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Enfrentando la Pandemia

  • Fecha de publicación: Sábado, 30 Enero 2021, 12:10 horas

Al enfrentar el impacto médico y económico del virus de la pandemia que está devastando a la humanidad y a la economía, hay varias actitudes bíblicas que nosotros, como cristianos deberíamos manifestar: tal como compasión, amor y esperanza.  Pero el comportamiento sobre el cual vamos a referirnos en este mensaje, es uno de los más necesarios, es lo que llamamos “Una fe inquebrantable”.

Es muy fácil caminar confiados cuando las circunstancias de la vida son positivas, pero cuando las condiciones cambian y se tornan adversas, es entonces cuando nuestra fe es puesta a prueba.  Tal cosa ocurre cuando el médico mirándonos a los ojos nos dice “Lo siento, pero tiene cáncer”. O cuando nos llama la policía para informarnos que nuestro hijo ha sido arrestado y que además estaba drogado.  O tal vez cuando encontramos una nota de nuestro cónyuge que dice: “Ya no te amo, así que he decidido abandonarte”.  Puede ser asimismo la pérdida de un trabajo o la muerte de un miembro de la familia.

En estos tiempos finales, ya muchos están enfrentando nuevos factores, tal como la persecución debido a la fe que profesan, por perder el trabajo o un ascenso, por el hecho de ser creyente, o enfrentar el ridículo y el acoso en la escuela o en el trabajo por razón de sus convicciones cristianas.  Y les preguntamos: ¿Están listos para la prueba?  ¿Poseen el tipo de fe resistente que es necesaria para sobrevivir a esta pandemia sin tener que revolcarse en la autocompasión y la desesperación?

En la Biblia tenemos muchos ejemplos de esta fe inquebrantable.  Uno de los mejores lo encontramos entre los Profetas Menores.  ¡Sí, en los Profetas Menores!  Lamentablemente, hemos descubierto a lo largo de los años, que la mayoría de los cristianos no están familiarizados con los profetas menores. De hecho, casi nos atrevemos a decir que muchos ni siquiera han leído sus libros.

Podemos declarar esto con bastante seguridad, especialmente si hemos asistido a la iglesia por muchos años.  Es muy raro escuchar un sermón basado en uno de los profetas menores, incluso hemos oído a algunos creyentes que creen, que los Profetas Menores fueron llamados así porque sus mensajes no eran tan importantes.  La gran mayoría ignora que esta designación sólo indica que sus libros son más cortos que los de los Profetas Mayores.

Sólo descubrimos a los profetas menores cuando comenzamos a estudiar la profecía bíblica en general.  Al hacerlo nos sorprende lo que descubrimos, ya que rápidamente se hace evidente que los mensajes de los Profetas Menores son trascendentales, y que son tan importantes hoy, como lo fueran en el pasado.  Y la razón por supuesto es, que a pesar de que estos breves libros fueron escritos hace más de 2.500 años, la humanidad no ha cambiado en absoluto. Ya entonces éramos pecadores, y hoy seguimos lo mismo.  Todavía somos personas que necesitamos desesperadamente escuchar a Dios.

Permítannos presentarles un ejemplo breve de cuán relevantes son los Profetas Menores. En el libro de Habacuc, capítulo 1, versículo 5, encontramos estas palabras de Dios dirigidas al profeta, le dice: “Mirad entre las naciones, y ved, y asombraos; porque haré una obra en vuestros días, que aun cuando se os contare, no la creeréis”.

¿No es eso exactamente lo que estamos viendo en el mundo que nos rodea hoy?   Consideren este ejemplo vívido, lo que sucedió en sólo cuatro años, entre 1989 y 1993: En ese tiempo tuvo lugar la liberación de Europa Oriental, la destrucción del muro de Berlín, la reunificación de Alemania, la Guerra del Golfo Pérsico, el colapso de la Unión Soviética, el resurgimiento del Islam, la creación de la Unión Europea, y el increíble apretón de manos en la Casa Blanca entre el primer ministro israelí Yitzhak Rabin y el líder palestino Yasser Arafat el 13 de septiembre de 1993.  Todos estos fueron acontecimientos grandiosos en la historia de la humanidad.

Ahora una de las razones por las que elegimos este pasaje de Habacuc para ilustrar la importancia de los Profetas Menores, es porque lo consideramos como un ejemplo perfecto del tipo de fe que tan desesperadamente necesitamos tener los cristianos hoy, mientras enfrentamos los problemas médicos y económicos que estamos confrontando debido a la pandemia de coronavirus.

