Buscando la aprobación de Dios
- Fecha de publicación: Martes, 25 Marzo 2008, 14:48 horas
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Los creyentes de todas las edades siempre han anhelado tener la aprobación de Dios. Yo no soy la excepción. Muchos tratan de lograrlo a través de una vida religiosa y actos externos de justicia y misericordia.
Construyen hermosas catedrales, con altares recubiertos de oro y con imágenes esculpidas por los artistas más connotados; celebran ceremonias pomposas y procesiones multitudinarias; reviven la pasión del Señor Jesucristo martirizando sus cuerpos, todo para alcanzar el favor de Dios.
Otros, por su parte, construyen mega iglesias supuestamente en Su honor, expresan mensajes muy elocuentes, aseguran expulsar demonios en Su nombre y sanar a los enfermos, todo para llevarnos supuestamente a conocer el camino hacia Dios.
Hay un tercer grupo que se esfuerza en ser perfectos por su propia cuenta, mientras que otros reconocen su incapacidad de alcanzar la perfección y se rinden antes de intentarlo. En fin, hay creyentes de todas las clases. Pero... ¿Qué podemos hacer realmente para agradar a Dios? ¿Cuáles son esas cualidades que le agradan a Dios? Es un poco difícil explorar este tema a profundidad en un breve artículo. Por el momento analizaremos lo que dijo Dios por medio del profeta Isaías al respecto: “Jehová dijo así: El cielo es mi trono, y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:1, 2).
¡Cuán maravillosa es esta descripción del Señor! No podemos ni siquiera comenzar a imaginar su inconmensurable grandeza. Con la única excepción de unos pocos astronautas que han tenido la oportunidad de realizar caminatas en el espacio, nuestra realidad física se limita a los contornos del mundo que nos rodea.
En el versículo 1 el profeta por inspiración divina describe la tierra como el humilde estrado, o banqueta, en donde el Creador coloca sus pies. Esto nos da una idea de cuán pequeños somos antes sus ojos. Casi siete mil millones de personas vivimos en el estrado donde Él descansa sus pies. Somos como microbios microscópicos ante su grandeza. También en el versículo 1 el Señor pregunta de manera irónica si podemos edificarle una casa. Esta posibilidad hasta parece ridícula, desde su punto de vista.
En nuestra absurda arrogancia, los seres humanos hemos intentado encerrarlo dentro de un templo, y algunos incluso pretenden manipularlo para que haga las cosas según su antojo. Muchos han tratado de definirlo o encajonarlo para que se ajuste a ideas y teologías que beneficien a sus propios intereses. Hasta se atreven a pensar que pueden comprenderlo, a pesar de que Él mismo dice en su Palabra: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:8, 9).
Todo el que honestamente medita en la grandeza del Creador, lo único que puede hacer es sacudir la cabeza en aturdimiento y preguntarse cómo es posible que un Ser tan Todopoderoso como Él puede interesarse en nosotros. A pesar de lo increíble que pueda parecer, lo cierto es que el Creador Omnipotente del universo, nos ama y anhela tener comunión con nosotros.
El capítulo uno de la epístola de Pablo a los Colosenses nos da una descripción adicional del papel de Jesús en la creación, la cual es consistente con lo que dice Juan, que “él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Col. 1:15-20).
El Espíritu Santo al darnos este pasaje inspirado de la Escritura, explica que todas las cosas, visibles e invisibles en el entero universo fueron creadas por el mismo Jesús, el Verbo eterno. Sería apropiado decir que el universo con su intrincado diseño fue concebido en la mente del Padre, viniendo luego a existir por la palabra expresada por el Hijo, quien hizo lo invisible, visible, mientras que el Espíritu Santo fue quien energizó y le suplió vida a la creación, pero no sólo al instante en que vino a existir, sino que la mantiene desde siempre a partir de ese momento.
