Roma y el perdón de los pecados
- Fecha de publicación: Jueves, 03 Abril 2008, 18:41 horas
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Para los católico romanos el sacramento del bautismo juega un papel importante en el perdón de los pecados. Dice en el Nuevo Catecismo Universal de la Iglesia Católica, en el parágrafo 1250:
«Los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios...»
Roma igualmente afirma en el parágrafo 1257: «El Bautismo es necesario para la salvación... La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna; por eso está obligada a no descuidar la misión que ha recibido del Señor de hacer ‘renacer del agua y del espíritu’ a todos los que pueden ser bautizados. Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo...»
Y sigue diciendo en el párrafo 1263: «Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado».
Pero las Sagradas Escrituras enseñan algo muy distinto. El apóstol Pablo dijo: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (1 Co. 1:17). Luego, en Efesios 2:8 y 9 afirmó de nuevo: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Observe que no somos salvos por el bautismo, sino por la gracia.
La doctrina apostólica enseña que el bautismo no quita el pecado, y no salva a nadie. Si fuera necesario para la salvación, ¿cómo entonces el Señor le dijo al ladrón arrepentido en la cruz que ese día estaría con Él en el paraíso, si no había sido bautizado? Hay millones de personas en todas partes del mundo que están engañadas, quienes esperan llegar de alguna manera al cielo, porque fueron bautizadas en su niñez. ¡Están viviendo con una esperanza falsa! ¡Qué sorpresa tan terrible recibirán un segundo después de la muerte, cuando descubran que el Dios vivo no rige sus asuntos por los dogmas de Roma!
Un pecador bautizado no es más que un pecador mojado. De hecho, la gran mayoría de los que están en las cárceles en países predominantemente católicos, fueron bautizados como infantes, igualmente las prostitutas y los mafiosos. Pero no sólo es “la gente mala” (como se suele decir), sino también la “buena” la que confía en su bautismo. Dios no quita el pecado poco a poco, a plazos, con una serie de sacramentos que hay que practicar. Ser salvo, perdonado y declarado justo, es creer en el evangelio: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Ro. 10:9-11). ¿Está confiando en el bautismo, en otro sacramento o en sus obras para ser salvo? Espero que no, porque sólo el Señor Jesucristo es digno de nuestra fe.
La penitencia y la reconciliación
Dice el Catecismo Católico en el parágrafo 1422: «Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones».
Sin embargo, la Biblia no enseña nada parecido. Cuando Dios perdona nuestros pecados, los perdona todos: pasados, presentes y futuros. ¿Cuántos de sus pecados eran futuros cuando Cristo murió en la cruz? ¡Todos! Y cuando Dios justifica judicialmente a una persona que cree, esto quiere decir que la declara justa. Le imputa la justicia de Cristo, la cual es perfecta. A partir de ese momento, esta es la posición del creyente delante de Dios. Es cierto que necesita reconocer sus pecados cometidos delante del Padre para ser perdonado y mantener la comunión, pero sólo una vez que recibe el perdón judicial que remite los pecados: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Jn. 1:8-10).
La Iglesia Católica no enseña esa verdad, sino que mantiene encadenados a sus feligreses a una serie de sacramentos y ritos por medio de los cuales les dice que están consiguiendo poco a poco la gracia de Dios, que se están convirtiendo y tratando de salvarse. Por eso tienen que confesarse por lo menos una vez al año y buscar un perdón que, en primer lugar no puede ser hallado en el confesionario, y que el Señor ya le ha otorgado a todos los suyos.
Quienes repiten el acto penitencial en la misa, se confiesan y hacen penitencia, no conocen el perdón de pecados que Dios otorga por medio de Jesucristo, porque dice Hebreos 4:3a que “los que hemos creído entramos en el reposo…”, el reposo de la salvación, pero los que no creen tienen que buscar de continuo el perdón de sus pecados. Al católico romano esto le parece increíble, porque la Iglesia le ha inculcado la idea que el perdón viene poco a poco. Eso es una mentira, ¡hay perdón completo de todos los pecados, lo hay en el Señor Jesucristo, ahora mismo! La Iglesia Católica hace lo mismo que hacen algunos labradores con el buey, que le atan un palo al frente y en el extremo colocan una zanahoria para que el animal camine, tratando de alcanzarla inútilmente.
Aunque también están esos otros católicos que ya no se confiesan ante el sacerdote, y se disculpan diciendo: «Yo me confieso con Dios». Tal vez usted, sea uno de ellos. Qué bueno que se dio cuenta que no necesita al cura para que le perdone sus pecados. Pero aún así no ha acabado de librarse, porque en el fondo continúa con el mismo problema, la misma necesidad: el perdón de los pecados.
Si tiene la necesidad de confesarse porque cree que cometer un pecado es perder la salvación, y si en privado, entre usted y el Señor, le añade alguna penitencia y unas buenas obras para arreglar las cosas, o hace alguna promesa, comete el mismo error, al buscar el perdón en la confesión y la penitencia. Dios perdona los pecados, cuando con una confesión humilde y contrita reconocemos a Cristo como nuestro Señor y Salvador y le pedimos que perdone nuestros pecados, sin que tengan nada que ver ni las obras, ni la penitencia. Es difícil sacar estas telarañas de la mente, ¡pero cuán necesario es!
