Menu

Escuche Radio América

Aniversario de la guerra de los seis días

  • Fecha de publicación: Jueves, 17 Enero 2008, 18:15 horas

El 5 de junio de 1967, los judíos tal vez libraron la guerra más significativa de su historia moderna. Egipto, Siria y Jordania, con el apoyo de Irak, Kuwait, Arabia Saudita, Sudán, Argelia y Libia, se dispusieron a atacar a Israel.

Aniversario de la guerra de los seis días

La guerra estalló como consecuencia del persistente enfrentamiento árabe-israelí, que en los primeros meses de 1967, condujo a una postura cada vez más hostil entre ambos bandos. A mediados de mayo, todos los contendientes estaban movilizados. Egipto bloqueó el golfo de Aqaba, ruta vital para la navegación israelí, y este acto fue considerado por Israel como una agresión.

A pesar de todas las grandes diferencias, Israel derrotó las fuerzas combinadas de las Legiones Árabes que trataban de acabar con el estado judío. Las hostilidades se iniciaron el 5 de junio con un masivo ataque preventivo de las fuerzas israelitas, las que destruyeron la capacidad aérea de los países árabes. Las tropas judías avanzaron rápidamente, ocuparon la Franja de Gaza y alcanzaron la península del Sinaí. Al mismo tiempo luchaban contra los jordanos en la parte antigua de Jerusalén y avanzaban hacia Siria.

Cuando cesaron los combates el 10 de junio, Israel controlaba la totalidad de la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania incluyendo toda la ciudad de Jerusalén, y la estratégica Alturas de Golán en Siria. Israel conquistó un territorio cuatro veces mayor que el suyo propio en 1949, albergando en sus nuevas fronteras una población árabe de millón y medio de personas.

A pesar de que eran sobrepasados en una proporción asombrosa, la victoria fue inesperada. Israel avanzó en una arremetida veloz, entre los ejércitos combinados de Jordania, Egipto, Irak, Siria, Libia, Argelia, Kuwait, Sudán y Arabia Saudita como penetra un cuchillo a través de la mantequilla. En sólo seis días, los judíos se encontraron en posesión de toda la ciudad de Jerusalén, los territorios bíblicos de Judea y Samaria, las Alturas de Golán y la península del Sinaí. Sin duda fue una victoria milagrosa.

Los soldados israelitas posaron sus pies sobre el monte santo y en ese momento histórico, Israel se vio agobiado con gran responsabilidad. Su victoria milagrosa le puso en la difícil disyuntiva de determinar si debía conservar lo que Dios les había dado.

Creo que el Señor les devolvió el territorio a los judíos en conformidad con su pacto con ellos. No obstante, comenzaron a confiar en todo, excepto en Dios para mantener la paz en su nación.

El primer movimiento para apaciguar a sus enemigos fue la entrega de la península del Sinaí a cambio de “paz” con Egipto. Anwar Sadat, el arquitecto de este acuerdo, fue asesinado por firmar la paz con Israel. Hubo danzas de regocijo por las calles en todo el mundo musulmán, por la muerte del que llamaron “traidor”. La actitud de los musulmanes en contra de quien firmó el pacto con Israel, debió ser una clara advertencia para los judíos.

Debido a los continuos ataques terroristas y la presión de las naciones occidentales a fin de que los judíos devolvieran la llamada Banca Occidental y la Franja de Gaza para el estado Palestino, Israel inició un fatal proceso de apaciguamiento.

El 13 de septiembre de 1993, Israel estuvo de acuerdo en entregar el territorio que le diera Dios en 1967, a cambio de que cesaran los ataques terroristas en contra del estado judío y la promesa de paz. La fórmula del Acuerdo de Oslo fue «territorio a cambio de paz», junto con el ofrecimiento de Arafat de hacerle un alto a los ataques terroristas en contra de la población civil.

Bien pronto llegó a ser evidente que Arafat nunca pretendió hacer la paz con Israel. Una de las partes principales del Acuerdo de Oslo fue que los palestinos nunca más usarían el terrorismo para tratar de forzar concesiones en las negociaciones.

En septiembre del año 2000, cuando el Acuerdo de Oslo debía llegar a ser una realidad con el establecimiento de un estado Palestino, “viviendo lado a lado con Israel, en paz y seguridad”, Arafat emprendió lo que los israelitas apodaron «La Guerra de Oslo».
Es importante hacer notar, que los judíos sí cumplieron con su parte del acuerdo, a pesar de todo lo que los historiadores políticamente correctos puedan decir.