La Escritura también nos dice que todas las cosas fueron creadas por Jesús, “...heredero de todo...” (He. 1:2). Eso implica que somos huéspedes en un universo que le pertenece a alguien más, y que todos un día tendremos que rendir cuentas. La historia se encamina hacia un lugar determinado y en el fin del camino se yergue Jesús a quien le ha sido dado todo poder y autoridad. Él dijo: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Jn. 5:22-29).
En la frase del pasaje de Colosenses que citáramos anteriormente, “todas las cosas en él subsisten”, una de las palabras claves en el texto original griego es sunistemi, la cual significa «permanecer unido», «estar compactamente unido», «adherirse», «estar constituido». Este pasaje, por ejemplo, puede ser aplicado a la estructura del átomo. El núcleo de cada átomo se mantiene unido por lo que los físicos llaman, las fuerzas «débil y fuerte». Los físicos hoy están familiarizados con las cuatro fuerzas básicas en el mundo natural. Las fuerzas o interacciones fundamentales conocidas hasta ahora son cuatro: gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil.
1. La gravitatoria, es la fuerza de atracción que un trozo de materia ejerce sobre otro, y afecta a todos los cuerpos. Es una fuerza muy débil, pero de alcance infinito.
2. La fuerza electromagnética afecta a los cuerpos eléctricamente cargados, y es la energía involucrada en las transformaciones físicas y químicas de átomos y moléculas. Es más intensa que la fuerza gravitatoria y su alcance es infinito.
3. La fuerza o interacción nuclear fuerte, es la que mantiene unidos los componentes de los núcleos atómicos, y actúa indistintamente entre dos nucleones, protones o neutrones. Su alcance es del orden de las dimensiones nucleares, pero es más intensa que la fuerza electromagnética.
4. La fuerza o interacción nuclear débil es la responsable de la desintegración beta de los neutrones, los neutrinos son sensibles únicamente a este tipo de interacción. Su intensidad es menor que la de la fuerza electromagnética y su alcance es aún menor que el de la interacción nuclear fuerte.
En un modelo simple, el núcleo del átomo contiene partículas cargadas positivamente y neutrales. La repulsión entre los protones con carga positiva haría el núcleo añicos si no fuera por la “fuerza fuerte” que mantiene al núcleo unido.
Otro pasaje del Nuevo Testamento que habla acerca de estructura atómica y física es 2 Pedro 3:10, que dice: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”.
La palabra griega que se traduce como “elementos” en este pasaje, es stoicheion que significa «los bloques constructores del universo, o el arreglo ordenado de las cosas». También puede denotar los «elementos atómicos». El vocablo griego que se traduce como “deshechos”, es luo y literalmente quiere decir «desatados». Este pasaje sugiere fuertemente que el poder activo de Dios se encuentra detrás de la misteriosa fuerza fuerte que mantiene unido a cada núcleo atómico. Si este es el caso, todas las otras fuerzas fundamentales de la naturaleza asimismo se originan con Cristo y su dirección sustentadora de la creación antigua.
Si este punto de vista es correcto, entonces si Dios simplemente disminuyera un poco su presión sobre el universo, cada átomo se haría pedazos por fuego, fuego nuclear. Dios mantiene unido el universo en forma dinámica, incluyendo los propios átomos, los cuales son estables sólo porque la fuerza del reino espiritual le provee suministro a los campos gravitacionales de la física nuclear.
¡Cuán asombrosa y exacta es esta descripción a la del poder nuclear revelado en el átomo! Dios, de hecho, mantiene cada átomo unido uno con otro con la fuerza de su poder. Otro reclamo importante de la Escritura acerca de la creación, es que Dios sustenta en la actualidad el universo. Eso quiere decir, que no permanece sin involucrarse, está lejano, indiferente o impersonal, que ha dejado que las cosas sigan funcionando por sí solas.
Entre los científicos seculares hoy, muchos reconocen la existencia de Dios, pero usualmente le consideran sólo como la Primera Causa, ése que hizo existir el universo y lo puso en movimiento. La mayoría de estos científicos suponen que Dios no se volvió a involucrar más después del acto inicial de creación. Pero esto es contrario a lo que enseña la Biblia, porque Dios está bien implicado en cada evento que tiene lugar en la historia continua del entero universo.
