La profecía de los dos lobos arrebatadores
- Fecha de publicación: Martes, 25 Marzo 2008, 14:20 horas
- Publicado en Profecías /
- Visitado 29471 veces /
- Tamaño de la fuente disminuir el tamaño de la fuente aumentar tamaño de la fuente /
- Imprimir /
Las palabras inmortales de Salomón, “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ec. 3:1), son más que una simple observación acerca del flujo diario de la vida sobre la tierra. Ellas portan consigo la clave para entender la profecía, y la espera paciente del desarrollo del plan divino.
Hay profecías en la Biblia que avanzan a lo largo de las edades antes de llegar a su cumplimiento final. El tiempo es la esencia del entendimiento y la revelación progresiva es el gran maestro. Salomón llegó a comprender esto muy bien, cuando se encontraba arrepentido en sus últimos días de vida. En breve analizaremos mejor el punto de vista de Salomón del tiempo.
Primero vamos a examinar las vidas de dos hombres, separados por más de mil años, pese a todo curiosamente asociados por el mismo tiempo, el destino y una profecía del Antiguo Testamento. Unidos, ellos cumplen las palabras de una oscura declaración que parece completamente difícil de entender en un principio. Sin embargo, el paso de los años ya ha puesto al descubierto muchos significados ocultos, y a no dudar, continuará haciéndolo. Algunos tal vez los veamos en la época presente, otros esperan por una revelación futura.
La profecía en cuestión fue dada hace muchos años. Cuando Jacob se encontraba en su lecho de muerte en el siglo XVII A.C., reunió a sus doce hijos para confiarles una palabra final profética a cada uno de ellos. Al hacerlo, unió los siglos en un panorama que haría avanzar a las doce tribus de Israel hacia adelante, hasta le edad del Reino.
•Sus predicciones incluyen la gran profecía mesiánica, que dice: “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos” (Gn. 49:10).
•También esta profecía sobre Dan: “Será Dan serpiente junto al camino, víbora junto a la senda, que muerde los talones del caballo, y hace caer hacia atrás al jinete” (Gn. 49:17).
•Jacob habló del futuro de José como “rama fructífera... rama fructífera junto a una fuente, cuyos vástagos se extienden sobre el muro...” Bendecido “por el Dios Omnipotente... con bendiciones del abismo que está abajo...” (Gn. 49:22, 25). Algunos han sugerido que estas bendiciones del abismo bien podrían ser la referencia a una gigantesca reserva de petróleo aún no descubierta.
Estas y otras profecías del capítulo 49 de Génesis son estudiadas a menudo, y tienen gran valor en la comprensión del desarrollo histórico de Israel. Sin embargo, el último de los doce pronunciamientos finales de Jacob, es usualmente ignorado.
Se trata de algo más que una breve frase. No sólo eso, es una tenebrosa condenación, al comparar una de las doce tribus con un predador, un lobo hambriento. De las visiones más siniestras de los predadores que uno puede concebir, el lobo es una de las más aterradoras. Pese a todo, la última de las doce profecías de Jacob proyecta una condenación siniestra, ya que dice: “Benjamín es lobo arrebatador; a la mañana comerá la presa, y a la tarde repartirá los despojos” (Gn. 49:27).
Todo el mundo sabe que los lobos viajan en grupo para rodear y darle muerte a su presa. Es un cuadro difícil de asociar con las tribus benditas de Israel. Es algo completamente opuesto, ya que es el propio símbolo de violencia y pillaje. Incluso, el propio Señor Jesucristo usa al lobo como un símbolo de iniquidad tenebrosa: “Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa” (Jn. 10:12).
Más que eso, en las leyendas épicas y las creencias populares, al lobo se le retrata como un demonio. A menudo representa encarnaciones humanas de espíritus demoníacos. Piense por un momento en la leyenda del espíritu de un hombre lobo, que posee a un ser humano y vaga por el campo con instintos asesinos durante las noches de luna llena.
¿Cómo es posible que Dios haya determinado que la descendencia de Benjamín, proféticamente desempeñe una especie de papel que se asemeje a esto? Tal parece como si ellos se opusieran al plan redentor de Dios. Porque... ¿De qué otra manera podemos interpretarlo? En el transcurso del tiempo, ¿qué significa esto?
Saulo y Saúl
Hay dos hombres que se mencionan prominentemente en la Escritura. Ambos son de la tribu de Benjamín, la tribu representada por el lobo. Sus vidas demuestran tanto la complejidad del plan de Dios, como la plenitud de su gracia.
