El Judío ¿Bendición o maldición? (I)
- Fecha de publicación: Viernes, 24 Enero 2020, 09:41 horas
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El interés periodístico sobre los eventos en el Medio Oriente, fluye de manera implacable a través de nuestros receptores de televisión, computadoras y periódicos, haciendo que la humanidad considere la crisis árabe israelí y sus efectos sobre la vida diaria. Desde su comienzo en 1948, el refundado estado de Israel hizo que el mundo se planteara una pregunta ineludible: ¿Es el pueblo judío y su estado restablecido de Israel, una bendición o una maldición?
No olvidemos que en la Biblia hay cientos de profecías concernientes a los descendientes de Abraham, Isaac, Jacob y sus doce hijos, muchas relacionadas con el pueblo judío que no se han cumplido aún y otras sí. Uno de los mayores cumplimientos lo encontramos en el libro de Ezequiel, y dice: “Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo. Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos. Por tanto, profetiza, y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío” (Ezequiel 37:9-13).
Como ya dijéramos, uno sólo tiene que encender el receptor de televisión o leer el periódico, para reconocer que el pueblo judío está siendo llevado de regreso al territorio de Israel, además de haber integrado un ejército formidable. Han transcurrido cerca de mil ochocientos años desde que la Tierra Santa tuviera un ejército operando en el territorio de Israel.
En el año 70 de la era cristiana, los romanos destruyeron a Jerusalén y el segundo templo. Subsecuentemente, en el año 135 de la misma era, frustraron la revuelta de Bar Kokhba, y al hacerlo eliminaron la última presencia militar judía significativa en Israel. En ese punto de la historia, el territorio de Israel fue llamado Palestina y los israelíes fueron esencialmente expulsados de la Tierra Santa.
Como el mundo secular en general no estaba al tanto de las profecías de la Biblia, la predisposición mental internacional supuso que el Dios de los judíos era débil. Por definición, un dios debía poseer fortaleza sobrenatural, la cual debía proteger y preservar al pueblo en su territorio. Sin embargo, tal parecía como si el imperio romano era más poderoso que el Jehová de los judíos. Lo que el mundo falló en reconocer fue que los romanos no erradicaron el requerimiento judío contenido dentro de la profecía de la Biblia.
A partir de entonces se cumplió la dispersión profetizada de los israelitas. Se convirtieron en refugiados, tuvieron que abandonar su tierra natal y luchar por su supervivencia como raza, pero la Biblia también hablaba de un tiempo cuando el pueblo de Israel encontraría su destino. En conformidad con la Ley Mosaica y tal como está especificado en esta profecía, se requería una desolación y dispersión del territorio, después de lo cual la nación se descarriaría y se volvería a una condición irreversible de apostasía. “Destruiré vuestros lugares altos, y derribaré vuestras imágenes, y pondré vuestros cuerpos muertos sobre los cuerpos muertos de vuestros ídolos, y mi alma os abominará. Haré desiertas vuestras ciudades, y asolaré vuestros santuarios, y no oleré la fragancia de vuestro suave perfume. Asolaré también la tierra, y se pasmarán por ello vuestros enemigos que en ella moren; y a vosotros os esparciré entre las naciones, y desenvainaré espada en pos de vosotros; y vuestra tierra estará asolada, y desiertas vuestras ciudades” (Levítico 26:30-33). Esta condición nacional ya se cumplió y como consecuencia puso en moción la segunda parte de la profecía de Levítico.
Por siglos los judíos trataron sin éxito de integrarse con las naciones gentiles del mundo. Finalmente, el 14 de mayo de 1948, con el consentimiento general de la comunidad internacional, ellos comenzaron a retornar al territorio antiguo de Israel. A su regreso, un comité completamente hostil - los ejércitos árabes que los rodeaban - se apresuraron a darles la bienvenida. Milagrosamente, el pueblo judío reclutó un ejército de descamisados que logró con éxito derrotar a los agresores árabes.
Tal vez la palabra “milagrosamente” pueda parecer muy poderosa para describir este evento, pero la historia nos recuerda que otros asaltos más convencionales de los árabes en 1956, 1967 y 1973, en contra de la refundada nación judía tuvieron el mismo resultado. Cuando los israelíes estuvieron listos para regresar a la Tierra Santa, ningún esfuerzo militar pudo retrasar lo inevitable. De manera similar, ahora que los judíos se han dispuesto a establecerse de nuevo en otras áreas del territorio de Israel que les arrebataron, ningún esfuerzo militar podrá impedirlo. Con suficiente autoridad, la profecía bíblica habló de ambos episodios: del regreso disciplinario de los judíos desde el exterior hasta el territorio de Israel, y su subsecuente dispersión en medio de la Tierra Santa.
Pocos cuestionarían la necesidad de un ejército en Israel hoy. Si no fuera por esa milicia, Israel, tal como lo desean sus vecinos árabes, ya habría sido borrado de la faz del Medio Oriente. No obstante, sabemos que por lo menos un profeta judío anticipó la aparición de este ejército hace siglos, aunque Ezequiel no fue el único que se refirió al retorno del pueblo judío y a la integración de este “ejército grande en extremo”.