La humildad
Dejando ya aclarado que este universo fue creado y es sustentado por Dios, volvamos al tema central que nos ocupa que es el tratar de buscar la aprobación de Dios el creador, y uno de los primeros pasos que tenemos que dar para lograrlo es ser humildes. Son pocos los cristianos que oran pidiendo humildad al Señor. Quizás subconscientemente experimentemos temor respecto a la forma cómo Él pudiera responder a esa oración. Reconocemos que las circunstancias que nos ayudarán a ser humildes podrían ser difíciles y dolorosas. También podría ser el caso, que en nuestro orgullo, ni siquiera deseemos tener esa característica divina en nuestras vidas. Sin embargo, Dios valora grandemente la humildad. Para Él, la humildad no es una característica opcional. Si deseamos tener su aprobación debemos ser humildes.
Entonces, ¿qué es la humildad? La humildad ha sido definida como la actitud apropiada de una criatura humana con respecto a su Divino Creador. Dice en la Enciclopedia Zondervan Pictorial of the Bible, que «la humildad es el reconocimiento espontáneo acerca de la dependencia absoluta de una criatura en torno a su Creador. Es el estar consciente, sin rencor e hipocresía, del abismo que separa el Ser Autosuficiente del ser dependiente. Es la ‘diferencia cualitativa infinita entre Dios y el ser humano’. Es una actitud de postración al reconocer, con temor reverente y gratitud, que la existencia es un regalo de gracia, esa gracia inescrutable que, luego de producir un ser existente de un estado ‘no existente’, lo sostiene de momento a momento para que no regrese al estado ‘no existente’».
• La Biblia presenta la humildad como la cualidad más admirable de Moisés. Dice: “A propósito, Moisés era muy humilde, más humilde que cualquier otro sobre la tierra” (Nueva Versión Internacional – Nm. 12:3).
• Muchos otros grandes hombres de la Biblia también demostraron esa cualidad en sus vidas. Cuando Abraham intercedía valientemente por Sodoma, dijo con toda humildad: “He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza” (Gn. 18:27).
• Cuando Jacob oró para que Dios lo librara de su hermano Esaú, expresó humildemente: “Menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo...” (Gn. 32:10a).
• David estuvo dispuesto a rebajarse y humillarse delante de Dios, mas su esposa se avergonzó de él. Y nos dice la Biblia sobre este incidente: “Volvió luego David para bendecir su casa; y saliendo Mical a recibir a David, dijo: ¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel, descubriéndose hoy delante de las criadas de sus siervos, como se descubre sin decoro un cualquiera! Entonces David respondió a Mical: Fue delante de Jehová, quien me eligió en preferencia a tu padre y a toda tu casa, para constituirme por príncipe sobre el pueblo de Jehová, sobre Israel. Por tanto, danzaré delante de Jehová. Y aun me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos...” (2 S. 6:20-22a).
• El profeta Isaías clamó a gran voz: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6:5).
Hasta los cristianos nos asombramos a menudo de la manera en que el Señor Jesucristo evidenció la humildad en su propia vida: nació y vivió en medio de las circunstancias más humildes, tanto que dijo de sí mismo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mt. 8:20).
Además lavó los pies de sus discípulos y aceptó la muerte humillante de un criminal por medio de la crucifixión: “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).
Existe una gran riqueza de sabiduría dentro del judaísmo, de la que los cristianos podemos beneficiarnos enormemente. Impresiona mucho saber que en el judaísmo, la humildad se considera como «la corona de la estatura ética del ser humano».
Son muchos los rabinos y eruditos judíos que han hablado acerca de la necesidad de ser humilde. A través de todo el Talmud (el cuerpo de ley civil y religiosa del judaísmo, de los primeros cinco libros de la Biblia escrito por Moisés), podemos ver cómo se valora la humildad. En el siglo II, el rabino Meir afirmó en Avot 4:12 «que la verdadera prueba de la humildad de un hombre es su comportamiento con todo tipo de persona, sea altiva o ignorante».