Uno de estos hombres es el apóstol Pablo. Al nacer como miembro de la tribu de Benjamín se le dio el nombre de «Saulo». En hebreo, su nombre es Shaul, yderiva de la raíz que significa «pedido o solicitado». El Manual Teológico del Antiguo Testamento define su pronunciación y definición primaria, como sigue en la página 891: «En su práctica, sha’al significa ‘pedir por algo o a alguien’, así sea que la petición sea por un objeto físico... o por alguna información... O en la forma de una demanda hecha por un superior a un inferior... o una petición de alguien que suplica».
Saulo, el seguidor de la doctrina farisea, entra en la narrativa del Nuevo Testamento como un hombre deseoso de acabar con la Iglesia que apenas acababa de comenzar, tratando de impedir que creciera y pudiera llegar a convertirse en una facción “renegada” judía, que terminara por derrocar las tradiciones antiguas.
Él fue comisionado para este propósito, nada más y nada menos que por el sumo sacerdote: “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch. 9:1-4).
El corazón de un lobo
Es críticamente importante observar que antes de salir para Damasco, Saulo le “pidió”cartas de autorización al sumo sacerdote. El verbo que se usó en el texto original griego significa «pedir o solicitar». Exactamente lo mismo que significa el nombre de Saulo. De tal manera que su propio nombre implica la acción que lo envió en una misión que comenzó en el tiempo, pero que termina en la eternidad, de la misma forma como la luz del cielo brilló sobre él, revelando su tenebroso corazón... el corazón de un lobo que iba camino a dispersar las ovejas.
En ese tiempo, habían transcurrido ya unos siete años desde la resurrección del Señor Jesucristo, y la iglesia primitiva se había extendido más allá de Judea y Samaria, hasta las regiones fuera de Israel. Saulo debió haber sentido una necesidad real por acabar con estas iglesias lejanas, antes que pudieran afectar las comunidades judías en Israel.
Es bien sabido que después que Saulo fue impactado por el rayo de luz y cayó al suelo mientras iba camino a Damasco, experimentó un cambio dramático. Las siguientes tres décadas de su vida dan testimonio de un cambio radical, difícil de imaginar. La ley y el despotismo de la religión farisea se convirtió en gracia. La arrogancia se transformó en humildad. Saulo se convirtió en Pablo, nombre que en griego significa «pequeño o diminuto». El mismo nombre que usó cuando se embarcó en su primera jornada misionera. Aquel hombre importante, se convirtió en un siervo pequeño y humilde. Sólo entonces fue considerado digno de hacer la obra del Señor.
De la misma manera, el tiempo se convirtió en eternidad. El hombre que anduvo por los caminos polvorientos del mundo comenzó a experimentar las calles de oro del cielo. Su visión se extendió desde lo finito hasta el infinito.
En su primera carta a los Corintios, Pablo hizo una curiosa declaración con respecto al tiempo. Después de citar a un gran número de personas que fueron testigos de la resurrección de Cristo, dijo: “Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Co. 15:8).
Aquí, literalmente Pablo dice que su nacimiento fue prematuro. La palabra en el texto original griego es ektroma, que denota un aborto, un nacimiento prematuro. En un sentido, porque como Pablo no tuvo la experiencia de caminar con Cristo antes de su resurrección, al llegar su nacimiento espiritual no estaba preparado, y por eso cayó a tierra cuando iba camino a Damasco como un perseguidor de los cristianos. Aturdido y sin poder ver, era como un bebé recién nacido.
Pero en otro sentido, Pablo nació prematuramente con respecto a la redención futura de su amado Israel. Pablo, un graduado de las escuelas greco-romanas de Tarso y alumno de Gamaliel, el más grande de los sabios de Israel, era en todo sentido un representante de la nación de Israel.
Y dijo refiriéndose a sí mismo: “Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros” (Hch. 22:3).
A no dudar, en el apogeo de su vida, Pablo se veía a sí mismo como la representación perfecta del Israel espiritual. Pero recibió el impacto de su vida cuando el Señor lo eligió para una labor especial. Entre todas las personas, fue escogido para convertirse en APÓSTOL DE LOS GENTILES.
Por escandaloso que pueda parecer, se había convertido en parte del propio grupo que trataba de destruir. Irónicamente, este gran legalista fue distinguido como el hombre cuyas epístolas detallarían la propia definición de la Iglesia como el cuerpo de Cristo, salvo por gracia y justificado por fe.
