¡Los días de Noé!
- Fecha de publicación: Martes, 25 Marzo 2008, 14:29 horas
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En la actualidad se está promoviendo un mito activamente. En esta era moderna de ciencia y análisis racional, parece extraño hablar de un mito. No obstante, cada sociedad en el globo ha estado expuesta sistemáticamente a la idea de que nuestro planeta está siendo visitado por extraterrestres del espacio exterior.
Desde mediados del siglo XX, docenas de películas, cientos de libros y últimamente una lluvia de videos, han moldeado la conciencia colectiva. Ahora, a pesar de que tal vez muchos no lo admiten, las personas están convencidas que hay vida en otros planetas, en otras galaxias y que sus habitantes vienen a visitarnos.
La creencia mundial en la hipótesis de la evolución ha contribuido a alimentar este mito. Si la vida evolucionó aquí, la idea es que entonces también debió haber evolucionado en otras galaxias, en donde las condiciones lo permitieron. Se dice que esto debió haber ocurrido en millones de otros planetas. Otros seres quizá encontraron esas condiciones favorables mucho antes que nosotros y, por consiguiente, sus civilizaciones son más antiguas que la nuestra. Siendo este el caso, algunas de estas sociedades hipotéticas tal vez comenzaron mil millones de años antes que la humanidad.
El concepto popular es que ellos han tenido más tiempo para perfeccionarse. Por consiguiente, la sabiduría y el poder que han acumulado les da tal superioridad, que ante nosotros son como dioses.
En la actualidad, cada día aumenta más la creencia de que estas razas avanzadas vienen aquí para ayudarnos con la presente polución nuclear y la crisis de la explosión demográfica, para que así podamos continuar evolucionando, tal como ellos lo hicieron.
El mito sutilmente propone que estos extraterrestres nos traen incluso los regalos de los avances en conocimiento, tales como antigravedad, materiales superiores e invenciones de alta tecnología. Se cree incluso, que podrían enseñarnos a vivir sin tener que saquear el carbón, el petróleo y la riqueza mineral de nuestro diminuto planeta.
Pero hay un problema con este mito, porque la Biblia no lo apoya para nada. En ningún lugar de la Escritura encontramos la más leve insinuación que el Señor creó razas en otros planetas, mucho menos que visitarían la Tierra en algún momento.
Sin embargo, son incontables los pasajes en la Biblia que hablan de visitas de otra clase, de los ángeles caídos quienes han frecuentado la Tierra con motivos diabólicos. Han forjado reinos para sí mismos y han esclavizado a los desventurados seres humanos. En el pasado, estos seres superiores fueron llamados «dioses». Los humanos los adoraban y a cambio recibían regalos de ellos.
Son descritos como los caídos, esos que se unieron a Satanás en su rebelión. En más de una ocasión se han presentado como supuestos benefactores, pero en realidad son unos mentirosos. Sus mensajes engañosos suenan buenos, pero traen muerte y destrucción.
En los días antes del diluvio les dieron dones a los hombres, y establecieron sociedades magníficas. Para los griegos eran dioses del reino de los cielos. Sus hijos fueron los titanes de la antigüedad. Vamos a comenzar hablando de uno de esos gigantes. Los mitos antiguos lo presentan como ese que robó a los dioses, para ayudar a los hombres.
Su historia es considerada ficción, pero extrañamente la narrativa de su vida coincide perfectamente con los anales bíblicos. Su vida narra la caída, el motivo y destino de los inicuos, de “los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada...” (Jud. 6).
Fuego de los dioses
Este titán fue Prometeo, de la palabra griega que significa «premeditado», famoso en la mitología de los griegos de la antigüedad. Su nombre lo expone como uno que maquinó un escenario a fin de congraciarse con los hombres mortales. Los titanes eran semidioses, los descendientes de la unión ilícita entre mujeres de la tierra y dioses que descendieron del cielo para establecer sus propios reinos en nuestro planeta.
Según la leyenda, el titán griego Prometeo robó la preciosa llama del monte Olimpo, residencia de los dioses, o tal vez encendió una antorcha con los rayos inflamados que emitía el carro de Febo, el dios sol. Tomando la antorcha encendida la trajo a la Tierra en donde les enseñó a los hombres cómo usar el fuego en varias formas. Se robó algo que supuestamente estaba reservado a los dioses y se lo dio a los hombres. Con él, ellos podían calentarse, cocinar, tener luz durante la noche y ofrecer sus sacrificios, tal vez para adorar al propio Prometeo. Este bien pudo haber sido su motivo original. Pero tal como veremos, quizá hay algo más en este fuego robado que simple luz y calor, porque este fuego era de naturaleza celestial.