El rabino Hanina ben Ida opinó «que sólo la persona verdaderamente humilde puede alcanzar la categoría de erudito». Eso tiene sentido, ya que alguien arrogante nunca admite sus equivocaciones, y como resultado, siempre se le escapa la verdad. Hanina lo expresó de la siguiente manera en el Taanit 7ª, dijo: «¿Por qué se relacionan los mundos de la Tora (de los primeros cinco libros de la Biblia) con el agua, según está escrito: ‘A todos los sedientos: Venid a las aguas...’ (Is. 55:1)? Esto se hace para enseñar que, de la misma manera como el agua fluye de un lugar más alto hacia uno más bajo, también las palabras del Tora sólo permanecen con el que es humilde». En Shabbat 31b, el Talmud también destaca la mansedumbre del gran rabino Hillel como su cualidad más digna de imitar.
En el Mishná Tora, en Yesode ha-Torah 2:2, el conocido rabino, erudito, filósofo, matemático y físico hispanojudío Moisés Maimónides escribió de esta manera: «Cuando una persona contempla las obras grandes y asombrosas de Dios, y logra captar algo de su incomprensible e infinita sabiduría, de inmediato lo ama y lo glorifica… tal como dijo David: ‘¡Mi alma anhela a Dios, al Dios vivo!’ Advierte que el ser humano es una criatura pequeña, humilde e insignificante, con una inteligencia limitada, cuando se halla ante la presencia de Aquel que es perfecto en sabiduría».
El rabino Levitas de Yavné dijo en Avot 4:4: «Uno debería ser muy humilde, pues no hay verdadera razón para sentirse orgulloso, considerando que el fin de todo hombre es el ser consumido por los gusanos».
Otro erudito judío declaró en Eruvin 13b: «El que es humilde será enaltecido por Dios, y el que es orgulloso será avergonzado. Es semejante al que procura la grandeza, y ésta le evade; pero uno que la evade ciertamente alcanzará la grandeza».
Pero... ¿Qué ocurre cuando una persona se encuentra ante la presencia de Dios? En las Escrituras vemos que cada vez que un hombre tuvo el privilegio de estar ante Él, fue humillado.
• Veamos lo que dice la Biblia acerca del momento en que Dios se le apareció a Moisés en la zarza ardiente: “Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios” (Ex. 3:4-6).
• Isaías estaba aterrado por la presencia de Dios, y exclamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Is. 6:5).
• El profeta Ezequiel cuenta así su propia experiencia: “Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro...” (Ez. 1:28).
• Y esto es lo que leemos sobre lo que le ocurrió a Pablo: “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hch. 9:3-5).
• Por su parte el apóstol Juan nos dice de su experiencia: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último” (Ap. 1:12-17).
• En el libro de Apocalipsis, Dios permite que echemos un vistazo al cielo: “Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4:10, 11).
• Cuando la gloria de Dios llenó el Templo, “no podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios” (2 Cr. 5:14).
• El apóstol Pablo asimismo dijo: “Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:10, 11).
A pesar de todo lo que afirma la Escritura, muchos “cristianos” hoy de manera arrogante aseguran hablar con Jesús, con Dios, como cualquiera habla con su vecino. El doctor Percy Collett, un médico misionero carismático, aseguraba que fue bautizado por el Espíritu Santo en 1921 y que de hecho vio descender fuego del cielo y comenzó a hablar en lenguas. Luego vio el cielo abierto y un asiento preparado para él. Este autoproclamdo profeta desarrolló una nueva serie de enseñanzas basadas en su propia experiencia, o más bien en sus propias mentiras.