Habacuc fue un siervo a quien Dios levantó para hablarle a Judá durante los últimos años que precedieron a la destrucción de esa nación en el año 586 antes de Cristo.  Fue contemporáneo de Jeremías, y como el resto de los profetas de Dios, su llamado al arrepentimiento y su amenaza de muerte inminente, eran mensajes que el pueblo judío simplemente no quería escuchar, por eso hacían mofa de él.

Finalmente, en un momento de auto compasión, Habacuc clamó a Dios,  suplicándole que lo vindicara.   Si parafraseamos su mensaje esto fue lo que dijo: “Señor, me has dado ojos sensibles, ojos para ver la violencia, la inmoralidad y la iniquidad, y he predicado con mi corazón contra todas estas cosas.  Una y otra vez, Señor, he advertido a la gente que si no se arrepienten, derramarás Tu ira sobre ellos.  Pero, nadie me está prestando atención.  Siguen mofándose de mí, diciendo ‘¿Dónde está la ira de la que sigues hablando?’.  Dicen que soy simplemente un viejo fanático radical. Bueno, Señor, ¿cuándo vas a respaldar mi mensaje con alguna acción? ¿Cuándo me vas a validar como tu profeta, enviando algún juicio?”.

La respuesta de Jehová no fue lo que Habacuc quería escuchar. Pero... ¿Cuántas veces a ustedes no les ha pasado algo similar?   El Señor le dijo que iba a hacer algo tan asombroso que nadie creería si se lo decía de antemano. “Verás, Habacuc... estoy levantando a los guerreros más salvajes del planeta tierra, a los caldeos. Y ellos arrasarán tu nación como un fuego y destruirán la ciudad y el templo. Voy a usarlos como espada de mi juicio”.

Bueno, por decir lo mínimo, Habacuc quedó asombrado por la respuesta del Señor. Había querido un poco de juicio para su gente con el fin de llamar su atención y validar su propio mensaje, pero ciertamente no quería verlos destruidos, mucho menos en manos de los caldeos.  ¿Cómo podría ser esto? Los caldeos eran las personas más malvadas y violentas de su tiempo.

Entonces, Habacuc clamó al Señor nuevamente con una sensación de desesperación, y le dijo: “¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío?  No moriremos.  Oh Jehová, para juicio lo pusiste; y tú, oh Roca, lo fundaste para castigar.  Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio; ¿por qué ves a los menospreciadores, y callas cuando destruye el impío al más justo que él” (Hab. 1:12–13). 

Si parafraseamos esto, sus palabras fueron: “Señor, ¿cómo puedes castigar a los malvados, usando a personas que son más perversas que ellos mismos? ¡Ciertamente, oh Dios, no pretendes nuestra destrucción! Seguramente, sólo quieres corregirnos. Después de todo, ¿no eres tú el Santo? Si es así, entonces te pregunto: ¿cómo puedes como Dios justo obrar a través de aquellos que son impíos?”.

Fue una pregunta profunda, pero se encontró con un silencio sepulcral, que es siempre el caso cuando el hombre cuestiona a Dios.  Como cuando le dijo a Job: “¿Quién eres tú para cuestionar a tu Creador?”.   El silencio de Dios hizo enojar a Habacuc, pero finalmente le llegó la respuesta. El Señor le dijo: “Mas el justo por su fe vivirá”.  Pero... ¿qué significaba esto?

Bueno, conforme Habacuc meditaba en la respuesta de Dios, el Señor, en Su misericordia, comenzó a ayudar al profeta a comprenderla y aceptarla. Procedió a señalarle que era plenamente consciente de la codicia, la traición, la crueldad, la inmoralidad y la idolatría de los caldeos, que no había nada que él pudiera decirle sobre ellos, que no supiera ya.

Luego, expresó una serie de ayes sobre los caldeos, indicando que el día del juicio final por sus pecados llegaría a su debido tiempo, concluyendo su discurso con estas palabras: “Mas Jehová está en su santo templo; calle delante de él toda la tierra” (Hab. 2:20). 

Lo que Dios realmente le dijo a Habacuc fue esto: “Estoy en Mi trono. Yo tengo el control. Soy soberano. No tienes derecho a poner en tela de juicio mis motivos y acciones.  Tu responsabilidad no es cuestionarme sino confiar en Mí.  ¡Así que cierra la boca y empieza a confiar!”.

No hace falta decir que el mandato del Señor a Habacuc fue duro y exigió una fe firme.  Para ilustrarles mejor lo difícil que fue, vamos a hacer un pequeño cambio por un momento. Vamos a ponernos en el lugar de Habacuc, asumiendo que somos profetas modernos que estamos clamando a Dios por todo lo que está sucediendo en el mundo y por la situación particular  de Estados Unidos.

