Irene Ferrel
- Fecha de publicación: Viernes, 13 Marzo 2020, 04:11 horas
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“Y dije: Perecieron mis fuerzas, y mi esperanza en Jehová. Acuérdate de mi aflicción y de mi abatimiento, del ajenjo y de la hiel; lo tendré aún en memoria, porque mi alma está abatida dentro de mí; esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias”
(Lam. 3:18–22)
“¿Dios mío, por qué? ¿Por qué permitiste esto...?”. “¿Por qué ella o él contrajo cáncer?”. “¿Por qué murió de esa forma en ese accidente...?”. “Tal parece que Dios se hubiera olvidado de nosotros”. Esas son preguntas muy familiares entre los cristianos, pero no olvide que cuando el Señor yacía sobre la infame cruz, “Cerca de la hora novena... clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Y que después “Cuando ... hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (Juan 19:30). Con esto el Señor no sólo señaló el fin de su sufrimiento, sino que había cumplido con su labor.
Irene Ferrel, una misionera bautista que trabajaba junto con una enfermera llamada Ruth Hege en el Congo, África. Fue llamada por el Padre a su hogar celestial, el 25 de enero de 1964. Cuando murió con una flecha clavada en su garganta, exclamó: “He terminado”. Permítannos compartirle su historia:
Irene, nació en la pradera estadounidense, lo cual era bastante común a principios del siglo pasado. Era una jovencita vivaz y muy traviesa y por esto recibió muchos azotes de parte de sus padres, sin embargo todo cambió cuando le entregó su corazón a Cristo. Se graduó en el Instituto Bíblico de los Ángeles, con una carga en su corazón por las misiones foráneas. Encontró su lugar en Zaire, el Congo, en donde por diez años enseñó en la escuela, compartió al Señor Jesucristo y trabajaba en el dispensario como enfermera.
En 1964, un grupo rebelde llamado los Jeunesse aterrorizaban la región. Cerraron las escuelas y masacraron a cristianos cuyas enseñanzas competían con su ideología marxista. En Mangungu, donde Irene Ferrel y Ruth Hege, su compañera, trabajaban como misioneras, los líderes africanos decidieron cerrar la escuela cristiana porque los rebeldes estaban cerca. Mientras explicaban su decisión a las misioneras, un avión de la Misión sobrevoló el área y el piloto arrojó un paquete por la ventana. Venía envuelto en un vendaje blanco y adjuntaba una nota que Irene abrió con dedos temblorosos. La nota decía “¡Están en problemas! Todos los misioneros han sido evacuados de Mukedi. La estación de Kandala fue incendiada y los misioneros removidos... Les enviaremos un helicóptero”.
Mientras el avión volaba en círculos esperando la respuesta de ellas, las hermanas oraron: “Señor, que podamos irnos”. No querían abandonar a los cristianos africanos, pero como eran las únicas dos mujeres blancas en el área, eran objetivos obvios. Con la aprobación de ellos, decidieron abandonar la misión y se sentaron en un claro a esperar el helicóptero. El piloto bajó un ala de su avión Cessna para mostrar que había entendido.
Apresuradamente empacaron algunas cosas, y prometieron que regresarían. Escondieron su automóvil, pagaron a sus trabajadores y regresaron al claro. Pero como el helicóptero no llegaba, los nativos cristianos se reunieron para un servicio de despedida. A la medianoche, el pastor Luka dijo: “Permanecéremos aquí. No iremos a nuestras casas a dormir esta noche”. Las mujeres agradecidas se acostaron, pero antes de que pudieran quedarse dormidas, el pastor Luka gritó una advertencia.
Los gritos y el estallido de cristales rotos les indicaron que los comunistas habían llegado. Los rebeldes entraron en la casa, saqueando todo. Enloquecidos por las drogas, arrastraron a las dos mujeres por el césped, mientras una flecha se hundía en la garganta de Irene. “¡He terminado!", jadeó ella, dando un paso y cayendo. Murió minutos más tarde en ese día 25 de enero de 1964, la única mártir bautista de las misiones intermedias del siglo XX.
Muchos otros cristianos murieron durante esta confrontación en el Congo. ¿Por qué el helicóptero no llegó a tiempo? ¿Por qué Dios permite que sus siervos perezcan? Todo eso lo sabremos un día. Mientras tanto no olvidemos que sus misericordias nunca nos faltan.