Según el mito, las cosas fueron muy mal para Prometeo después de su acto de rebelión. Zeus, el rey de todos los dioses, descubrió su traición y ordenó que fuese encadenado por Hefesto en la cima de los montes Cáucaso, a donde Zeus enviaba un águila para que se comiera el hígado de Prometeo. Siendo éste inmortal, su hígado volvía a crecerle cada día, y el águila volvía a comérselo cada noche. De tal manera que cada día traía consigo una nueva horrorosa tortura.
Prometeo es retratado como un pensador, alguien que planeaba las cosas y simpatizaba con la humanidad. Era lo que hoy podríamos llamar, una especie de empresario que vio a los hombres como una oportunidad para aprovecharse de ellos, esclavizarlos y así construir su reino. Claro está, quería que los seres humanos le vieran como un salvador.
Pero siguiendo con la historia, Prometeo era hijo del dios griego Jápeto. Fue lo suficientemente valiente y orgulloso para poner en moción su plan, burlándose del poder de Zeus. Cuando uno estudia toda la conjura y contra-conjuras de estos perversos dioses, surgen preguntas. Por ejemplo: ¿Cuál fue ese fuego sobrenatural que Prometeo le entregó a los hombres? ¿Era simplemente el producto de la combustión del carbón, o se trataba de algo más poderoso?
Su madre Clímene, era una oceánide, una de las hijas del titán llamado Océano, quien tenía un hermano muy famoso en su día conocido como Atlas, el dios que cargaba el mundo físico sobre sus hombros. Estos eran los héroes de los antiguos, cuyos reinos son el origen de los mitos y las leyendas.
En su obra tan conocida Antigüedades de los judíos, Flavio Josefo los menciona muy claramente. Al escribir acerca de los hijos de Set, hijo de Adán, habla de cómo su entera descendencia fue arrastrada por la idolatría. Es significativo que se refiera a ellos en conjunción con los seres míticos a los que nos hemos estado refiriendo, aunque con una diferencia: Josefo no creía que eran míticos en el sentido contemporáneo, de que se trataba de fábulas inventadas, sacadas de la imaginación de cuentistas inteligentes.
Y leemos en Antigüedades de los judíos, primer libro, capítulo tres, parágrafo uno: «La posteridad de Set siguió durante siete generaciones considerando a Dios como Señor del universo y observando una conducta virtuosa; pero con el tiempo se corrompieron, abandonaron las prácticas de sus antepasados y no cumplieron con las honras señaladas para ser rendidas a Dios ni se preocuparon de ser justos con los hombres. El mismo celo que antes demostraban para ser virtuosos lo demostraban ahora doblemente para ser perversos y se acarrearon la enemistad de Dios. Muchos ángeles de Dios convivieron con mujeres y engendraron hijos injuriosos que despreciaban el bien, confiados en sus propias fuerzas; porque según la tradición estos hombres cometían actos similares a los de aquellos que los griegos llaman gigantes. Noé se sintió inquieto por su conducta y trató de convencerlos de que la mejoraran. Viendo que no cedían a sus instancias, y que seguían esclavizados a sus perversas voluptuosidades y temiendo que lo mataran a él, su esposa, sus hijos y los consortes de sus hijos, se alejó de aquella tierra».
Esos a quienes «los griegos llamaban gigantes», ¡no son otros que los infames titanes! Eran la descendencia de la unión ilícita entre los dioses griegos y mujeres de la tierra. Josefo y muchos otros historiadores del mundo antiguo, consideraron a los titanes como seres reales. Es histórico y bíblicamente exacto decir que seres superiores, pero decadentes, se entrometieron en el mundo de los mortales.
Ellos controlaron la cultura. Las riquezas, sexualidad y orden espiritual de los hombres, todo sucumbió bajo su gobierno despótico. Finalmente, la corrupción de ellos propagó una decadencia tan grande que casi destruyó a la humanidad. De no haber sido por Noé y su familia, el Redentor prometido no habría tenido una raza humana para redimir.
Como estudiantes de la profecía bíblica, debemos armonizar las narraciones del Nuevo Testamento del mundo antediluviano, con las creencias expresadas claramente en las historias antiguas. Pero antes de continuar con estas narrativas históricas del mundo antediluviano, debemos examinar el punto de vista presentado por el Nuevo Testamento sobre este período.