Sus propias palabras testifican el hecho que se vio a sí mismo como un aborto, nacido antes de tiempo, mientras su pueblo continuaba su camino en ignorancia y ceguera espiritual. Él nunca los olvidó. A pesar de que vio que no eran salvos, les dijo por inspiración divina: “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (Ro. 10:1-4).
No obstante, aunque no eran salvos, Pablo hizo notar que todavía había un futuro para su pueblo. Las doce tribus están registradas en la Palabra de Dios en una forma muy especial, y para ellas está reservado un destino extraordinario en el reino de la Tierra Prometida. Pero antes debían pasar unos dos mil años entre la salvación de Pablo y la salvación de la nación de Israel. De ahí su declaración cuando dice que era como un abortivo, que había nacido antes de tiempo.
Unos 25 años después, en su carta a los Filipenses, escribió sobre su vida anterior como una autoridad en Israel: “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (Fil. 3:4-7).
Aquí, Pablo rechaza su orgullosa herencia como miembro de la tribu de Benjamín. Bajo sus tradiciones, había sido un lobo arrebatador, un predador que estaba dispuesto a destruir la iglesia. Ahora, Pablo ve sus credenciales de judío como algo sin valor, desde la perspectiva de su nueva vida en Cristo. Reconoce que ante los ojos del mundo podían ser consideradas como algo importante, y que en su vida anterior actuó con pasión agresiva cuando defendía el judaísmo clásico.
En un momento dramático, mientras iba camino a Damasco, el papel profetizado de Benjamín fue echado a tierra por un acto de gracia. El lobo arrebatador se convirtió en un siervo del Gran Pastor. Ese momento, lo ocurrido todavía repercute a través del tiempo y el espacio hasta nuestra era, conforme otros reciben la Palabra por medio de sus trascendentes epístolas.
Justo unos mil años antes de estos eventos, otro joven, llamado Saúl, fue ungido por el profeta Samuel y se convirtió en el primer rey de Israel. En el principio, este joven era humilde, modesto y tranquilo. Era alto, bien parecido y la Escritura dice que “...entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo” (1 S. 9:2b).
Dios sabía que el pueblo había clamado por un rey para Israel, y escogió a Saúl. El mecanismo de esta elección parece accidental, pero claro está, no hay accidentes en el plan de Dios. Saúl había perdido las asnas de su padre e iba en busca de un hombre de Dios (de Samuel), para que le dijera en dónde estaban. Pensaba que cuando las encontrara el hombre de Dios le iba a requerir un pago.
Al mismo tiempo el Señor le habló a Samuel, informándole de la proximidad de Saúl. Le dijo al profeta que este joven iba a ser el líder de Israel, el rey por el cual clamaba el pueblo. En otras palabras, el pueblo lo había “pedido”, lo había “solicitado”, y esta era la respuesta del Señor. Conforme pasó el tiempo, Saúl se convirtió en una gran ilustración de la vieja máxima: «Tenga cuidado con lo que pide, porque el Señor puede dárselo».
El Señor le dijo a Samuel: “Mañana a esta misma hora yo enviaré a ti un varón de la tierra de Benjamín, al cual ungirás por príncipe sobre mi pueblo Israel, y salvará a mi pueblo de mano de los filisteos; porque yo he mirado a mi pueblo, por cuanto su clamor ha llegado hasta mí. Y luego que Samuel vio a Saúl, Jehová le dijo: He aquí éste es el varón del cual te hablé; éste gobernará a mi pueblo. Acercándose, pues, Saúl a Samuel en medio de la puerta, le dijo: Te ruego que me enseñes dónde está la casa del vidente. Y Samuel respondió a Saúl, diciendo: Yo soy el vidente; sube delante de mí al lugar alto, y come hoy conmigo, y por la mañana te despacharé, y te descubriré todo lo que está en tu corazón. Y de las asnas que se te perdieron hace ya tres días, pierde cuidado de ellas, porque se han hallado. Mas ¿para quién es todo lo que hay de codiciable en Israel, sino para ti y para toda la casa de tu padre? Saúl respondió y dijo: ¿No soy yo hijo de Benjamín, de la más pequeña de las tribus de Israel? Y mi familia ¿no es la más pequeña de todas las familias de la tribu de Benjamín? ¿Por qué, pues, me has dicho cosa semejante?” (1 S. 9:16-21).