Para septiembre de 2000, los palestinos estaban en control de la Banca Occidental y la Franja de Gaza, e Israel se encontraba confinado detrás de la misma «Línea Verde», por decirlo así, en que estuviera antes de la Guerra de los Seis Días.

Había negociado y entregado todo el territorio que ganó en 1967, fiándose en la palabra de Arafat y en las promesas de la comunidad internacional, en lugar de confiar en las promesas de Dios.

De acuerdo con un informe noticioso expedido por el Instituto Nacional del Seguro de Israel, de todos los israelitas asesinados por los terroristas desde que el país fuera fundado en 1948, más de la mitad fueron masacrados desde septiembre del año 2000.

¡Piense en esto! Cincuenta y tres por ciento de las víctimas de todos los ataques terroristas desde 1948, sucumbieron después que Israel se despojó voluntariamente de la zona que le fuera entregada por Dios a cambio de una paz que nunca llegó.

Israel olvidó las lecciones que recibieron sus antepasados y como consecuencia está pagando el precio. Cuando los israelitas llegaron a Canaán desde Egipto, Moisés recibió instrucciones específicas de parte de Dios de no hacer ningún pacto con el pueblo que habitaba en el territorio ni con sus vecinos.

Ahora, en los tiempos modernos, Israel fue facultado milagrosamente para someter a sus enemigos que estaban tratando de destruirlo, sin embargo en lugar de confiar en las promesas divinas los israelitas firmaron un acuerdo de paz con sus enemigos. Como resultado están cosechando una gran tormenta.

Israel es la única nación en este planeta a la que Dios le otorgó un título de propiedad de su territorio. El mundo no quiere aceptarlo, pero cuando el Mesías de Israel retorne, todos tendrán que reconocerlo.

Ahora, en el cuadragésimo aniversario de este grandioso acontecimiento, observamos a Israel que se tambalea al borde de la catástrofe, rodeado por voraces predadores que creen tenerlos al alcance de sus garras. No es ningún secreto que sus enemigos por largo tiempo han tenido el anhelo de llevar a Israel y a los judíos a la extinción. Conforme observamos en suspenso, nos preguntamos: «¿Pasará Israel la prueba?»

El número cuarenta

En la Biblia, el número cuarenta porta poderosos y complejos significados, tanto negativos como positivos. Simbólicamente marca un período de inmersión en el rápido flujo de la corriente de la voluntad de Dios. Cuando comparamos los muchos significados sobre la duración de este período, encontramos que constituye un instrumento interpretativo de importancia en el estudio de la profecía.

Cuando el cuarenta aparece en conexión con individuos, grupos o naciones, sugiere un tiempo de prueba. También porta la idea de un período supervisado durante el cual, al objeto de la voluntad de Dios se le permite que demuestre madurez espiritual.

Por los pasados cuarenta años, desde la milagrosa victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días, los cristianos han observado a Israel con una mezcla de esperanza, expectativa, curiosidad y desilusión. Hemos sido testigos de sus victorias, derrotas, asesinatos e hitos espirituales. La mayoría hemos visto cómo se está preparando el escenario que rápidamente nos llevará hasta los días finales tan claramente detallados por los profetas de la antigüedad.

El punto de vista del Israel moderno como el reloj profético de Dios, es bien comprendido por los cristianos quienes observan los acontecimientos en Medio Oriente a través del lente de la interpretación dispensacional. Israel ahora está avanzando a través de una serie de acciones, en un horario que conllevará hacia una cadena de eventos cataclísmicos, cada uno de los cuales está designado a restaurar el quebrantado sistema mundial y a colocar a Israel como cabeza de las naciones.

Quienes observan a Israel están próximos a experimentar la más interesante confluencia de fechas, todas agrupadas alrededor de este número asombroso. En este tiempo del año acabamos de pasar por las fiestas solemnes de primavera de los judíos: la Pascua, los Panes sin Levadura y las Primicias. En el mes de mayo se celebró el Pentecostés, con su promesa de renovación espiritual. Las fiestas conmemoran transacciones entre Dios e Israel. Cada una de ellas colmada con significado.

Han transcurrido cuarenta años desde que los israelitas plantaron sus pies victoriosos sobre el monte del templo. Por tal motivo, vale la pena examinar nuevamente el significado de este número.