“Casándose y dando en casamiento”
Hay una profecía bíblica pronunciada por el propio Señor Jesucristo que suscita el nivel más alto posible de impacto. Como fue dirigida a sus discípulos en el monte de los Olivos, se conoce comúnmente como el Discurso del Monte de los Olivos. Ellos, al igual que todos los creyentes, deseaban saber de los tiempos finales, así que Jesús les respondió con claridad, proporcionándoles tanta información como consideró apropiado, dadas las circunstancias.
Sus palabras hablan de Israel, durante ese tiempo que todavía era futuro, cuando los eventos de la tribulación pondrán de cabeza el mundo de los gentiles. Será entonces cuando un sistema comercial mundial y su diabólico despotismo monetario y social, quedarán reducidos a completa ruina. En preparación para el establecimiento del Reino, el mundo experimentará un tiempo sin precedentes de caos y perturbaciones. Estas fueron las palabras de Jesús: “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mt. 24:21).
En vista del hecho que el mundo ha visto cataclismos increíbles en el pasado, estas palabras superan cualquier cosa que pueda concebir la imaginación, asimismo los eventos narrados en el libro de Apocalipsis sobre ese tiempo de problemas. El único evento que podemos comparar a esto, es el gran diluvio en los días de Noé, el cual el Señor Jesucristo mencionó en el mismo contexto: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mt. 24:37-39).
Cuando Jesús expresó estas palabras, podía recordar claramente cada detalle de lo ocurrido a la humanidad del tiempo de Noé, porque en su vida preencarnada vio cómo su Padre trajo juicio sobre el mundo pecador y observó todos sus detalles. Siendo esto cierto, las palabras que les reveló a sus discípulos constituyen una asombrosa declaración incompleta.
Su escasa reseña de los eventos omite gran cantidad de detalles importantes, tal como el hecho que esos que estaban vivos antes del diluvio, fueron invadidos por los ángeles caídos, los famosos nefilims(los caídos). Ellos corrompieron el genoma humano, y sólo Noé y su familia fueron librados. De Noé se dice: “Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé” (Gn. 6:9). Y de toda la población del mundo, sólo él y su familia permanecieron lo suficientemente puros para repoblar al mundo.
“Casándose y dando en casamiento”. La Escritura registra que el mundo antediluviano se había entregado por completo a la monstruosa corrupción desatada por los ángeles caídos, quienes rápidamente dominaron a sus esclavos humanos. Era un mundo tan decadente, que Dios exterminó a todas las criaturas de la tierra que Noé no llevó a bordo del arca.
Históricamente, las aguas de este diluvio cubrieron toda la Tierra, acabando con sus depravados pobladores, con excepción de Noé, su esposa, sus tres hijos y sus esposas. Este gigantesco desastre es reducido a una simple referencia: a la remoción de la entera población del mundo.
En ausencia de otra información, uno podría imaginar que los habitantes de la Tierra eran personas rústicas, pastores, agricultores y ganaderos, que vivían en una especie de paraíso. Uno podría suponer que sus actividades diarias eran mundanas y sin ningún tipo de complicación. Muchos eruditos modernos consideran que en esa época las personas casi no tenían instrucción alguna. Aseguran que la lectura y la escritura eran algo desconocido. Las matemáticas se reducían a mover las piedras de una pila a otra, mientras las ovejas y el ganado pasaban delante de sus dueños. La geometría y la arquitectura eran elementales, los hombres sólo eran capaces de edificar refugios rústicos, tal vez en conjunción con las cuevas.
En nuestra era, el mito de los cavernícolas se ha extendido hasta tal grado, que ha llegado a convertirse en parte de nuestro lenguaje y pensamientos. Llamar a alguien «cavernícola» o Neandertal es sugerir que tiene un cerebro pequeño y una postura encorvada. Se cree que tales homínidos fueron los que dieron origen a la familia humana.
¡Esta fantasía en ninguna forma refleja la imagen verdadera del mundo antediluviano! Adán fue creado como un ser superior, más cerca de la perfección que la humanidad de hoy. Sus genomas no tenían defecto ya que habían sido diseñados por el propio Dios. Su descendencia también era genéticamente superior a la nuestra. Su fuerza, longevidad e intelecto eran superiores. La decadencia de la raza humana tuvo lugar, cuando en su estado pecaminoso, fue fascinada por la atracción de los «dioses» que habían descendido y les dieron el «fuego», usando así el término que menciona la historia de Prometo. Pero en el sentido moderno, lo que recibieron fue tecnología, aunque en la tramitación del negocio terminaron por corromperse.