Saúl, el benjamita, comenzó como un hombre modesto de confianza limitada, pero se convirtió en un ser violento, indeciso y tirano, escogido por Dios para demostrar que el poder no es suficiente. Su apariencia era imponente, pero tenía un verdadero desajuste en su personalidad. Bajo presión actuaba precipitadamente. Él fue una demostración a Israel de que el liderazgo verdadero proviene del Espíritu de Dios, no de la fortaleza humana.
Su gran pecado fue desobedecer a Jehová en el asunto de los amalecitas. Después de capturar a este pueblo criminal, Saúl rechazó el papel judicial que le asignara Dios, quien le ordenó aniquilarlo junto con su pueblo y ganado. Saúl desobedeció: le perdonó la vida al rey y dejó vivo lo mejor del ganado, contradiciendo así las órdenes divinas. En el fin se convirtió en una maldición para su pueblo, quien tuvo que experimentar todo tipo de problemas cuando el poder pasó de Saúl a David. Finalmente, Dios le retiró sus bendiciones. “El Espíritu de Jehová se apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová. Y los criados de Saúl le dijeron: He aquí ahora, un espíritu malo de parte de Dios te atormenta” (1 S. 16:14, 15).
En el fin, Saúl fue más un juez para Israel que un rey. Tal como profetizara Jacob respecto a la descendencia de Benjamín tantos años antes, se convirtió en un lobo arrebatador, usando a su pueblo para sus propios fines. Su competencia y celos con David lo pone al descubierto como un hombre astuto y retorcido.
Saúl y el Seol
Esto nos lleva a otra asombrosa profecía concerniente al nombre de Saúl. ¡En hebreo se deletrea exactamente como Seol! Esta palabra se usa en el Nuevo Testamento para referirse al lugar donde van los muertos, a la tumba o sepultura, y se deletrea con las cuatro letras idénticas, la única diferencia son los indicadores colocados encima de las vocales, de tal manera que se pronuncia «she’ol», en lugar de «sha’ul».
Al considerar el encuentro final de Saúl con un espíritu supuestamente de ultratumba, este hecho asume gran importancia. Antes de que ocurriera esto, los filisteos se habían congregado para la guerra, y el rey no tenía idea cómo responderles, así que como último recurso fue en busca de una médium que vivía en Endor, con la loca idea de pedirle que trajera el espíritu de Samuel el profeta desde la tumba, para que le diera un pequeño consejo.
Saúl se disfrazó y se presentó ante ella para hacerle la consulta, pero leamos mejor lo que dice el registro bíblico: “Y se disfrazó Saúl, y se puso otros vestidos, y se fue con dos hombres, y vinieron a aquella mujer de noche; y él dijo: Yo te ruego que me adivines por el espíritu de adivinación, y me hagas subir a quien yo te dijere. Y la mujer le dijo: He aquí tú sabes lo que Saúl ha hecho, cómo ha cortado de la tierra a los evocadores y a los adivinos. ¿Por qué, pues, pones tropiezo a mi vida, para hacerme morir? Entonces Saúl le juró por Jehová, diciendo: Vive Jehová, que ningún mal te vendrá por esto. La mujer entonces dijo: ¿A quién te haré venir? Y él respondió: Hazme venir a Samuel. Y viendo la mujer a Samuel, clamó en alta voz, y habló aquella mujer a Saúl, diciendo: ¿Por qué me has engañado? pues tú eres Saúl. Y el rey le dijo: No temas. ¿Qué has visto? Y la mujer respondió a Saúl: He visto dioses que suben de la tierra. El le dijo: ¿Cuál es su forma? Y ella respondió: Un hombre anciano viene, cubierto de un manto. Saúl entonces entendió que era Samuel, y humillando el rostro a tierra, hizo gran reverencia. Y Samuel dijo a Saúl: ¿Por qué me has inquietado haciéndome venir? Y Saúl respondió: Estoy muy angustiado, pues los filisteos pelean contra mí, y Dios se ha apartado de mí, y no me responde más, ni por medio de profetas ni por sueños; por esto te he llamado, para que me declares lo que tengo que hacer. Entonces Samuel dijo: ¿Y para qué me preguntas a mí, si Jehová se ha apartado de ti y es tu enemigo? Jehová te ha hecho como dijo por medio de mí; pues Jehová ha quitado el reino de tu mano, y lo ha dado a tu compañero, David” (1 S. 28:8-17).