Consideremos lo que dice Romanos 4:5-8 al respecto: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado”.
Este es el perdón que el Señor ofrece al que cree. No al que cree EN Dios, sino al que cree A Dios, en lo que dice su Palabra y confía en Él. El evangelio declara que Cristo murió por nuestros pecados, y si confiamos en Él nos salva. Los sacramentos ni salvan, ni son medios ni canales para recibir el perdón o la gracia santificante. Todo lo que necesitamos para la salvación, nos lo da el Salvador mismo. ¿Tiene usted una relación así con el Señor Jesucristo, o todavía continúa perdido en el laberinto de la Iglesia Católica, buscando el perdón que siempre está un poco más allá?
La eucaristía
La misa y la eucaristía, son las piezas centrales en el sistema sacramental del catolicismo. En el parágrafo 1392 del Nuevo Catecismo Universal, Roma afirma lo siguiente: «La comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y vivificante, conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático».
Y en el parágrafo 1393: «Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio».
Pero en ningún lugar en las Sagradas Escrituras se nos llama a tener “comunión con la carne de Cristo”, o a tener comunión con ningún objeto sacramental. Esto sería como si dijéramos «hay que tener comunión con la Biblia» o «con la copa». Esto revela precisamente, dónde está el enfoque del romanismo, que no se centra en la persona del Señor Jesucristo nuestro Salvador, sino en un sistema sacramental y en los objetos sacramentales, casi como si tuviesen un valor místico o mágico. Si el católico recibe los sacramentos puede sentirse bien, aunque no tenga a Cristo en su corazón, ¡porque está convencido que Dios está en los sacramentos!
La iglesia de Roma alega que la participación en la eucaristía «conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el bautismo». En primer lugar, y como dijéramos al principio de este artículo, no recibimos ni vida ni gracia a través del bautismo. La gracia de Dios viene por medio de una Persona, el Señor Jesucristo, no por medio de sacramentos. Y aunque pueda parecer repetitivo, diremos de nuevo que muchísimos católicos profesantes piensan que están bien porque participan de los sacramentos, aunque cuando hablamos con ellos nos damos cuenta de inmediato que no conocen a Dios personalmente.
Este es uno de los efectos mortales que produce el sacramentalismo. En segundo lugar, el mismo Señor Jesucristo quien nos da vida y gracia, es quien nos conserva. La vida que el creyente recibe de Cristo no es algo que caduque ni que pueda perderse. Hagamos caso de las palabras inspiradas del apóstol Pedro, quien dijo: “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 P. 1:3, 4).
Note que dice,“todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas”. Esto es una afirmación contundente, dada bajo la inspiración del Espíritu Santo, no se trata de ninguna encíclica o de un documento de la Iglesia, sino que es Palabra de Dios. Si todas las cosas que pertenecen a la vida y la piedad nos han sido dadas, no hay nada que buscar en los sacramentos. Pero... ¿Cómo nos han sido dadas estas cosas? “Por su divino poder”. Aquí no se menciona para nada a la iglesia. ¿Y por qué medio? “Mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”. Otra vez advertimos que no hay mención alguna a la iglesia, mucho menos a la eucaristía, ni como origen ni como medio de conservación. ¿Acaso no sabía esto Pedro, o el Espíritu Santo quien le inspiró? Y la pregunta para usted ahora es: ¿Acepta el magisterio del Espíritu Santo, o el profesado magisterio de la iglesia católica? Es más que obvio que no hay acuerdo entre los dos, y usted es quien tiene que escoger.
La sangre del Señor fue derramada una sola vez. El libro de Hebreos hace hincapié en esto, sobre todo en los capítulos 9 y 10. Entonces, cuando Roma dice «cada vez que su sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados», está demostrando que no conoce el perdón de pecados que Dios otorga en base a la obra que hizo el Señor Jesucristo “UNA VEZ PARA SIEMPRE”.
En el catolicismo romano el perdón de pecados no se obtiene como dice el evangelio, sino que hay que estar siempre procurando obtenerlo por medio de los sacramentos. Esto ata a una persona a los mismos sacramentos y a la iglesia que los imparte, y no conduce ni a perdón ni a un conocimiento personal de Dios y su Palabra. ¡Cuán distinto es el perdón y la comunión viva que tiene el creyente desde el mismo momento que se arrepiente de sus pecados y cree en el evangelio!
El Señor Jesucristo hizo una promesa a todos los que creen en Él, dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Jn. 10:27-29). ¿Acaso se equivocó al prometer esto? ¡No, no se equivocó! Los verdaderos creyentes no podrían estar más seguros de lo que están. Jesucristo los guarda. El Padre les guarda. Nadie los puede quitar de la mano de Cristo ni de la mano del Padre.
