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Los sacramentos de la “Santa Madre Iglesia”

  • Fecha de publicación: Sábado, 23 Marzo 2013, 03:19 horas

Soy Cipriano Valdés Jaimes, ex sacerdote católico, a quien Cristo por su infinita misericordia salvó.  Ahora creo en la vida eterna y predico la infalible Palabra de Dios.

  Tengo una esposa y cuatro hijas, a quienes amo después de mi Dios con todas las fuerzas de mi alma.

 A ellas dedico la presente consideración sobre esto que el catolicismo romano llama «Santos Sacramentos».  Permitidme, pues ahora amados lectores echar mano de la empolvada y tristemente recordada teología moral, escrita por Don Juan Ferreres de la Sociedad de Jesús en su tratado Segundo de Sacramentos en general, dice: «Sacramento, es un signo sensible instituido permanentemente por Cristo para significar y conferir la gracia» y en el artículo cuarto de número y división de sacramentos agrega: «Los sacramentos son siete, y si alguno dijere que los sacramentos de la nueva ley no fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo, o que son más, o menos que siete, a saber.  Bautismo, confirmación, eucaristía, penitencia, extremaunción, orden y matrimonio, o que también alguno de ellos no es propiamente sacramento, sea anatema, sí, sea maldito y en la obra Verbun Vitae, palabra de Cristo.  Obra muy conocida dentro del mundo romano, en el tomo octavo, página 165, nos encontramos con los siguientes: Jesús, dador de la gracia.  Jesús es la fuente de la gracia, porque habiéndola merecido él con su pasión, el Padre la encargó que la distribuyese: ¿Pero dónde encontrar a Jesús?  Los enfermos sabían donde hallarle y nosotros también, porque aparte de la oración, tenemos los medios normales instituidos por él para darnos a beber su gracia, son los sacramentos, representados como siete caños donde van a refrigerarse las almas.  En los sacramentos encontramos a Jesús.

     Se acercan los muertos a Cristo y le piden la vida y cómo los resucitó en Haim o en Betania, lo resucitan en el bautismo y en la penitencia.  Le llevan los niños para que los bendiga y en la confirmación los robustece y los convierte en soldados suyos.  Los hambrientos necesitan comida que los sostenga y Jesús les da su propio cuerpo.  Los nuevos matrimonios le convidan a sus bodas y encuentran a Jesús convirtiendo en sacramento su contrato.  Los sacerdotes miran al cielo pidiendo poderes y Cristo se los confiere.  Los moribundos le llaman y él los sostiene en el momento difícil con la extremaunción, y concluye... Los sacramentos no solo significan la gracia, sino que la produce».

Hemos oído, amados hermanos, lo que la iglesia romana enseña en su moral, sostiene por sus dogmas y sanciona en su derecho canónico como verdades que jamás alguien pueda negar, salvo corriendo el riesgo de ser anatematizado o maldito.  Esto lo verificó Roma desde hace siglos.  Para ellos, tuvo primero que arrebatar de las manos del pueblo las santas Escrituras del Señor y así crear un pueblo ignorante que pudiera aceptar todos sus errores.

Ya Jesucristo nos había preparado cuando nos dijo: “Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios” (Mt. 22:29).

Hablaré primero del bautismo, ya que Roma enseña que los hombres debemos ser bautizados a los quince o treinta días de nacidos, grabando el alma de los padres con pecado mortal si no lo hacen, porque según la moral romana, el bautismo quita el pecado original, evita que el niño si muere vaya al limbo, lugar inventado por Roma.  Además, enseña que es la puerta del cielo y que por él, los hombres nos convertimos en hijos de Dios.
Yo he leído los cuatro evangelios que hablan de la vida terrena y humano divina de nuestro bendito Salvador, y nada he encontrado acerca del bautismo de niños ni de las demás aseveraciones que Roma enseña.  Lo que sí encontré fueron las palabras de Cristo ya resucitado, comisionando a su iglesia, el grupo de salvos para que adoctrinara a todos los gentiles.  Primero, deberían doctrinarlos y enseñarles a guardar todas las cosas que Él ordenó: “…Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt. 28:19).

