Yo era fabricante de dioses
- Fecha de publicación: Jueves, 03 Abril 2008, 16:19 horas
- Escrito por Testimonio personal de Arturo Aranda Lemaitre
- Visitado 17057 veces /
- Tamaño de la fuente disminuir el tamaño de la fuente aumentar tamaño de la fuente /
- Imprimir /
Querido amigo, estas manos pecadoras con las que ahora escribo estas líneas, eran fabricantes de dioses. Sí, estas mismas manos tuvieron el atrevimiento de querer convertir la gloria de Dios incorruptible en semejanza de hombre corruptible.
Fabriqué "Cristos, Sagrados Corazones, Niñitos, Vírgenes Marías", etc., de muchas formas y tamaños. Imágenes frías de yeso que no tienen alma, que tienen ojos y no ven, nariz y no huelen, boca y no hablan, pies y no caminan.
Si Dios fue misericordioso para con San Pablo que fue un perseguidor de cristianos, creo que ha sido todavía más misericordioso para conmigo, que hacía piedras de tropiezo para que mis semejantes pecaran con ellas rindiéndoles adoración y culto, cuando sólo a Dios debe adorarse en espíritu y verdad como establecen los dos primeros mandamientos: "Y habló Dios todas estas palabras, diciendo(...) No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen" (Ex. 20:1,3-5).
Yo era católico de católicos, educado en un colegio jesuita, de padres católicos y tatarabuelos católicos. Por tradición y por orgullo de familia, debía haber continuado católico romano siempre. Por tradición y por orgullo, repito, debía haber sido siempre romanista: Un Papa, hizo Princesa a una tía mía, que es todo el orgullo de nuestra familia y antes de mi conversión puedo decir que casi me consideraba de sangre azul. Fui educado en un colegio jesuita como había dicho y cuando tenía de 12 a 14 años, ellos trataron de convertirme en cura. Me ofrecieron enviarme al Vaticano para que allí efectuara mis estudios y trataron de grabar en mi mente la idea de hacerme sacerdote romanista. Felizmente para mí, a papá no le gustó nada tan extravagante idea y pronto él pudo hacer que la desterrara de mi mente.
Con todo, era siempre muy religioso y durante mi permanencia en el colegio del "Sagrado Corazón", fui miembro de la Mesa Directiva de la Congregación Mariana. Fui siempre un devoto de la "Virgen María" a la que realmente "adoraba". Me parecía que aunque hubiera podido fracasar con Cristo, con ella habría vencido. La encontraba más asequible y más amorosa. Engaños de Satanás. En aquel entonces ignoraba que la Palabra de Dios nos dice: "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Ti. 2:5). Aun el mismo San Pedro, al que los romanistas llaman su primer Papa, nos asegura también en la Santa Biblia, en el libro de los Hechos de los Apóstoles 4:12: "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos".
Antes de convertirme era como la mayoría de los jóvenes católicos, aficionado al juego, la bebida y a todas las cosas de este mundo. En suma puedo decir que no tenía ningún mérito propio por el cual Dios me hubiera hecho el favor de permitirme conocer su gracia para conmigo y salvarme de la condenación del infierno.
Era en aquel entonces lo que se llama un "hombre de mundo" y por lo mismo también "un buen católico romano", es decir, asistía siempre a la misa los domingos, odiaba a los protestantes, a los que desde niño me habían enseñado a considerar como a unos herejes, apóstatas y corrompidos, siervos de Satanás y condenados al infierno. ¿Por qué? Yo mismo no lo sabía, los jesuitas así nos lo habían enseñado.
Me gustaba jactarme de ser muy católico y al mismo tiempo de ser muy pecador. Recuerdo que con mis amigos, todos buenos católicos romanos, capaces de ir a las manos por la defensa de su religión, mientras bebíamos algunos tragos y convertíamos a humo un lío de tabaco, comentábamos nuestras "aventuras galantes", asquerosos pecados debería decir mejor, de los cuales nos estábamos jactando.
