Israel y Jerusalén
- Fecha de publicación: Lunes, 24 Marzo 2008, 19:42 horas
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Desde la distancia las colinas de Jerusalén parecen extenderse como olas ondulantes de un tormentoso mar. Nuevos asentamientos judíos coronan las colinas como gorros blancos. En medio de todo, bordeadas por palmeras se levantan las altas paredes de la Ciudad Antigua, el corazón de Jerusalén, que encierra monumentos sagrados a los judíos, cristianos y musulmanes.
Aquí el peso de la historia y el poder de la memoria crean una especie de remolino cósmico que a menudo obliga a las personas a confrontar las grandes preguntas acerca del significado de la vida y la existencia de Dios.
Pero... ¿En qué piensa usted cuando escucha la palabra«Jerusalén?» ¿Tal vez viene a su memoria el monte de los Olivos que se partirá en dos cuando el Mesías pose sus plantas sobre él, tal como dice la profecía?: “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur” (Zac. 14:4).
¿Piensa quizás en guerras pasadas y futuras, o en la profecía de Zacarías 12:3 que dice que todas las naciones subirán contra Jerusalén?: “Y en aquel día yo pondré a Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra ella”.
Algunos creyentes tal vez imaginan el futuro templo que describe el profeta Ezequiel en los capítulos 40 al 47. O quizás evoquen las dificultades que han tenido que sufrir en años recientes los habitantes de Jerusalén a consecuencia de tantos ataques terroristas.
También es posible que recuerden las predicciones del Señor Jesucristo sobre algunos eventos que ocurrirán antes de su retorno, tal como este: “...y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Lc. 21:24b). Respecto a esta última profecía, algunos eruditos creen que se cumplió el 28 de Iyar en el calendario hebreo, el que corresponde al 7 de junio de 1967, cuando Jerusalén volvió a estar bajo el control de la soberanía israelí.
Así sean cristianos, musulmanes o judíos, miles se sienten atraídos por Jerusalén. La fe de ellos es la que anima el alma de la ciudad y la hace diferente a cualquiera otra del mundo.
Los israelitas ya celebraron tres mil años desde que el rey David estableciera a Jerusalén como la capital de los judíos. Mientras los enfrentamientos entre judíos y palestinos se producen casi a diario, las negociaciones de paz entre ambos mantienen a la ciudad en la mirilla internacional. La humanidad en general cree que el proceso de paz puede ayudar a una ciudad dividida por la religión e inspirar a los habitantes de Jerusalén a vivir en paz. A pesar de todo hay menos tranquilidad ahora, que la que había antes de que se iniciara este proceso. Ahora no sólo están los judíos y los árabes peleando más a menudo, sino que los judíos están riñendo más entre ellos mismos.
La historia de Jerusalén es única. Hace cuatro mil años las colinas que bordean el desierto de Judea se empapaban con sangre con una regularidad casi monótona. La ciudad ha sido conquistada por faraones, jebuseos, israelitas, babilonios, persas, griegos, romanos, árabes, cruzados, ayyubids, mamelucos y otomanos. Y en cada ocasión los recién llegados la remodelaban de acuerdo con su propia imagen.
El monte del templo ha sido el núcleo de la religión judía desde que la misma comenzara hace casi 3.500 años, y es también el punto focal para el cristianismo y el islamismo. Abraham casi sacrificó a su hijo en ese lugar. También fue allí mismo donde Jesús arrojó a los cambistas, y los musulmanes aseguran que desde ese mismo lugar Mahoma ascendió al cielo para encontrarse con Aláh.
El muro gigantesco se eleva arrogante y su altura se amplifica por la excavación de 21 metros que yace debajo. Hay un corte en el subsuelo que revela paredes de un palacio musulmán construido en el siglo VIII, y por debajo de esto yacen calles pertenecientes al primer período romano.
