Lo que se conoce popularmente como “La  entrada triunfal” se refiere a la llegada  del Señor  Jesús a Jerusalén el domingo  antes de su crucifixión, el cual es uno de los pocos eventos en Su vida que  aparece registrado en los cuatro evangelios. Al reunir lo que se narra en cada  uno de ellos, advertimos que es evidente que su entrada triunfante fue un  acontecimiento importante, no sólo para las personas en su tiempo, sino para  los cristianos a lo largo de la historia.   Es por eso que se designó un domingo para celebrar esa ocasión, la que  se conoce popularmente en el mundo hispano, como el “Domingo de Ramos”, sin  embargo lo que la gran mayoría de los creyentes ignora es que en ese día  trascendental, se cumplieron varias profecías importantes anticipadas en la  Palabra de Dios.
1.   A lo largo de la Escritura, Dios nunca perdió la  oportunidad de usar símbolos poderosos para revelar una gran verdad.  La entrada triunfal del Señor Jesús en  Jerusalén sobre un humilde asno, revela mucho sobre su carácter y propósito, ya  que le dijo a sus discípulos: “... Id a la aldea que está enfrente de  vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y  traédmelos.  Y si alguien os dijere algo,  decid: El Señor los necesita; y luego los enviará” (Mat. 21:2). Y sigue  diciendo a continuación el apóstol Mateo: “Todo esto aconteció para que  se cumpliese lo dicho por el profeta (Zacarías), cuando dijo: Decid  a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Manso, y sentado sobre una asna,  sobre un pollino, hijo de animal de carga” (Mat. 21:5). 
Cada judío sin duda conocía esta profecía mesiánica de  Zacarías, ya que fue por eso que las multitudes le aclamaron como su rey: “Y  la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al  Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las  alturas!” (Mat. 21:9).
2.   Él entró  cabalgando sobre un asno, porque este animal simbolizaba la paz, mientras que  dijo Juan con respecto a su segunda venida, cuando vendrá en medio de la  batalla del Armagedón: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un  caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia  juzga y pelea...  Estaba vestido de una  ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS” (Apo.  19:11,13).
De acuerdo con textos antiguos, en el Medio Oriente, los líderes  montaban a caballos si iban a la guerra, pero si llegaban en paz, cabalgaban sobre  burros o mulos, tal como cuando Salomón fue reconocido como el nuevo rey de  Israel. “Y el rey les dijo: Tomad con vosotros los siervos de vuestro señor,  y montad a Salomón mi hijo en mi mula, y llevadlo a Gihón” (1 Rey.  1:33). 
Asimismo según las Escrituras, también los jueces hacían lo  mismo: “Vosotros los que cabalgáis en asnas blancas, los que presidís en  juicio...” (Jue. 5:10a). “Este tuvo treinta hijos, que cabalgaban  sobre treinta asnos; y tenían treinta ciudades, que se llaman las ciudades de  Jair hasta hoy ...”  (Jue. 10:4)  “Este tuvo cuarenta hijos y treinta nietos,  que cabalgaban sobre setenta asnos; y juzgó a Israel ocho años” (Jue.  12:14a).  La descripción de Zacarías se  ajusta perfectamente a la de un Rey justo que traería salvación, no a la de un  conquistador.
3.    De la misma manera, el profeta alude a la paz y  reconciliación que traería el Mesías entre las naciones: “Y de Efraín  destruiré los carros, y los caballos de Jerusalén, y los arcos de guerra serán  quebrados; y hablará paz a las naciones, y su señorío será de mar a mar, y  desde el río hasta los fines de la tierra” (Zac. 9:10).
El Señor Jesús es el cumplimiento de esta profecía, lo cual  también fue proclamado por los ángeles al momento de su nacimiento con estas  palabras:  “¡Gloria a Dios en las  alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Luc.  2:14).
4.   La cabalgata  del Señor sobre un pollino también es la semblanza, de otro hijo que montó  igualmente sobre un asno para ser conducido al lugar donde habría de ser  sacrificado sobre un altar por su propio padre.  “Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó  consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto,  y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo” (Gén. 22:3).
5.  La entrada triunfal del Señor sobre un asno, asimismo  simboliza los favores de Dios para su pueblo.   Las bendiciones sobre Judá hacen referencia a un asno y a un pollino,  hijo de asna, y Jesús es un descendiente de la tribu de Judá.   “No será quitado el cetro de Judá, ni  el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán  los pueblos.  Atando a la vid su pollino,  y a la cepa el hijo de su asna, lavó en el vino su vestido, y en la sangre de  uvas su manto.  Sus ojos, rojos del vino,  y sus dientes blancos de la leche” (Gén. 49:10–12).