La transacción diabólica
Esta transacción se encuentra plenamente documentada en el libro de Enoc. Como toda la literatura apocalíptica, este texto al que algunas veces se le llama Primero de Enoc para distinguirlo de otra obra titulada El libro de los secretos de Enoc, debe tomarse con mucho cuidado. Ofrece una de las pocas historias que sobrevivieron del mundo antes del diluvio. Fue preservado finalmente como un manuscrito, probablemente en el siglo II A.C. Incluso se le cita en el Nuevo Testamento, en la epístola de Judas: “De éstos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán, diciendo: He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Jud. 14-15).
Judas testifica que las palabras que citaré a continuación fueron escritas por el propio Enoc, las encontramos en el capítulo uno, versículo 9 y dicen: “Mirad que Él viene con una multitud de sus santos, para ejecutar el juicio sobre todos y aniquilará a los impíos y castigará a toda carne por todas sus obras impías, las cuales ellos han perversamente cometido y de todas las palabras altaneras y duras que los malvados pecadores han hablado contra Él”.
En la carta a los Hebreos, también se menciona a Enoc como un hombre excepcionalmente espiritual. Vivió en el mundo antiguo y fue librado al ser trasladado directamente al cielo sin experimentar la muerte: “Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios” (He. 11:5).
El texto de Enoc es un relato histórico de un período que se caracterizó principalmente por un asalto desde el cielo, por una invasión de los ángeles caídos al dominio de los seres humanos. Su discurso narra eventos extraños, muchos de los cuales podemos tomarlos como confabulaciones de lo que debió comenzar como un verdadero relato histórico.
Tomados juntos presentan el cuadro general de una verdad innegable. El libro de los secretos de Enoc fue traducido por primera vez por R. H. Charles en 1912 para la Universidad Oxford Press. Luego fue publicado en 1917 por S.P.C.K. de la prensa de Londres, para ser posteriormente traducido al castellano por Florentino García.
Hay muchos pasajes en su texto que coinciden de manera asombrosa con la idea general de una invasión celestial, incluyendo los motivos que se mencionan en el mito de Prometeo. Comienza diciendo el capítulo 6: “Así sucedió, que cuando en aquellos días se multiplicaron los hijos de los hombres, les nacieron hijas hermosas y bonitas; y los Vigilantes, hijos del cielo las vieron y las desearon, y se dijeron unos a otros: ‘Vayamos y escojamos mujeres de entre las hijas de los hombres y engendremos hijos. Entonces Shemihaza que era su jefe, les dijo: ‘Temo que no queráis cumplir con esta acción y sea yo el único responsable de un gran pecado’. Pero ellos le respondieron: ‘Hagamos todos un juramento y comprometámonos todos bajo un anatema a no retroceder en este proyecto hasta ejecutarlo realmente’. Entonces todos juraron unidos y se comprometieron al respecto los unos con los otros, bajo anatema. Y eran en total doscientos los que descendieron en los días de Jared sobre la cima del monte que llamaron ‘Hermon’, porque sobre él habían jurado y se habían comprometido mutuamente bajo anatema” (Enoc 6:1-6).
Claro está, el texto bíblico condensa este relato en cuatro versículos, dice: “Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra, y les nacieron hijas, que viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas. Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años. Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre” (Gn. 6:1-4).
Aunque la versión de la Biblia omite los nombres y los lugares, resume la entera historia. Note que el registro de Enoc, hace alusión a «los días de Jared». Jared fue el sexto desde Adán en la línea de Set. Su nacimiento tuvo lugar 460 años después de la creación de Adán, lo cual nos da una idea de cuándo tuvo lugar la invasión angélica.
También menciona el sitio por donde entraron, el monte Hermón. Este lugar ha sido identificado plenamente como la sede de la adoración de Baal. Las gigantescas losas de piedra que cubren la Acrópolis de Baalbek están localizadas en la cercanía. Se ha dicho a menudo que no hay una explicación posible que pueda descifrar cómo fueron excavadas estas piedras tan gigantescas, labradas y luego trasladadas y colocadas con tal precisión que prácticamente no hay espacio entre ellas. Las heroicas esculturas de los dioses todavía se encuentran allí.