Collett aseguraba que en 1982 fue transportado al cielo en donde estuvo por cinco días y medio. Decía que vio a Jesús, quien estaba supervisando la construcción de las mansiones allí, y afirmaba que pudo hablar cara a cara con el Espíritu Santo. Una carta entusiasta de una entrevista que llevara a cabo Mary Stewart Relfe, publicada en agosto de 1984, y que detalla la jornada del doctor Collett al cielo, comienza con estas palabras: «Mientras en el cristianismo abundan relatos de personas que le han echado una ojeada a la otra dimensión, al tener experiencias fuera del cuerpo, la del doctor Collett es muy diferente a estas. Obviamente ‘él fue arrebatado al tercer cielo’, al igual que Pablo. La diferencia fue que a Pablo no se le permitió hablar de las cosas que vio y oyó, mientras que al doctor Collett, casi dos mil años después, se le ordenó que sí lo hiciera». Todavía se siguen vendiendo cassettes y libros del doctor Collett en donde detalla su jornada al cielo y sus relatos verdaderamente peculiares.
Pero el doctor Collett no es el único carismático que cree que ha estado en el cielo y ha regresado para contarlo. También Marvin Ford, quien contó su experiencia en El club Setecientos y tiene su propio lugar en internet. Él cuenta que murió, fue al cielo y luego regresó. Ford asegura que la corbata que llevaba puesta ese día retenía el aroma del cielo. Dice que la guarda, y para refrescar su memoria de esa experiencia, sólo tiene que olerla.
Otro de los grandes líderes carismáticos en Estados Unidos es Roberts Liardon. Él asegura que realizó una extensa excursión en el cielo cuando tenía ocho años de edad y que Jesús fue supuestamente su guía personal. Y relata en su testimonio publicado en internet: «Muchas personas me han preguntado cómo luce Jesús. Mide entre un metro con ochenta centímetros a un metro con ochenta y cinco. Tiene el cabello castaño, como la arena; no es demasiado largo, ni demasiado corto. Es un hombre perfecto. Lo que usted considere perfecto, eso es lo que es Jesús. Es perfecto en todo, en la forma cómo luce, cómo habla, en todo. Esa es la forma como lo recuerdo.
Caminamos mucho, y esta es la parte más importante de mi historia. Vi tres grandes almacenes a unos 457 ó 549 metros del Trono Habitación de Dios. Eran muy grandes y amplios... Avanzamos hacia el primero. Cuando Jesús cerró la puerta del frente detrás de nosotros, ¡miré al interior emocionado!
En un lado del edificio había brazos, dedos y otras partes externas del cuerpo. Las piernas colgaban de las paredes, pero la escena lucía natural, no extraña. En el otro lado del edificio había estantes colmados con paquetes pequeños con ojos: unos verdes, otros marrones, azules, etc. Este edificio contenía todas las partes del cuerpo humano que las personas en la tierra necesitan, lo que ignoran es que estas bendiciones están esperándoles en el cielo... Y que son tanto para los santos como para los pecadores.
Jesús me dijo: ‘Estas son las bendiciones no reclamadas. Este edificio no debería estar lleno, debería quedar vacío cada día. Deberían venir aquí con fe y conseguir las partes necesarias para ustedes y las personas con quienes están en contacto ese día’».
Benny Hinn es otro de los que asegura que ve y conversa con Dios, y dice: «Esto es reciente. No estoy hablando de algo que me ocurrió hace tiempo. El Señor se me apareció, medía cerca de un metro con ochenta y ocho centímetros. Era un anciano. Tenía una barba, blanca como la chaqueta de Norvelles. Una barba blanca resplandeciente. Su rostro estaba algo delgado, ¡pero se advertía en él una expresión decidida! Sus ojos eran azules como el cristal. Tenía una vestidura blanca, más blanca que mi camisa. Llevaba puesto sobre su cabeza una especie de chal. Lucía como un sacerdote. Cada parte de él resplandecía como el cristal... Eso ocurrió días antes de mi segunda unción. Después de eso mi ministerio literalmente se duplicó. Nunca había compartido esto. ¡No quería que las personas se asustaran y fueran a pensar que me volví loco! ¡Y ocurrió dos veces!... Y después de esta unción el ministerio aumentó al doble. Ahora, no entiendo por qué el Señor me permitió ver esto. No sólo he visto ángeles, he visto santos...»