Efesios 1:13 y 14 dice: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”. Esto quiere decir que tan pronto como creemos, somos sellados por el Espíritu Santo, cuyo sello nos identifica, guarda y garantiza nuestra llegada al cielo. El creyente verdadero tiene vida eterna, y triple seguridad: Está en la mano del Señor Jesús, en la mano del Padre, y es sellado en su interior por el Espíritu Santo.
Los sacramentos tienen su atractivo para quienes los practican, sobre todo la eucaristía. Es una ceremonia visible y tangible, que apela a los cinco sentidos. Pero el justo vivirá por fe. No es necesario ver, tocar, oler, gustar u oír para estar seguro de las promesas de Dios, y el evangelio es una promesa paraTODO EL QUE CREE. Ningún sacramento puede ofrecer más vida, gracia, comunión o seguridad, que la que ya poseen todos los que tienen una relación personal y viva con el Dios viviente. ¡Quienes tienen fe en Dios y en Su Palabra, no necesitan un sacramento!
Las buenas obras
¿Cuántas buenas obras hay que hacer? ¿Cuántas limosnas hay que dar? ¿Cuántas indulgencias hay que ganar? ¿Cuánta penitencia hay que hacer, para pagar o quitar un pecado? ¿Cuántas misas hay que oficiar para sacar a un alma del “purgatorio”? Si ando descalzo durante una procesión, si llevo puesto el escapulario, si voy de rodillas ante la Virgen de Caacupé, o si contribuyo con una cantidad de dinero o bienes a la Iglesia, ¿cómo me ayuda esto? ¿Cómo se calcula el valor de las buenas obras, las limosnas y la participación en los sacramentos? ¿Se puede sacar un extracto de cuenta como en el banco, con el debe y el haber, para saber cuál es el saldo a nuestro favor?
Si le pregunta esto a un sacerdote, le dirá que no, que por supuesto esto es un misterio, y que sólo Dios sabe estas cosas. Le dirá que no debe preocuparse, sino ser fiel, confesarse, rezar, ir a misa, hacer cuanto bien pueda y así Dios tendrá misericordia de usted. Pero... ¿Es esto lo que enseña la Palabra de Dios? ¡No! Porque lo de las obras y limosnas no es un misterio, sino un absurdo. Las obras no pueden pagar por los pecados. A continuación vamos a examinar la posición de la Iglesia Católica, y lo que enseña la Palabra de Dios. Usted tendrá que decidir en qué y a Quién cree.
Algunos en ocasiones han preguntado, ¿por qué siempre hablamos de las buenas obras? ¿Acaso es malo hacer buenas obras? ¿No es un absurdo hablar en contra de ellas? Estas son buenas preguntas y merecen una respuesta clara.
En primer lugar, humanamente hablando, las buenas obras sin duda son mejores que las malas. Pero nuestro punto de comparación no debe ser horizontal, sino vertical. No debemos compararnos con otros seres humanos para saber si somos buenos o malos, sino con Dios. Y allí está el meollo de todo, porque con Dios no hay comparaciones, sino que todo son contrastes. El Señor Jesucristo dijo: “…Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios” (Mr. 10:18b). ¡Ojalá creyesen sus palabras, antes de aceptar las declaraciones del clero romano! Creer al Señor los conduciría a la conclusión de que si no somos buenos, tampoco son buenas nuestras obras, y así nos quedamos sin estas “monedas” en el bolsillo con las que esperamos convencer a Dios para que nos permita entrar en el cielo.
Lo hemos expresado así, porque todos sabemos que en el catolicismo romano, al igual que en todas las demás religiones inventadas por los hombres, las buenas obras se hacen como un medio para obtener la salvación. No porque somos buenos, sino para ser buenos, y las dos son cosas muy distintas. Se hacen las buenas obras pensando, «que si hacemos bien y no miramos a quién», estamos ganando más gracia santificadora, es decir, estamos ganando el favor o mérito con Dios.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el parágrafo 55: «Dios, en efecto, después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras».
Pero la salvación no se obtiene en base a la perseverancia en las buenas obras. Dios declara que no es por obras, sino por fe: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8, 9). No obras más fe, ni fe más obras, sino feSIN OBRAS. Si el apóstol Pablo fue inspirado por Dios y lo que escribió en Romanos 4:1-8 es correcto, no nos equivocamos, porque al decir sin obrasno hemos hecho otra cosa que citar las propias palabras del apóstol: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras” (Ro. 4:5, 6).
El Catecismo Católico, vuelve a mencionar el tema de buenas obras y otra vez deja bien claro su posición al respecto, dice en el parágrafo 308: «Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece».
El error está sencillamente en tomar la palabra «vosotros» y aplicarla a toda la humanidad en lugar de a los nacidos de nuevo. Las obras de los seres humanos sin Dios, son malas. El apóstol Pablo dijo por inspiración del Espíritu Santo: “Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:12).
