El reino y la gloria
- Fecha de publicación: Miércoles, 26 Diciembre 2012, 03:15 horas
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Uno de los propósitos de Dios para llamarnos, es hacernos “…conformes a la imagen de su Hijo…” (Ro. 8:29). Y aunque es común creer que todo se limita a esto, lo que no captamos es que el llamado de Dios va mucho más allá.
Que la razón real por la cual Dios nos salvó es para que podamos gobernar y reinar con Él en el Reino Milenial y así por la eternidad. Todo avanza hacia esa meta.
Ser conformados a su imagen es críticamente importante. El que seamos un ejemplo vivo de Cristo es lo que atrae a otros a Él, sin embargo el propósito real de nuestro llamado es que tengamos posiciones de autoridad junto con el Señor en su Reino Milenial. Nuestra vida aquí en la tierra es simplemente el campo de entrenamiento, de prueba y de práctica para la próxima vida.
El famoso predicador Dwight L. Moody dijo en su libro Conquistando la vida: «Tengo la idea de que nos encontramos aquí en entrenamiento, que Dios está sólo puliéndonos para un servicio superior».
El Reino Milenial de que estaremos hablando no es en el cielo, sino es un reino literal y físico en la tierra, donde el Señor Jesucristo regirá en persona por mil años. Es un lugar donde nos reconoceremos unos a otros, un tiempo en el que tendremos intimidad con el Rey de reyes y un reino en el cual gobernaremos y reinaremos al lado de Cristo.
Cuando decimos «reinar y gobernar» con Cristo, simplemente significa que tendremos posiciones de autoridad o niveles de mando que el Señor nos confiará. Puede ser sobre un país, un estado, una población, incluso un complejo habitacional. Todo depende de nuestra fidelidad aquí en esta vida. Cristo es el único que sabe la verdad y él decidirá.
La mayoría de cristianos reconocen este reino milenial en algún grado u otro, pero muchos otros no tienen la más mínima idea de qué es lo que se requiere para disfrutar de un papel significativo allí. Al preguntarle a un joven creyente: «¿Cree usted que lo que haga aquí como cristiano, influenciará su posición en el reino venidero?», respondió de inmediato: «¡Oh sí, recibiremos recompensas o algo así!». Para serle sincero, eso mismo era lo que yo creía hace unos años.
Muchos cristianos no saben nada con relación al milenio, y de hecho son muy pocos los pastores que enseñan sobre esto. No entienden que no se trata sólo de recompensas, sino que nuestra responsabilidad en ese reino futuro, se ganará o se perderá dependiendo de nuestra fidelidad en esta vida. Consecuentemente, hay una necesidad urgente en el cuerpo de Cristo por un reconocimiento renovado de esto. Es importante que veamos nuestras vidas aquí en la tierra, en el contexto de la eternidad.
¡Necesitamos sentir el temor de Dios! Debemos entender que una vez que somos salvos, somos responsables de lo que hacemos con nuestras vidas aquí y ahora. ¡Que no es una gracia barata! ¡Que vivir por fe es algo más que creer! ¡Es más que conocer las Escrituras! Y mucho más que ir a la iglesia cada domingo. La gracia salvadora es aprender a ser partícipes de la vida de Cristo, lo cual significa que no sólo se trata de recibirla en el nuevo nacimiento, ¡sino también vivirla cada día!
La Biblia le llama a esta clase de cristianos, los «conquistadores». Pero... ¿Qué es ser un conquistador? La palabra griega es nikao, la cual significa «victoria sobre los poderes hostiles», someter algo o prevalecer sobre algo. Suficiente es con decir, que un conquistador es un vencedor o un ganador. Esta victoria tiene su fundamento en el triunfo que ya obtuvo el Señor Jesucristo. En otras palabras, Cristo es el conquistador real y ganador. ¡Él es el vencedor verdadero! La única forma que podemos ser triunfadores es entregándonos y sometiéndonos enteramente a Él para que prevalezca en nosotros.
Los conquistadores son esos cristianos fieles y obedientes que hacen la voluntad de Dios. No en vano dijo el Señor: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21). Al hacer la voluntad de Dios somos capaces de vencer al mundo, la carne y el demonio.