Él y sus siervos desempeñaron el papel de una manada de lobos tratando de asesinar a David. Con el paso del tiempo su reinado se fue corrompiendo. Finalmente, estuvo incluso dispuesto hasta a asociarse con seres del otro mundo. Se convirtió en una persona vacía, que por fuera lucía bien, pero que no tenía nada de espiritualidad en su interior.
Después de la muerte del profeta Samuel, y reconociendo que estaba a punto de perder el trono, Saúl se mostraba histérico y desesperado. En el fin, violó su propia prohibición respecto a consultar a hechiceros cuando visitó a la bruja de Endor y le pidió que hiciera subir al profeta Samuel desde la tumba. El ser que se presentó ante él, le dijo: “Como tú no obedeciste a la voz de Jehová, ni cumpliste el ardor de su ira contra Amalec, por eso Jehová te ha hecho esto hoy. Y Jehová entregará a Israel también contigo en manos de los filisteos; y mañana estaréis conmigo, tú y tus hijos; y Jehová entregará también al ejército de Israel en mano de los filisteos” (1 S. 28:18, 19).
Es evidente que la mujer no tenía poder alguno para convocar el espíritu de Samuel. Sea lo que fuere que ocurrió, obviamente fue algo permitido por Dios, ya que las palabras de la aparición se cumplieron con exactitud.
Después de esta sesión espiritista improvisada, Saúl terminó desalentado porque el Espíritu de Dios se había apartado de él. Las palabras de condenación repercutían en sus oídos. Con el paso de los años, Saúl había desarrollado una dependencia profunda del profeta Samuel, y ahora estaba en estado de pánico.
Al otro día de haber escuchado estas palabras y estando en combate con los filisteos, Saúl murió en forma ignominiosa. Al verse herido se dejó caer sobre su propia espada. Saúl, el “escogido del pueblo”,terminó su vida en desesperanza y miedo, poseído por un espíritu tenebroso. Pero... ¿Sería acaso el espíritu del lobo que representaba a la tribu de Benjamín?
En este histórico momento, el engaño y fraude de Saúl quedó expuesto a la luz de la verdad. El hombre alto y hermoso que demandara el pueblo, había llegado ahora con una petición propia. Le pidió a la bruja de Endor que hiciera subir a Samuel desde el Seol.
En este asombroso juego de palabras, llegó a su fin un trágico y perverso episodio en la historia de Israel. Este momento en tiempo y espacio le trae unidad a la importancia lingüística de una palabra, que es más que sólo una palabra. De acuerdo con la profecía que pronunciara Jacob con relación a Benjamín, sus descendientes se comportarían en carácter como el lobo, y Saúl como benjamita era un lobo predador, el cual anda siempre en grupo, pero cuando se separa de la manada y tiene que cazar solo, se torna temeroso e incapaz.
Mil años después, Saulo, el segundo benjamita, también actuaba como un lobo arrebatador en contra del pueblo elegido de Dios. Hizo una petición ante el sumo sacerdote, y le fue otorgado permiso para ir por las sinagogas de Damasco en busca de todos esos que habían desertado del judaísmo tradicional.
Él también actuaba como parte de un grupo: la secta de los fariseos. Cuando Esteban era apedreado, Pablo se comportó exactamente en esa forma: “Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo” (Hch. 7:57, 58).
Aquí puede verse al joven Saulo actuando como una especie de jefe en la ejecución de un mártir cristiano. No estaba solo, sino que su grupo de “predadores” hizo el trabajo por él. Aparentemente tuvo mucho éxito en sus infames persecuciones, exactamente hasta el momento en que el Señor lo impactó y lo hizo caer en tierra.
Pero a diferencia del primer Saúl, este otro fue receptor de la milagrosa gracia de Dios. El lobo arrebatador de Saulo se convirtió en el obediente Pablo. Un miembro de la tribu de los lobos arrebatadores fue llevado a la casa de Dios. Nació prematuramente, mucho antes que los otros descendientes de Benjamín y de las otras tribus se reconcilien con Dios en el Reino restaurado.