Desde el tiempo que Dios hizo un pacto con Abraham hasta la era en la cual vivimos en la actualidad, el programa profético para Abraham y sus descendientes ha continuado tal como fuera prescrito. Es necesario entender el próximo cumplimiento de la profecía con respecto al pueblo judío, ya que no hay manera de revertir el curso profético que estamos viviendo.
Dios no ha concluido sus tratos con los judíos. Considere la grave situación de los refugiados al llegar al antiguo territorio de Israel. Piense en el peso que han tenido que soportar de sus antiguos enemigos árabes desde que regresaron. Luego considere el hecho, que a fin de sobrevivir, tenían que emerger como el “ejército grande en extremo” que anticipó el profeta Ezequiel. “Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo” (Ezequiel 37:10).
Este ejército se ha convertido en un instrumento militar excelente, cuyo propósito primario es preservar la nación de Israel como el estado judío. Además, esta milicia llevaría a cabo cuatro hazañas adicionales.
1. Facilitar una travesía segura a los judíos a su regreso al territorio de Israel.
2. La protección y conquista final de los enemigos árabes hostiles de Israel.
3. El inicio de la conclusión de la enemistad perpetua que abrigan los antiguos enemigos de Israel, y
4. Finalmente, la restauración de las fortunas de los judíos.
Sólo una vez antes en la historia, un grupo de refugiados que vivieron fuera de su tierra natal por cuatrocientos años o más, llegaron a transformarse en una maquinaria efectiva de guerra - y fue exactamente la misma nación, Israel. Durante el éxodo de los hebreos desde el territorio de Egipto, Moisés, quien fuera sucedido por Josué, conquistó “milagrosamente” los enemigos que trataron de interponerse en su camino cuando iban camino a la Tierra Santa.
Cuando los antiguos hebreos avanzaban hacia la tierra prometida, se dividieron las aguas del mar Rojo y cayeron a tierra los muros de Jericó. De manera similar, la historia moderna vio la derrota del ejército alemán, el desmembramiento de la Unión Soviética, la caída de la Cortina de Hierro y el colapso del Muro de Berlín. Cada uno de estos episodios inspiró el retorno de los judíos al territorio de Israel.
Algunos se preguntarán por qué alguien desearía ir a un lugar plagado de conflictos y hostilidad. En realidad es verdaderamente peligroso visitar los lugares públicos en Israel, ya que existe la posibilidad que en cualquier momento se pueda perder la vida en manos de un militante islámico suicida con una bomba. Sin embargo, el terror no es capaz de disuadir a los israelíes, porque el deseo de regresar al territorio de sus antiguos patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, está imbuido en sus corazones y mentes. A pesar de todas las adversidades, el retorno de ellos es indicación de que Dios todavía tiene planes para su futuro.
- “Y haré notorio mi santo nombre en medio de mi pueblo Israel, y nunca más dejaré profanar mi santo nombre; y sabrán las naciones que yo soy Jehová, el Santo en Israel. He aquí viene, y se cumplirá, dice Jehová el Señor; este es el día del cual he hablado” (Ezequiel 39:7 y 8).
- “Así ha dicho Jehová, que da el sol para luz del día, las leyes de la luna y de las estrellas para luz de la noche, que parte el mar, y braman sus ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre: Si faltaren estas leyes delante de mí, dice Jehová, también la descendencia de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente” (Jeremías 31:35 y 36).
La Escritura nos deja saber que es virtualmente imposible eliminar al judío del programa profético Divino. Ciertamente, los palestinos no podrán cambiar lo que Él ya determinó. Tal vez crean que su dios Alá es capaz de hacerlo, pero Jehová dijo por medio del profeta Isaías: “Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo” (Isaías 45:5 y 6).
La pregunta del millón de dólares que todos los habitantes del mundo deben responder es: ¿Acaso la declaración de Dios en Génesis 12:3 sigue todavía siendo cierta después de cuatro mil años? El pasaje que citaremos a continuación, fue lo que le dijo Dios a Abraham, lo que se convertiría en su política exterior a lo largo del tiempo, para la humanidad entera. “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3).
Entendemos que a la persona a que se refiere este importante pasaje, no sólo es Abraham, sino todos sus descendientes a través del linaje de su hijo Isaac y su nieto Jacob. Esto convierte a los judíos de hoy, en los receptores de esa promesa, de este decreto antiguo.
Por consiguiente, su política exterior todavía opera hoy, así que uno tiene que determinar de manera inteligente si el judío es una bendición o una maldición. Bueno, la respuesta en ambos casos, es sí. Los judíos son una bendición para esos que los bendicen, y una maldición para quienes los atacan y persiguen.
Con este precepto en su lugar, dejamos claro que el asalto de los árabes en contra de los judíos constituye un gran riesgo y atrae un gran peligro sobre ellos. Al hacerlo están acarreando sobre sí lo que Dios determinara siglos antes en el pacto con Abraham.