Esto que acabamos de citar es sólo un ejemplo del orgullo de los “cristianos” de hoy, quienes arrogantemente aseguran ver y hablar con Dios, siendo que los grandes santos de la Biblia, cayeron postrados de temor reverente ante su presencia. Hay una bendición en ser humilde delante de Dios. Su Palabra declara:
• “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Is. 57:15).
• “Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz” (Sal. 37:11).
• “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2).
• “...Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6b).
• “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 P. 5:6).
• “...Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc. 18:14b).
• Dios vino a traer “...buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón...” (Is. 61:1b).
Paradójicamente, la recompensa del humilde a menudo es la exaltación. La grandeza elude a quien la procura, pero los que procuran servir a Dios de todo corazón, con un espíritu humilde, hallarán su aprobación y Él podrá usarlos para grandes cosas en su reino. En lugar de buscar la grandeza, reconocimiento y fama, la Escrituras nos dice: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Stg. 4:10).
El contrito de espíritu
Otra de las formas por medio de las cuales intentamos obtener la aprobación de Dios, es a través de nuestra conducta. Tristemente, ninguno es capaz de perfeccionar su conducta. Somos seres frágiles, sujetos a la tentación y el pecado. ¿Pero implica eso entonces que Dios nos destinó para la imperfección y que no hay esperanza para nosotros? Afortunadamente, la manera de complacer a Dios no es la perfección. Él no busca a personas perfectas o que puedan alcanzar la perfección, sino a esos contritos de espíritu. Cuando usted es confrontado por sus pecados e imperfecciones, ¿cómo responde? ¿Trata de justificar su conducta de alguna manera, o continúa en su práctica incorrecta porque no tiene remedio? Lo correcto es caer de rodillas, arrepentirse y procurar el perdón de Dios.
La palabra «contrito»se origina del vocablo hebreo daca que significa «herir» o «quebrar». Implica estar molido, aplastado, rechazado, incapacitado o penitente. En términos del hebreo moderno, la palabra se utiliza para describir a una persona lisiada o incapacitada. El Diccionario Espasa define «contrito» como alguien sinceramente «arrepentido, acongojado, afligido, apenado, atormentado y compungido, con un profundo y doloroso sentido de culpa por haber hecho algo indebido».
La Biblia dice que Dios mira a la persona de corazón contrito. Eso significa que busca a esos que cuando pecan responden a sus actos con profunda tristeza. Van más allá del simple reconocimiento de su pecado, porque su voluntad se quebranta frente al Dios Santo, lo cual produce verdadero arrepentimiento. Se apartan del pecado y literalmente corren en dirección contraria.
Existe una gran diferencia entre avergonzarse y arrepentirse de un pecado. Hay dos tipos de arrepentimiento, uno se origina del temor a las consecuencias, sin embargo, la fuente del arrepentimiento verdadero es el amor a Dios. Este último conlleva la determinación de enmendar nuestros caminos. La gran mayoría hemos experimentado ambos tipos de arrepentimiento, y posiblemente usted también. ¿Cuántas veces hemos sido descubiertos haciendo algo indebido, y decimos que lo sentimos simplemente porque tememos el consecuente castigo o el rechazo de nuestra familia, nuestros amigos o la sociedad?
El arrepentimiento verdadero procede del interior, sin ninguna presión exterior. Uno reconoce que necesita cambiar su conducta para ser hallado justo delante de Dios. Es el arrepentimiento que expresa el Salmo 51. El rey David pecó contra Dios y los hombres cuando tomó a Betsabé, la esposa de Urías. Cuando ella quedó embarazada maquinó y en forma indirecta ejecutó la muerte del otro hombre, todo para tratar de encubrir su pecado, pero dice 2 Samuel 11:27, que su conducta fue muy desagradable ante los ojos de Dios.