Y diríamos: “Oh Dios, nos has dado un corazón sensible para ver la iniquidad y la injusticia.  Pero dondequiera que miramos hoy, vemos que estos dos males se multiplican. ¿Por qué permites que los pecados de la humanidad queden impunes? ¡Estamos podridos hasta la médula, Señor!   Estados Unidos proclamaba ser una nación cristiana, mientras se deleitaba en pecados como el alcoholismo, la adicción a las drogas, el aborto, la anarquía, la inmoralidad sexual y cualquier otra abominación conocida por el hombre. Peor aún, se dedicó a exportar su pecaminosidad a otras naciones a través de sus películas y programas de televisión inmorales y violentos’.

“¿Hasta cuándo, oh Señor, vas a mantener cerrados Tus ojos ante la violencia de la mafia en Nueva York y Nueva Jersey?  ¿Cuánto tiempo vas a tolerar el estilo de vida inmoral y corrupto de los ciudadanos de California y el materialismo grosero de Texas?  ¿Cuándo vas a hacer algo sobre los juegos de azar en Las Vegas, el tabaco y el whisky en Kentucky, el vudú de la nueva era en el estado de Washington y el consumo de drogas en Colorado?’.

“¿Cuándo, oh Dios, vas a derramar Tu juicio sobre esa nación por su orgullo insufrible y por promover la perversión sexual? ¿Y cuándo, vas a vengar la sangre de los más de 60 millones de bebés que han sido asesinados en el vientre de sus madres desde 1973? ¿Estás ahí, Señor? ¿Estás prestando atención? ¿Sabes lo que está pasando? ¿Te importa?”.

         “Señor, algunos pastores de ese país han advertido a su pueblo una y otra vez, que si no se arrepienten y regresan a Ti y a Tu Palabra, derramarás Tu ira sobre esa nación.  ¿Cuándo vas a validar el mensaje de ellos con alguna acción?”.

Y Dios ha respondido: “Cálmense y relájense. Yo tengo todo bajo control.  Pronto llegarán los rusos. Los he despertado para invadir a Israel, y mientras lo hacen, van a lanzar un ataque contra ese país que los dejará devastados”.

Y aturdidos responderíamos: “Pero Señor, ¿cómo vas a hacer tal cosa? ¡Esos rusos son peores que ellos!  Sus líderes no son más que un montón de bárbaros que te odian.  Es cierto que la gran mayoría de los norteamericanos son grandes pecadores, pero no son tan malvados como ellos.  Además todavía queda allí un remanente de creyentes fieles.  ¿Cómo puedes castigar a una nación malvada con otra más malvada?”.  Y el Señor simplemente responderá: “El justo por la fe vivirá”.

Bueno, la respuesta del Señor es dura. ¿Y ustedes cómo responderían? ¿Dejarían de tener fe por eso? ¿Se revolcarían en desesperación? ¿Comenzarían a lamentarse y a compadecerse?  Pero... ¿Cómo respondió Habacuc?

Lo primero que hizo el profeta, es lo que hace cualquier persona de fe en una crisis. Se puso de rodillas en oración, y clamó: “Oh Jehová, en la ira acuérdate de la misericordia” (Hab 3: 2d).  Fue una oración muy humana y, por lo tanto, muy lamentable.  ¿Puede imaginarse la audacia del profeta al recordarle a Dios que muestre misericordia?

Después de todo, estaba hablando con Aquel que es la fuente de toda gracia y bondad, el Dios de compasión, a quien nunca se le debe recordar que muestre misericordia, porque es misericordioso por naturaleza.  Así es Su corazón y carácter.  Porque cuando derrama Su ira, Su propósito fundamental es llevar a las personas al arrepentimiento para que puedan ser salvas.  Por ejemplo, dice en Isaías 26: 9b: “... Porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia”.

Incluso cuando Habacuc suplicaba misericordia para su nación, Dios se la dispensó.  Mientras luchaba para hablar, Él repentinamente interrumpió su oración para darle una percepción gloriosa de la Segunda Venida del Mesías, ofreciéndole esperanza.   Una visión del momento cuando vendrá a la tierra para reinar sobre todas las naciones.