Bullinger define el cuarenta

En 1894, el señor Ethelbert William Bullinger escribió el texto titulado Números en la Escritura. Este libro documenta la conexión estadística entre los eventos bíblicos y cualquier contexto numérico que pueda aparecer con ellos. Y dice respecto al número cuarenta: «Por largo tiempo el cuarenta ha sido reconocido universalmente como un número trascendental, tanto en lo que respecta a la importancia de su frecuencia como a la uniformidad de su asociación con el período de prueba, juicio y castigo (no juicio como en el número nueve, el cual está en conexión con el castigo de enemigos, sino en la corrección de hijos y del pueblo del pacto). Es el producto de cinco por ocho. El cinco señala a la acción de gracia, y el ocho representa un fin que acaba en renacimiento y renovación. Este ciertamente es el caso en que el cuarenta se relaciona con un período evidente de probatoria. Pero en lo que se relaciona con dominio aumentado, o gobierno renovado o extendido, entonces lo hace en virtud de sus factores cuatro y diez, y en armonía con sus significados».

El cuatro (el número del reino) y el diez (el número de la perfección ordinal), hablan del período futuro del gobierno de Cristo sobre la tierra. Gracias a hombres como Bullinger y muchos que siguieron sus pasos, es común para nosotros mirar al cuarenta como un período de prueba que lleva al fracaso. Pero muchos olvidan que en la prueba hay gracia. Una parte integral de la prueba es la renovación y ensanchamiento. De tal manera que el estado final de la prueba es el realce de la condición espiritual general.

Note también que el señor Bullinger fracciona el cuarenta en números menores, los cuales constituyen sus factores básicos. Él fue el pionero de este método de analizar la Escritura, el que se suma a los otros sistemas que nos ayudan a discernir el significado de la Biblia. Antes de analizar la importancia actual del cuarenta, vamos a examinar ilustraciones pasadas.

Moisés y la gran prueba

Como primero en la lista del señor Bullinger está la vida de Moisés, quien pasó sus últimos cuarenta años guiando a las doce tribus a través del desierto. Cuando le hablaba al pueblo, los instaba para que recordaran la ley y los mandamientos de Jehová a fin de que pudieran conquistar el territorio de Canaán. También los urgía para que reconocieran todo lo que el Señor había hecho por ellos. Al hacerlo, mencionó los cuarenta años y el hecho que fueron tanto de prueba como de bendición. Les dijo: “Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra que Jehová prometió con juramento a vuestros padres. Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre. Tu vestido nunca se envejeció sobre ti, ni el pie se te ha hinchado en estos cuarenta años. Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga” (Dt. 8:1-5).

Aquí Moisés le habla a la nueva generación del pueblo de Dios, casi al fin de su marcha a través del desierto. Les recuerda los cuarenta años de reto que Dios puso delante de ellos y que debían seguir pensando de sí mismos como herederos de la tierra prometida. Les recuerda que Dios los humilló para que pudieran examinarse a sí mismos y confirmar que la motivación de sus corazones era pura.

Les repite lo que sabían: que el Señor los había alimentado con sustento celestial, más que con comida física, a fin de que aprendieran de su Palabra. ¿Y qué otra cosa podía ser más sorprendente, ya que hasta sus vestidos fueron preservados durante ese período en que anduvieron errantes?

Cuarenta años antes, la generación que pecó escuchó un mensaje completamente diferente. Aquí Dios les habló en juicio indicándoles que morirían. Para ellos los cuarenta años fue una sentencia, no una promesa. Y éstas fueron sus palabras: “Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros. En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los cuales han murmurado contra mí. Vosotros a la verdad no entraréis en la tierra, por la cual alcé mi mano y juré que os haría habitar en ella; exceptuando a Caleb hijo de Jefone, y a Josué hijo de Nun. Pero a vuestros niños, de los cuales dijisteis que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra que vosotros despreciasteis. En cuanto a vosotros, vuestros cuerpos caerán en este desierto. Y vuestros hijos andarán pastoreando en el desierto cuarenta años, y ellos llevarán vuestras rebeldías, hasta que vuestros cuerpos sean consumidos en el desierto. Conforme al número de los días, de los cuarenta días en que reconocisteis la tierra, llevaréis vuestras iniquidades cuarenta años, un año por cada día; y conoceréis mi castigo. Yo Jehová he hablado; así haré a toda esta multitud perversa que se ha juntado contra mí; en este desierto serán consumidos, y ahí morirán” (Nm. 14:28-35).

Sólo un poco antes de este tenebroso decreto, doce espías habían sido comisionados para investigar el territorio, con el propósito específico de conquistarlo. Como es bien sabido, diez de ellos negaron la posibilidad de derrotar a los canaanitas. No tenían fe alguna. Sólo Josué y Caleb proclamaron que Jehová el Señor les daría el territorio como herencia.