Es mucha la documentación que señala al monte Hermón como el centro muerto de la idolatría antigua. Después de citar los 19 nombres de los caudillos de la rebelión angélica, Enoc pasa a documentar el resultado de la rebelión de ellos, dice: “Todos y sus jefes tomaron para sí mujeres y cada uno escogió entre todas y comenzaron a entrar en ellas y a contaminarse con ellas, a enseñarles la brujería, la magia y el corte de raíces y a enseñarles sobre las plantas. Quedaron embarazadas de ellos y parieron gigantes de unos tres mil codos de altura que nacieron sobre la tierra y conforme a su niñez crecieron” (Enoc 7:1, 2).
Dondequiera que leemos relatos de esta invasión antigua, encontramos que los ángeles caídos trajeron con ellos el conocimiento prohibido que pronto se manifestó a sí mismo como eso que conocemos hoy con el nombre de «ocultismo». Las hierbas, raíces, amuletos y encantamientos mencionados anteriormente, son las herramientas de los hechiceros. Entre otras cosas, inducen el estado de trance que capacita al practicante a penetrar mentalmente en las barreras dimensionales de tiempo y espacio.
La literatura ocultista está colmada con leyendas de viajes de las almas, de experiencias fuera del cuerpo, encuentros con espíritus y demás. Lo primero en la agenda de los caídos (nefilims) es corromper a la raza humana con la sabiduría prohibida por Dios. Fue por eso que Jehová le dio esta ordenanza al pueblo de Israel: “No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos. Porque es abominación para con Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas abominaciones Jehová tu Dios echa estas naciones de delante de ti” (Dt. 18:10-12).
Estas Escrituras se entienden fácilmente cuando uno examina la Biblia y los escritos antiguos que hablan de los pecados multiplicados y la corrupción que plagó el mundo antediluviano. Las actividades de los caídos son simplemente una continuación de la sórdida proposición que le hiciera primeramente Satanás a Eva: “...sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:5).
Satanás esencialmente le pidió a Eva que desobedeciera a Dios y que a cambio tendría el fruto prohibido del conocimiento. En un sentido, esto bosqueja la entera historia de la humanidad, la cual siempre busca conocimiento divino en nombre del “progreso”. Desde los días de los nefilims hasta el presente, una camarilla de hombres han escuchado las voces de estos seres diabólicos detrás del velo. Desde Nimrod hasta Hitler, la historia nunca ha cambiado.
Los sacerdotes de Baal e Istar, de Zeus y Artemisa, de Júpiter y Diana han plagado los imperios de Egipto, Grecia y Roma. Justamente detrás de las bambalinas, la ramera y la bestia siempre han guiado el curso del mundo. Esta historia es en realidad vieja, pero muy vieja.
El libro de Enoc relata los términos del cambio en detalle: “Y ‘Asa’el enseñó a los hombres a fabricar espadas de hierro y corazas de cobre y les mostró cómo se extrae y se trabaja el oro hasta dejarlo listo y en lo que respecta a la plata a repujarla para brazaletes y otros adornos. A las mujeres les enseñó sobre el antimonio, el maquillaje de los ojos, las piedras preciosas y las tinturas y entonces creció mucho la impiedad y ellos tomaron los caminos equivocados y llegaron a corromperse en todas las formas. Shemihaza enseñó encantamientos y a cortar raíces; Hermoni a romper hechizos, brujería, magia y habilidades afines; Baraq’el los signos de los rayos; Kokab’el los presagios de las estrellas; Zeq’el los de los relámpagos; -’El enseñó los significados; Ar’taqof enseñó las señales de la tierra; Shamsi’el los presagios del sol; y Sahari’el los de la luna, y todos comenzaron a revelar secretos a sus esposas. Como parte de los hombres estaban siendo aniquilados, su grito subía hasta el cielo” (Enoc 8:1-4).
Note que este contrato ilícito entre los hombres y los ángeles incluía tecnología. Aquí, todo fue dado a los hombres: metalurgia, cosmetología, hechicería, astrología, meteorología, geología, hasta el tiempo de la órbita del sol, la luna y la tierra.
Más probablemente, los hombres que recibieron el conocimiento creían que estaban recibiendo ganancia en el cambio. ¡Sin embargo, el texto de Enoc muestra claramente que la humanidad comenzó a perecer! Sus gritos angustiosos fueron escuchados arriba, y tal como narra el capítulo 6 de Génesis, llegó la ayuda. Desafortunadamente, llegó en la forma de un diluvio destructor que acabó con todo, con excepción de un diminuto remanente, la familia de Noé.
