Que hacer para convertirme en lo que debo ser en Cristo
- Fecha de publicación: Lunes, 06 Mayo 2019, 13:21 horas
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Hay muchas personas piadosas, sinceras y serias, que han asistido a los servicios religiosos durante toda su vida, quienes tratan de vivir una vida que no tienen. Y hay muchos otros que conocen a Cristo, pero nunca han aprendido a ser lo que deberían ser.
Para comenzar, nadie puede vivir la vida cristiana por sí mismo, ya que antes debe recibir a Cristo como su Señor y Salvador. Nuestro Señor Jesucristo es el único que puede vivir la vida cristiana. Millones de personas sinceras que asisten a las iglesias, piensan que son creyentes, sin siquiera saber lo que realmente significa ser un cristiano bíblico. Si se parara ante la puerta de un templo después de haber concluido un servicio religioso matutino, y preguntara a quienes van saliendo lo qué significa para cada uno de ellos ser cristiano, recibiría muchas respuestas diferentes, pero raras veces o tal vez nunca, le darían la respuesta bíblica correcta.
Pero... ¿cuál es la definición bíblica de un cristiano? Dios nos dice en Romanos 8:9-10: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia” (Romanos 8:9–10).
La Escritura claramente nos dice, que quienes no tienen el Espíritu de Cristo, no son cristianos.
De tal manera, que un cristiano verdadero es ese en quien mora el Espíritu de Cristo. Ser cristiano no tiene nada que ver con que la persona haya sido bautizada en alguna etapa de su vida, ni con una forma de bautismo determinado. Algunos pueden haber sido rociados, a otros pueden haberles derramado agua sobre la cabeza, y unos terceros tal vez fueron sumergidos. Varios como infantes, otros siendo niños, o como adultos, ¡eso no importa! Tampoco tiene nada que ver con atender servicios religiosos, o dar dinero a la iglesia o a causas caritativas, pero si tiene que ver con que sus pecados personales hayan sido perdonados, y que el Espíritu de Cristo more en usted.
A continuación Romanos 8:10 nos provee otro gigantesco “si”. “Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia”.
Dios también nos dice en Santiago 1:18, “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas”.
Fue el propio Dios en conformidad con su voluntad Soberana, quien nos hizo nacer como sus hijos. Él llevó a cabo esto, no por medio de ninguna agua bautismal, sino por su Palabra de Verdad, la Santa Biblia. Lo hizo para que pudiésemos ser una clase especial de “primicias de sus criaturas”.
El creyente nacido de nuevo es como una vitrina de exhibición de Dios, somos el modelo de lo que Él ha creado para ser consagrado para sí Mismo, y por medio de quien continuará revelándose ante el mundo. Tal como nuestro Señor Jesús nos dice en Mateo 5:45: “Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”.
Pero... ¿una vez que hemos nacido del Espíritu, qué sigue a continuación? Lo mismo que requieren esos que han nacido de la carne: recibir alimento, pero en lugar de ser nutridos por la leche materna, debemos recibir el alimento de la Palabra de Dios.
“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor” (1 Pedro 2:1–3).
Así como el instinto natural del recién nacido es alimentarse de la leche de su madre, de la misma manera el instinto sobrenatural del creyente verdadero que ha experimentado el nuevo nacimiento, es recibir el alimento genuino de la Palabra de Dios, a fin de poder crecer en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesús y que Él pueda llenar completamente su ser.
Nuestro Señor Jesús nos dice en Juan 6:63: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.
Lo que el Señor está diciéndonos es simple de entender. Declara que Él es quien da la vida. Y repite esto en Juan 14:6: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. El “camino... la verdad, y la vida” están personificados en nuestro Señor Jesús.
Él nos dice que nuestra carne natural no nos beneficia espiritualmente. Que nada de provecho recibimos de ella. Declara que las palabras que ha estado compartiendo con nosotros, la Palabra de Dios, son Espíritu y vida, vida que recibimos en la forma de conocimiento, entendimiento, sabiduría y en la capacidad para realizar todo tipo de obras, tal como dotó a Bezaleel, y respecto a lo cual dice la Escritura: “Habló Jehová a Moisés, diciendo: Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá; y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, y en artificio de piedras para engastarlas, y en artificio de madera; para trabajar en toda clase de labor” (Éxodo 31:1–5).
Dios llena a su pueblo con el entero espectro “de Vida”, con todo lo que necesita para llevar a cabo el plan que ha preparado para cada uno de sus hijos desde antes de la fundación del mundo. Para que Cristo more en nosotros, nos llena con su Espíritu y todo lo que esto conlleva: sabiduría, habilidad, comprensión, entendimiento, inteligencia, conocimiento y la destreza para ejecutar todo tipo de artes.