¡De manera significativa, los doce estuvieron explorando el territorio por cuarenta días! Una vez más, vemos el sólido y previsible patrón bíblico. Cuando el Señor comisiona a su pueblo para que lleve a cabo algo, el cuarenta está impreso en sus acciones. En este caso, el informe de la mayoría de los espías fue negativo, diez contra dos. Al dudar del poder de Dios para darles la victoria en el territorio, ellos no pasaron la prueba. Sin embargo, los dos hombres fieles, Josué y Caleb, fueron recompensados y aumentados por haber demostrado fe.
Pero este no fue el único período significativo de prueba marcado por cuarenta días. Tal vez el ejemplo más notable de ese tiempo lo tenemos en el ascenso de Moisés en medio del fuego y humo del monte Horeb. Dos veces subió la montaña para recibir las tablas de la ley, y en cada ocasión estuvo allí cuarenta días. Más tarde, al hacer un recuento de los fracasos espirituales de Israel, Moisés enfatiza la gracia de Dios al no destruir a la nación desobediente. Dice: “En Horeb provocasteis a ira a Jehová, y se enojó Jehová contra vosotros para destruiros. Cuando yo subí al monte para recibir las tablas de piedra, las tablas del pacto que Jehová hizo con vosotros, estuve entonces en el monte cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua; y me dio Jehová las dos tablas de piedra escritas con el dedo de Dios; y en ellas estaba escrito según todas las palabras que os habló Jehová en el monte, de en medio del fuego, el día de la asamblea. Sucedió al fin de los cuarenta días y cuarenta noches, que Jehová me dio las dos tablas de piedra, las tablas del pacto. Y me dijo Jehová: Levántate, desciende pronto de aquí, porque tu pueblo que sacaste de Egipto se ha corrompido; pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho una imagen de fundición. Y me habló Jehová, diciendo: He observado a ese pueblo, y he aquí que es pueblo duro de cerviz. Déjame que los destruya, y borre su nombre de debajo del cielo, y yo te pondré sobre una nación fuerte y mucho más numerosa que ellos” (Dt. 9:8-14).

En este punto, el relato en el capítulo 32 de Éxodo nos dice que Moisés argumenta el caso de Israel delante de Jehová Dios, diciéndole que los egipcios se regocijarán ante el hecho que permitió que los israelitas escaparan de la esclavitud en Egipto, para luego destruirlos en el desierto. Además, le pide que recuerde el pacto que hiciera con Abraham, Isaac y Jacob, de que su descendencia sería multiplicada y que ellos heredarían el gran territorio otorgado a Israel.

Después de eso Moisés descendió con las dos tablas, sólo para terminar haciéndolas pedazos: “Y volví y descendí del monte, el cual ardía en fuego, con las tablas del pacto en mis dos manos. Y miré, y he aquí habíais pecado contra Jehová vuestro Dios; os habíais hecho un becerro de fundición, apartándoos pronto del camino que Jehová os había mandado. Entonces tomé las dos tablas y las arrojé de mis dos manos, y las quebré delante de vuestros ojos” (Dt. 9:15-17).

La acción de Moisés inició otro período de cuarenta días, en esta ocasión de ayuno y oración, para que los israelitas pudieran ser librados de la destrucción: “Y me postré delante de Jehová como antes, cuarenta días y cuarenta noches; no comí pan ni bebí agua, a causa de todo vuestro pecado que habíais cometido haciendo el mal ante los ojos de Jehová para enojarlo. Porque temí a causa del furor y de la ira con que Jehová estaba enojado contra vosotros para destruiros. Pero Jehová me escuchó aun esta vez” (Dt. 9:18, 19).
El punto es, que la Escritura una y otra vez señala al significado del número cuarenta, y en cada ocasión la rebelión y la prueba están vinculadas específicamente con su pueblo en una forma que es evidente. Dios permite que su pueblo pase por períodos duros a fin de probarlos en el crisol de este mundo. Como dijo Moisés: “Rebeldes habéis sido a Jehová desde el día que yo os conozco. Me postré, pues, delante de Jehová; cuarenta días y cuarenta noches estuve postrado, porque Jehová dijo que os había de destruir. Y oré a Jehová, diciendo: Oh Señor Jehová, no destruyas a tu pueblo y a tu heredad que has redimido con tu grandeza, que sacaste de Egipto con mano poderosa” (Dt. 9:24-26).

Tres veces cuarenta

Moisés vivió 120 años de edad, o lo que es lo mismo tres veces cuarenta. Su vida es una ilustración del número cuarenta, ya que es divisible por tres, y cada uno de los tres períodos involucra una prueba diferente.