Atlántida
La leyenda de la Atlántida, del continente perdido que pereció en un diluvio, es conocida a través del mundo. Sin embargo, pocas personas están familiarizadas con la historia de la Atlántida, tal como es narrada con detalles en los diálogos de Platón. En una forma sorprendente, las palabras de estos griegos paganos famosos validan las narraciones de la Biblia, al igual que el libro de Enoc.
Conforme seguimos citando las palabras de todos ellos, recordemos a Azazel y la instrucción en metalúrgica que le trajo a la humanidad. Las narrativas de Platón dejan claro, que en alguna forma, el conocimiento de los ángeles caídos se había perdido. Sin entender realmente lo que estaba diciendo, Platón afirma que las transacciones con los caídos incluían lo que podríamos llamar innovaciones tecnológicas.
Es obvio que en sus diálogos, Platón empieza a darle sentido a crónicas que fueron transmitidas a lo largo de muchas generaciones. A no dudar, aunque fueron alteradas y ampliadas por un número indeterminado de cuentistas, ellas transmiten una historia muy similar al recuento bíblico.
En un diálogo de Platón titulado Timeo, tenemos un discurso prolongado de un hombre llamado Timeo, quien cuenta la historia del mundo desde la creación. En el proceso, recuerda que en una ocasión seres superiores descendieron desde arriba y construyeron un mundo asombroso que más tarde fue destruido por un diluvio. En este artículo, no haremos referencia a los detalles de sus muchas hazañas, ya que ello tomaría mucho espacio. Sin embargo, mencionaremos algunos pormenores de la vida en la antigua Atlántida, los que en forma asombrosa, nos recuerdan lo que dicen la Biblia y Enoc acerca del mundo antes del diluvio.
Timeo está hablando con Sócrates y Critias acerca de la ciudad de Atenas. Él la compara con la antigua Atlántida, y leemos en la página 1.232 de Las obras completas de Platón: «Ahora muchos grandes logros registrados de vuestra ciudad son reverentemente inspiradores, pero hay uno que seguramente sobrepasa a todos ellos en magnitud y excelencia. El registro habla de cómo vuestra ciudad detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran imperio, que avanzaba del exterior, desde el Océano Atlántico, sobre toda Europa y Asia. En aquella época, se podía atravesar aquel océano dado que había una isla delante de la desembocadura que vosotros llamáis columnas de Heracles. Esta isla era mayor que Libia y Asia juntas y de ella, los de entonces podían pasar a las otras islas y de las islas a toda la tierra firme que se encontraba frente a ellas y rodeaba el océano auténtico, puesto que lo que quedaba dentro de la desembocadura que mencionamos parecía una bahía con un ingreso estrecho. En realidad, era mar y la región que lo rodeaba totalmente podría ser llamada con absoluta corrección tierra firme.
En dicha isla, Atlántida, había surgido una confederación de reyes grande y maravillosa que gobernaba sobre ella y muchas otras islas, así como partes de la tierra firme. En este continente, dominaban también los pueblos de Libia, hasta Egipto, y Europa hasta Tirrenia...
Posteriormente, tras un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche terribles, la clase guerrera vuestra se hundió toda a la vez bajo la tierra y la isla de Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el mar. Por ello, aún ahora el océano es allí intransitable e inescrutable, porque lo impide la arcilla que produjo la isla asentada en ese lugar y que se encuentra a muy poca profundidad».
Según se cuenta, la Atlántida era una tierra abundante en recursos naturales, con una vegetación exuberante y valiosos yacimientos minerales, entre ellos los de plata y de oro. La gente que habitaba la isla, gozaba de un alto nivel científico y cultural. En su centro mismo, sobre la cima de una pequeña colina, se levantaban un palacio y un templo, en torno a los cuales se extendía la gran ciudad. Un amplio canal rodeaba la colina y permitía el paso de barcos de vela. Alrededor de la ciudad, otras vías de agua formaban círculos concéntricos; el canal que rodeaba la ciudadela se comunicaba con el mar abierto a través de un sistema de muelles y puertos, que exportaban los valiosos productos del país a todo el mundo conocido entonces. La Atlántida era un país rico y célebre; tanto que, a pesar de que desapareció de la faz de la Tierra muchos siglos antes de la era cristiana, su nombre resulta aún más familiar a los hombres de hoy que muchas de las naciones que le sobrevivieron.
