Judas Iscariote: El hombre que besó la puerta del cielo
- Fecha de publicación: Viernes, 29 Julio 2016, 07:14 horas
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También se le menciona en la lista oficial de los apóstoles siempre como el último, y con el calificativo de que “entregó a Jesús”. Por ser uno de los doce, participaba en la labor y misiones de los discípulos, además de administrar el dinero del grupo, quizás a causa de su capacidad administrativa. “A Simón, a quien puso por sobrenombre Pedro; a Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan hermano de Jacobo, a quienes apellidó Boanerges, esto es, Hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que le entregó. Y vinieron a casa” (Marcos 3:16–19).
El evangelista Juan revela que el Señor distinguía a Judas de los demás discípulos. Estos incurrían en muchas equivocaciones, sin embargo nunca cuestionó el amor de ellos por Él, en cambio, con referencia a Judas, comentó: “... ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?” (Juan 6:70).
Para entender la acción de Judas en la víspera de la pasión, es necesario recordar que el sanedrín había determinado ya la muerte del Señor Jesucristo, pero por temor a un alboroto de la multitud, buscaba la manera de prenderle secretamente. “Dos días después era la pascua, y la fiesta de los panes sin levadura; y buscaban los principales sacerdotes y los escribas cómo prenderle por engaño y matarle” (Marcos 14:1).
La costumbre de Jesús de retirarse a orar al monte de los Olivos, le proporcionó a Judas la oportunidad de hacerle a los principales sacerdotes una oferta que estos no rechazarían, como dice la Escritura: “Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los principales sacerdotes para entregárselo” (Marcos 14:10).
En la unción del Señor Jesús en Betania se revela el hecho de que Judas era ladrón, y además que no podía comprender la devoción de María por Él. “Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella” (Juan 12:4–6).
Su participación en el ministerio de los doce corresponde a un acto soberano de Dios, tal como en el caso de Balaam. Judas es el apóstata que profesa la verdad, pero traiciona deliberadamente. Tal vez su idealismo mesiánico podía ser real, pero al ver que el Maestro excitaba el antagonismo de los líderes de la nación, satánicamente inspirado, codició el dinero.
Después de su traición el remordimiento le mostró que lo había perdido todo sin recompensa alguna. La elección de Judas en el plan divino, no le excusa de su delito, ya que, si se hubiera humillado ante Dios, se habría salvado y el Creador habría utilizado otros medios. “Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros” (Mateo 27:3–7).
Judas Iscariote vendió al Señor por 30 piezas de plata, un equivalente a unos viente y tantos dólares. Era un hombre perdido, pero de acuerdo con lo que leemos de él en la Biblia, no tenía apariencia externa de ser malo.
Nada leemos en la Palabra de Dios, que Judas fuera un asesino, sin embargo Moisés lo fue. “En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus hermanos. Entonces miró a todas partes, y viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena” (Éxodo 2:11–12).
La Biblia no dice nada acerca de que Judas anduviera con mujeres de vida licenciosa, sin embargo Sansón sí lo hizo. “Fue Sansón a Gaza, y vio allí a una mujer ramera, y se llegó a ella” (Jueces 16:1).
Tampoco leemos que fuera orgulloso, pero el rey Saúl sí lo fue. Tres veces Samuel lo reprendió por su desobediencia, hasta que Dios lo desechó. No hay excusa por su desobediencia porque tenía acceso a la Palabra de Dios por medio de Samuel. Su caída explica su orgullo, y lo erróneo de confiar más en las dotes personales que en las indicaciones divinas.
En la Biblia no leemos una sola referencia a que Judas cometiera adulterio, sin embargo el rey David sí cometió adulterio y hasta fue asesino: “Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa. Y concibió la mujer, y envió a hacerlo saber a David, diciendo: Estoy encinta” (2 Samuel 11:2–5).
Después de esto, David maquinó el modo de acabar con el esposo de Betsabé: “Venida la mañana, escribió David a Joab una carta, la cual envió por mano de Urías. Y escribió en la carta, diciendo: Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraos de él, para que sea herido y muera. Así fue que cuando Joab sitió la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes. Y saliendo luego los de la ciudad, pelearon contra Joab, y cayeron algunos del ejército de los siervos de David; y murió también Urías heteo” (2 Samuel 11:14–17).