Al hablar de los vencedores, hay algo que deseo dejar completamente claro. No me estoy refiriendo a alguien que es un religioso perfecto o bueno, sino a una persona que simplemente reconoce las decisiones que debe adoptar, confiesa su pecado y luego decide ir en pos de Dios.
¿Recuerda a David en el Antiguo Testamento? Él fue un vencedor, a pesar de haber fallado en muchas formas. Sin embargo, en el Nuevo Testamento el Señor dice de él: “...David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” (Hch. 13:22b). En otras palabras, David sabía que tenía que confesar su pecado, apartarse de él y seguir el camino de Dios. Esta es la clase de vencedor a la que me estoy refiriendo.
Esto es algo que debemos enfatizar, porque no estamos aludiendo a personas perfectas, a creyentes que parecen poseer todos los dones, ¡no, no es eso! Un conquistador es alguien común y corriente, quien ha aprendido a seguir el camino de Dios. Puede tratarse de una persona humilde, un aseador, una lavandera, o una pobre viuda que sólo puede dar un dólar de ofrenda cada semana. Tal vez esos creyentes son más fieles que muchos de los predicadores famosos en televisión, porque ser un vencedor no depende de la condición social. Dios es el único que conoce nuestros corazones, es el único que sabe la verdad y el único que puede juzgarnos.
Pero... ¿Por qué el ser conquistador es tan importante? ¿Por qué dedicar tanto tiempo para hablar de esto? Es importante porque la Biblia enseña que sólo los vencedores heredarán el Reino Milenial y posiblemente gobernarán y reinarán con Cristo. Dice Apocalipsis 21:7: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”.
Es cierto que todos los cristianos tendrán vida eterna. Así lo aseguró el propio Señor Jesucristo:
• “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:3).
• “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).
Tenemos seguridad eterna, pero sólo LOS VENCEDORES FIELES, esos que han cumplido con las condiciones establecidas por Dios en su Palabra, heredarán y posiblemente gobernarán en el reino.
Algunas de esas condiciones se encuentran en los siguientes pasajes, y dicen:
• “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Ro. 8:17).
• “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (2 Ti. 2:12).
Sin embargo, no seremos gobernantes sobre todos sus bienes. Gálatas 5:19-21 nos da esta advertencia: Que si no caminamos en el Espíritu no heredaremos el reino: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.
Mientras que Santiago 2:5 y 1 Corintios 6:9, 10 dicen: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Stg. 2:5). “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1 Co. 6:9, 10).
Por lo tanto existe una gran diferencia entre simplemente entrar en el Reino Milenial y ser un súbdito, que ser parte directa de él. De hecho todos los creyentes entraremos, pero heredar el reino y ser gobernantes allí sólo lo recibirán los vencedores fieles. Todos los creyentes que hayan experimentado el nuevo nacimiento entrarán, pero sólo los cristianos triunfantes, conquistadores, gobernarán y reinarán. El factor que decidirá esto, es la forma cómo vivimos aquí y ahora.
Es esta la razón por qué es tan importante aprender a ser un vencedor. Porque lo que hagamos en esta vida presente, afectará nuestro papel en el reino futuro, debido a la distinción que existe entre entrar en el reino y heredarlo.
La perspectiva del Reino
Al comienzo de la edad de la iglesia, la perspectiva de que estábamos siendo entrenados aquí, para reinar y gobernar con Cristo, era el mensaje central y el pensamiento que prevalecía entre el cristianismo. Sin embargo, ahora, al final de la edad de la iglesia, este mensaje ha sido esencialmente olvidado, excepto por algunos hombres de Dios.
• Erwin Lutzer - Pastor de la Iglesia Moody en Chicago, una personalidad en la radio y autor de más de treinta libros, incluyendo Un minuto después de la muerte, escribió en su libro Nuestra recompensa eterna: «La suposición de que las ‘recompensas’ son sólo coronas, es falsa en mi opinión. Las recompensas tienen más que ver con los niveles de responsabilidad que nos serán asignados. Cuando llegamos a ser como Él, estamos calificados para compartir su herencia y trabajar con Él en una posición importante de responsabilidad sobre el entero universo».
