La asignación divina de la oración
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En una fría mañana cerca de Bedford, Inglaterra, en la década de 1870, una viuda llamada la señora Symons se acercó a la puerta de su pequeña cabaña para observar los perros que corrían por allí, seguidos por los cazadores. Siempre disfrutaba saludando con su mano a los niños mientras pasaban cabalgando en los ponis. En esa mañana particular, ella se sentía extrañamente atraída por los niños del capitán Polhill-Turner, una familia que a menudo participaba en la cacería. Mientras el repiqueteo de los cascos se desvanecía en la distancia, la señora Symons de súbito sintió la convicción de que el Señor Jesucristo deseaba que orase por esos niños. Y así lo hizo, orando por ellos fielmente cada día.