La visión fue vívida, casi aterradora.  Habacuc vio al Mesías viniendo en gloria.  Y escribió: “Dios vendrá de Temán, y el Santo desde el monte de Parán.   Su gloria cubrió los cielos, y la tierra se llenó de su alabanza. Y el resplandor fue como la luz; rayos brillantes salían de su mano, y allí estaba escondido su poder.  Delante de su rostro iba mortandad, y a sus pies salían carbones encendidos.  Se levantó, y midió la tierra; Miró, e hizo temblar las gentes; los montes antiguos fueron desmenuzados, los collados antiguos se humillaron.  Sus caminos son eternos” (Hab. 3:3–6).

En esta visión, el Señor le dijo a Habacuc: “Se acerca un día de ajuste de cuentas cuando trataré con todas las naciones del mundo en juicio santo. Cada uno recibirá lo que se merece.  Puede que nunca veas justicia y rectitud en tu vida, pero ten la seguridad de que llegará, porque se acerca el día en que la tierra se llenará del conocimiento de la gloria del Señor, como las aguas cubren el mar”.

Al darle a Habacuc esta visión del clímax de la historia, Dios lo estaba llamando a vivir con una perspectiva eterna.  Lo estaba llamando a creer, tal como dijo el apóstol Pablo, “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Rom. 8:28).

Con su perspectiva eterna restaurada, Habacuc meditó por un momento en la visión, temblando al darse cuenta de que Dios iba a derramar Su ira sobre Judá. Entonces, de repente estalló en una alabanza que seguramente pasó a la historia como una de las mayores expresiones de la fe inquebrantable, algo sobre la que jamás ha escrito un poeta. Concluyó su libro en el capítulo 3 con estas palabras:  “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación.  Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar” (Hab. 3:17–19).

Hagamos  una pausa por un momento y consideremos lo que el profeta está diciendo aquí.  Él proclama que incluso aunque todos los cultivos y animales de Judá fuesen destruidos, dejando a la nación agrícola devastada, ¡seguiría alabando el Santo Nombre de Dios!

¿Por qué? Porque había decidido someterse a sí mismo y a su nación a la voluntad de Dios, creyendo que Él haría lo mejor para ellos, aunque eso significara su destrucción inmediata. En definitiva, decidió dejar de llorar y empezar a confiar.  Necesitó mucho ánimo de parte del Señor y un gran acto de fe de parte suya. Habacuc ahora estaba persistiendo en su fe.

¿Y saben lo que pasó?  Llegaron los caldeos. La ciudad de Jerusalén y su templo fueron destruidos. La tierra fue devastada y los judíos sobrevivientes fueron llevados cautivos. Pero después de 2.700 años, ¿en dónde se encuentran los caldeos? ¡En el basurero de la historia!  ¿Y dónde están los judíos? ¡Reunificados en su tierra ancestral, esperando la aparición de su Mesías!

Sólo Dios tiene la perspectiva correcta de los acontecimientos a largo plazo. Solo Él sabe cómo orquestará la historia para el triunfo de todos Sus propósitos. Mientras esperamos el cumplimiento de Su voluntad, nos llama a caminar con fe firme, con nuestros ojos puestos en Él, en lugar de las circunstancias que puedan rodearnos.

La vida de Habacuc nos revela el significado de la fe verdadera.  Es el tipo de confianza que no mengua, sino que confía creyendo, incluso cuando todo parece ir mal.  Es una fe que no depende de las circunstancias externas, ni tampoco de los sentimientos.

¿Cuál es la clave para desarrollar este tipo de fe que se necesita tan desesperadamente en estos tiempos difíciles que enfrentamos hoy? Bueno, el apóstol Pablo nos da la respuesta.  Lo expresa en una carta que escribió a la iglesia de Filipos cuando fue encarcelado en una mazmorra oscura y húmeda.

A pesar de sus duras circunstancias, declaró triunfalmente: “... He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11–13).

¿Y cuál fue el secreto que Pablo había descubierto? Lo reveló en esta frase: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.  El secreto es confiar en Dios, permanecer enfocado en Jesús y mantener nuestra fe en el poder del Espíritu Santo.  Pablo dijo que si hacemos eso, “Entonces Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19).  ¿Qué más podríamos pedir?

Ahora queremos que adviertan algo, noten que la promesa del Señor, es satisfacer nuestras necesidades, no proporcionar todos los placeres materiales que podamos anhelar.  En ese sentido, las personas en Estados Unidos pronto aprenderán la diferencia entre necesidad y lujos.  Mientras Dios juzga su economía, sus ciudadanos tendrán que aprender a vivir sin muchos de los juguetes electrónicos que consideramos tan esenciales hoy.

Los cristianos sufrirán junto con el resto de la sociedad.  Pero para todos aquellos que saben cómo caminar persistiendo en su fe, habrá una gran diferencia.  Sufrirán confiados en la esperanza, porque Dios nunca ha prometido que su pueblo será inmune a sus juicios.  Lo que sí prometió es que no probarán la ira que derramará durante la gran Tribulación.