Por la lógica más elemental podemos afirmar categóricamente que un niño de quince o de treinta días de nacido, no debe ser bautizado, porque él no puede ser doctrinado.  Por consiguiente no puede creer y el bautismo es para los creyentes.  Oigamos lo que dice las santas Escrituras: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:16).

El eunuco de la reina Candace preguntó a Felipe: “…¿qué impide que yo sea bautizado?  Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes.  Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (Hch. 8:36, 37).

Pero si el niño no puede ser instruido ni puede creer, sí pueden creer los padres, el sacerdote que administra el bautismo, los padrinos, el sacristán.  No amado lector, no te confundas, ya hay que salir de estos errores.

La fe en orden a la vida eterna, es lo que escuché, es individual, nadie puede creer en lugar del sujeto del bautismo, en este caso el niño.  El bautismo es una ordenanza que el creyente debe obedecer y no es para salvación, sino por la salvación, es decir, porque has creído y has aceptado a Cristo como el Señor de tu vida, ahora obedécelo y bautízate.

El bautismo no es la puerta del cielo como afirma la Iglesia Católico Romana, esto es una equivocación, un error.  Oye lo que dice Cristo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Jn. 10:9).

Que el bautismo constituye al hombre en hijo de Dios, aquí vuelve a repetirse el error.  La Palabra de Dios dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12).  Como veis, el recibir a Cristo por la fe, es lo que nos constituye en hijos de Dios.  Por mi parte, estoy arrepentido, porque en veinte años que ejercí el sacerdocio católico, bauticé cientos de niños, creyendo que con el bautismo los limpiaba del pecado original, les abría la puerta del cielo y los constituía en hijos de Dios.

Para vergüenza mía, voy a contar un caso en el que fui invitado por una familia muy católica al alumbramiento de un pequeño, que según el ginecólogo venía muy mal de salud.  Para dolor de los familiares, el niño nació muerto, y yo, haciendo uso de las facultades que me daba la moral católica, lo bauticé ya muerto, pero esto no es todo.  A algunos de mis compañeros les tocó hacer bautismos cuando el ser estaba a medio salir del seno materno.  ¡Esto es un error!, porque se olvidan de las palabras de Cristo: “…Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (Mr. 10:14).

Mi consejo ahora, para todos mis amados lectores es, que ningún niño debe ser bautizado antes de la edad de discreción, porque él no lo necesita y debe ser primero un verdadero creyente.  Mi consejo, no bautices amado lector a tus hijos.

Segundo sacramento: La confirmación, falsamente llamado sacramento y que solamente puede ser administrado por el obispo,  y por concesión especial lo puede administrar el sacerdote párroco.  Este es otro error de la iglesia en que viví y a la que serví durante largo período de mi vida.  Administré este sacramento por delegación episcopal.  La moral católica dice: Que si por el bautismo se renace espiritualmente, por la confirmación se aumenta la gracia y se robustece la fe.  Así lo afirman también los Papas y sus concilios, pero la Biblia, Palabra eterna e infalible de Dios enseña que el hombre no renace a la vida eterna mediante el bautismo, sino por la fe que deposita en Cristo, como antes lo dijimos.  Y que la fe en el creyente no se robustece por lo que el catolicismo romano llama confirmación, sino por la oración y la confianza que el creyente pone en la Palabra de Cristo.

La Biblia dice que Pablo y Bernabé “…volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:21, 22).  De aquí podemos hacer algunas consideraciones: Roma afirma que por la imposición de las manos del obispo y por la unción con aceite y la fórmula: Signo te signo Crucis et confirmo te chrismate salutis, in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti «Te signo con el signo de la cruz, te confirmo con el Crisma de salud, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», con esto se verifica la confirmación, esto es inexacto, porque ya vimos bíblicamente, los apóstoles confirmaban los ánimos de los discípulos, no con imposición de manos, ni con unción de aceite, sino por medio de la Palabra.