¡Esto es hablar claro! Dios describe a la raza humana como criaturas incapaces de hacer el bien. Pero Roma le dice a sus fieles que si quieren hacer bien, pueden hacerlo, y procede a proponerles las cosas meritorias que deben hacer, entre ellas, los sacramentos, misas, y todo para conseguir mérito, perdón y gracia de Dios. Sin embargo, la Biblia declara que el ser humano no es capaz de hacer el bien, que es malo por naturaleza, y lo primero que necesita es una conversión, no obras.
El capítulo 2 de Efesios, describe en el versículo 1 a los pecadores no salvos, como «muertos en sus delitos y pecados», y en los versículos 2 y 3 como «quienes andan haciendo el mal y son hijos de desobediencia». Tales muertos ambulantes no pueden hacer buenas obras, pues son esclavos del diablo. El pasaje no habla de niños antes de bautizarse, sino de toda la humanidad. Es la condición natural de cada ser humano, que no ha experimentado el nuevo nacimiento. Por lo tanto, es obvio que las buenas obras que puedan hacer no van a mejorar su relación con Dios.
Entonces, ¿de quién habla Filipenses 2:14, el versículo que cita Roma y que dice: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas”? Filipenses es una epístola escrita para “...todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos...” (Fil. 1:1), para los creyentes. Entonces, cuando dice«Dios es quien obra en vosotros», se refiere a los creyentes, no a la humanidad en general. La humanidad por naturaleza no puede hacer el bien, y Dios no obra en ellos, sino en los que han nacido de nuevo. Efesios 2:2, 3 describe así quién obra en los seres humanos antes de la conversión: “En los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”.
Este texto describe la vida de las personas antes de su conversión. Dios no obra en ellas, sino el mundo, Satanás y la propia carne o naturaleza pecaminosa de cada uno, tal como dice el pasaje: “Éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”. Esa frase presenta a la raza humana en su condición natural. Usted puede ser rico o pobre, muy religioso, bonito, feo, lo que sea, pero sin Cristo es hijo de ira. Unas cuantas buenas obras no pueden mejorar esta condición. No hay salvación en las obras, ¡porque las obras sin salvación son“obras muertas”! No necesita hacer nada para salvarse, necesita a un Salvador que lo rescate, a un Dios que le otorgue perdón y una nueva naturaleza. Pero no conseguirá esto mediante buenas obras ni practicando su religión.
Es una cuestión judicial. Un hombre condenado por un crimen no puede evitar la condena justa que merece por ofrecerse a hacer una buena obra como limpiar las calles de la ciudad, por ejemplo. Una buena obra no paga el mal que hemos hecho. Según la ley todo el mundo queda bajo el juicio de Dios, “ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él...” (Ro. 3:20a).
Es por esto, que las buenas obras de quienes no han experimentado el nuevo nacimiento son llamadas en Hebreos 9:14 “obras muertas”. Son muertas porque son hechas por personas muertas espiritualmente en sus delitos y pecados, tal como afirma Efesios 2:1. Las “buenas obras” no mejoran a una persona que no cree a Dios. Ciertamente hacen que parezcan mejores ante otros seres humanos. Los hombres los aplauden, tal fue el caso de la Madre Teresa de Calcuta. Pero las obras no pagan ni un solo pecado. Aunque haya ido a misa toda la vida, se haya confesado fielmente cada semana y haya hecho muchas buenas obras, eso no cambia su situación delante de Dios.
Hacer esto es tratar de tener una relación de mercado con Dios. Pero si trata de pagarle algo con sus buenas obras, jamás llegará al precio indicado, porque el precio fue la sangre preciosa y sin pecado de su Hijo Divino. Dios dice que la salvación no es por obras: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8, 9).
Esto es lo que dice en su Palabra. ¿Está de acuerdo con Él o no? ¿Cree a Dios o no? Su relación con Él y su eternidad dependen de su respuesta. Nadie se salvará por buenas obras. Nadie se salvará practicando una religión que incluye las obras, las limosnas y la participación en los sacramentos como parte del camino de la salvación. Sólo Jesucristo salva. Nada más, y nadie más. Usted no puede contribuir a su salvación, porque cuando el Señor murió en la cruz pagó por sus tus pecados, y exclamó: “¡Consumado es!”. Esto excluye las obras.
Las indulgencias
Muchos católicos ponen su esperanza en las indulgencias. Una de las formas más fáciles de observar esto, es considerar la cantidad de personas que acuden de rodillas a Fátima, Guadalupe, Lourdes, y a otros santuarios, y las miles de personas que participan en las procesiones de semana santa descalzas, llevando cadenas, cargando a cuestas las imágenes, los crucifijos. Hacen esto para lograr una indulgencia, esto es la remisión de algún pecado o algunos pecados que han cometido. Pero... ¿Por qué buscan estas indulgencias? Porque es lo que enseña la iglesia de Roma.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el parágrafo 1471: «La doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están estrechamente ligadas a los efectos de la Penitencia... La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos.
La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente. Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias».