Pero con respecto a Sus juicios, Dios hace una promesa significativa. Él dice en Su Palabra que estará con sus hijos durante ese tiempo, animándolos constantemente, dándoles esperanza y satisfaciendo sus necesidades básicas.

Por favor, registren en sus corazones estas palabras de Isaías y nunca las olviden, porque aunque fueron dadas para Israel, también aplican a todos los creyentes hoy: “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo...  No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.   Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán.  Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador” (Isa. 43:1-3).

Por el año 1919, Ella Wheeler Wilcox publicó el poema titulado “Los vientos del destino”, después de que su esposo observara desde la cubierta de su crucero, que un velero podía viajar hacia el oeste y otro hacia el este con el mismo viento, lo cual se ajusta muy acertadamente a lo que estamos explicando. Y dice así su poema:

Los Vientos del Destino

Un barco zarpa para el Este
y otro para el Oeste,
soplando para ambos los mismos vientos,
es el timón del marino y no el viento
el que determina el camino a seguir.

Los vientos del destino son como los vientos del mar,
mientras viajamos a través de la vida.
Son los actos del alma los que determinan el rumbo
y no la calma o la tempestad.

Al observar este fenómeno, Don Wildmon, el fundador de la Asociación de la Familia Estadounidense, escribió: “Jesús avanzaba en contra del viento, y eso significó que terminó en una cruz.  Creo que a eso es a lo que tememos hoy - le tenemos miedo a la cruz.  A nadie le gusta que lo crucifiquen. Entonces, colocamos nuestras velas de la manera más fácil. Muchas personas han decidido que quieren a Cristo, pero no a la cruz.  Es una contradicción. Nunca puede ser. La cruz está en el corazón mismo del cristianismo. Quítela y no habrá cristianismo en absoluto”.

Muchas personas, incluyendo a algunos que se consideran cristianos, han decidido que la única forma para poder vivir esta vida a plenitud, es dejándose arrastrar por la dirección en que sopla el viento.  En el mundo hoy, este viento sopla en dirección hacia la inmoralidad, la violencia y corrupción, hacia una falta de respeto absoluta por la santidad de la vida, y está impulsando a las personas a llamarle al mal bien y al bien mal. Desafortunadamente, hay muchos cristianos, incluso líderes, que han decidido colocar sus velas para avanzar en la dirección del viento y no en su contra.

Confirmando la protección del Señor, el rey David escribió: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Sal. 37:25).

La fe inquebrantable nos llama a colocar nuestras velas contra el viento. Hacemos eso entregando nuestras almas a Jesús. Y tengamos presente esta instrucción en Hebreos 12:1-2: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. ¡Hermanos, Hermanas,  el mensaje es claro: mantengamos nuestros ojos en Jesús, no en nosotros mismos!

Antes de concluir, echemos un vistazo rápido a un ejemplo más de fe inquebrantable de las Escrituras Hebreas. Después de que los babilonios destruyeron por completo la ciudad de Jerusalén y el templo judío, el profeta Jeremías no se regocijó porque sus advertencias finalmente se cumplieron. ¡En absoluto!   En cambio, lo que hizo fue caminar a través de la destrucción y pronunciar un lamento fúnebre que constituye el libro de Lamentaciones. Por eso se considera uno de los libros más tristes de la Biblia.

Jeremías sabía que su nación había recibido lo que se merecía.  Pero también estaba consciente que Dios es inmutable, que nunca cambia, y que así como había sido misericordioso en el pasado, confiaba en que mostraría misericordia en el futuro. Y así lo declaró: “Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca...  Porque el Señor no desecha para siempre” (Lam. 3: 25, 31).
Entonces... ¿Qué principios podemos extraer de las vidas de Habacuc y Jeremías con respecto a la práctica de persistir en la fe?  Bueno, lo primero es que debemos mantener nuestros ojos puestos en Jesús.  Lo segundo es recordar las bendiciones y la fidelidad de Dios en el pasado. Y lo tercero es vivir con una perspectiva eterna. Y en ese sentido, hay dos declaraciones del apóstol Pablo que nos gustaría compartirles: La primera se encuentra en Romanos 8:18: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Rom. 8:18). Y en 1 Corintios 2:9 expresó esta misma idea con diferentes palabras, cuando escribió:  “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”.

Ya para concluir todo lo que podemos decir es: “¡Aleluya!   Miremos hacia arriba, mantengámonos atentos, porque nuestra redención está muy cerca!”.

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