Estamos entrando a la historia de la raza humana, de principio a fin, donde gira alrededor de este día transcendental, el día de la crucifixión del Cordero de Dios. Los santos del Antiguo Testamento anhelaron ese día, el día de la expiación del Señor por los pecados de ellos, mientras que los santos del Nuevo Testamento miraban retrospectivamente hacia ese momento increíble.
• Fue el día cuando todos los pecados de la progenie de Adán fueron pagados por el sacrificio sin mancha, puro y perfecto del Hijo unigénito de Dios.
• Fue el día prometido a Adán y a Eva, cuando Dios le dijo a la serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gn. 3:15).
• El día del que habló Abraham cuando le dijo a Isaac: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto...” (Gn. 22:8).
• El día del que profetizó David cuando escribió: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?... Horadaron mis manos y mis pies... Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes... Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti” (Sal. 22:1, 16, 18, 27).
• El día del cual escribió el salmista: “La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. De parte de Jehová es esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos. Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él... Bendito el que viene en el nombre de Jehová...” (Sal. 118:22-24, 26).
• El día del que habló Isaías: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Is. 53:3-6).
• ¡Fue un día trágico, pero al mismo tiempo maravilloso!: “Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó. Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura; y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le daban de bofetadas. Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!” (Jn. 19:1-5).
Juan no incluyó el momento en que Pilato se lavó sus manos. De hecho, tampoco Marcos ni Lucas. Sólo Mateo nos narra así la historia: “Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros” (Mt. 27:24).
Pilato se lavó las manos diciendo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros”.
¿Por sólo lavarse las manos Pilato puede considerarse inocente? De ninguna manera. Todos somos culpables de la muerte de aquel Justo. El Justo por nosotros los injustos. Mediante su muerte el Señor pagó la cuenta de todos los pecados que hemos cometido en contra de Dios. De no haber muerto él en nuestro lugar, no tendríamos la menor posibilidad de salvación.
¿Tiene usted alguna duda respecto al completo perdón divino? Piense por un momento en sus años pasados y probablemente hasta el presente, ¿hay algo que no le permite disfrutar de paz? ¿No será que duda del perdón de Dios y permite que el pecado que ya le ha sido perdonado siga molestándole porque no logra captar la enormidad del amor de Dios?
Al enviarnos a su amado Hijo para morir por todos nuestros pecados, la Biblia habla por sí misma ofreciéndonos algunas de esas maravillosas cápsulas divinas del perdón también divino:
• “...Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Is. 43:25). Esto es posible porque alguien ya sufrió por mí.
• “Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Is. 44:22).
• “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:7).
• “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado... No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia” (Mi. 7:18),
• “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9).
¿En qué base puede el Señor concedernos tan amplio perdón? ¿Cuántas veces hemos leído los pasajes de la Biblia que hablan del sacrificio de nuestro Señor sin prestarles mucha atención? “Porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mt. 26:28). Dios nos perdona, no en base a nuestro arrepentimiento, sino en base al sacrificio de Cristo. Nosotros como favorecidos por su perdón, cuando nos arrepentimos y depositamos nuestra fe en Cristo, somos salvos, pero si Él no se hubiera adelantado y no hubiera provisto de esta salvación tan completa, del completo perdón mediante Su sacrificio en el Calvario, de nada valdría nuestro arrepentimiento, la fe, la confesión de pecados y todo cuanto hagamos para ganar el favor de Dios. No habría posibilidad.
Usted no se salvará porque es filántropo, porque procura ser muy buen ciudadano moralmente intachable, nada de esto, únicamente por la sangre de Cristo vertida en la cruz del Calvario.
Tenga cuidado amigo, si aún no recibió a Jesús como su Salvador. Porque aunque él ya sufrió el castigo que nosotros merecíamos y así saldó nuestra cuenta ante Dios, de nada servirá su sacrificio para quienes no lo reciban arrepentidos de sus pecados. Hoy mismo, ¿no quisiera derramar su alma delante de Él y decirle, Señor perdóname, te recibo por Salvador? Si no lo recibió aún, hágalo cuanto antes.