• Donald Grey Barnhouse - Pastor presbiteriano, pionero de la predicación radial y autor de muchos libros sobre teología, dice en su Comentario sobre Romanos: «Podemos estar seguros que ante el tribunal de Cristo, habrá una diferencia marcada entre los cristianos que han vivido su vida ante el Señor, discerniendo con claridad lo que era para la gloria de Dios... y los cristianos nominales... Todos estarán en el cielo, pero la diferencia entre ellos será eterna. Podemos estar seguros que todas las consecuencias de nuestro carácter sobrevivirán después de la tumba y que deberemos enfrentar esas consecuencias ante el tribunal de Cristo».
• Tim La Haye - Pastor y autor de la serie de cinco libros Los que se quedan, dijo en su libro titulado Manual popular de profecía bíblica: «Los cristianos aparentemente serán asignados a áreas específicas de servicio en el reino, directamente proporcional a la cantidad ‘de buenas obras’ realizadas mientras estaban vivos en la tierra».
• Aiden Wilson Tozer - Pastor cristiano, predicador, autor, editor de una revista y conferencista bíblico, dijo en su libro El conocimiento de la santidad: «Para volver a ganar nuestro poder perdido, todos como iglesia debemos ver el cielo abierto y tener una visión transformadora de Dios».
• Grant R. Jeffrey - Es canadiense, maestro de profecías bíblicas, escatología y arqueología bíblica y uno de los líderes proponentes de la teología dispensacional. Ha sido director de Publicaciones Frontier Research por más de veinte años. Ha escrito más de veinticinco libros que han sido traducidos a 24 idiomas y se han vendido por millones, y dijo en su libro Cielo: «Una de las razones por la falta de santidad entre los cristianos hoy, es porque hemos perdido de vista nuestra herencia en el cielo».
• John Walvoord - Nacido en mayo de 1910 y fallecido en diciembre de 2002, fue un teólogo cristiano, pastor y presidente del Seminario Teológico de Dallas desde 1952 hasta 1986. Fue autor de más de treinta libros centrados principalmente en escatología y teología, y dijo en su libro El Reino Milenial: «El estudio de la profecía abraza la totalidad del plan y propósito de Dios. Es por consiguiente, el bien supremo de la teología bíblica determinar el plan detallado y ordenado de los eventos futuros profetizados en la Palabra de Dios».
Asimismo, dijo en un artículo titulado La perspectiva de un laico: «La iglesia hoy, se complace con la ilusión que ‘nacer de nuevo’ es la meta final de la predicación del evangelio. Sin embargo, una investigación profunda del ministerio de Jesús y de los apóstoles, muestra claramente que la regeneración (el nuevo nacimiento) es simplemente el preludio de la relación íntima que Dios desea que tengamos los unos con los otros. Pero es una relación que cada uno de nosotros debe buscar por sí mismo... porque hay consecuencias para una vida cristiana descuidada...»
El mensaje que me gustaría que considere es este: En Juan 14:3 el Señor Jesucristo dijo: “Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”, lo cual implica que en el Milenio, todos los cristianos estaremos con Cristo en el cielo, pero que sólo los VENCEDORES, los fieles y obedientes que permiten que Cristo viva su vida en ellos, heredarán ese Reino y ocuparán posiciones de autoridad allí. Esto incluye, el “trono”, el “cetro” y la “corona”, de que hablan estos pasajes de la Escritura:
• “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi TRONO, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su TRONO” (Ap. 3:21).
• “Mas del Hijo dice: Tu TRONO, oh Dios, por el siglo del siglo; CETRO de equidad es el CETRO de tu reino” (He. 1:8).
• “Por lo demás, me está guardada la CORONA de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:8).
Por consiguiente, es imperativo que aprendamos qué nos convierte en vencedores, cómo convertirnos en tales y qué tiene el futuro para los vencedores.
Cuán lamentable es, que los predicadores en la actualidad no hablen de esto, y que en el mejor de los casos se limiten a predicar el evangelio y llevar a otros a Cristo, sin reconocer que esto es sólo el principio, ya que como dijo Pablo, el llamado final de todo cristiano es proseguir “...a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14).
