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La religión, ¿es o no es mala?

“Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión de tal es vana. La religión pura y sin mácula, delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg. 1:26, 27).

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La escalera de Jacob: Una semblanza del Señor Jesucristo - P2

El extremo superior “tocaba en el cielo”.  La escalera constituía el medio de comunicación entre dos puntos bien distantes, cuya separación fue causada por la iniquidad del hombre.  El hombre rico que estaba en el Hades, no vio ninguna escalera desde el infierno hasta el cielo, sino “una gran sima” (Lc. 16:26).

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La escalera de Jacob: Una semblanza del Señor Jesucristo

La vida de Jacob está colmada con vicisitudes altamente simbólicas de Cristo y de la verdad cristiana.  Tal pareciera como si nuestro Señor tuviera la increíble visión de la escalera de Jacob ascendiendo de la tierra al cielo, cuando le dijo a Natanael: “De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Jn. 1:51).

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El Sufrimiento de los Justos - PII

Diez años después, sus hijos también murieron.  Noemí se enteró que su pueblo en Belén ya tenía la bendición de Jehová en forma de alimentos, y fue así como resolvió regresar sola, no sin antes cumplir con su formación patriarcal de buscar hogares para sus nueras.  Había seguido a tres hombres en un peregrinaje, pero no estaba dispuesta a dejar que dos mujeres le siguieran en su nueva jornada de regreso a casa. 

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El Sufrimiento de los Justos

El concepto del “sufrimiento de los justos” ha sido durante milenios un tema de discusión, tanto para los cristianos como los incrédulos, incluso entre los sabios y rabinos de Israel.  La pregunta de por qué un creyente vive en ocasiones muy enfermo, experimenta reveses económicos y hasta tragedias en su familia, suscita una amplia variedad de respuestas.

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Porque la paga del pecado es muerte, pero Cristo es vida - Romanos 6:23

Cuando el hombre escogió desobedecer a Dios, el resultado fue la muerte.  El pecado no solamente causa daño a las personas, sino también entristece a Dios.  Separa el hombre de Dios.  Dios es Santo y Justo, y odia el pecado.  Cualquier persona que sigue pecando se enfrentará a consecuencias terribles: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23).

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La crucifixión del Cordero de Dios

Estamos entrando a la historia de la raza humana, de principio a fin, donde gira alrededor de este día transcendental, el día de la crucifixión del Cordero de Dios.  Los santos del Antiguo Testamento anhelaron ese día, el día de la expiación del Señor por los pecados de ellos, mientras que los santos del Nuevo Testamento miraban retrospectivamente hacia ese momento increíble. 

• Fue el día cuando todos los pecados de la progenie de Adán fueron pagados por el sacrificio sin mancha, puro y perfecto del Hijo unigénito de Dios.

• Fue el día prometido a Adán y a Eva, cuando Dios le dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gn. 3:15).

• El día del que habló Abraham cuando le dijo a Isaac: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto...” (Gn. 22:8).

• El día del que profetizó David cuando escribió: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?... Horadaron mis manos y mis pies... Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes... Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti” (Sal. 22:1, 16, 18, 27).

• El día del cual escribió el salmista: “La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo.  De parte de Jehová es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos.  Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él...  Bendito el que viene en el nombre de Jehová...” (Sal. 118:22-24, 26).

• El día del que habló Isaías: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:3-6).

• ¡Fue un día trágico, pero al mismo tiempo maravilloso!: “Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura; y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le daban de bofetadas. Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!” (Jn. 19:1-5).

  Juan no incluyó el momento en que Pilato se lavó sus manos.  De hecho, tampoco Marcos ni Lucas.  Sólo Mateo nos narra así la historia: “Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros” (Mt. 27:24).

  Pilato se lavó las manos diciendo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros”.

  ¿Por sólo lavarse las manos Pilato puede considerarse inocente?  De ninguna manera.  Todos somos culpables de la muerte de aquel Justo.  El Justo por nosotros los injustos.  Mediante su muerte el Señor pagó la cuenta de todos los pecados que hemos cometido en contra de Dios.  De no haber muerto él en nuestro lugar, no tendríamos la menor posibilidad de salvación.

