. Pero ningún pecador llegará lejos si no comienza su estudio de la Biblia a menos que, por la fe, reciba a Jesucristo como su Salvador personal. El hombre no regenerado, NO puede entender la Palabra de Dios: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos... Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Co. 1:18, 19; 2:14).
Comience con lo que dice en Hebreos 11:1, 6: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve… Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”. Usted nunca llegará a ser salvo a menos que comience depositando su fe en Cristo. Cuando lo haga, la Biblia le resultará una verdadera lámpara para su diario andar, no antes: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal. 119:105).