A pesar de sus pecados, leemos en Hechos 13:22 que David era un varón conforme al corazón de Dios. Pero... ¿Cuál fue la razón para que Dios lo estimara de esta manera? Porque David tenía un corazón contrito y humillado delante de Él. Cuando el profeta Natán lo confrontó, David clamó a Dios en genuino arrepentimiento. Sus palabras fluyeron desde lo más profundo de su corazón: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (Sal. 51:1, 2).
David pecó y Dios lo amonestó severamente. Pero David también amaba al Creador de tal forma que se arrepintió de todo corazón. Hoy día, cuando el Espíritu Santo nos redarguye de pecado, debemos arrepentirnos antes de que compliquemos más la situación y suframos mayores consecuencias, porque tarde o temprano, tendremos que enfrentar nuestras transgresiones.
El arrepentimiento y el perdón son asuntos muy importantes, tanto en el pensamiento cristiano como en el judío. Dice en el Shabbat 153ª, que «cuando el rabino Eliezer ben Hircano enseñaba a sus discípulos que debían arrepentirse antes de morir, le preguntaron cómo se sabía cuándo uno iba a morir, y el rabino Eliezer les respondió que uno debe arrepentirse diariamente, por si acaso moría al día siguiente».
Stephen Katz, un profesor judío en Dartmouth College, dijo lo siguiente: «No es suficiente que un hombre desee y procure ser perdonado: debe humillarse, reconocer el mal que ha hecho, y decidir apartarse del pecado… La contrición interior debe ser seguida por la conducta externa: la penitencia debe ser traducida en obras. Hay dos pasos en este proceso: primero, el negativo de abandonar el pecado, y luego el paso positivo de hacer el bien».
Dice en el BT Rosh HaShanan 17b, que «los sabios judíos enseñaban que Dios perdona rápidamente las faltas que cometemos contra Él, pero requiere que nuestras transgresiones contra otro ser humano sean perdonadas primero por la parte ofendida». El rabino Wayne Dosnick resume la actitud judía respecto al arrepentimiento y el perdón de esta manera:
• Reconozca sus acciones y las consecuencias de ellas.
• Reconozca que sólo usted es responsable de sus acciones.
• Reconozca que debe acercarse a Dios en arrepentimiento, y procurar su perdón por haber pecado contra sus mandamientos éticos y rituales.
• Si ofende a Dios, puede ir directamente a él en arrepentimiento.
• Si ofende a otro ser humano, antes de ir a Dios (lo cual tendrá que hacer finalmente, ya que debe procurar su perdón), primero debe ir al que usted ha ofendido para que le perdone.
• Y recuerde, Dios siempre escuchará su plegaria, cualquiera que fuese el pecado que hubiere cometido, cuando se acerca a él en honestidad y sinceridad.
El Señor Jesucristo dijo lo mismo: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mt. 5:23, 24).
La circuncisión del corazón
Tres veces en el Antiguo Testamento, Dios ordenó a los hijos de Israel que circuncidaran sus corazones.
• “Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Dt. 10:16).
• “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Dt. 30:6).
• “Circuncidaos a Jehová, y quitad el prepucio de vuestro corazón, varones de Judá y moradores de Jerusalén; no sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras” (Jer. 4:4).
Esto demuestra que Dios se interesa en la condición de nuestro corazón. El profeta Samuel dijo que el Señor “...no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 S. 16:7b). Dios nos escudriña profundamente, y llega hasta la esencia misma de nuestro ser. Cuando el corazón está puro delante de Él, entonces nuestras acciones externas reflejan esa realidad. Desafortunadamente, muchas personas religiosas a lo largo de los siglos han evidenciado que es posible hacer todas las cosas requeridas de manera externa sin que su corazón sea puro y justo.