Durante el período romano la Ciudad Antigua era una comunidad judía amurallada, con mercados, casas y el gran templo. Hoy es el hogar de judíos, cristianos y musulmanes, quienes viven en un claustrofóbico laberinto de calles, tiendas y monumentos religiosos. En la cima del monte del templo se levantan dos mezquitas musulmanas: Al-Aqsa y la majestuosa Cúpula de la Roca, pero ni los cristianos ni los judíos pueden orar allí.
El Muro Occidental, el lugar más santo del judaísmo, es visitado diariamente por los fieles. Un mar de hombres con vestidos negros y mantos de oración se congregan allí, orando en voz alta, devotamente, con las cabezas inclinadas. Las mujeres oran en silencio en una sección separada. Las estrechas hendiduras entre las masivas piedras rectangulares del muro, se encuentran atiborradas con pedazos de papeles, cada uno con una oración. Este muro es un recordatorio constante de la fe del pueblo judío.
Es indudable que los israelitas son un pueblo cuyo destino es guiado por la mano de Dios. Después de casi dos mil años en el exilio, y luego de generaciones de concluir la comida tradicional de Pascua repitiendo las palabras «el próximo año en Jerusalén», la nación de Israel fue restaurada en su antiguo territorio y capital. La realidad es que el monte del templo siempre ha sido el punto focal de esta esperanza, el regresar a su tierra natal y reconstruir el templo es un sueño largamente anhelado por los judíos.
Jerusalén es un lugar único. No hay otro igual en todo el mundo. Geográficamente, la Jerusalén antigua no poseía características que normalmente definen a una gran ciudad. No estaba localizada en una importante ruta comercial. No poseía una gran fuente de agua, excepto el manantial de Gihón. Tampoco tenía suficiente trascendencia como para que un ejército se interesara en conquistarla.
Sin embargo, Jerusalén ha sido testigo de importantes eventos históricos. De hecho, su nombre se menciona 881 veces en la Biblia: 667 en el Antiguo Testamento y 144 en el Nuevo Testamento. Pero vale la pena hacer notar que no aparece ni una sola vez en El Corán. Además, los eruditos judíos dicen que hay 70 nombres descriptivos o poéticos para Jerusalén. En hebreo, Yerushalaim,que se menciona por primera vez en Josué 10:1, significa «ciudad de paz», y está escrito en forma plural, lo cual quiere decir que tiene una paz múltiple.
Jerusalén está en el centro de la tierra, o como dice la versión Reina-Valera 1909 en Ezequiel 38:12: “en el ombligo de la tierra”. Jerusalén e Israel tienen una importancia especial para el pueblo judío, ya que entre todas las naciones de la tierra, Dios escogió a su pueblo para que fuesen sus representantes y revelaran su carácter por medio de las Sagradas Escrituras. Jerusalén también ha sido la ciudad que más ha amado el pueblo judío a través de su historia.
Teddy Kollek, quien fuera alcalde de Jerusalén, en una ocasión dijo: «Por tres mil años Jerusalén ha sido el objeto central de la esperanza y añoranza judía. Ninguna otra ciudad en el mundo ha ocupado tan importante papel en la historia, cultura, religión y conciencia de un pueblo, como lo tiene Jerusalén en la vida de los judíos. A lo largo de su exilio, Jerusalén permaneció viva en los corazones de los israelitas como el eje de su historia y el símbolo de su antigua gloria. Tal corazón y alma del pueblo judío engendra la idea de que si uno necesitara una sola palabra para simbolizar la historia judía, esa palabra sería ‘Jerusalén’».
Jerusalén también es especial para Dios, ya que la eligió como su morada. Son varios los textos de la Escritura que revelan que Él ama a Jerusalén más que cualquier otro lugar en la tierra:
• “...Jerusalén, ciudad que Jehová eligió de todas las tribus de Israel, para poner allí su nombre...” (1 R. 14:21b).
• “Desde el día que saqué a mi pueblo de la tierra de Egipto, ninguna ciudad he elegido de todas las tribus de Israel para edificar casa donde estuviese mi nombre... Mas a Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre, y a David he elegido para que esté sobre mi pueblo Israel” (2 Cr. 6:5a, 6).