Primero, Moisés nació en Egipto bajo circunstancias extraordinarias, una prueba suprema. Israel estaba sumido en la esclavitud y Faraón había ordenado que todos los varones israelitas fuesen asesinados al momento de nacer. En la famosa narrativa, la madre de Moisés lo colocó en una arquilla de junco calafateada con asfalto y lo puso en un carrizal a la orilla del río. La hija del Faraón que descendió a lavarse en el río, vio la arquilla en el carrizal encontrando en su interior al niño al cual crió como si fuese propio.

Según la historia narrada por Flavio Josefo, la casa real reconoció a Moisés como un niño excepcional, inteligente, atlético y bien parecido. Cuando joven demostró autoridad y rápidamente manifestó su liderazgo militar entre los egipcios. Mientras esto ocurría, los etíopes estaban invadiendo regularmente a Egipto. Y el Señor usó estas circunstancias para colocar a Moisés a la vanguardia.

Dice Josefo en su obra Antigüedades de los judíos, libro segundo, capítulo diez, parágrafo uno: «Los egipcios, apesadumbrados y oprimidos, echaron mano a sus oráculos y profecías, y por consejo de Dios resolvieron tomar como aliado a Moisés el hebreo, para que los ayudara. El rey ordenó a su hija que lo enviara, para nombrarlo general de su ejército».

El general Moisés comandó un ejército vengador hasta el territorio de los etíopes. Allí condujo las fuerzas egipcias exitosamente a la victoria. En la misma campaña, la hija del monarca etíope lo vio en medio de la batalla y quedó tan impresionada por su comportamiento que se enamoró de él. Regresó convertido en un héroe, después de haber concertado valiosos vínculos políticos con los etíopes. Sin embargo, como sus raíces eran hebreas, los egipcios le temían, sospechaban de él. Con respecto a este hecho, Josefo escribe en Antigüedades de los judíos, libro segundo, capítulo undécimo, parágrafo uno: «Después de haber sido salvados por Moisés, los egipcios le cobraron odio y conspiraron ansiosamente contra él porque sospechaban que se aprovecharía de su triunfo para provocar un levantamiento y producir cambios en Egipto. Y dijeron al rey que había que matarlo».

Fue así como al comienzo de este segmento de su vida, Moisés ganó prominencia. La historia muestra que fue un personaje rechazado, poderoso, pero aislado y odiado. Fue bajo estas circunstancias que le dio muerte a un egipcio que golpeaba cruelmente a uno de sus hermanos hebreos. Aquí su prueba fue la lealtad hacia sus propios hermanos en lugar de las riquezas y el poder de los egipcios.
El segundo período de cuarenta años de su vida los pasó en el remoto Madián, en donde fue un pastor en este país desértico que hoy se llama Arabia. Ahora, estaba verdaderamente aislado, pero la Divina Providencia lo había enviado al territorio de la montaña de Dios, llamada Horeb. Allí ante una zarza que ardía y no se consumía, fue comisionado por Jehová Dios para que regresara a Egipto y librara a su pueblo de la esclavitud.

La tercera etapa final de cuarenta años de la vida de Moisés, fue una de liderazgo, mientras dirigía a las doce tribus de Israel a través del desierto. Aunque pocas veces lo consideramos, Moisés se convirtió en el tema de un gran discurso en el Nuevo Testamento.

El discurso de Esteban

Al momento de su martirio registrado en el libro de Hechos, Esteban pronunció uno de los sermones más poderosos en toda la historia. El tema de su predicación fue el fracaso repetido de las doce tribus al no obedecer a Dios. Él repasó su historia a partir de Abraham, recordando el patrón de repetidas crisis morales. Lo que es increíble, es descubrir que pronunció su sermón alrededor del número cuarenta.
En particular se refirió a la vida de Moisés, dividiéndola en tres períodos de cuarenta años, cada uno con una prueba específica. No podemos encontrar otra mejor ilustración de cómo el Señor usa esta cifra para tratar con su pueblo escogido. Los primeros cuarenta años nos recuerdan al joven Moisés, líder del pueblo: “Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras. Cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. Y al ver a uno que era maltratado, lo defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al oprimido” (Hch. 7:22-24).

El hecho climático de este primer período fue vengar a un pueblo esclavizado, aun a costa de perder la riqueza y el poder de Egipto. Tal como Esteban relata, Moisés se sorprendió al descubrir que aunque no había vacilado en defenderlos, a pesar de todo los israelitas no confiaban en él. Sin aliados se vio forzado a huir: “Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así. Y al día siguiente, se presentó a unos de ellos que reñían, y los ponía en paz, diciendo: Varones, hermanos sois, ¿por qué os maltratáis el uno al otro? Entonces el que maltrataba a su prójimo le rechazó, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez sobre nosotros? ¿Quieres tú matarme, como mataste ayer al egipcio? Al oír esta palabra, Moisés huyó, y vivió como extranjero en tierra de Madián, donde engendró dos hijos” (Hch. 7:25-29).