Con todo, tenía un fondo bueno, creía en Dios y deseaba agradarle. Algunos años antes de convertirme al cristianismo, instalé una fábrica de imágenes y cuando llegó la fecha del primer congreso de Sucre, deseoso de conocer y saber más las cosas de mi Dios, resolví escuchar las predicaciones de un famoso orador el jesuita La Puerta. No quiero llamarle Padre, porque Dios prohibe tal tratamiento: "Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos" (Mt. 23:9).
Para aquel entonces, mi señora estaba enferma y para poder escuchar las conferencias hicimos uso de la radio. Por primera y única vez en mi vida, escuché a un sacerdote romanista hablar sobre la Biblia, afirmando que es un libro maravilloso y que contiene la Palabra de Dios revelada a los hombres. Escuché de las maravillosas profecías que hablaban de nuestro Señor Jesús, centenares de años antes de que Él viniese a este mundo anonadándose y tomando nuestra forma. Esto despertó en mí una gran curiosidad y decidí leer por mí mismo tan maravilloso libro, pensando que si realmente era aquello cierto, debía de publicarse y hacerse conocer de todos.
Fui pues al director o mejor dicho al prefecto de los jesuitas y le pedí que me prestara una Biblia. Aunque no de muy buen grado, el sacerdote me trajo un ejemplar de la versión Valera y me dijo más o menos textualmente: «Le doy este ejemplar porque es mejor traducido que el nuestro y tiene, además, la ventaja de las concordancias al centro, es el que nosotros los sacerdotes, usamos en nuestros estudios...» Salí muy contento con la Biblia y comencé a estudiarla.
Tan pronto como comencé la lectura de la Biblia, un montón de dudas se levantaron en mi mente y acudí en busca de luz al prefecto de los jesuitas, pero salí de aquella entrevista más desconcertado que antes. El jesuita tenía las mismas dudas que yo y no podía resolver mis dificultades. Salí con pena de él y tuve ganas de decirle que entonces cómo se había hecho cura. Cuanto él pudo decirme fue que no había que profundizar la Biblia, que no teníamos capacidad ni facultad para hacerlo y que sin discutir debíamos aceptar las interpretaciones de Roma, ya que ella era la única infalible; y que, cuando las dudas nos asaltan, lo mejor es buscar cualquier trabajo y olvidarse. Me dijo que él, personalmente, cuando le asaltaba una duda, se metía en el laboratorio de química a hacer experimentos y estudios para olvidarse. Si bien, este método bastaba para el jesuita, para mí no, yo creo que Dios ha dejado su Palabra para que la escudriñemos, como él mismo nos lo manda. Así, después de devolver la Biblia prestada, compré un ejemplar para mí y me dediqué con más ahínco al estudio de la Palabra.
Cuando uno descubre en alguien una mentira, ya empieza a dudar de todas las afirmaciones de tal persona. Lo mismo me pasó con la iglesia de Roma y durante tres negros años estuve sumergido en las más densas tinieblas, dudé de todo, menos de la existencia de un Dios Creador y Hacedor de todas las cosas.
En mi afán de encontrar la luz y una explicación a mis dudas fui en busca de un sacerdote franciscano. Había fracasado con los jesuitas, quería probar con los franciscanos que son la otra orden poderosa y de más fama que hay en Sucre. Así fui en busca de Fray Francisco, un excelente señor, una magnífica persona, que con toda franqueza me dijo: «Hijo, te confieso que no sé ni papa de estas cosas, yo creo porque creo, tengo la fe del carbonero; pero te voy a dar algunos libros que sí pueden ayudarte». Así fue en efecto, me dio los libros y ellos me cimentaron más en mis nuevas creencias.