6.   La entrada del  Señor Jesucristo en Jerusalén nos enseña, que después de todos los sacrificios  ofrecidos por el pecado, podemos entrar en el reposo perfecto de la fe, gracias  a Su sacrificio final. “En esa voluntad somos santificados mediante la  ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre... pero Cristo,  habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se  ha sentado a la diestra de Dios” (Heb. 10:10,12).
7.    En el presente que le envió Jacob a su hermano Esaú  para apaciguar su ira, incluyó asnos:  “Y  durmió allí aquella noche, y tomó de lo que le vino a la mano un presente para  su hermano Esaú: doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas y  veinte carneros, treinta camellas paridas con sus crías, cuarenta vacas y diez  novillos, veinte asnas y diez borricos” (Gén. 32:13–15).
8.    Abigail llevó  asnos cargados con alimentos para aplacar la ira de David, quien se enojó contra  su esposo Nabal por haberse rehusado a ayudarle.   Está registrado en la Escritura que... “Entonces  Abigail tomó luego doscientos panes, dos cueros de vino, cinco ovejas guisadas,  cinco medidas de grano tostado, cien racimos de uvas pasas, y doscientos panes  de higos secos, y lo cargó todo en asnos...   Y dijo David a Abigail: Bendito sea Jehová Dios de Israel, que te envió  para que hoy me encontrases. Y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú, que  me has estorbado hoy de ir a derramar sangre, y a vengarme por mi propia mano” (1  Sam. 25:18, 32,33).  
9.   ¡Dios usó a  un burro, para declarar su juicio!   El  asna de Balaam, incluso lo recriminó por su desobediencia: “Entonces  Jehová abrió los ojos de Balaam, y vio al ángel de Jehová que estaba en el camino,  y tenía su espada desnuda en su mano. Y Balaam hizo reverencia, y se inclinó  sobre su rostro. Y el ángel de Jehová le dijo: ¿Por qué has azotado tu asna  estas tres veces? He aquí yo he salido para resistirte, porque tu camino es  perverso delante de mí. El asna me ha visto, y se ha apartado luego de delante  de mí estas tres veces; y si de mí no se hubiera apartado, yo también ahora te  mataría a ti, y a ella dejaría viva.   Entonces Balaam dijo al ángel de Jehová: He pecado, porque no sabía que  tú te ponías delante de mí en el camino; mas ahora, si te parece mal, yo me  volveré” (Núm. 22:31–34). 
10.   Sansón derrotó  a los filisteos con la quijada de un asno. “Y hallando una quijada de  asno fresca aún, extendió la mano y la tomó, y mató con ella a mil hombres” (Jue.  15:15).
11.   Dios envió a  un león a devorar a un falso profeta, mientras su burro se mantenía seguro y  observaba. “Oyéndolo el profeta que le había hecho volver del camino,  dijo: El varón de Dios es, que fue rebelde al mandato de Jehová; por tanto,  Jehová le ha entregado al león, que le ha quebrantado y matado, conforme a la  palabra de Jehová que él le dijo...   Y él  fue, y halló el cuerpo tendido en el camino, y el asno y el león que estaban  junto al cuerpo; el león no había comido el cuerpo, ni dañado al asno” (1 Rey. 13:26, 28).
 El león no se comió al asno, sino que llevó al profeta  asesinado de regreso a casa por orden de Dios.
El Señor Jesús entró en el templo de Jerusalén y pronunció  su juicio mientras volcaba las mesas de los cambistas. “Y entró Jesús en  el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el  templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían  palomas y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas  vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mat. 21:12-13).
Él demostró que fue quien cargó sobre Sí mismo con nuestros  pecados, y que vino a salvarnos. La Biblia, la Palabra de Dios, es un libro  colmado de hermosas semblanzas y simbolismos, y en este tiempo tan particular y  profético en que estamos viviendo, mantengámonos en comunión con Él, recordando  los últimos días que pasó en este mundo, con amor y un agradecimiento profundo  en nuestro corazón. 
El recuento de Su entrada triunfal está colmado de  contrastes. Es la historia del Rey que vino como un siervo humilde montado en  un asno, sin presumir al cabalgar sobre un corcel.  No vestido con ropajes reales, sino con la  ropa de los pobres y los humildes.
El Señor Jesucristo no vino a conquistar por la fuerza como  los reyes de la tierra, sino con Su amor, gracia, misericordia, y Su propio  sacrificio en favor de todos los que creen en Él y lo reciben como Señor y  Salvador.  Su vida en la tierra fue de  humildad y servicio. Él no conquista las naciones, sino los corazones y las  mentes de los hombres. Su mensaje es de paz completa con Dios, no de una paz  temporal.  Si el Señor Jesús ya ha hecho  una entrada triunfal en los corazones de cada uno de ustedes, entonces ya está  reinado en sus vidas en paz y amor.  
  “Por esta causa dobl(amos nuestras)...  rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda  familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas  de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu;  para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que,  arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con  todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,  y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis  llenos de toda la plenitud de Dios” (Efe. 3:14–19).