Temor y condenación
Antes de proseguir, debo advertirle de algo muy importante. Una vez más se trata de algo que no enfatizamos lo suficiente. El enemigo odia este mensaje. Lo odia más que nada, porque revela su inhabilidad total para derrotar a Cristo. Por consiguiente, va a tratar con todo lo que puede para poner temor y condenación en usted, a fin de impedir que se entere de esto. Su meta es la destrucción de la doctrina que rodea el reino futuro del cielo. Cuando esto le ocurra, reconozca de dónde provienen estos sentimientos y que no son de parte de Dios. La Escritura nos dice: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Jn. 4:18). Por consiguiente, saber que Jehová se manifestó y dijo: “…Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” (Jer. 31:3b), debe ser la base sobre la cual se construya toda nueva verdad bíblica.
En cuanto a lo que concierne a Dios, no importa cuántas cosas malas hicimos en el pasado, y cuántas veces fallamos. Esto es exactamente lo que dice 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Esta es la base para convertirnos en vencedores, y los medios por los cuales podemos llegar a ser fieles. Nunca permita que el enemigo le llene de mentiras.
La seguridad eterna
La primera cosa que deseamos explorar es, ¿por qué estamos aquí? En otras palabras, ¿cuál fue el propósito de Dios al crearnos? El libro de Génesis nos deja saber que el hombre fue formado originalmente para reinar sobre toda la tierra con el Rey de reyes. Dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn. 1:26-28).
Adán fue creado a la imagen de Dios, para que así algún día pudiera convertirse en un «rey siervo» y gobernar al mundo al lado del Rey verdadero, el Rey de reyes. Sin embargo, había un problema y Ezequiel lo explica así: “En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación. Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad” (Ez. 28:13-15).
Satanás estaba determinado a malograr el plan de Dios en cualquier forma posible, por eso se propuso engañar a Adán y Eva, la primera pareja. A instigación suya ellos desobedecieron a Dios (comieron del fruto del árbol del conocimiento), y como resultado ocurrieron tres cosas:
1. Murieron espiritualmente, es decir, quedaron separados de Dios,
2. Perdieron el derecho a gobernar y reinar, y
3. Satanás se convirtió en su propio enemigo mortal. Después de esto, dice la Escritura: “Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Gn. 3:23, 24).
Debido al pecado de esta primera pareja, toda la humanidad ha heredado esas mismas tres consecuencias:
1. Que todos hemos nacido separados naturalmente de Dios,
2. Que perdimos el derecho a gobernar y reinar con Él,
3. Y que tenemos el mismo enemigo mortal que tuvieron Adán y Eva, a Satanás.
Estas consecuencias han pasado a cada generación. La epístola a los Romanos nos dice, que cada persona desde Adán, nace con la naturaleza pecaminosa, no espiritual, “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).
En otras palabras, todos hemos nacido en pecado, y nuestro castigo es la muerte, es decir, la separación eterna de Dios. Consecuentemente, el hombre no sólo quebrantó su compañerismo con Dios, debido al pecado de Adán, sino que también perdió su derecho a gobernar en el reino venidero.
Sin embargo, Dios amaba tanto al hombre que inauguró un nuevo programa para llevar a su creación malograda de regreso a las bendiciones de su futuro reino glorioso, tal como dijo el salmista en Salmos 8:5 y 6: “Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies”.
Escogió una forma para liberar al hombre de su destino, de la muerte inevitable, y se dispuso a reclamar el reino para nosotros. Envió a su Hijo unigénito, al Señor Jesucristo para tender un puente en la brecha y hacer posible que nosotros una vez más tuviéramos compañerismo con Él y participación en su reino futuro. La misión de Cristo fue librarnos de la autoridad de las tinieblas y llevarnos hacia Su reino: “El cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Col. 1:13).
Jesús, quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros y voluntariamente dio su vida como rescate, para que así nosotros pudiéramos...
• Ser reconciliados nuevamente con el Padre,
• Ser entrenados como sus compañeros para gobernar y reinar con Él en el futuro, y
• Darnos la autoridad y el poder para vencer al enemigo.
Juan 3:17 dice: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”.