Entonces, tenemos aquí que la confirmación bíblica se obtiene por medio de la predicación verídica del evangelio y ésta no la puede recibir un niño antes de la edad de discreción.  Tus niños pues no pueden ser confirmados, porque no pueden captar la verdad de la Palabra de Dios y recibir así sus enseñanzas.  Por concesión del obispo erróneamente administré también este sacramento, la confirmación a varios niños, engañado y engañando.

Hablaré del tercer sacramento, «La eucaristía», que es el centro de la vida espiritual del catolicismo romano.

La eucaristía, de ella se expresan sus teólogos en la siguiente forma: Veneranda, admirable, sumamente adorada, es la santísima eucaristía, es como el compendio de todos los misterios que la divina sabiduría pudo pensar para el bien de los hombres.  Es el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo.  Amados, los sacrificios de la antigua ley fueron una sombra que apuntó hacia el gran sacrificio que había de ofrecerse para establecer la paz entre el cielo y la tierra, aplacando así la ira divina tan justamente indignado por el pecado.

Jesucristo, amados, fue la víctima divina propiciatoria, ofrecida una sola vez en el Calvario y por cuya preciosa sangre fuimos todos lavados de una sola vez y para siempre.
Quiero pues invitaros a las santas y divinas Escrituras para ver lo que ellas nos dicen acerca del sacrificio de Cristo:

     “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:5).

“Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (He. 9:11, 12).

Y el apóstol Pablo, dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5:21).
De tal manera que el autor de Hebreos 10:18 exclama: “…no hay más ofrenda por el pecado”.  Si nuestros pecados fueron borrados no tenemos necesidad de más sacrificios, no hay necesidad de misas donde Roma afirma que a las palabras mágicas del sacerdote: «Hoc est enim corpus meum», en efecto esto es mi cuerpo.  Y que al pronunciar: «Hic est enim calix sanguinis mei,: novi et aeterni testamenti: mysterium fidei: qui pro vobis et pro multis effundetur: in remissionem peccatorum», por el milagro de la transubstanciación el pan se convierte verdadero, real y sustancialmente en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre.  Aquí tenemos según Roma un dios convertido en pan y en vino.

Cristo jamás nos dijo que para estar con nosotros era necesario convertirse en pan.  Oigamos sus palabras: “…Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Jn. 6:35).  De tal manera que Cristo no se convirtió en pan, sino que él es el pan verdadero y a nadie le dio potestad para convertirlo en pan, y cuando hago esta afirmación, me avergüenzo porque en veinte años que celebré misas y consagraba la hostia yo creía que Cristo estaba en ella vivo, palpitante y que al partir la hostia en cada fracción estaba íntegro Cristo.

En el dogma romano hay misas para todo, por vivos y por muertos, por cualquier motivo se puede sacrificar a Cristo.  Desde luego, reclamando honorarios por volver a darle muerte a Cristo.  Traeré a mi memoria, el caso en que un señor cura discutió con unos de los miembros de su parroquia.  Yo estaba presente, celebró una misa de tres ministros, fue por la madre difunta de aquel parroquiano supuestamente para sacarla del purgatorio.  Cuando terminó la misa, el interesado pasó a la sacristía a darle las gracias al clérigo.  Cuando se despedía, el cura le dijo: «¿Y los honorarios de la misa?» - «¿Cuáles…?»- contestó el afectado.  Y el cura le dijo: «Pues de la misa que acabo de celebrar por tu madre». - «Padre, - dijo el hombre - se la pagué cuando vine a apartar el día y la hora de la misa».  «No» - contestó el cura - «no has pagado y vas a pagarla».  Se cambiaron los ánimos, el uno afirmando y el otro negando.  Pasaron largos minutos, discutiendo sobre el precio de haberle dado muerte a Cristo, en el sacrificio incongruente de la misa.  ¡Qué pena, amado lector!  Dios no es un pedazo de pan: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren… porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn. 4:24, 23).