La doctrina de las indulgencias no tiene nada que ver con la Palabra de Dios. Esta es otra práctica romana sin ninguna base bíblica. Es importante recordar esto, para que no se cometa el error de pensar que no entendemos bien el significado de las indulgencias, pues son los propios católicos quienes dan esta otra explicación en su Enciclopedia: «La Comunión de las almas es como un ‘banco de las almas’: Los méritos de todos los miembros de la Iglesia (vivos y muertos), están acumulados en un inmenso tesoro común. El Papa y los obispos tienen el poder de sacar de él, para compensar la remisión de las penas, que tienen el poder de conceder. Estos cheques sacados en favor nuestro de la comunidad son las indulgencias».
Concedidas por una buena acción, una devoción, una oración, penitencia, etc., pero especialmente por dar dinero a la iglesia de Roma, las indulgencias llevan consigo la remisión de la pena temporal debida por los pecados perdonados. Pueden darse en favor de los difuntos y de los vivos. Cuando se alcanzan indulgencias por los difuntos “que esperan en el purgatorio” el momento de ser admitidos en la bienaventuranza eterna, la consecuencia es la supresión o la mitigación de sus penas.
En el año 325 el Concilio de Nicea le concedió a los obispos el poder de aplicar las indulgencias. A finales del siglo XI, por primera vez el papa Urbano II otorgó las indulgencias plenarias para beatificar a todos los cruzados que participaran en la liberación de Jerusalén en manos de los moros. Desde entonces, se instauró en la economía espiritual del catolicismo el régimen de las indulgencias.
Como lo primordial para un creyente verdadero es lo que dice Dios, no lo que dicen los hombres, lo primero que notamos en toda esta explicación es que no se citan las Sagradas Escrituras ni una sola vez. Y con razón, porque todo esto se inventó en el año 325 de nuestra era en el Concilio de Nicea, siglos después de los apóstoles del Señor.
Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento el profeta Jeremías se refirió a los falsos profetas de su tiempo, que decían hablar de parte de Dios sin haber sido enviados por Él, dijo: “No envié yo aquellos profetas, pero ellos corrían; yo no les hablé, mas ellos profetizaban... ¿Hasta cuándo estará esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño de su corazón?... He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice Jehová” (Jer. 23: 21, 26, 32).
De la misma manera los falsos profetas de la curia romana han dado vanas y falsas esperanzas al pueblo, y profesan hablar de parte de Dios. Pero el Señor no ofrece indulgencias en la Biblia. La predicación apostólica del evangelio jamás mencionó las indulgencias. El pecador sólo puede obtener perdón arrepintiéndose y creyendo en el evangelio. Cuando hace esto, TODOS sus pecados le son perdonados, tal como dice su Palabra: “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre... Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones”” (He. 10:10, 17).
Las indulgencias, ni siquiera las plenarias, abarcan todos los pecados. Su alcance es desde hoy retrospectivamente en la historia, es decir, ciertos pecados ya cometidos. Pero si un católico comete un pecado mortal cinco minutos después de recibir una indulgencia plenaria, la misma no le sirve para nada, porque la iglesia le dice que si muere en ese momento sin arreglar este último pecado, ¡no será salvo! Pero el evangelio verdadero del Señor Jesucristo no ofrece indulgencias, perdones parciales en base a obras o dinero, sino que es un perdón pleno y gratuito de todos los pecados, pasados, presentes y futuros, que son borrados por la sangre preciosa de nuestro Señor Jesucristo: “...Porque también Cristo padeció por nosotros... el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 P. 2:21b-25).
¿Se ha puesto a pensar en cuántos de sus pecados eran futuros cuando Jesucristo murió en la cruz? ¡Todos! Así que Dios no divide el pecado en estas categorías artificiales de pasado, presente y futuro como hacen los hombres. Cristo sufrió por todos nuestros pecados, pues en un sentido ellos le clavaron sobre la cruz. Y cuando arrepentidos confiamos en Él, nos perdona todo. ¿Qué puede ofrecer una indulgencia a una persona que tiene el perdón pleno y completo del Señor Jesucristo? ¡Nada!
¿Y quién administra las indulgencias? ¡Sólo la iglesia romana! Así que ella inventó otra razón por la que la gente le necesite, porque es la única que tiene en su poder las indulgencias. Muy larga y fea es la historia de la venta de indulgencias, y todo el mal que siguió a la promulgación de una doctrina que no es de Dios, sino de los hombres. Las indulgencias son una esperanza falsa, vana. No perdonan ni un solo pecado. Si necesita perdón de sus pecados, sólo hay una persona en el universo que puede dárselo: el Señor Jesucristo. Tal como dice este himno tan conocido:
«¿Qué me puede dar perdón? Sólo de Jesús la sangre.
¿Y un nuevo corazón? Sólo de Jesús la sangre.
¡Precioso es el raudal que limpia todo mal!
No hay otro manantial, ¡sólo de Jesús la sangre!»
La extremaunción
Pero... ¿Podemos conseguir el perdón de nuestros pecados mediante la extremaunción? De los siete sacramentos que imparte Roma, este es el último del cual participa cada fiel miembro de la iglesia.«Extremaunción»es el nombre por el cual se conoce el sacramento de la unción de los enfermos. Pero leamos lo que dice Roma en el párrafo 1532, en su Nuevo Catecismo Universal: «La gracia especial del sacramento de la Unción de los enfermos tiene como efecto: ...el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la penitencia”.