Moisés pasó cuarenta años en Madián viviendo como un simple pastor en la vecindad del monte Horeb, donde habría de recibir la ley. Este se iba a convertir en el lugar desde el cual Dios le hablaría a Moisés en varias ocasiones comenzando con la zarza que ardía sin consumirse: “Pasados cuarenta años, un ángel se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de una zarza. Entonces Moisés, mirando, se maravilló de la visión; y acercándose para observar, vino a él la voz del Señor” (Hch. 7:30, 31).
Ahora, el período final de cuarenta años de la vida de Moisés comenzaba con una prueba de fe que lo llevó ante el Faraón con una demanda que ha perdurado a través de las edades como el clamor del oprimido: “¡Deja ir a mi pueblo!” Después de un lento comienzo, Moisés trajo las diez plagas sobre Egipto y guió al pueblo judío a través del desierto: “Éste los sacó, habiendo hecho prodigios y señales en tierra de Egipto, y en el Mar Rojo, y en el desierto por cuarenta años. Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis” (Hch. 7:36, 37).

El poderoso sermón de Esteban se basó en el principio que el Señor es paciente y bondadoso con su pueblo. Especialmente en el caso de Moisés, notamos que no uno, sino tres períodos de cuarenta años son presentados como ilustración de la forma cómo el Señor planea sus eventos claves. Por lo tanto podemos decir con certeza que el cuarenta es el número de prueba.

Habiendo usado la vida de Moisés como el elemento clave de su discurso, Esteban a continuación mencionó otro período de cuarenta años, en esta ocasión citando al profeta Amós: “Y Dios se apartó, y los entregó a que rindiesen culto al ejército del cielo; como está escrito en el libro de los profetas: ¿Acaso me ofrecisteis víctimas y sacrificios en el desierto por cuarenta años, casa de Israel?” (Hch. 7:42).

Dios comisionó a Amós con la triste labor de anunciar el juicio sobre Israel en el siglo VIII A.C. Israel había sucumbido en la idolatría de la astrología, adorando a los dioses falsos de los cielos, y el profeta cita el lapso de cuarenta años durante los cuales Israel fracasó miserablemente.

Desde la resurrección hasta el año 70 de la era cristiana

Ahora, justo antes de ser apedreado hasta morir, Esteban pronuncia el mismo juicio sobre los fariseos y los reyes idumeos quienes eran manipulados como títeres. Es históricamente interesante que su muerte tuviera lugar un poco después del ascenso de Cristo en el año 30 de la era cristiana. En este tiempo, se había iniciado otro período de cuarenta años.

¡Desde la crucifixión de Cristo hasta la destrucción del templo de Herodes y la ciudad de Jerusalén transcurrieron cuarenta años! Durante ese tiempo, la iglesia de Jerusalén creció, incluso mientras los sacrificios continuos eran ofrecidos en el complejo del templo. A no dudar, los judíos creían que el patrón “normal” de los eventos continuaría hasta un futuro previsible.

Al aproximarse el último año de este período de cuarenta, se escribió la carta a los Hebreos. La mayoría de las autoridades datan su paternidad literaria para el año 68 de la era cristiana, conforme los planes de conquista de los romanos llegaban a su terminación. Pronto, tal como anticipó el Señor Jesucristo, el templo sería completamente destruido, exactamente a la conclusión del período de cuarenta años, un lapso que involucraba la relación entre la iglesia de Jerusalén y las autoridades del templo.

En el tercer capítulo de la carta a los Hebreos, Dios les advierte a los judíos que no se aparten de su fe cristiana por la atracción de la adoración en el templo, y les dice: “No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron, y vieron mis obras cuarenta años” (He. 3:8, 9).

Luego, más tarde en el mismo capítulo, el escritor a los Hebreos concluye su argumento comparando a los israelitas contemporáneos con la generación del desierto. En términos claros, dice que no pasará mucho tiempo antes que sobrevenga el juicio sobre Jerusalén e Israel. Y en el año 70 de la era cristiana, al final del período de cuarenta años, esos judíos que dependían de las fiestas solemnes antiguas y la intercesión de los sacerdotes llegó a su fin. Esos que no fueron asesinados, huyeron al extremo más remoto del imperio romano. No había descanso para ellos, sólo persecución y dispersión: “¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad. Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado” (He. 3:17-4:1).