Podemos adoptar todas las conductas correctas y vivir aparentemente una vida cristiana victoriosa, pero no podemos engañar al Creador. Él ve nuestro corazón, y sabe si a veces lo tenemos colmado de ira, de orgullo o cualquier sentimiento mezquino. Eso quiere decir que nuestro corazón no está circuncidado, ni tenemos un espíritu verdaderamente contrito. Gracias a su misericordia, allí no termina la historia, porque el amor Divino alcanza lo más profundo del corazón y puede cambiarnos de adentro para afuera. Eso lo hace con cualquiera que lo desee, tal como leemos en Deuteronomio 30:6.
El Señor Jesucristo criticó a un grupo de fariseos, y los acusó de ser “...semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mt. 23:27). Externamente se veían piadosos, justos y limpios, pero esa no era la condición de sus corazones. De la misma manera, nosotros no estamos exentos de este pecado, por lo tanto debemos estar siempre alerta a nuestros motivos para asegurarnos que son lo más puros posible. Tal como dijo el salmista: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Sal. 139:23, 24).
Cuán afortunados somos que sea Dios quien circuncide nuestros corazones porque en nuestra fragilidad humana, somos incapaces de cambiarlos por nosotros mismos, eso requiere una obra de gracia divina.
Temerosos de su Palabra
Parece que muchos cristianos modernos han olvidado lo que significa reverenciar al Señor y a su Palabra. Dios está buscando personas que honren profundamente su Palabra; que reconozcan cuán importante es, no tan sólo leerla, sino también obedecerla. Recuerdo haber leído acerca de una congregación en la ex Unión Soviética que por un tiempo solamente contaba con una página de la Biblia. Por muchos años, su pastor predicó de esa única página. Crecieron en el Señor, pero anhelaban más revelación divina. Cuando finalmente el pastor recibió una Biblia, lloró de gozo. En contraste, muchos hoy tienen en sus casas varias traducciones de la Biblia, además de referencias, comentarios, concordancias y diccionarios bíblicos. Pero les falta ese sentimiento de reverencia que tenía ese pastor ruso. ¡Es vergonzoso que estimemos tan poco la Palabra de Dios!
Lea lo que dijo el Señor por medio del profeta: “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2). La Biblia es su revelación al mundo. En ella encontramos las instrucciones para poder vivir en santidad. ¿No se ha puesto a pensar en cómo se sentirá Dios al ver la forma en que millones de “cristianos” aprecian tan poco ese manual de valiosas verdades, promesas y bendiciones?
Los judíos nunca desechan sus Biblias o libros sagrados desgastados, aunque ya sean ilegibles. Los guardan en un escondite, usualmente en la pared de una sinagoga. Más aún, si el nombre de Dios está escrito sobre un papel, nunca lo tiran a la basura. Muchos museos contienen manuscritos antiguos que fueron hallados siglos después por haberlos guardado en esos escondites.
¡Cuánto desearía que tuviésemos verdadero respeto por la Palabra de Dios; que no la leyésemos tan sólo, sino que la pusiésemos por obra! Dios desea que temblemos ante su Palabra y permitamos que cambie nuestras vidas. ¡El grande y poderoso Dios del universo nos habla por medio de ella! Y deberíamos caer postrados con el rostro en el suelo en temor reverente, tal como lo hicieron los hombres santos de antaño ante su presencia.
Dios no está interesado en nuestras vanas tradiciones religiosas, nuestras posturas huecas de piedad, ni nuestros esfuerzos mecánicos por ganar su aprobación. Busca a hombres y mujeres que reconozcan su necesidad de Él, que reconozcan que sin Él no son nada. Busca a creyentes que caminen delante de Él en humildad, que tengan un espíritu contrito, y que estén dispuestas a arrepentirse y a perdonar de todo corazón. Busca a quien presta atención a sus palabras y permite que le cambie desde el interior. Es sobre esa persona, sobre quien Dios fija sus ojos. Es ese quien recibe la aprobación del asombroso y santísimo Dios del universo.
Esa persona podría ser usted, a medida que ceda su voluntad a la Suya, toma tiempo para aprender su Palabra y permite que circuncide su corazón.