La fecha crucial fue el 30 de octubre del año 451 de nuestra era, pero hay una historia que nos lleva a ella. En los primeros días del imperio romano, Roma era la capital del imperio, y su iglesia la más grande y más rica. Para mediados del tercer siglo su membresía se aproximaba a los treinta mil. No tenía rival en el occidente.
Además, algunos de los primeros escritores cristianos del segundo siglo ya se referían a Pedro y a Pablo como los fundadores de la iglesia de Roma y a los obispos como sucesores de los apóstoles. Sin embargo, este respeto por la historia de la iglesia no impedía que estos mismos escritores riñeran abiertamente con el obispo de Roma cuando creían que estaba en error. De hecho, hasta el tiempo del emperador Constantino, quien gobernó entre los años 312 al 337, el obispo de Roma, no ejercitaba ninguna autoridad fuera de la ciudad.