Luego, un día encontré al señor Tornar, el pastor evangélico en Sucre y le pedí una cita para discutir con él y al día siguiente, a los cinco minutos de conversar, vi que estábamos de acuerdo. La dificultad grave era mi duda sobre la deidad de Cristo, pero después de examinar Juan 3:16 y algunos otros versículos más, comprendí que no solamente era hombre sino también Dios. Yo le había aceptado antes como a mi Salvador, pero dudaba de su doble naturaleza.
Desde entonces fui creciendo en la fe y decidí dedicarme al servicio del Señor aunque sin abandonar mis actividades comerciales, a excepción de la fábrica de "santos" que paré de inmediato. Sentía el llamado del Señor para llevar su Palabra de liberación a mis paisanos oprimidos, engañados y explotados por aquellos que habían convertido en negocio la salvación de las almas de sus semejantes.
Estaba convencido de que el cielo no se alcanza por dinero ni podemos conquistarlo por obras, tal como dice Efesios 2:8,9: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe". También en Romanos 3:22,25: "La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia... a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados".Sabía también que Dios detesta la idolatría, pues el segundo mandamiento dice: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso..." (Ex. 20:4,5a) Y teniendo todavía en existencia más de 200 imágenes, tuve que sostener una terrible lucha entre mi conciencia y mi bolsillo. Mi bolsillo me decía: «No las destruyas, los católicos las tienen solamente como retratos, como recuerdos, no las adoran». Ciertamente querido amigo, el dolor de bolsillo es cosa terrible. Por ello, quería yo acallar la voz de mi conciencia que me decía: «Arturo, los católicos romanos adoran a esas imágenes, se inclinan ante ellas y les rinden culto».
En semejante lucha, no sabía qué hacer, hasta que el Señor puso en mi corazón este pensamiento: Resolví colocar en cada imagen el siguiente letrero:
SOY IMAGEN SIN ALMA, OBRA DE
MANOS DE HOMBRES, POR TANTO,
NO MEREZCO NINGUNA
ADORACIÓN NI CULTO.
Y en la de los “Cristos y Sagrados Corazones”, algunos de los cuales eran verdaderamente hermosos, puse así:
PODRÉ REPRESENTAR A DIOS,
MAS NO SOY ÉL, DIOS ES ESPÍRITU
Y EN ESPÍRITU Y EN VERDAD
ES NECESARIO QUE LE ADORE.
Así estuvieron las imágenes por espacio de casi tres meses en la tienda comercial que para entonces tenía en la calle España No. 2, la tienda que tenía la vitrina más grande y lujosa de aquel entonces en Sucre. Venía la gente para comprarlas, pero tan pronto como tenían las imágenes en sus manos o podían leer lo que decían los letreros, me las devolvían con una sonrisa forzada diciendo: «Muy bonitas, vamos a volver» y no volvían más.
Desde que las imágenes tenían aquel letrero vendí solamente dos y por ello llegué al convencimiento, a la evidencia de que los católicos romanos las querían para adorarlas, para rendirles culto. Si no hubiera sido así ¿qué les hubiera importado el letrero? Entonces resolví deshacerme de ellas. Primeramente y aun antes de colocar los letreros, tuve la intención de seguir vendiéndolas y con el importe de ellas levantar un templo evangélico en Sucre, pero cuando expuse mi idea a los hermanos en Cristo, me dijeron: «Le agradecemos mucho señor Arana por su buen deseo, pero no podemos recibirle un centavo de plata que resulte de fomentar la idolatría. Muchas gracias, haga lo que usted quiera con sus imágenes, pero no podemos recibir ese dinero».
Estaba pues, como cuando se tiene una brasa de fuego en la mano. No sabía qué hacer con tanto “santo”, con tanto ídolo; el destruirlos era tarea difícil en Sucre, ya que para ese entonces era la ciudad más fanática de Bolivia, con todo y siguiendo lo mandado por el Señor en Isaías 30:21,22 resolví comenzar a destruirlos y así, munido de un martillo, comencé a encajonar y guardarlos en un depósito.