Ni sola palabra se dice en las Santas Escrituras acerca de que Judas en alguna ocasión maldijera, sin embargo Pedro sí maldijo: “Un poco después, acercándose los que por allí estaban, dijeron a Pedro: Verdaderamente también tú eres de ellos, porque aun tu manera de hablar te descubre. Entonces él comenzó a maldecir, y a jurar: No conozco al hombre. Y en seguida cantó el gallo” (Mateo 26:73–74).
En apariencia, Judas era un buen hombre, pero estaba perdido... y acabó como todos los seres humanos “decentes y buenos” que no confían en el Señor Jesucristo como su Señor y Salvador.
Cualquiera que rechace a Jesús es un traidor como Judas y está vendiéndole por menos de treinta dólares. Este hombre de Queriot, oriundo de un pueblo al sur de Judá tal vez escuchó a alguien predicar. Quizá respondió a la invitación, pero nunca creyó ni se sometió al Señor. Él sabía que no era salvo, sin embargo externamente profesaba serlo, era como muchos hoy que son religiosos, pero no son cristianos, porque nunca han sido regenerados. Sin duda se aferraba como hacen millones a todas las prácticas externas de la religiosidad e intereses de la iglesia o congregación a que asisten.
El día que lo bautizaron y mientras se encontraba en medio de las aguas del río Jordán, habría sido un buen momento para que reflexionara y dijera: “La realidad es que no soy salvo, porque no creo”. Externamente profesaba, pero no tenía posesión de la vida eterna, pertenecía a un grupo, pero no al Señor, porque nunca sometió su vida a Él. Esta es lo más peligroso que puede ocurrirle en este mundo al ser humano: el ser miembro de una iglesia, exhibir apariencia de santidad, asistir cada domingo, pero no ser salvo.
Luego un día se presentó el Señor Jesucristo y les dijo: “Voy a escoger a doce hombres entre los discípulos como mis apóstoles”. Y no dudamos que Judas se sorprendería cuando le dijo: “Judas, tú vas a ser uno de ellos”. ¡Qué honor para él que lo hubiera escogido el Señor! Externamente era un buen hombre, tenía que serlo. Y tal vez pensaba en su interior” “Soy un apóstol, pero no creo en este impostor que ni siquiera se da cuenta que no creo en Él”.
Así son muchos hoy, aparentan religiosidad porque les conviene aparecer como justos delante de la sociedad, e incluso tal vez hasta lo sean, pero nunca han sido regenerados.
Pero pasaron los días, y llegó el momento en que los apóstoles reconocieron que necesitaban que uno de ellos administrara el dinero. Entonces debieron hacer una reunión, y considerar cuál era el más apropiado para desempeñar el oficio de tesorero. Casi podemos imaginar a Pedro diciendo: “Yo nomino a Judas Iscariote. Tiene experiencia en negocios, es un hombre honesto y digno de confianza. Siempre podremos contar con él”.
¿Se imagina cómo debió sentirse el día en que los apóstoles lo honraron? El tiempo fue pasando, y llegó un día cuando el Señor Jesucristo llamó a todos los apóstoles. Se sentía desanimado, porque unos días antes le había dicho a sus discípulos: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él... Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:54-56, 66-69).
¡Qué gran verdad expresó Pedro, porque cuando nos acercamos al Señor Jesucristo y somos salvos, no hay nada más en este mundo que nos satisfaga. Tal vez alguien vaya nuevamente e ingiera licor, pero ya más nunca lo disfrutará.
Tenga bien presente las palabras del Señor Jesucristo a Judas: “¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?” . Si no ha experimentado el nuevo nacimiento, si nunca se arrepintió de todo corazón y aceptó a Jesucristo como su Señor y Salvador, usted podrá tomarle el pelo a todo el mundo en su iglesia, pero el Señor Jesucristo sabe que es un diablo.
A pesar de todo, sigue diciendo la Escritura con respecto a Judas, que él tuvo su última oportunidad, porque cuando llegó el día de la Pascua, el Señor, “Mientras comían, dijo: De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor? Entonces él respondiendo, dijo: El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido. Entonces respondiendo Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho. Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:21–28).
A pesar de todo esto, Judas no cambió de idea sino que continuó con sus perversos planes y entregó al Señor, y sobre esto dice la Escritura: “Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó” (Mateo 27:3–5).
Judas Iscariote aparentemente creía, fue uno de los doce apóstoles, fue ordenado y bautizado, pero estaba perdido. ¡Por favor, no sea usted un Judas Iscariote! Pídale al Señor Jesucristo que le perdone, arrepiéntase de sus pecados y recíbalo como su Señor y Salvador, hágalo antes que sea demasiado tarde!
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).