Con esto podemos ver que la Iglesia Católica pretende que la extremaunción sirva para perdonar pecados. Como hemos podido comprobar a lo largo de este artículo, el concepto católico romano del perdón de los pecados no se centra en la persona y obra de Jesucristo, sino en los sacramentos de la iglesia. Mientras que por un lado afirman que Jesucristo murió por nuestros pecados, una afirmación aparentemente ortodoxa, por el otro no admiten que el Señor mismo perdona sin necesidad de ella ni de sus sacramentos. El resultado de todo esto, es que el pueblo católico cree que debe buscar el perdón por medio de los ritos y ceremonias, en hechos meritorios de penitencia, limosnas, buenas obras, indulgencias, etc., con la esperanza de que a cambio Dios le conceda el perdón.
No obstante, la Palabra de Dios enseña claramente: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit. 3:5). Es más que claro que el perdón de los pecados no se alcanza por obra que hubiéramos hecho, y los sacramentos son obras hechas para obtener perdón. La Palabra de Dios enseña a todos a acudir a Jesucristo, no a la iglesia ni a ningún sacramento, de hecho ¡ni siquiera menciona la palabra «sacramento»!
Otro aspecto especialmente maligno de la extremaunción, es la falsa esperanza que le da a los católicos de que puedan arreglar las cuentas con Dios en el último momento, aun estando en coma, ya que si el sacerdote llega y administra el sacramento, sus pecados le son perdonados. Fue tal vez por eso que surgió la expresión tan popular en algunos países: «Soy católico cardíaco», lo cual implica que aunque la persona no practica la fe católica, si tiene dolor de pecho como principio de infarto, llamará al cura de inmediato para que venga a administrarle la extremaunción, por si acaso. Este ejemplo representa más o menos la actitud de muchos católicos profesantes.
Además de esto, tenemos otra explicación de los católico romanos en uno de sus lugares en internet: www.churchforum.com: «La Unción de los enfermos es un verdadero y propio sacramento instituido por Cristo. Julio tres, 1550-1555 Concilio de Trento 1545-1563: ‘Si alguno dijere que la extremaunción no es verdadera y propiamente sacramento instituido por Cristo nuestro Señor y promulgado por el bienaventurado Santiago Apóstol, sino sólo un rito aceptado por los Padres, o una invención humana, sea anatema’».
Para apoyar esta invención, el clero católico cita Marcos 6:13: “Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos, y los sanaban”. También Santiago 5:14: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor”. Según ellos estos pasajes expresan las notas esenciales del sacramento.
Sin embargo, esto no tiene nada que ver con ningún sacramento, ni mucho menos que debía hacérsele ceremonialmente a quienes estaban gravemente enfermos y a punto de morir. Respecto a Santiago 5:14, ni siquiera está correctamente citado. Los ancianos de la congregación muchos de los cuales eran como una especie de enfermeros en ese tiempo, visitaban a los enfermos y los ungían, no ceremonialmente, sino con el aceite de olivo del aseo cotidiano que se usaba entonces.
Cuando dice a continuación en Santiago 5:15a: “Y la oración de fe salvará al enfermo…”, lo que implica es que Dios honra la oración para sanar al enfermo, porque note que sigue diciendo: “...y el Señor lo levantará...”, lo cual se refiere a que lo levantará de su cama de enfermo, pero no dice «y el Señor le permitirá que muera tranquilo», porque no es un preparativo para morir, sino el precursor de la vuelta a la salud. ¿Es que acaso se levantan los muertos después que llegan los curas y les administran la extremaunción? ¿Se levantan curados los moribundos al recibir la extremaunción? Ya sabemos la respuesta. Es obvio que el sacramento romano de la extremaunción no tiene que ver con la instrucción bíblica para la curación de un enfermo.
Sólo hay Uno quien perdona los pecados, todos ellos, en un solo acto. No es la Iglesia Católica, ni los sacerdotes. No es el sacramento de la extremaunción, ni por todas estas cosas. Los escribas y los fariseos dijeron: “…¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?” (Lc. 5:21b). Y tenían razón. El Señor Jesucristo es Dios y perdona los pecados. Hay que acudir a Él en vida, porque al morir será tarde. Si ha pasado su vida recurriendo a sacerdotes y participando de sacramentos, en busca del perdón de sus pecados, todavía no ha obtenido ningún perdón, porque hay que ir directa y personalmente al Señor Jesucristo. Él mismo afirmó como demostración de su Deidad: “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa” (Mt. 9:6).
El apóstol Pablo, al escribirle a todos los creyentes de la iglesia en Éfeso, dijo acerca del Señor Jesucristo: “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7). Este pasaje, como toda la Escritura, no menciona para nada la iglesia y los sacramentos. El confiar en la extremaunción en la hora de la muerte es una esperanza falsa, un engaño de la peor clase, porque lo que realmente necesita la persona es acudir a Jesucristo, arrepentida de sus pecados, y confiar en Él como el único medio de salvación.