El siglo veinte

Desde que Israel fuera refundado el 14 de mayo de 1948, los países árabes que lo rodean han estado agitados de continuo tratando de destruir la nueva nación y las doce tribus. Las guerras, las insurrecciones y el terrorismo se convirtieron en una forma de vida para los judíos. Después de un período de paz relativa a finales de la década de 1950 y comienzos de 1960, Siria comenzó a bombardear a Israel.
En 1963, bajo la dirección de la Liga Árabe, Siria intentó cortar el suministro de agua del río Jordán, dejando a Israel sin recursos acuíferos. En 1964, Israel replicó con artillería destruyendo el equipo de tierra de los sirios.

Las hostilidades entre los dos países fueron escalando. El 24 de mayo de 1966, Hafez Assad, quien entonces era ministro de defensa, declaró: «Nunca aceptaremos un plan de paz. Sólo reconoceremos la guerra. Hemos resuelto empapar este territorio con la sangre de ellos, expulsaremos a los agresores, los arrojaremos al mar».

Durante la primera mitad de 1967, Siria estuvo disparando sobre comunidades agrícolas en el norte de Israel, e incluso hasta plantó minas allí. Muchos colonos fueron seriamente heridos y algunos asesinados.

En el mismo tiempo, las fuerzas egipcias se movilizaron en el flanco sur de Israel, junto con Arabia Saudita, Jordania, Kuwait, Siria, Líbano e Irak. En mayo de 1967, Israel tenía más de 250.000 tropas, 800 tanques y 300 jets de combate; mientras que las fuerzas árabes combinadas tenían 550.000 tropas, 2.500 tanques y más de 900 jets de combate. Las milicias islámicas sentían que había llegado el momento histórico de sus sueños.

Para finales de mayo, estas fuerzas habían movilizado sus tropas hasta las fronteras de Israel. Egipto lanzó un bloqueo naval masivo. La radio del Cairo repetidamente proclamaba que Israel estaba atrapado, sin ninguna otra alternativa más que rendirse. Durante el período del 31 de mayo hasta el primero de junio, Egipto añadió refuerzos movilizando más de 100.000 tropas, 1.000 tanques y 500 piezas de artillería, en la zona de la península del Sinaí.

El 5 de junio, en un choque preventivo, Israel barrió a todos sus enemigos en una milagrosa campaña de seis días. Para el 10 de junio, Israel controlaba la península del Sinaí, Jerusalén, Judea, Samaria y las Alturas de Golán. Se han escrito muchos libros para conmemorar la asombrosa serie de victorias ganadas por Israel, a pesar de una abrumadora serie de diferencias, siendo la intervención divina la única explicación posible.

Para esta fecha, Israel aceptó las demandas del Concilio de Seguridad de las Naciones Unidas por un cese al fuego. Israel había capturado el este de Jerusalén, incluyendo la ciudad antigua. Esto, claro está incluía el monte del templo. Entre los religiosos judíos había regocijo ante el prospecto de unir a Jerusalén y los planes para edificar el tercer templo. Tristemente, sólo por unas 24 horas.

Siguiendo a la II Guerra Mundial, al reino Hachemita de Jordania se le otorgó el control del monte del templo, de la Cúpula de la Roca y la Mezquita Al Aqsa. Al consorcio árabe llamado «Waqf» se le confirió la guardia y custodia oficial de esta área. Debido a esto y a la presión de ciertos grupos de rabinos que creían que a los judíos se les debía prohibir el acceso al monte por su naturaleza sagrada, el ejército israelí bajo el general Moshe Dayan, rápidamente retornó el monte a la ocupación árabe. ¡Qué gran fracaso de constancia y fe!

Desde ese día hasta hoy, los árabes han estado bien ocupados en un programa para erradicar cualquier rastro de la historia judía en el monte Sion. Ahora hasta niegan oficialmente, que en un tiempo se encontró allí el templo de Salomón. Y lo que es aún más infame, el finado Yaser Arafat atrevidamente proclamó que allí nunca hubo templo judío de ninguna clase. Hoy los islamitas de cada facción proclaman este mensaje desde las azoteas de las casas.

Han transcurrido ya cuarenta años desde la victoria de 1967. Hemos tomado el tiempo para documentar toda la perspectiva bíblica que está entretejida en y a través de este número. Dado todo lo que ya sabemos, debemos examinar los últimos cuarenta años como otra prueba de la fe de Israel.

Un cuadragésimo aniversario complejo

Esto nos lleva a una serie de fechas que ahora llaman nuestra atención. Como mencionara anteriormente, la guerra comenzó el 5 de junio de 1967. El cuadragésimo aniversario de este evento fue obviamente el 5 de junio de 2007. Asimismo el cuadragésimo aniversario de la captura de Jerusalén fue el 10 de junio de 2007.