Una vez que hemos nacido por medio del Espíritu de Dios, Él anhela que continuemos siendo llenos de su Espíritu, creciendo en el conocimiento de su Palabra. Y dice en Juan 7:37b-39: “... Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado”.
Dios nos provee con la vida abundante en el Espíritu en Cristo Jesús y nos informa, cómo la imparte en nuestra existencia en una base diaria. Anhela que la vida en nosotros sea prolífica y sobreabunde, tal como nos dijo en Juan 10:10: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Nuestro Señor Jesucristo vino para que pudiéramos gozar y disfrutar esta vida, tenerla en abundancia, al máximo, hasta que sobreabunde.
Pero...¿qué hace que la vida en el Espíritu pueda sobreabundar en el creyente? ¡La prueba! La fe siempre debe ser probada. “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:6–8).
Hay un propósito para la pruebas a que somos sometidos y es que son para nuestro beneficio. Dios desea que sepamos, que debemos sentirnos profundamente felices a este respecto, a pesar de que por un tiempo experimentemos angustia y enfrentemos tentaciones. Todas estas cosas demuestran la autenticidad de nuestra fe. La forma cómo respondemos y vivimos de acuerdo con lo que hemos aprendido en su Palabra - la Biblia, la cual es más preciosa que el oro. La prueba de fe, y la forma cómo respondemos viviendo tal como Dios lo revela en las Escrituras, culminará en alabanza, gloria y honor cuando se revele el Señor Jesucristo, el Mesías, el Ungido.
Todo esto se logra sin haberlo visto a Él físicamente, porque es por medio de su Espíritu que le amamos, que creemos en Él, nos regocijamos y emocionamos con gozo celestial, triunfante inexpresable y glorioso.
Cada creyente tiene dos herencias que recibir, y somos instruidos así en Romanos 8:16-17: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”.
El propio Espíritu de Dios está testificándole a nuestro propio espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos sus hijos, también sus herederos. Herederos de Dios y coherederos con Cristo, compartiendo parte de Su propia herencia. Esto es algo que podríamos llamar incomprensible, sin embargo hay una cosa que también es cierta - que debemos compartir Su sufrimiento si deseamos ser partícipes de Su gloria.
Cada vez que un creyente enfrenta una prueba y la pasa, el Espíritu de Cristo literalmente explota en su interior como ríos de agua viva y hasta más. Mediante el paso de cada prueba, Dios nos otorga una porción de esa herencia terrenal que tiene para nosotros. “No devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición” (1 Pedro 3:9).
Es Dios quien permite que se acerquen a nosotros personas ingobernables y malvadas. Pero... ¿por qué? Para que heredemos las bendiciones que Él mismo ha preparado y las recibamos mientras estamos aquí en esta tierra. Cuando nos enfrentemos a estas personas, quiere que sepamos y recordemos que Él ha permitido que se acerquen a nosotros para nuestro beneficio. Desea que oremos por el bienestar, felicidad y protección de ellos, teniendo su amor en nosotros. El hacer esto, traerá consigo una bendición como herederos, traerá bienestar, felicidad y protección.
Todo esto es parte del misterio de Cristo. Tal como dijo Pablo: “Que por revelación me fue declarado el misterio, como antes lo he escrito brevemente, leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi conocimiento en el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:3–6).
Es el Espíritu de Cristo que vive en nosotros el que produce todo esto. Es como el viento - no podemos verlo, pero sí escucharlo, sentirlo y ver cómo afecta todo a nuestro alrededor de diferentes formas. Cuando cumplimos con su Palabra y permitimos que Cristo viva en nosotros, Él mismo produce los resultados. Nos hace sus coherederos y herederos con Cristo. Nuestro Padre desea que entendamos estos términos muy importantes, lo cual es un misterio porque es del Espíritu, nunca de la carne, porque lo único que la carne produce es malo, ya que no hay nada bueno en ella.
Es así como nos convertimos en lo que somos en Cristo Jesús. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
Así como los bebés recién nacidos no pueden convertirse en personas maduras sin recibir el alimento, la educación y la experiencia adecuada, de la misma forma el hijo de Dios tampoco podrá llegar a ser un cristiano que dé frutos, sin el alimento adecuado de su Palabra la Biblia. ¡Todo comienza con Cristo y en Cristo, porque sin Él nada podemos ser!