  ¿Tiene usted alguna duda respecto al completo perdón divino?  Piense por un momento en sus años pasados y probablemente hasta el presente, ¿hay algo que no le permite disfrutar de paz?  ¿No será que duda del perdón de Dios y permite que el pecado que ya le ha sido perdonado siga molestándole porque no logra captar la enormidad del amor de Dios?

  Al enviarnos a su amado Hijo para morir por todos nuestros pecados, la Biblia habla por sí misma ofreciéndonos algunas de esas maravillosas cápsulas divinas del perdón también divino:

“...Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Is. 43:25).  Esto es posible porque alguien ya sufrió por mí.

“Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Is. 44:22).

“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:7).

“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado...  No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (Mi. 7:18),

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9).

  ¿En qué base puede el Señor concedernos tan amplio perdón?  ¿Cuántas veces hemos leído los pasajes de la Biblia que hablan del sacrificio de nuestro Señor sin prestarles mucha atención? “Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mt. 26:28).  Dios nos perdona, no en base a nuestro arrepentimiento, sino en base al sacrificio de Cristo.  Nosotros como favorecidos por su perdón, cuando nos arrepentimos y depositamos nuestra fe en Cristo, somos salvos, pero si Él no se hubiera adelantado y no hubiera provisto de esta salvación tan completa, del completo perdón mediante Su sacrificio en el Calvario, de nada valdría nuestro arrepentimiento, la fe, la confesión de pecados y todo cuanto hagamos para ganar el favor de Dios.  No habría posibilidad.

  Usted no se salvará porque es filántropo, porque procura ser muy buen ciudadano moralmente intachable, nada de esto, únicamente por la sangre de Cristo vertida en la cruz del Calvario.

  Tenga cuidado amigo, si aún no recibió a Jesús como su Salvador.  Porque aunque él ya sufrió el castigo que nosotros merecíamos y así saldó nuestra cuenta ante Dios, de nada servirá su sacrificio para quienes no lo reciban arrepentidos de sus pecados.  Hoy mismo, ¿no quisiera derramar su alma delante de Él y decirle, Señor perdóname, te recibo por Salvador?  Si no lo recibió aún, hágalo cuanto antes.

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“La ciudad de gloria”, P III

Cuando Dios mide algo es una señal de que le pertenece.  El doce que aparece una y otra vez en este recuento: doce mil estadios, ciento cuarenta y cuatro codos, que es doce por doce en la Escritura es el número del gobierno.  Es una ciudad de belleza y simetría, que simboliza la perfección proporcionada, ¡lo completo!  No sólo está revelado el tamaño y figura de la ciudad, sino los materiales con que está construida: “El material de su muro era de jaspe; pero la ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio; y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista. Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio” (Ap. 21:18-21).

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“La ciudad de gloria”, P II

¡Qué esperanza tan maravillosa!, ¿verdad?  Es tan hermosa, que hasta cuesta creerlo.  Creo que Juan lo sabía y por eso nos dio palabras de seguridad para ayudar a disipar nuestras posibles dudas.  “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.  Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.  Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin...” (Ap. 21:5, 6a).

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“La ciudad de gloria”

Mucho antes de la Segunda Guerra Mundial, vivía un locutor de noticias en Estados Unidos de nombre Hans von Kaltenborn, que siempre comenzaba su programación radial con estas palabras: “¡Bueno, hoy tenemos muy buenas noticias!”  Y así es como comienza la última parte del libro de Apocalipsis, ¡porque verdaderamente son muy buenas noticias!  Los juicios habrán pasado, las plagas terribles sobre la tierra habrán finalizado.  Es aquí cuando comenzamos a ver el cielo descendiendo a la tierra, un tiempo cuando la oración expresada por el pueblo de Dios durante siglos, será respondida: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10b).

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