A simple vista el aniversario parecería directo. Es decir, que si marcamos el momento cuando las tropas israelitas posaron por primera vez sus pies en el monte del templo, entonces el 10 de junio de 2007 debió marcar el fin de un período de prueba de cuarenta años para Israel.
Sin embargo, este cuadro se complica, si también consideramos el aniversario desde la perspectiva judía, usando el calendario judío. En este calendario, la Guerra de los Seis Días comenzó el 26 de Iyar del año 5727 y concluyó el 2 de Sivan del 5727.

En el mismo calendario judío, el año 2007 corresponde al 5767; mientras que el 26 de Iyar y el 2 de Sivan corresponden unos 22 días antes que las fechas aniversarios en el calendario gentil.

Pentecostés: Esperando una nueva dispensación

Tal como la Biblia demuestra claramente, los cuarenta años usualmente marcan una desviación radical de lo que había pasado antes. En el caso actual, Israel ha sido probado repetidamente en lo que respecta a mantener a Jerusalén unificada y al estado de Israel unido. Habiendo entregado custodia del monte del templo, los israelitas le proveyeron a las fuerzas islámicas un asidero, el cual desde entonces se ha transformado en una serie de demandas que cada día aumentan más, por un estado Palestino.

Esto, claro está, incluiría la división de Jerusalén, con la parte oriental convirtiéndose en la capital de Israel. La prueba ha incluido dos guerras, una en 1973 y otra en 2006. Israel ha soportado bombardeos y el asalto continuo de dos Intifadas árabes. La primera fue en la década de 1980, la segunda comenzó en el año 2000 y ha continuado hasta el presente. Sin embargo, esas acciones deberían ser llamadas más correctamente terrorismo.

¿Podemos decir entonces que estos cuarenta años han sido de prueba para Israel? Sí, esa parece ser la conclusión lógica, el hecho obvio. La prueba está centrada en una pregunta antigua: «¿Podrán los líderes de Israel continuar manteniendo su presencia en la tierra santa?»

En este momento, tal parece como si estuvieran perdiendo control. Tuvieron que entregar la Franja de Gaza en una retirada unilateral. Después de cuarenta años esta área fue a parar a manos de las organizaciones terroristas Fatah y Hamas, quienes la están usando como su base de operaciones en sus intentos por apoderarse de todo el territorio de Israel. Ehud Olmert ha demostrado su falta de deseo por librar una batalla efectiva para mantener la frontera de Israel. El año pasado los misiles de Hezbolá llovieron sobre el territorio del norte de Israel.
El enemigo fue tan efectivo y los líderes de Israel tan ineficaces, que sus cabezas terminaron por rodar. El mayor general Yiftah Ron-Tal abiertamente criticó la metida de pata de los militares israelitas, culpando al teniente general Halutz por la débil respuesta de Israel. El mes de octubre del año 2006 fue testigo de una sacudida significativa en la milicia de Israel. Conforme la prueba avanza, Israel parece cada vez más inútil en asuntos de seguridad y solidaridad nacional. También debe añadirse que han sucumbido a la creciente presión del gobierno de Estados Unidos por un estado Palestino.

En una nota final, debemos señalar que los dos días de Pentecostés están colocados entre el cuadragésimo aniversario judío y gentil de la Guerra de los Seis Días. En el calendario judío, el 2 de Sivan corresponde al 19 de mayo y cae cuatro días antes de Pentecostés, correspondiendo al 6 de Sivan, o al 23 de mayo. Dieciocho días después en el calendario gentil, tenemos el cuadragésimo aniversario el 10 de junio.

En el pasado, hemos señalado a menudo la importancia del significado de Pentecostés. Para los judíos, simboliza el contrato matrimonial entre Dios e Israel en el Sinaí. En esta fecha Moisés recibió las dos tablas escritas por la propia mano de Dios. Este acto inició la dispensación de la ley. En Pentecostés, los religiosos judíos permanecen despiertos toda la noche estudiando las Escrituras y esperando por la bendición de una revelación de Dios.

Esto es exactamente lo que los apóstoles hicieron en el más famoso de todos los Pentecostés. Temprano a la mañana siguiente, llegó la revelación, marcando el nacimiento de la Iglesia y el arribo de la nueva dispensación de la gracia: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados” (Hch. 2:1, 2).

Ya que tanto el inicio de la dispensación de la ley como la de la gracia se celebran en esta misma fecha, no es necesario forzar la lógica para deducir que el nuevo cambio de dispensación, bien podría tener lugar en una celebración de Pentecostés.

volver arriba