Amado, la misa o eucaristía no es ningún sacrificio, no tiene ninguna validez, es solamente una fuente de ingresos para Roma.

Hablaré del cuarto sacramento, la penitencia o más comúnmente llamado confesión auricular o para mejor entendimiento, es el acto cuando alguien le declara sus pecados al sacerdote para que se los perdone.  Esta costumbre fue establecida y puesta en uso en el Cuarto Concilio Lateranense en el año 1.215, y como vamos a ver, es uno de tantos inventos y engaños del romanismo católico, ya que escudriñando las Escrituras carece completamente de base bíblica.

Podemos afirmar que el Espíritu Santo estableció principios firmes en los cuales podemos apoyarnos confiadamente.  Dice: “…¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?” (Mr. 2:7b).  La confesión de los pecados al sacerdote es uno de los mayores engaños de los peores errores.  Es una injuria a Dios, por más que Roma busque textos para tergiversarlos y acomodarlos, nunca podrá en esto hablar con verdad.  Oigamos lo que dice el Señor: “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Is. 44:22).

El profeta rey, dice: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad.  Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Sal. 32:5).

De ninguna manera estamos contra la confesión, es algo ordenado por Dios.  Lo que decimos es, que de ninguna manera debemos confesar nuestros pecados al hombre, porque él, no tiene ninguna potestad para perdonar.  Oigamos una vez más la santa Escritura: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9).  Amado, tienes que confesarte, esto es necesario, solamente que debes hacerlo con quien tiene autoridad para perdonar.  Un pobre mortal igual que tú o tal vez peor, cargado de rebeliones y de pecados, ¿qué puede hacer por ti?  Si está en las mismas condiciones o peores que tú.  Quiero decirte, que yo me confesé toda mi vida con el hombre, esto es con el sacerdote católico, pensando que me perdonaría mis pecados, porque esto lo aprendí en el catecismo cuando niño y después en el dogma y la moral católica al realizar mis estudios eclesiásticos.

Y así por veinte años confesé a personas de todas las clases sociales.  Oí sus debilidades, que con bochorno me confesaban para que yo se las perdonara, pero fue una equivocación de ellos y mía, porque jamás el hombre puede perdonar pecados a otro hombre.  Confesé a sacerdotes, monjes, monjas, pobres almas.  Me da lástima ahora la miseria espiritual en que viven, no es la vida que aparentan por fuera.  Su vida está llena de hipocresía y engaño, nadie conoce al sacerdote, siempre vive una vida doble.  Tiene que aparentar lo que no es.  Así viví yo por veinte largos años.

Ahora queridos, permitidme hablar del quinto sacramento, «La Extremaunción».  Brevemente trataré este invento de Roma y que se aplica al hombre cuando está para marchar del tiempo a la eternidad.  Es el último auxilio que se da al enfermo para mandarlo con menos reliquias de pecado a un purgatorio, otro invento de Roma, donde arderá indefinidamente en un fuego similar al del infierno, pero con una esperanza vaga de que algún día saldrá de ese lugar.

¿En qué consiste la extremaunción?  Es el acto cuando el sacerdote unge con aceite al enfermo en cada uno de sus sentidos.  Por ejemplo se hace una cruz con el aceite sobre los ojos del enfermo y el ministro pronuncia las siguientes palabras: «Por esta santa unción y por su gran misericordia te perdone Dios por todo lo malo que con tus ojos viste».  Y así en cada uno de los sentidos se unge la nariz, la boca, el oído, las manos y los pies.  En la mayoría de los casos es practicada la extremaunción con desprecio y repugnancia por los ministros.

Cuando se trata con ungir con óleo a enfermos desaseados y malolientes.  Cuando se trata de ungir a los pobres, porque aquí no hay esperanza de honorarios o de estipendios, que en la mayoría de los casos marca Roma.  Sin embargo, hay ocasiones en que los sacerdotes romanos, los párrocos en sus parroquias se convidan a ir a dar la extremaunción a aquel enfermo que está para expirar y que todavía no ha hecho su testamento para ver si aquí incluye a la parroquia.  O deja por lo menos una cuenta bancaria para misas gregorianas y toda clase de sufragios, por su pobre alma, que con toda seguridad, después de haber recibido todos los auxilios de esta iglesia infalible, irá a purgar sus culpas al purgatorio.