¿Qué es la salvación?
La palabra «salvación» significa «liberar, quedar en libertad o sin ataduras». Literalmente quiere decir quedar libres de las cadenas o grillos por un pago o un rescate. El «rescate» es algo que se paga a cambio de una vida. Mateo 20:28 dice: “Como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.
La salvación entonces es un regalo que Cristo quiere que todas las personas en el mundo reciban. Todo lo que tenemos que hacer es creer en lo que hizo en la cruz para la redención de la humanidad, y decidir seguirle en obediencia. Si creemos, Él promete que no pereceremos, sino que tendremos vida eterna. Romanos 10:9 dice: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Este simple acto de creer es lo que permite que seamos justificados, no declarados culpables, delante de Dios: “Con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús... Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras” (Ro. 3:26; 4:5, 6). Al aceptar lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz, ocurren cinco cosas:
1. Somos librados del yugo del pecado y reconciliados con Él,
2. Somos librados del castigo de la muerte eterna,
3. Se nos garantiza la entrada al Reino Milenial y al cielo,
4. Recibimos el regalo de un nuevo espíritu, el cual es la cuota inicial que garantiza que sus promesas son verdaderas. Así lo afirma Efesios 1:13, 14: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”, y
5. Finalmente recibimos la vida eterna, su amor, sabiduría y poder en nuestros corazones: “A quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27). “Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro. 5:5).
La muerte de Cristo sobre la cruz significó el fin del pacto antiguo, el pacto que hiciera con Israel, y el principio de uno nuevo, el cual provee regeneración y el perdón de los pecados mediante la fe en Él. Consecuentemente, nuestra salvación no depende de nosotros, sino de Cristo y su fidelidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, de hecho garantizan nuestra salvación: “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado... En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo” (Ef. 1:4-6, 11, 12).
Justificación
Cuando nos acercamos a Cristo y experimentamos el nuevo nacimiento, somos declarados justos y santos, tal como afirma Romanos 10:9. Esto es lo que se llama «justificación», lo cual es un término judicial que significa «ser declarado inocente delante de Dios». La palabra «justificación», quiere decir «ser absuelto, pronunciado justo, inocente o recto». “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Co. 5:21). Cristo ya pagó el castigo por nosotros y no hay nada más que podamos añadir: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24). ¡Es un regalo! “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit. 3:5). El precio ya fue pagado. Dios usó el instrumento de su gracia para completar esta justificación.
Ser justificado también significa que se nos garantiza la entrada al Reino del cielo en base a lo que hizo el Señor Jesucristo. Él es el único justo y nos ha impuesto su justicia y santidad. La cuota inicial, las arras (lo que se da como prenda o señal del contrato) es el Espíritu Santo morando en nuestro espíritu. En otras palabras, somos salvos al momento de experimentar el nuevo nacimiento.
Aunque en nuestro nuevo nacimiento, somos posicionalmente reconciliados con Dios, justificados y declarados no culpables delante de Él, en las acciones de nuestra vida, carácter, disposición y temperamento, en realidad no hemos cambiado. Todavía tenemos la misma mentalidad emocional y espiritual. Cristo simplemente nos ha imputado, nos ha acreditado su justicia mediante un nuevo espíritu. Es en este punto que debemos comenzar un largo camino hacia una vida verdadera de transformación y este proceso es lo que se conoce como «santificación». Por consiguiente, ser justificados delante de Dios es realmente el primer paso, porque el trabajo de justificación se completa con la santificación y finalmente con la glorificación. Es algo que tiene lugar más o menos así:
• Nuestro espíritu, el cual es como la fuente de energía o de poder en nuestras vidas, es salvo en el momento del nuevo nacimiento. A esto es a lo que se llama «justificación».
• Nuestra alma, que constituye nuestros pensamientos naturales, emociones y deseos, está en el proceso de la santificación, de hecho todos los creyentes salvos estamos en eso: “Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Stg. 1:21). “A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 P. 1:8, 9).
• Nuestros cuerpos serán salvos en la resurrección futura, lo cual es llamado «glorificación».
¿Cuán segura es nuestra salvación?