Por favor, no permita que se interpongan hombres religiosos, ni sus sacramentos, ni ceremonias, cuando lo único que necesita es una relación personal con el Señor Jesucristo. Sólo Él perdona los pecados. Acuda a Cristo ahora mismo y conozca su perdón maravilloso y completo que dura para siempre. Él mismo dice: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Jn. 10:9).
Las misas y oraciones por los muertos
No podíamos terminar este artículo sin considerar el tema de las misas por los difuntos y las limosnas “para sacar las almas del purgatorio”, porque hay millones que están atados a todo esto, como esperanza para salvar a un ser querido que ha muerto, e incluso como esperanza para su propia salvación.
Sería imposible calcular cuánta es la ganancia económica que la Iglesia Católica recibe cada año sólo por las misas dichas por los difuntos. Sencillamente por pagarle a un cura para que oficie una misa por un ser querido. Así de claro es como funciona la cosa: si paga, dicen misa, y si no, no.
Si usted visita las grandes catedrales en países como México, Colombia, España, y en general en los países católicos, verá prácticamente en todas las iglesias una urna, particularmente la que está delante del “Santo Cristo de los Milagros”, y un letrero que dice: «Para sacar almas del purgatorio». Allí las personas depositan sus limosnas y encienden velas para sacar a sus fieles difuntos del purgatorio. ¿No se ha preguntado nunca, por qué no se menciona ninguna misa para los muertos en todo el Nuevo Testamento?
Para obtener un apoyo “bíblico” Roma recurre al libro apócrifo Segundo de Macabeos, porque no hay nada más. Ni el Señor ni sus apóstoles celebraron tal cosa. Tampoco aparece en las epístolas donde los apóstoles enseñan la sana doctrina y la práctica del cristianismo a los que habían creído. Entonces, ¿de dónde proviene si no es de nuestro Señor, ni de sus apóstoles?
Dice la Enciclopedia Católica: «La enseñanza católica acerca de las oraciones por los muertos está ligada inseparablemente con la doctrina del purgatorio, y con la doctrina más general de la comunión de los santos, la cual es un artículo del Credo de los Apóstoles. La definición del Concilio de Trento (Sesión XXV) dice que el purgatorio existe, y que las almas allí detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles, pero especialmente por el sacrificio aceptable del altar». Esta es la posición tradicional de Roma respecto al purgatorio y las oraciones por los muertos.
La doctrina de las oraciones por los muertos es invención de Roma para acompañar la doctrina del purgatorio. Primero declara que sí existe ese lugar nunca mencionado en la Biblia, cuyo concepto proviene de fuentes paganas. La insistencia de Roma en el purgatorio demuestra cuán atada está a pensamientos medievales, y cuán incapaz es de cambiar, porque para cambiar tendría que asumir que cometió un error declarado previamente por un Papa en Concilios de la Iglesia, y esto es imposible porque si la iglesia admitiera su falibilidad, estaría abriendo una Caja de Pandora y esto la conduciría a la ruina. Primero asegura que el “purgatorio” existe. Y como estrategia de mercadeo, crea el problema y la necesidad.
Crea el problema, porque la gente está atrapada en ese lugar, sufriendo y esperando la ayuda de quienes están vivos. Además un día también usted irá allí, porque todos los católicos por muy piadosos que sean tienen una que otra deuda que expiar en el purgatorio. Luego Roma ofrece el remedio: el producto diseñado especialmente para solucionar un problema que ellos mismos crearon. Además, no permiten la opción de decir que no, porque la enseñanza católico romana indica que, es deber de todos los fieles sacar a esa pobre gente de allí mediante dos cosas: Primero, el sufragio, que es una ayuda, favor o socorro, que hacen por los fieles que están en el purgatorio, tal como, por ejemplo, rezar, dar ofrendas, encender velas, etc. Segundo, “el sacrificio aceptable del altar”, el cual es la misa dicha en favor de los muertos.
Es así como Roma explota las emociones de sus feligreses, aunque la verdad es que los mantiene maniatados de tal modo que tienen miedo de dejar de rezar por los muertos, y se sentirían muy malos e infieles si no lo hicieran, ni pagaran para que los curas oficien misas por sus difuntos. Lo hacen por estas razones, y no por ninguna razón bíblica, porque la Biblia no lo enseña. Lo hacen por tradición, por quedar bien ante los demás que hablarían mal de ellos si no lo hicieran, o por miedo de lo que pueda pasarles a sus difuntos, si ellos dejan de hacerlo.
Es por esta razón que el día de los fieles difuntos que se conmemora el 2 de noviembre, es tan importante y tan celebrado entre los católico romanos. Tanto que en países como en México y España hasta ponen mesas para los muertos, les preparan panes especiales, y les ponen todos esos alimentos que estaban acostumbrados a comer.