Tiempo, la perspectiva humana
Al principio de este artículo, hicimos referencia al discurso de Salomón respecto al tiempo, de cómo esto se aplica al plan de Dios. Las famosas palabras que siguen describen un cuadro apremiante de los tiempos y las ocasiones. Estas palabras son citadas a menudo, incluso por hombres cuya fe está en el mundo, no en Dios. Lejos de ser consideradas como refinada expresión poética, estas frases dramáticas son repetidas en los funerales en donde impresionan a quienes las escuchan con la verdad desnuda y el flujo dinámico de la vida en la tierra: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz. ¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana? Yo he visto el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que se ocupen en él. Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Ec. 3:1-11).
Todas estas circunstancias, opuestas entre sí, constituyen la realidad de una existencia finita. Aunque la vida parece tener importancia, realmente es efímera. Las cosas, los eventos y las personas, tienen un principio y un fin. Aunque esta verdad puede parecer evidentemente obvia, los hombres voluntariamente la ignoran, dándole gran importancia a sus logros y comportándose como si sus actividades de alguna forma pudieran redimir la humanidad.
Salomón, cuya vida fue un desfile continuo de riqueza y poder, llegó a su fin en un vórtice descendente de libertinaje y conflicto político. Aunque en su juventud había orado por sabiduría para guiar a su pueblo, ignoró progresivamente la sabiduría de Dios. Los cuarenta años de su gobierno dejaron al reino profundamente dividido, y a su muerte se dividió en dos. Las razones para este rompimiento espantoso e histórico son completamente claras.
Sus setecientas esposas y trescientas concubinas atraparon su corazón, alma y adoración. Erigió lugares altos para Quemos y Moloc, ídolos de los moabitas y amonitas, ¡a los que les sacrificaban niños!: “Y se enojó Jehová contra Salomón, por cuanto su corazón se había apartado de Jehová Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces, y le había mandado acerca de esto, que no siguiese a dioses ajenos; mas él no guardó lo que le mandó Jehová. Y dijo Jehová a Salomón: Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu siervo” (1 R. 11:9-11).
Fue así como Judá, la tribu de Salomón, fue separada de Israel y debilitada en gran manera. En el fin, tanto Israel como Judá fueron derrotados. Primero por los asirios, luego fueron los babilonios los que terminaron por dispersar a las doce tribus. Lo que había comenzado con tal promesa se transformó como polvo en medio del viento.
Salomón escribió el libro de Eclesiastés ya a finales de su vida, cuando su gloria estaba comenzando a desvanecerse. Ya para entonces, veía al mundo físico como algo vacío y sin valor, y recordaba su pasado: “Yo el Predicador fui rey sobre Israel en Jerusalén. Y di mi corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo; este penoso trabajo dio Dios a los hijos de los hombres, para que se ocupen en él. Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse. Hablé yo en mi corazón, diciendo: He aquí yo me he engrandecido, y he crecido en sabiduría sobre todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia. Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos; conocí que aun esto era aflicción de espíritu. Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor” (Ec. 1:12-18).
Aquí Salomón lamenta la triste verdad de que su reinado se aproxima a una desesperada maraña de conflictos e idolatrías. Ahora descubre que es un inútil. Después de orar cuando era joven y recibir el gran don de la sabiduría, ahora parecía impactado al descubrir que incluso esto no era suficiente para el reino perfecto de David.
Él, muy correctamente observa que la vida es torcida y que no es posible enderezarla.Esta es una figura de la humanidad pecadora. Una lectura simple de la historia revela que lo que dice Salomón es completamente correcto. Son muchos los planes y programas que se han hecho y han pasado, pero los problemas del mundo persisten, incluso continúan empeorando. La pobreza y el hambre están desatados, al igual que la corrupción de los hombres que imponen impuestos como un pretexto para acabar con la pobreza.
Salomón hace notar que la persona verdaderamente sabia entiende que la causa de todos los problemas es el pecado, y que ningún rey o administración secular, no importa lo sabia que sea, puede solucionar esto o corregirlo. Un milenio después de Salomón, Jesús observó que esta condición persistiría y dijo: “Siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis” (Mr. 14:7).
Esto, claro está, fue su respuesta a Judas, quien expuso la gran idea de que si se empleaba dinero era posible solucionar la pobreza. Salomón poseía todo el dinero del mundo, y reconoció que no podía cambiar nada. En un sentido, vivió para mostrar que lo más grande de la sabiduría humana es inadecuado para mejorar las fallas básicas del hombre.
Sus famosas palabras finales son clásicas: “Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados son las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor. Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ec. 12:11-14).