Fue tarea de varios días la de romper tantos ídolos. Por fin cuando ya todos estaban hechos pedazos, aprovechando la camioneta de un amigo y hermano en Cristo, las botamos al muladar cumpliendo lo mandado por el Señor: “...La vestidura de tus imágenes... las apartarás como trapo asqueroso; ¡Sal fuera! les dirás” (Is. 30:22). Fueron dos camionetadas las que tuvimos que hacer y si los “santos” no hubieran estado en pedazos habría sido necesario realizar más viajes.
Querido amigo, puedo asegurarle que no ocurrió ningún milagrito, porque recién dos meses después di la noticia públicamente por la radio y era tarde para que fraguaran algún embuste como el que escuché en cierta ocasión y que voy a contar: «Dicen que había en la ciudad de La Paz, un joven que era muy aficionado al juego y que diariamente pedía a la Virgen María que le hiciera ganar. Cansado de pedirle sin obtener respuesta, una noche sacó un cortaplumas y rasgó el cuadro de arriba a abajo; dicen que en aquel instante apareció en la policía una mujer con el rostro ensangrentado, e indicando la casa del joven lo denunció a causa de su herida y que cuando los policías llegaron, encontraron el cuadro rasgado». ¡Pamplinas! Amigos, puedo asegurarles que ni una sola gota de sangre salió de las doscientas y tantas imágenes que hice pedazos, ni tampoco ningún hombre ni mujer apareció en la policía a quejarse de las heridas (¿Sería porque los hice completamente pedazos y ya no les quedaba aliento?)
Dicen los católicos romanos, que tienen a las imágenes de “Cristo, Sagrados Corazones”, etc., solamente como se tiene una fotografía de un ser querido. ¡Mentira! ¿Tendría estimado amigo sobre su velador la fotografía de Joe Louis y la llenaría de besos diciendo que es su papá? ¿Quién conoce el rostro de Cristo? ¿Quién es aquel que sabe siquiera de qué color eran sus ojos? Yo hacía Cristos rubios, morenos de ojos azules, verdes, negros y café, al gusto y capricho del cliente. ¿Podían llamarse fotografías o retratos de Cristo a esas imágenes, cuando yo jamás había visto a Cristo y hacía solamente una linda cara de judío?
Recuerdo que una vez vino el curita de Betanzos a pedirme que hiciera a un “Sagrado Corazón” para el altar mayor de su iglesia y por aquel entonces no tenía ninguna imagen del tamaño que el curita solicitaba, a excepción de un “San José” de un metro 20, más o menos. Dije al señor cura que no podría entregarle tan pronto como él deseaba el “Sagrado Corazón” que me pedía, pero luego, pensando en los tres mil bolivianos y pico que costaba la imagen, me comprometí a efectuar la entrega para el día que solicitaba. Entré a mi taller, agarré un martillo y tomando la imagen de “San José”, de un martillazo le rompí su brazo izquierdo desde el codo y tomando un poco de yeso le hice uno nuevo señalando el pecho. Luego, tomando otro mogote de yeso, formé el corazón, quité la palma de la inocencia del brazo derecho del “San José” y le cambié la otra mano. Y por fin a “San José” que es calvo, como yo, le puse melena y le alisé las barbas y quedó convertido en “Sagrado Corazón”. ¡Qué hermoso retrato! ¿verdad? Nuestro Señor Jesús no quería que nos hiciéramos imágenes de Él, porque es un atrevimiento el querer convertir la gloria de Dios incorruptible en semejanza de hombre corruptible. Por eso nadie sabe siquiera de qué color eran sus ojos o cuál la forma de su nariz o boca.
Voy a contar dos casos más que le hará ver lo ridículo que es la idolatría fomentada por la iglesia de Roma. Cuando todavía tenía la fábrica, venían las solteronas ya entraditas en años, a pedir “San Antonio con el Niñito” de sacar y poner. Dicen que le pedían novio al “santo” y querían que sus imágenes fuesen con el niñito que se pudiera sacar para tenerle castigado hasta que les concediese el novio. ¿Se puede concebir semejante miseria?