Cualquier católico sabe que en ese día y durante la semana que le precede grandes multitudes visitan los cementerios para embellecer y adornar los sepulcros. Es un tiempo durante el cual ingresa mucho dinero en los cofres de la iglesia, ya que los curas se encuentran por montones en los cementerios brindado su servicio de responsos, recitando sus letanías y sus cuatro “Kyrie Eleison” en favor de los muertos, y embolsillándose a cambio su buena cantidad de dinero, aprovechándose de la esclavitud en que tienen sumidos a sus fieles, quienes se sienten obligados social, cultural y religiosamente a atender a sus muertos, para no quedar mal ante los demás. Se trata de un gran negocio para aprovecharse de la mentalidad implantada para esquilmar a sus feligreses.
El Nuevo Testamento al referirse a los muertos, dice que hay que enterrarlos, pero en ningún lugar leemos de rezos, ni de misas. En el capítulo 5 de Hechos está registrada la muerte de Ananías y Safira y los versículos 6 y 10, declaran que ambos fueron sepultados, pero no dice nada de que rezaran o les oficiaran misa. Sin embargo, alguno dirá que es porque habían muerto en pecado mortal. Y si es así, entonces, ¿por qué no lo hicieron a la muerte de Esteban? Sino que dice Hechos 8:2, que “hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él”. No leemos ni un solo versículo que diga que hay que prender velas, ni rezar por alguien, ni decir misas en el aniversario de su muerte, nada de todo eso, sencillamente porque no es una práctica ni enseñanza apostólica ni cristiana. Si lo fuera, se encontraría en la Biblia.
De todo esto aprendemos una lección: que el evangelio de nuestro Señor Jesucristo es para los vivos. Que esta vida es la única oportunidad que tenemos para escucharlo, creerlo, arrepentirnos, y así estar seguros de NO VENIR A CONDENACIÓN. No hay más oportunidades después de la muerte, porque ella sella el destino de cada uno. Hebreos 9:27 dice: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”, no el purgatorio.
Usted que está vivo y todavía puede escuchar el evangelio, tiene la oportunidad de arrepentirse de sus pecados, entre ellos de practicar una religión que va en contra de las palabras de nuestro bendito Señor. Puede dejar de confiar en ritos, sacramentos, tradiciones sagradas, etc.; dejar de preocuparse por el qué dirán, por lo que piensa la gente, por ser fiel a las tradiciones de su país o cultura, y considerar cuán importante es creer a Dios, a Su Palabra y nada más. El Señor Jesucristo está diciéndole una vez más: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24).
Es verdaderamente triste que católicos devotos ciegos, quienes practican su religión y desean el perdón, estén confiando en un sistema que NUNCA les concederá el perdón que Dios da gratuitamente. Sé que algunos de los que leen este artículo me acusarán de atacar la iglesia de Roma, pero cualquier cristiano sincero tiene que sentirse indignado contra un sistema que tiene a tantas almas atrapadas y esclavizadas, hasta el punto que tienen miedo de cuestionar, de pensar, de variar; que les está quitando la esperanza de la salvación. Para todos ellos la salvación sólo es una esperanza vaga, nunca es una certidumbre. Roma no ofrece lo que Dios ofrece. ¿Cuándo ha sabido de un cura que le haya dicho a alguien: «Usted ha pasado de muerte a vida»? Sin embargo, el Señor Jesucristo prometió esto mismo cuando dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24).
Roma le enseña a sus fieles que hay que oficiar misas por los muertos, hasta por los Papas y otros que supuestamente practicaron fielmente su religión toda la vida. ¿No le da esto mucho que pensar? ¿Por qué no han pasado estas personas de muerte a vida, tal como afirmó el Señor? ¿Por qué siempre está sobre los católicos romanos el castigo y la condenación cual espada de Damocles sobre la cabeza? Sencillamente, porque si el clero de Roma dijera la verdad, cortaría la fuente de ingresos que recibe al practicar y administrar todos estos sacramentos, y vender indulgencias y sufragios.
La revista United Nations World Magazine calculó que el tesoro en oro sólido del Vaticano asciende a varios cientos de millones de dólares. Una gran cantidad está almacenado en lingotes de oro en el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, y el resto se encuentra en bancos de Inglaterra y Suiza. Sin embargo, esto es solamente una pequeña porción de la riqueza del Vaticano, la que sólo en Estados Unidos supera a la de las cinco corporaciones gigantes más ricas del país.
Si a todo esto le sumamos los bienes raíces, propiedades, bonos y acciones en el extranjero, obras de arte en el propio Vaticano, riqueza y ornamento de sus templos, entonces tenemos que la asombrosa acumulación de riqueza de la Iglesia Católica llega a ser tan grande que es difícil de evaluar racionalmente.
La Iglesia Católica es la mayor potencia financiera y propietaria de bienes que existe sobre la faz de la tierra. Posee más riquezas materiales que cualquier otra institución, corporación, banco, fiduciaria, gobierno o estado en todo el mundo. Por tanto, el Papa como administrador visible de esta inmensa riqueza, es la persona más rica del mundo. Nadie puede calcular en forma realista a cuánto asciende su fortuna en términos de billones de dólares. Sin embargo, sin ninguna compasión está condenando a millones de personas a una eternidad sin Cristo.