En el fin, Salomón vio que la sabiduría humana no podía cambiar nada, sino que “las palabras de los sabios son como aguijones”. Estos aguijones, de puntas afiladas usados para impedir que los animales den coces, son palabras de condenación que sabía que merecía. Admite que no puede hacer nada, sino reconocer la soberanía de Dios; que no puede escapar de la aguda condenación de sus propias palabras.
En un sentido, el hombre mortal nunca llegará a una comprensión plena del plan eterno de Dios. Esto no es nada nuevo para cualquiera que pase unos pocos minutos contemplando la complejidad del cosmos, pero incluso en este pensamiento, no debemos descartar la idea de que la Palabra de Dios es una especie de traductor que nos capacita para ver la eternidad a través del fino lente de este universo.
Esto es importante, porque la esperanza que viene con la redención, aunque eterna, tiene lugar a lo largo del flujo del tiempo. Nosotros esperamos con desesperación una redención ahora mismo, pero el propósito de Dios fluye a través de la corriente del tiempo, en una porción de la eternidad para propósitos específicos, los que deberán de permanecer ocultos hasta que finalmente se abran los libros de juicio.
Desde la perspectiva del tiempo, la racionalización es el único método para que tenga sentido un mundo limitado por el tiempo, en el cual los logros simplemente se desvanecen al final de la vida, y las riquezas y los placeres terminan por ser algo insípido, sin sentido.
Salomón parece haber nacido con el propósito de dejar claro este mismo punto. Aclamado como el hombre más sabio que haya vivido jamás, experimentó todas las formas de placer, en una vida colmada de belleza y bendiciones. Sin embargo, al final había derrochado su riqueza y dejado un legado de libertinaje, idolatría y sectarismo.
Pablo el “abortivo”
Hasta donde sabemos, la sabiduría es buena, pero Salomón llegó a la conclusión que en el fin, la misma sólo señala hacia el problema de la humanidad. Nunca puede solucionarlo. Todos los libros en el mundo son sólo una triste crónica de la carne fatigada del hombre. La solución real comienza con el temor de Dios.
De hecho, tal como Saulo de Tarso en el Nuevo Testamento iba a descubrir, su increíble complejo de sabiduría farisaica era sólo el comienzo. Y la Palabra de Dios hizo eco a la sabiduría de Salomón. Cuando la luz brilló sobre él, Saulo preguntó en voz alta qué estaba pasando: “Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hch. 9:5).
Este “aguijón” es una referencia a los “aguijones” que mencionó Salomón. Estos aguijones se los sujetaban al arado o a la carreta, para impedir que la bestia le diera coces a su dueño. En Eclesiastés, Salomón comparó las palabras de sabiduría con estos aguijones que mantenían a raya a las bestias, era todo lo que podían hacer. No importa cuán efectivos fueran los aguijones, ellos nunca podían cambiar la naturaleza básica de la bestia.
Y esto nos lleva de regreso a la pregunta del nuevo nacimiento, el único remedio para la naturaleza torcida del hombre. Recuerde que cuando Pablo se refirió a sí mismo “como a un abortivo”, estaba hablando de su condición como descendiente de la tribu de Benjamín, transformado de lobo arrebatador a un siervo de Dios.
Después de eso, Pablo advirtió que sus propios familiares en la carne (el resto de la tribu de Benjamín), todavía no habían experimentado el nuevo nacimiento, y que el tiempo para que eso tuviera lugar, ni siquiera estaba cerca. Pablo no podía saber que habrían de transcurrir por lo menos dos mil años entre su nuevo nacimiento y la redención de Benjamín como un todo. Pero sí sabía que él mismo había experimentado la redención por adelantado, como un abortivo nacido prematuramente. Al final su pasión era por su propio pueblo, así como lo expresó en Romanos 10:1: “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación”; también en Romanos 11:1-5: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia”.
Esta declaración permanece verídica hasta este día. Pero... ¿Qué con respecto a la tribu de Benjamín? Como un grupo, existe hasta el día de hoy. Todavía tiene que desempeñar un papel vital durante los días de juicio y tribulación venidera.
A no dudar, a muchos de sus miembros no salvos les ocurrirá lo mismo que al lobo arrebatador. Dice Apocalipsis 7:8c: “...De la tribu de Benjamín, doce mil sellados”. A través de esta profecía sabemos que por lo menos doce mil de ellos desempeñarán el mismo papel de su hermano Saulo, quien como Pablo fue a predicar el evangelio del Señor.