La pregunta que surge después de esto es: Pero... ¿Qué pasa con los creyentes que se acercan a Cristo en fe genuina y son justificados delante de Dios, pero con el paso del tiempo apagan el Espíritu Santo al pecar, “pierden su primer amor” y terminan sin producir frutos? No caminan por fe, no hacen la voluntad de Dios y finalmente hasta terminan por regresar al antiguo estilo de vida que vivían antes de conocer a Cristo.
encillamente, no son santificados, no son partícipes de la vida en Cristo, y por lo tanto no son vencedores.
¿Y qué pasa con esos creyentes? ¿En dónde encajan? ¿Son salvos o no? ¿Y dónde estarán en el Reino Milenial?
Ha habido un debate de siglos respecto a tales cristianos y su salvación. Por un lado, algunos dicen, que para comenzar, sus vidas en pecado son indicación de que nunca fueron salvos. En otras palabras, debido a que fallaron en esto, quiere decir que nunca tuvieron el Espíritu de Dios en sus corazones. No fueron salvos. Consecuentemente, no participarán en el Milenio. Teológicamente esto es parte del Calvinismo.
También están esos otros creyentes que insisten que estos cristianos reincidentes en el pecado, verdaderamente fueron salvos en algún momento, pero que al negar a Cristo con sus acciones, perdieron su salvación, y una vez más no pueden ser parte del Reino Milenial. Teológicamente, esto es parte del Arminianismo.
Sin embargo, en este breve artículo, me gustaría presentar un tercer punto de vista, el cual a mi juicio es una forma muy provocativa de examinar estas cosas. Uno que pensamos que realmente resuelve el problema de ambos lados de este argumento. Esto podríamos llamarlo el «Punto de vista del Vencedor».
Según el punto de vista del vencedor, si somos genuinamente justificados en algún momento de nuestras vidas, pero finalmente hacemos mal y nos apartamos de Dios, Él terminará disciplinándonos porque nos ama, tal como afirma en Apocalipsis 3:19: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Pero en el fin, nos salvará y en su amor nos llevará de regreso a su redil. ¡Ese es su carácter, su forma y su amor!
Creemos que la salvación, sin tener en cuenta las buenas obras que hagamos o las que dejemos de hacer, es eterna, irrevocable e indestructible. No puede ser alterada bajo ninguna circunstancia. Todos los pecados de los cristianos: pasados, presentes y futuros, están bajo la sangre de Cristo. La santificación es algo adicional.
La pregunta que surge es: ¿Qué pasará entonces con estos cristianos reincidentes, carnales, nominales, durante el Milenio? ¿Es que hay consecuencias por su estilo de vida infiel? ¡Seguro que será así!
Si no aprendemos a caminar con Dios aquí en la tierra, corremos el riesgo de poner en peligro nuestro lugar y posición en el reino venidero. Seremos parte del rapto, pero no seremos parte del gobierno milenial. Sé que a los calvinistas y los arminianistas no les gusta esto. Pero en lugar de argumentar acerca de la predestinación necesitamos exhortarnos unos a otros, sin argumentar en cosas que al final no producen ninguna justicia.
Prestemos atención a las palabras de Pablo: “Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra” (2 Ti. 2:20, 21).
Otra pregunta que surge es: ¿En dónde nos encontraremos durante el Reino Milenial? ¿Estaremos regocijándonos en compañerismo unos con otros en la presencia del Rey de reyes, o estaremos en algún otro lugar separado, experimentando profundo arrepentimiento y remordimiento al recordar todas las oportunidades que perdimos?
Hablando de la gracia y justicia de Dios, Salmos 89:14 dice: “Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro”. Sin embargo, no por el hecho de que estamos eternamente seguros tenemos licencia para pecar: “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Ro. 11:22).
Por consiguiente, la justificación no es todo lo que importa, sino que debemos aspirar a algo más. Todos vamos a regresar a la tierra por mil años en una forma u otra. ¡Y lo que haremos en el futuro reino tendrá que ver con lo que hemos hecho aquí! Y no será lo mismo para cada creyente. Alguien está observando y tomando notas detalladas. El profeta nos dice en Malaquías 3:16 que hay un “libro de memoria”.