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Los 70 años de existencia de Israel

  • Publicado en Israel

Los cristianos en todas partes oramos por la paz de Jerusalén, ya que la Palabra de Dios nos dice: “Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman.  Sea la paz dentro de tus muros, y el descanso dentro de tus palacios” (Salmo 122:6–7). Aunque esta paz es tan elusiva, ya que casi a diario nos enteramos por las noticias de hechos violentos que suceden en Israel, el pueblo judío es alegre por naturaleza. 

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La roca de nuestra salvación

“Viva Jehová, y bendita sea mi roca, y enaltecido sea el Dios de mi salvación” (Salmo 18:46).

Néguev es un desierto de Asia, situado al sur de Israel, en el distrito meridional.  Su nombre proviene de una raíz hebrea que significa “seco”, pero tomó asimismo el significado de “sur”, por su ubicación.  Ocupa un área de unos 13.000 kilómetros cuadrados, y tiene forma de triángulo invertido cuyo vértice meridional está situado en Eilat, sobre la costa del mar Rojo.  Al oeste limita con la península del Sinaí en Egipto, y al este con la zona meridional de Jordania, sirviendo de frontera el wadi Aravá.  La ciudad principal es Beerseba, situada en el borde septentrional del desierto, con Eilat al sur en la costa del mar Rojo, Dimona, Mitzpé Ramón y Rahat.

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El sueño del joven Alexander Duff

Un joven escocés que yacía al pie de un arbusto junto a un arroyo, se quedó dormido y tuvo un sueño maravilloso.  El cielo se tornó glorioso con una luz radiante y dorada.  En medio de esta luz emergió una carroza tirada por caballos de fuego.

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Aguja e hilo

 Un nativo del Congo oró de esta forma: “Amado Señor.  Sé tú la aguja y yo seré el hilo.  Vé tú primero y yo te seguiré dondequiera que me guíes”.

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¿Qué tenemos en Cristo?

Un amor que no puede ser comprendido.
Una vida que nunca se acaba.
Una justicia que no se empaña.
Una gloria que nunca puede nublarse.
Una luz que no puede oscurecerse.
Una felicidad que no puede interrumpirse.
Una fortaleza que nunca puede debilitarse.
Una belleza que nunca puede echarse a perder.
Una sabiduría que nunca puede frustrarse.
Recursos que nunca se agotan.

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Epigrama

Un hombre dijo orgullosamente: “He ido a la iglesia sólo dos veces en mi vida.  En la primera ocasión me rociaron la cabeza con agua y en la segunda me rociaron con arroz”.

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Verás Señor, las cosas son así..

“Verás Señor, las cosas son así: Podríamos asistir a la iglesia más fielmente si tus servicios se celebraran en otro día.  Tú has escogido un día que cae el fin de semana y uno está muy cansado.  Pero no sólo eso, sino que sigue al sábado en la noche.  Ya tú sabes que el sábado por la noche a uno le da el deseo de salir y disfrutar un poco, después de trabajar toda la semana.  Casi siempre es media noche cuando se regresa a casa, y es prácticamente imposible despertarse temprano el domingo por la mañana.  También debes darte cuenta que el domingo es el día que dan muy buenos programas de televisión por la mañana.  Asimismo es usualmente el domingo cuando uno prepara la comida más abundante de la semana.  Nos gustaría ir a la iglesia y sabemos que deberíamos hacerlo, pero definitivamente escogiste el día equivocado”.
                                                                Cristianos del Siglo Veintiuno

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Atendió a la iglesia durante 88 años

La señora Effie Linquist asistió a la Primera Iglesia Bautista en Keokuk, Iowa, regularmente durante 88 años.  Desde 1888, nunca faltó a un servicio de Navidad o de Pascua.  Durante ese tiempo sirvieron a la iglesia 15 pastores diferentes.  Escuchó más de 8.000 sermones, atendió a más de 4.000 servicios de oración y oró durante la noche más de 29.000 veces.

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Todavía no la habían hecho

El doctor Leon Tucker, director de la revista devocional bíblica Un mundo maravilloso, un predicador muy dotado y maestro, cuenta de una mujer que estaba muy quebrantada por una gran tragedia en su vida. 

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Cuando las cosas le fallaron a los McQuilkins

El doctor Robertson McQuilkin, fundador del Colegio Bíblico Columbia y su esposa habían hecho reservaciones para embarcarse para África en el barco Ciudad de Lahorn.  Unos pocos días antes que zarpara la embarcación, el doctor McQuilkin estaba atravesando la ciudad en un vehículo público.  Casualmente le echó una ojeada al periódico que leía su compañero de asiento.  De súbito su mirada se detuvo en un titular que decía: “El  Ciudad de Lahorn se hunde en el puerto”. ¡Eso no podía ser cierto!  Pero allí estaba y lo era.  La embarcación se había incendiado y en un esfuerzo por impedir que el incendio se propagara al muelle y a los otros barcos anclados fue necesario hundirlo.

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