Allí pasará, no sé cuántos cientos o miles de años, pero por medio de indulgencias y sufragios, pueden los ministros romanos, desde el Papa hasta el último sacerdote sacar el alma de este lugar, aplicando las indulgencias sacadas de esa gran bodega, donde tienen almacenados todos los méritos de los santos y que se llama «El tesoro de la Iglesia».  De aquí toman cuando quieren y cuanto quieren, para ayudar a quien ellos quieren, es decir, a los que pagan por este sufragio.

Amado lector, aunque el ministro romano te haga cruces con aceite en todos tus sentidos, eso no te limpia ni te quita el pecado, eso no te salva.  Lo que da vida eterna al hombre, es que éste reciba a Cristo en su corazón como su único y suficiente Salvador.  Así puedes marchar seguro a la eternidad para estar con Cristo.

Hablaré amados, del sexto sacramento que es el orden sacerdotal.  El jesuita Ferreres, en el Tratado Diecisiete de su Teología Moral, hablando del sacramento del orden, dice: «Cuanta sea la dignidad y excelencia de este sacramento, apenas si puede expresarse en lenguaje humano».  Y el Catecismo del Concilio Tridentino dice más: «Es la potestad de confeccionar y ofrecer el cuerpo y la sangre de nuestro Señor para perdón de los pecados, por los cuales es ofrecido.  Esto supera la razón y a la inteligencia humana y no hay nada semejante que podamos encontrar en la tierra».  Y agrega en uno de sus cánones: «Si alguno dijere que en aquellas palabras ‘haced esto en memoria mía’ ni instituyó Cristo, sacerdote a los apóstoles para que ellos ofrecieran su cuerpo y su sangre, sea anatema, sí, sea maldito».

Qué enseñanzas tan equívocas y tan fuertes, para someter a las almas bajo el dominio papal.  No amado lector, no, ya no hay sacerdotes en el Nuevo Testamento, tal como lo afirma Roma, solamente hay uno, y ese es Cristo.  En sentido, lato, que primero significa extenso o dilatado, tal como en el caso de - «Era dueño de un lato territorio».  Y segundo, si se aplica en el sentido que por extensión de su significado, no es el que estricta y literalmente le corresponde, tal como en la frase «Hemos organizado un banquete de ochenta cubiertos», la palabra «cubiertos» se utiliza en sentido lato para referirse a los comensales.  El apóstol Pedro dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios…” (1 P. 2:9a).  Y el apóstol Juan en su Apocalipsis 1:6, dice: “Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre…” En sentido estricto en cuanto el sacerdote ofrece sacrificios expiatorios por los hombres no hay fuera de Cristo otro sacerdote.

Citaré las palabras del autor de Hebreos 2:17 que dice: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo”.  Y continúa diciendo: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre” (He. 8:1, 2).  Y hablando también el Espíritu Santo, dice: “Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.  Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (He. 7:24-27).

Así que Cristo se inmoló una sola vez por los pecados de todo el mundo y ya no hay necesidad de sacrificios.  Y si ya no hay necesidad de sacrificios ya no debe haber sacerdotes, con las atribuciones con que Roma consagra a los suyos, enseñándoles que son Alter Christus Secundum ordinem Melchisedech «Otros Cristos según el orden de Melquisedec».

Como antes mencioné, esto sí son errores, ésta sí son equivocaciones, son engaños muy profundamente meditados.  Esto es un perfecto paganismo.  Sólo las falsas deidades siguen teniendo sacerdocio, pero no en el cristianismo, porque en la lista que el Espíritu Santo hace acerca de los ministros de Cristo dice: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:11-13).