Los cristianos vemos a Jerusalén como la Ciudad Santa porque allí tuvieron lugar muchos eventos importantes en la vida de Jesús. Jerusalén también es importante para los musulmanes modernos, quienes la designan como su tercera ciudad más sagrada. Aseguran que Mahoma la visitó en una visión nocturna, a pesar de que su nombre, como ya vimos, no aparece en El Corán, y la visión no fue asociada con Jerusalén hasta muchos siglos después.
Jerusalén se ha convertido en un lugar céntrico para los medios noticiosos. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué su nombre aparece prácticamente a diario en artículos sobre Israel en los periódicos mundiales? Se asegura que hay más corresponsales allí que en cualquier otro país del mundo. Ciertamente, los ojos del mundo están puestos sobre Israel y Jerusalén.
Hay muchas personas, incluso cristianas, que como lo oyen mencionar tan a menudo, creen que Israel es un país grande, pero su tamaño es de sólo 21.946 kilómetros cuadrados, prácticamente nada si se compara con los 406.752 kilómetros cuadrados que ocupa el territorio de Paraguay.
Creo que los ojos del mundo se mantienen fijos sobre Israel debido a la importancia que tiene para Dios, tal como testifican las Escrituras. Su población incluye a judíos, árabes, cristianos y personas de todas partes del mundo. Y aunque se le llame la «ciudad de paz», casi todos los días se escuchan disparos desde diferentes partes de la ciudad.
Pese a que los ataques terroristas son algo verdaderamente aterradores, el nivel de crimen común es muy bajo. Los niños viajan solos a la escuela en autobús, y nadie se preocupa por su seguridad porque los crímenes en contra de ellos son casi inexistentes. Nunca aparecen fotos de niños desaparecidos en las cajas de la leche en Israel, tal como en Estados Unidos, pero es cierto que nadie puede decir que Jerusalén es una ciudad libre de conflictos.
Jerusalén: ¿Ciudad de Paz?
Muchos usan los nombres Ir Shalom, «ciudad de paz» o Ir Shilem, «ciudad completa», para referirse a Jerusalén. El sueño más anhelado de todo judío es que el territorio de Israel sea un lugar de paz. No obstante, sólo tendrán paz cuando venga el Mesías. La frase en hebreo ad she yavó Moshíaj («hasta que venga el Mesías»), es una expresión común en Israel. La ciudad ha sido testigo de muchos conflictos a través de su historia y en tiempos recientes, y la paz parece ser sólo una utopía.
Pese a todo, desciende una paz muy especial sobre la ciudad cada semana, cuando todo comienza a calmarse a medida que los habitantes se preparan para iniciar su día de reposo. Al atardecer se percibe el olor a sopas de pollo por todas las calles de Jerusalén. Sus habitantes lucen sus mejores galas. Los padres llevan flores a sus esposas. El tráfico desaparece cuando se pone el sol. Las mesas en cada hogar están decoradas de manera especial, y las familias se sientan para disfrutar su cena del sábado sin prisa alguna. Repasan un texto bíblico y cantan algunas alabanzas. Los esposos bendicen a las esposas con la lectura de Proverbios 31, y los padresbendicen a sus hijos. Y si eso es ahora que aún no ha venido el Mesías, ¿cómo será durante la edad del Reino?
Es cierto que por casi dos mil años, el pueblo de Israel ha estado distanciado por sus diferentes creencias sobre el Mesías. Los judíos cristianos aceptan a Jesús como el Mesías, mientras que el pueblo judío en general todavía lo está esperando. Esa diferencia ha causado gran tensión entre ambos grupos. Por 1.700 años, desde que Constantino declarara al catolicismo romano como la religión del estado, el pueblo judío ha sufrido a manos de esa religión institucionalizada. La persecución está bien documentada, y culminó con el Holocausto, cuando seis millones de judíos fueron asesinados simplemente por ser judíos.
Es triste que este gran segmento religioso que se autodenomina cristiano, actuara tan cruelmente en contra del pueblo judío. Sin embargo, los verdaderos cristianos han hecho la gran diferencia. La Embajada Cristiana Internacional en Jerusalén, los Amigos Cristianos de Israel y Puentes para la Paz son tres de los principales ministerios que hacen precisamente eso.