Esta descripción única de la Atlántida, como ya mencionara, es del filósofo griego Platón, y data del año 347 A.C. Pero ni siquiera Platón es un testigo de primera mano. El filósofo no hizo más que repetir los relatos escritos por un viajero ateniense, de Solón, quien a su vez repetía lo que había oído contar a los sacerdotes egipcios. La historia relatada por Platón indica que la Atlántida entró en un período de decadencia; que su pueblo cayó en formas abominables de corrupción y mereció así un terrible castigo. En un día y una noche, la isla entera, de 560 kilómetros de anchura, fue destruida por una catástrofe de gran magnitud. Fue destrozada por una explosión volcánica a la que siguió un maremoto de tal magnitud que en veinticuatro horas desapareció bajo el mar.
Es obvio que Platón escogió el medio de este diálogo para narrar el relato histórico de un diluvio antiguo de proporciones cataclísmicas. Quienes creemos en la Biblia pensamos de inmediato en el diluvio en los días de Noé, narrado desde el punto de vista de los griegos, quienes creían en una catástrofe antigua, en la cual la población de la Atlántida y de la antigua Atenas fueron destruidas.
Un diálogo adicional, relata varias veces la destrucción de la Atlántida a través de varias oleadas de devastación. Y dice en uno de ellos: «Una sola noche de lluvia torrencial le arrancó a la acrópolis toda la tierra y la redujo a roca caliza desnuda, en una tormenta que estuvo acompañada por terremotos. Antes del diluvio destructivo de Deucalión, esta fue la tercera tormenta cataclísmica».
Más adelante en el manuscrito Critias, él le atribuye su gran diseño al titán Poseidón, dios del mar, quien la construyó para una mujer mortal. Dice Critias en la página 1.297: «Fue así como Poseidón recibió como uno de sus dominios la isla de Atlántida y estableció lugares de moradas para los hijos que había tenido con una mujer mortal en cierto lugar de la isla que describiré».
Note que Poseidón tomó una mujer como esposa. Eso es exactamente lo mismo que declara el recuento bíblico y la historia de Enoc. En la página 1.232 de las obras de Platón, Critias entonces relata la historia de la esposa mortal de Poseidón, después de hablar de los padres de ella: «El nombre de él era Evenor y moraba allí con su esposa Leucipe. Ellos tuvieron un sólo hijo, una niña a la que llamaron Cleito, la que al crecer y disponer de la edad de encontrar pretendiente, sus padres fallecieron. Es en dicha ocasión cuando Poseidón la desea, y se une a ella. Y para preservarla de los hombres del mundo exterior, creó una llanura, reputada como la más bella y fértil de todas las llanuras. Y casi en el centro de esta planicie levantó una colina, no demasiado alta. Alrededor de la colina, como ruedas de carro, aparecían dos anillos de tierra, rodeados de tres anillos de mar...
Haciendo uso de su condición divina, organizó la recién creada isla central a partir de dos manantiales de agua caliente y fría que hizo emerger del subsuelo, y por la diversidad de alimentos que dispuso a partir de la fecunda tierra. Encontrándose todo dispuesto de esta manera, engendró ‘cinco generaciones de gemelos varones’, dividiendo consecutivamente la isla entera de la Atlántida en diez partes, y entregando al primogénito al hogar materno así como la parte que se hallaba ligada a él, la mayor y mejor de todas ellas, para finalmente nombrarle rey. Su nombre era Atlas y a la isla se le llamó Atlántida y al océano Atlántico en honor a él.
A los restantes de sus hermanos se les distribuyó el gobierno de todas las demás parcelas de tierra, siendo en gran número tanto los hombres gobernados como la extensión de cada región asignada. La estirpe de Atlas llegó a ser numerosa y distinguida. El rey más anciano transmitía siempre al mayor de sus descendientes la monarquía, y la conservaron a lo largo de muchas generaciones. Poseían tan gran cantidad de riquezas como no tuvo nunca antes una dinastía de reyes ni es fácil que llegue a tener en el futuro, y estaban provistos de todo lo que era necesario proveerse en la ciudad y en el resto del país».
La Atlántida era un lugar de belleza legendaria, «unas casas eran simples, otras mezclaban las piedras y las combinaban de manera variada para su solaz, haciéndolas naturalmente placenteras. Recubrieron de tierra, como si fuera pintura, todo el recorrido de la muralla que circundaba el anillo exterior, fundieron casiterita sobre la muralla de la zona interior, y oricalco, que poseía unos resplandores de fuego, sobre la que se encontraba alrededor de la Acrópolis».