En Aiquile, una señora que era muy beata, pero de muy buen sentido, se convirtió del romanismo al cristianismo gracias a esta experiencia: Ella tenía un perrito con el pelo muy fino y un buen día se acercó el pintor y le dijo: «Señora, ¿podría regalarme unos cuantos pelitos de la cola de su perrito?» La señora asombrada después de darle el consentimiento, le preguntó al pintor para qué quería aquellos pelos y el pintor le dijo: «Para poner cejas y pestañas a los santos que tengo que arreglar». «Desde entonces» - dice la señora - «dejé para siempre la idolatría. ¡Cómo me iba a hincar para adorar los pelitos de la cola de mi perro!»
El profeta dice: “De ceniza se alimenta; su corazón engañado le desvía, para que no libre su alma, ni diga: ¿No es pura mentira lo que tengo en mi mano derecha?” (Is. 44:20).
El profeta ofrece los detalles de cómo los “fabricantes de dioses, fabrican a sus dioses”. Usan ciertos materiales, ciertas herramientas y si se trata de un “dios” de madera, usan el resto de la madera para el fuego, para calentarse o para hacer un buen asado. ¡De lo que le sobró del “dios” recién fabricado! El profeta luego aclara, porqué una persona normal e inteligente llega a semejante aberración. Dice que estas personas se alimentan de ceniza. Su corazón los engaña y no logran darse cuenta del absurdo.
Usted dirá: ¡Qué increíble! Pero, ¿no es exactamente lo mismo que se hace hoy, cuando los “religiosos” besan un palo, un bronce, un poco de yeso, se postran delante de esas imágenes, les prenden velas, se persignan y se arrastran hasta de rodillas? Ahora note lo que dice la Escritura: “Yo hice la tierra, y creé sobre ella al hombre. Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo su ejército mandé... Reuníos, y venid; juntaos todos los sobrevivientes de entre las naciones. No tienen conocimiento aquellos que erigen el madero de su ídolo, y los que ruegan a un dios que no salva. Proclamad, y hacedlos acercarse, y entren todos en consulta; ¿quién hizo oír esto desde el principio, y lo tiene dicho desde entonces, sino yo Jehová? Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador, ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Is. 45:12,20-22). “Sacan oro de la bolsa, y pesan plata con balanzas, alquilan un platero para hacer un dios de ello; se postran y adoran. Se lo echan sobre los hombros, lo llevan, y lo colocan en su lugar; allí se está, y no se mueve de su sitio. Le gritan, y tampoco responde, ni libra de la tribulación” (Is. 46:6,7).
Es difícil comprender cómo es posible que tanta gente que dice creer en Dios, en todo cuanto leemos en los primeros capítulos de Génesis en donde nos dan a conocer el origen del universo y del mismo hombre, que esta misma gente pretenda “representar” al Dios eterno, al Dios Espíritu mediante alguna imagen hecha por los hombres y que luego se postren delante de ese “dios” recién salido de su fábrica. ¿Recuerda lo que dice el Salmo 115:4-8? “Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos”.
¿Alguna vez se ha puesto a pensar cuál será el paradero final de los idólatras? Es probable que haya conocido a muchos “piadosos”, reconocidos por sus muchas buenas y nobles obras. Usted no puede entender cómo es posible que siendo gente tan buena, sean también dados a la idolatría. No se preocupe, es posible ser bueno, hacer buenas obras, impresionar a todo el mundo, desprenderse uno de lo suyo para ayudar a los demás, sin siquiera alejarse un solo milímetro del culto a Satanás y los demonios. Satanás está de parabienes cuando ve que aquellos que dicen ser cristianos y creer en Cristo y en Dios, son al mismo tiempo paganos, porque tienen y adoran imágenes. Satanás los tendrá consigo por la eternidad, porque la Biblia anuncia que el mismo final que tendrá el diablo y sus ángeles, también tendrán todos los idólatras, piadosos o no, sean católicos, protestantes, musulmanes, mormones, budistas o lo que sean. Todos tendrán el mismo paradero, usted puede estar seguro que en el cielo no habrá una sola persona que después de practicar la idolatría no se haya arrepentido y abandonado ese grave pecado.