Hace poco tiempo que comenzó a advertirse un cambio positivo en la actitud del pueblo judío, a medida que comenzaron a reconocer que existen cristianos que viven según las Escrituras. Ya saben que son sus amigos, quizás sus únicos amigos. Gracias al trabajo admirable de muchos cristianos en Israel y de todas partes del mundo, puede verse un cambio gradual en el pueblo judío.
En el pasado, cuando una persona le preguntaba a alguien si era cristiano evangélico, el último tenía que estar preparado para el rechazo si respondía afirmativamente. Hoy, lo más probable es que reciba una palabra de agradecimiento por su buena labor en ayuda de Israel y su pueblo. Los judíos se están despertando al hecho de que millones de cristianos alrededor del mundo les aman, y que son muy amados por Dios.
En las conversaciones con rabinos, políticos, intelectuales o personas ordinarias, siempre se plantea la idea de que cuando llegue el Mesías, tanto los cristianos como los judíos le seguirán. En una ocasión se le preguntó a Teddy Kollek, ex alcade de Jerusalén, si creía que Jesús era el Mesías. Como buen político que no quería ofender a nadie, respondió que cuando viniera el Mesías, tendrían que integrar un comité de cristianos y judíos. Luego, ese comité solicitaría una entrevista con el Mesías para hacerle una serie de preguntas. Y Kollek sugirió que esta sería la primera pregunta que debía hacérsele: «Señor, ¿estuviste ya aquí en algún tiempo pasado?»
Derecho bíblico
Pero... ¿Por qué los árabes y otros grupos se disputan el derecho de posesión de Jerusalén? ¿Cuentan ellos con algún apoyo bíblico? El primer lugar donde se declara que Abraham es el propietario legítimo de la tierra de Israel es en la Biblia, en los capítulos 12 y 13 de Génesis. Esos capítulos relatan cómo Abraham fue llamado por Dios para ir desde Harán, en el norte de Mesopotamia, hasta la tierra de Canaán y establecerse allí: “Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (Gn. 13:14, 15). Abraham y su descendencia integrarían una nueva familia, la nación de Israel. Además, Dios había determinado desde la eternidad que un descendiente suyo sería el Salvador del mundo.
La promesa de Dios a Abraham se repite múltiples veces en toda la Biblia. Ese pacto estableció el primer gobierno teocrático de Dios con los hombres. Fue un pacto incondicional, que depende únicamente del Creador, y representa el aspecto esencial de todos sus planes para la humanidad, incluyendo la salvación: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:1-3). Esta promesa contiene cuatro áreas de bendición:
1. A la nación de Israel: “Y haré de ti una nación grande”.
2. A Abraham y a sus descendientes: “Y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición”.
3. A quienes bendigan a Israel: “Bendeciré a los que te bendijeren”.
4. A todas las naciones: “Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.
Cuando Dios hizo ese pacto con Abraham, le entregó la tierra de Canaán a él y a sus descendientes como posesión eterna: “Y le dijo: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra” (Gn. 15:7). Abraham dio un gran paso de fe al creer en esa promesa, ya que en ese momento todavía no tenía hijos.
Dios una vez más reanudó este pacto con Isaac, en conformidad con la promesa que le hiciera a su padre Abraham, le dijo: “Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente, por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Gn. 26:3-5).
A través de toda la Escritura, el Señor asimismo prometió una y otra vez, que después de la dispersión del pueblo judío, lo volvería a llevar de regreso a su tierra natal donde nunca más sería desarraigado, así lo confirman los ejemplos que veremos a continuación:
• “Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede en Asiria, Egipto, Patros, Etiopía, Elam, Sinar y Hamat, y en las costas del mar. Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra. Y se disipará la envidia de Efraín, y los enemigos de Judá serán destruidos. Efraín no tendrá envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraín; sino que volarán sobre los hombros de los filisteos al occidente, saquearán también a los de oriente; Edom y Moab les servirán, y los hijos de Amón los obedecerán” (Is. 11:11-14).