Estas breves citas constituyen sólo una pequeña porción de la descripción de Platón de la Atlántida. Es la historia de dioses que se casaron con mujeres de la tierra y procrearon una raza de titanes de hombres poderosos, cuya tecnología sobrepasa incluso la del siglo XXI. Se asegura incluso, que el mítico oricalco producía un suministro ilimitado de energía al complejo de la isla.
Este fuego resplandeciente trae a la memoria el fuego que Prometeo le robara a los dioses y trajera a la Tierra. Parte del mito sugiere que esta misteriosa aleación era una fuente ilimitada de energía. ¡No era fuego común y corriente!
A donde quiera que uno mire a través de los borrosos y empolvados recuentos del mundo antediluviano, emergen historias similares. Ellas hablan de una horrorosa invasión de seres celestiales, que usurparon las provincias de los hijos de Adán. Crearon edificios magníficos y súper sociedades ricas y poderosas.
Pero en el proceso causaron el caos genético, procreando una raza de monstruos que tuvieron que ser destruidos. Critias es sólo un manuscrito parcial, y termina abruptamente cuando Zeus, el rey de los dioses descubre la decadencia de la Atlántida y resuelve hacer descender el juicio sobre ella.
Vemos entonces, que hasta los griegos paganos vieron que el mundo antediluviano estaba corrupto, más allá de la salvación. Pero eso no importa realmente, porque Zeus y todos los dioses son sólo un burdo remedo del Dios Todopoderoso, cuyas palabras registradas en la Biblia dicen: “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho” (Gn. 6:6, 7).
Tal pareciera como si Dios hubiera tratado de ocultar los principales eventos de este período horrible. Sin embargo, sólo en forma parcial, ya que a pesar de todo lo confuso que pueda parecer, contamos con suficiente información para decir con certeza, que en los días de Noé este mundo fue invadido por esos que hoy llamamos «extraterrestres», quienes no llegaron procedentes de otros planetas, sino del lugar donde reina su líder, Satanás.
Los invasores no eran humanos, pero sí eran seres superiores al hombre y poseían una tecnología y conocimiento excepcional. Las ruinas de las complejas y gigantescas estructuras, que no quedaron sumergidas debajo del mar, todavía se yerguen en el paisaje de la Tierra. Plazas de piedra y muros, tales como esos en Baalbek, tal vez se remonten a épocas antes del diluvio. La gran pirámide por seguro es una de ellas. Después del diluvio los hombres hambrientos de poder construyeron la torre de Babel para tratar de llegar hasta donde los dioses y restablecer el contacto que se interrumpió con el diluvio que acabó con sus ancestros.
Las ruinas arqueológicas que todavía permanecen desafían cualquier descripción. Incluso hoy, con todas las máquinas sofisticadas con que contamos, es imposible duplicarlas. Los historiadores de la antigüedad simplemente creían que estos edificios magníficos fueron construidos por los titanes, mientras que los historiadores modernos tratan de dar todo tipo de explicaciones ilógicas y difíciles de creer.
De acuerdo con las narrativas antiguas, tal como esa de Platón, estos ángeles caídos poseían un conocimiento avanzado de ciencia natural. Recuerde las palabras de Enoc, cuando describe cómo ellos trajeron consigo información técnica avanzada al hombre mortal. Eso, claro está, acarreó consigo una corrupción fatal irreversible.
En un sentido, los caídos eran tecnócratas quienes les dispensaron a los hombres conocimiento avanzado. Los seres humanos, que en un tiempo habían tenido una relación estrecha con Dios, su creador, se convirtieron en vasallos gobernados por la dependencia creciente del conocimiento de seres superiores.
Estos fueron los días de Noé mencionados proféticamente por Dios en conjunción con los eventos de la tribulación. Conforme nos aproximamos a ese día, tal parecería como si sus palabras están ya en las etapas iniciales de su cumplimiento. El engaño de la sociedad global de que el aumento de la tecnología elevará el nivel cultural, está de hecho precipitando a la humanidad en un foso de muerte.
Esos días horribles están regresando. Los poderes del mal, en las alturas nos han invadido de nuevo. No se equivoque, no son seres de otros sistemas planetarios, eso es sólo encubrimiento. El hombre moderno ha sido condicionado para aceptar la hipótesis de los viajes interplanetarios. Los ángeles caídos del reino de Satanás están haciéndose pasar por embajadores intergalácticos.
Los mitos de la antigüedad se han convertido en las noticias de actualidad. ¡Los tecnócratas han regresado! ¡Los días de Noé están aquí!