Como ve amado hermano, amado amigo, estimado lector, aquí no se menciona el nombre de sacerdote, de monseñor, de canónigo, de arzobispo, de cardenal o de Papa.  Todas estas dignidades son invenciones del catolicismo.

Lo que sí se necesita verdaderamente para la edificación del cuerpo de Cristo, que es la iglesia, son hombres con el nombre y con la vida que Dios quiere para cada uno de los cristianos, los demás títulos salen sobrando.  Roma los tiene y en abundancia, y en algunas ocasiones se adquieren por donativos.  Termino diciendo, que en el cristianismo solo hay un sacerdote y ese es Cristo, quien eternamente intercede por nosotros.

Por último, hablaré del séptimo sacramento, el matrimonio, al que el sacerdote católico Juan Ferreres en su Tratado de Teología Moral, dedica 160 páginas, para proponer y resolver toda la casuística que puede encontrarse en la verificación y consumación del matrimonio.  Pero a mí, realmente me sorprende la iglesia papal, en la cual viví toda una vida, cuando afirma que el matrimonio como sacramento es un caño por donde corre la gracia que ha de alimentar a los casados.  Cuando exige que el aspirante a la dignidad sacerdotal, debe ser hijo legitimo, nacido dentro del matrimonio.  Cuando esta misma iglesia romana, siendo defensora incansable de la indisolubilidad del matrimonio, ha permitido que imperios se separen de su seno antes que permitir el divorcio.

Me sorprende, cuando teniendo un tan alto concepto del matrimonio no permita que todos sus clérigos que tienen la gracia… qué digo, la desgracia de estar en su seno, contraigan matrimonio.  Haciendo para ellos un sin número de leyes absurdas, equívocas que son contra natura y que ellos llaman «Celibato Sacerdotal», el cual está defendido por sanciones dentro del derecho canónico.  Por ejemplo, en uno de sus cánones dice: «Si el sacerdote o clérigo pretendiera contraer matrimonio aunque sea por la ley civil.  Este matrimonio, el romanismo no lo tiene en cuenta, ipso facto ‘queda excomulgado’».

Yo viví veinte años sujeto a las leyes del celibato, es decir durante todo ese tiempo que viví como clérigo, no contraje matrimonio.  Y quiero hacer pública confesión de que durante los primeros cinco años de sacerdocio, luché fuerte y denodadamente contra mi carne con todos los medios que el catolicismo enseña y pone al alcance del sacerdote.

•   Por la mañana, meditación como preparación para la santa misa.
•   Después mi acción de gracias debidamente hecha.
•   Después de desayuno, un rosario a la virgen.
•   Enseguida el rezo del santo breviario.
•   Por una hora y media, durante el día, otro rosario a la virgen, individualmente.
•   Por la noche, el rosario a la virgen con todo el pueblo, pidiendo por mi parte su protección contra todas las tentaciones carnales.

Pero luché en vano, porque la naturaleza que llevo a cuestas tiene leyes que todos los hombres normales tenemos que cumplir.  Pero yo no supe, no sé, no puedo entender por qué y de dónde sacó la ley del celibato, esta iglesia que se precia de cristiana y que dice ser dos veces milenaria.  Porque cuando yo vuelvo la mirada a la santa Palabra de Dios, la Biblia; me encuentro que el matrimonio fue instituido por Dios, cuando dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Gn. 2:18).  Y veo que desde entonces, los grandes hombres, Abraham - el amigo de Dios, Moisés, Aarón, David; y en el Nuevo Testamento, Pedro y otros líderes, reyes, sacerdotes y apóstoles, todos fueron casados.  Y esto, no impidió de ninguna manera que ellos estuvieran en perfecta comunión con su Dios.

Ahora, vuelvo nuevamente y me pregunto: ¿Por qué Roma no permite que sus clérigos tengan una esposa y formen una familia, si la Biblia dice: “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (He. 13:4)?  Además, no se puede ser obispo, si no se cumple con lo ordenado por Dios.  La Biblia dice: “…Si alguno anhela obispado, buena obra desea.  Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)” (1 Ti. 3:1-5).