• “No obstante, he aquí vienen días, dice Jehová, en que no se dirá más: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de tierra de Egipto; sino: Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los volveré a su tierra, la cual di a sus padres” (Jer. 16:14, 15).
• “Porque he aquí que vienen días, dice Jehová, en que haré volver a los cautivos de mi pueblo Israel y Judá, ha dicho Jehová, y los traeré a la tierra que di a sus padres, y la disfrutarán” (Jer. 30:3).
• “Y traeré del cautiverio a mi pueblo Israel, y edificarán ellos las ciudades asoladas, y las habitarán; plantarán viñas, y beberán el vino de ellas, y harán huertos, y comerán el fruto de ellos. Pues los plantaré sobre su tierra, y nunca más serán arrancados de su tierra que yo les di, ha dicho Jehová Dios tuyo” (Am. 9:14, 15).
Pero el territorio de Israel, sin duda también es propiedad de Dios, como él mismo afirmó: “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo” (Lv. 25:23). Dios deja claro que la tierra no debe ser vendida ni regalada, porque es de su propiedad. Recalca asimismo en su Palabra, características especiales de ese territorio. En Ezequiel 36:5, 20; 38:16 y Joel 3:2, se le llama “Mi tierra”. Pero en otros textos se refiere a Israel como la tierra del pueblo judío, tal como en Ezequiel 36:17, 24 y 37:21: “Hijo de hombre, mientras la casa de Israel moraba en su tierra, la contaminó con sus caminos y con sus obras; como inmundicia de menstruosa fue su camino delante de mí… Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país… Y les dirás: Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí, yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra”.
Es obvio entonces que el pueblo judío y el territorio de Israel tienen un vínculo inseparable, y la Biblia se refiere a ambos como si estuvieran casados: “Nunca más te llamarán Desamparada, ni tu tierra se dirá más Desolada; sino que serás llamada Hefzi-bá, y tu tierra, Beula; porque el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada. Pues como el joven se desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo” (Is. 62:4, 5).
Dios ha sido fiel a las promesas que les hiciera a los descendientes de Abraham. No ignoremos su plan continuo en hacer cumplir su pacto respecto al territorio, la nación y el pueblo de Israel. Todo esto plantea la siguiente pregunta: ¿Por qué Dios escogió a ese pueblo? En Deuteronomio 7:7, 8a leemos: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres...”
Por su parte, Éxodo 19:5 habla de una promesa condicional. Si los israelitas obedecían plenamente a Dios y guardaban su pacto, entonces serían su tesoro especial de entre las demás naciones del mundo, y Él haría maravillas entre ellos como nunca antes se había visto, tal como le dijo a Moisés: “He aquí, yo hago pacto delante de todo tu pueblo; haré maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna, y verá todo el pueblo en medio del cual estás tú, la obra de Jehová; porque será cosa tremenda la que yo haré contigo” (Ex. 34:10).
También en los capítulos 28 al 30 de Deuteronomio, Dios les advirtió que si no le obedecían, los arrancaría de su tierra, pero que si se arrepentían y volvían a él, entonces los sembraría en su territorio nuevamente: “Sucederá que cuando hubieren venido sobre ti todas estas cosas, la bendición y la maldición que he puesto delante de ti, y te arrepintieres en medio de todas las naciones adonde te hubiere arrojado Jehová tu Dios, y te convirtieres a Jehová tu Dios, y obedecieres a su voz conforme a todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, entonces Jehová hará volver a tus cautivos, y tendrá misericordia de ti, y volverá a recogerte de entre todos los pueblos adonde te hubiere esparcido Jehová tu Dios. Aun cuando tus desterrados estuvieren en las partes más lejanas que hay debajo del cielo, de allí te recogerá Jehová tu Dios, y de allá te tomará; y te hará volver Jehová tu Dios a la tierra que heredaron tus padres, y será tuya; y te hará bien, y te multiplicará más que a tus padres” (Dt. 30:1-5).