Esto es lo que dice Dios: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8). La compañía por la eternidad de todos los que en alguna forma practicaron la idolatría, es la de los cobardes, incrédulos, abominables, homicidas, fornicarios, hechiceros y mentirosos.
Medite en las palabras que encontramos en la Biblia: “Y habló Jehová con vosotros de en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, mas a excepción de oír la voz, ninguna figura visteis... Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra, figura de animal alguno que está en la tierra, figura de ave alguna alada que vuele por el aire, figura de ningún animal que se arrastre sobre la tierra, figura de pez alguno que haya en el agua debajo de la tierra” (Dt. 4:12,15-18).
Recuerde lo que dice en Éxodo 20:3-5: “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”. Note bien que no sólo se prohibe adorar imágenes, sino tenerlas con fines religiosos. Dios abomina todo tipo de idolatría y todo intento del hombre de representarlo de alguna manera. La cuestión ídolos y “dioses” cargados sobre los hombros es de origen diabólico y pagano. Usted no podrá servir a los demonios y a Dios al mismo tiempo. Si es idólatra no pretenda servir a dos señores.
Estimado amigo, escuche la voz de Dios y no la de los hombres que han convertido en negocio la salvación de las almas de sus semejantes. El cielo no se compra ni se vende, Dios lo ofrece gratuitamente, por su gracia y por su amor a todo aquel que quiere recibirlo.
• “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”(Jn. 3:16-18).
• “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Jn. 3:36).
• “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Ro. 3:23-25).
• “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23).
• “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).
• “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.
Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:1,2).
Levante sus ojos al solo Dios vivo y verdadero por medio de nuestro Señor Jesucristo. Él es el camino, y la verdad, y la vida, y nadie puede ir al Padre sino por medio de Él.
Salga de la aberración de la iglesia romana, no adore hechuras de manos de hombres. No se incline ante monigotes hechos de yeso que tal vez fabricaron mis manos. Crea en el Señor Jesucristo y será salvo. No se deje engañar por los hombres que han convertido en negocio la salvación de las almas de sus semejantes. No olvide que el cielo no se compra ni se vende y que ahora Dios le ofrece gratuitamente por la fe en su bendito Hijo, y le ofrece el perdón de sus pecados por la fe en su bendita sangre derramada en la cruz para poder salvarle. ¡Piense que si por ceremonias o por obras pudiera ir al cielo, entonces por demás murió Cristo!
A pesar de lo ridículo que es tratar de fabricar una imagen para que represente, supuestamente a Dio y, es también blasfemo y degradante, ya que se reduce a Dios a una simple caricatura. ¿Quiere usted una imagen de Dios? ¿Sabe usted que Dios nos ha ofrecido su propia imagen en la persona de su Hijo? “El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación” (Col 1:15).
Esta imagen “del Dios invisible”, nadie la puede llevar en andas ni en procesiones religiosas, no necesita de velas ni penitentes que le hagan promesas. Aun aquellos que conocieron a nuestro Señor, no podrían fabricar de él una imagen porque la Biblia dice: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (2 Co. 5:16).
¿Cómo es él ahora? Lea su descripción en Apocalipsis 1:13-16. ¿A dónde irán los idólatras? La Biblia dice: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8).
¡Qué compañía la de los idólatras. Ellos son: los homicidas, los fornicarios, los hechiceros, los abominables y los mentirosos. Si usted es idólatra, puede estar seguro que va camino al infierno