Pero si me preguntaréis, si la iglesia romana no permite al sacerdote contraer matrimonio, entonces guarda el celibato, responderé trayendo a mi memoria algunas de mis tristes experiencias.  Siendo joven estudiante del seminario donde me formé, conocí a un sacerdote que muchas veces era invitado como confesor especial al seminario.  Éste tenía varios niños y jovencitos viviendo en su propia casa a los que llamaba, mis sobrinos, pero en realidad eran sus propios hijos.  Gran parte de la ciudad lo sabía.
Me ordené sacerdote, y entonces empecé a vivir y a conocer la vida sacerdotal.  En la primera parroquia que administré, uno de los niños acólitos era hijo de uno de los sacerdotes que me habían antecedido en aquella parroquia.  Algunas personas protestaron, porque yo le permitía que me ayudara en la misa.  Pero en realidad, él no tenía la culpa de haber nacido de fornicación, sino los que “…escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse…” (1 Ti. 4:1-3).

¿Es posible el celibato?  No amados.  En veinte años que viví dentro de la clerecía, conocí solamente dos sacerdotes, de los cuales todavía tengo duda.
Por último diré, si el matrimonio y los otros seis sacramentos son caños por donde corre la gracia para que el hombre sea hijo de Dios, para que se salve, para que viva una vida santa y vaya a disfrutar por la eternidad con Dios.  ¿Por qué no se les concede a todos los sacerdotes el tener la misma oportunidad?

Contaré amados para terminar una anécdota de las muchas que han ocurrido en mi vida.  Hace algunos años, caminaba con mi esposa por la acera de una de las calles de Tijuana, Baja California, México, cuando a determinada distancia, vi dos señoritas religiosas comúnmente llamadas monjas.  Dije a mi esposa: «Ahí vienen dos monjas y voy a pararlas para hacerles algunas preguntas».  Mi esposa me decía que no, y yo insistí.

Por fin las encontramos, las saludé cortésmente.  Les pregunté que si andaban trabajando.  Ellas me dijeron que andaban visitando a parejas que estaban viviendo en unión libre, para que legitimaran su estado contrayendo matrimonio.  «Señoritas – dije - yo quiero hacerles unas preguntas.  «Diga señor» - contestó una de ellas muy inteligente.  Y continué, «señorita, yo busco salvación, es decir, quiero ir al cielo cuando muera.  ¿Cómo puedo salvarme?».  Ella me dijo muy graciosamente - «Hay muchas formas, hay muchos caminos.  Por ejemplo, guardando los mandamientos de la ley de Dios».  Y yo le dije - «señorita, ¿habrá hombre que pueda guardar los mandamientos de la ley de Dios en una forma íntegra?  La Biblia dice que cuando nosotros quebrantamos un mandamiento hemos quebrantado toda la ley».

Y ella insistía… y me dijo, «Guardando los mandamientos de la santa madre iglesia».  Y yo le dije, «Cuáles son señorita».  Y ella empezó a decirme: «Oír misa entera los domingos y fiestas de guardar…» y continuó con los otros cuatros y por último me dijo, recibiendo los sacramentos de la iglesia, por ejemplo, casándose.

¡Ay! hermanos y amigos, yo sentí mucho en el alma la ignorancia de aquella pobre alma, tan sencilla, tan buena, pero ignorante, ignorante de la voluntad de Dios.  Ella me dijo que había muchos medios para salvarse, que había muchos caminos para ir al cielo y nosotros sabemos lo que dice Cristo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).

Amados, quiero decirles que los mandamientos de la ley de Dios, no ha habido hombre que los haya cumplido, y por consiguiente, por ellos no podemos salvarnos.  Los mandamientos de una iglesia formada por hombres, como son los mandamientos de la Iglesia Católica tampoco pueden salvar, ni ninguno de esos sacramentos sirven para entrar a la vida eterna.  Lo que sí es necesario, es entender bien esto: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24).  ¡Qué el Señor les bendiga!

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