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La Luz Primitiva

  • Fecha de publicación: Viernes, 04 Abril 2008, 18:26 horas

Dice Job 38:19: “¿Por dónde va el camino a la habitación de la luz, y dónde está el lugar de las tinieblas?” Finalmente podemos decir que la cosa más valiosa en el universo de Dios es la luz. Donde hay luz hay vida. Si se retiene la luz, tarde o temprano la vida cesará.

Es obvio que sin la luz no podríamos ver. Más obvio es el hecho que no podríamos respirar. Las plantas en desarrollo mediante la fotosíntesis transforman la luz tanto en alimento como en oxígeno que es tan vital para la vida. El alimento que comemos proviene o de las plantas o de los animales. La luz provee nuestra nutrición.

La luz también produce los combustibles que están almacenados en el subsuelo de la tierra. El carbón y el petróleo son simplemente plantas fosilizadas en el subsuelo. Pero sin la luz que irradia el sol, todos los combustibles fósiles en la tierra no podrían proveer calor suficiente para impedir que nos congeláramos.

La luz no sólo es necesaria para la vida, sino que es el requerimiento básico en la estabilidad de nuestro medio. Einstein demostró que la velocidad de la luz, un resplandor, 299. 792. 458 metros por segundo, es una constante universal. Este valor se emplea para medir grandes distancias a partir del tiempo que emplea un pulso de luz o de ondas de radio para alcanzar un objetivo y volver. Este es el principio del radar. El conocimiento preciso de la velocidad y la longitud de la onda de luz también permite una medida precisa de las longitudes. De hecho, el metro se define en la actualidad como la longitud recorrida por la luz en el vacío, en un intervalo de tiempo de 299. 792. 458 metros por segundo. Es una constante universal. Si este es el caso, la luz es el estándar alrededor del cual se hallan ordenadas unas miríadas de diferentes dimensiones universales. En particular, desempeña un papel clave en la relación entre masa y energía.

Nadie entiende verdaderamente la luz. Tal como Dios le dijo a Job, la luz es energía en movimiento, moviéndose a lo largo de su sendero. Por otra parte, las tinieblas son estáticas, están alojadas en un solo lugar. Cuando se observa atentamente, el comportamiento de la luz deja perplejo a los físicos, quienes se esfuerzan incluso para darle a su unidad fundamental un nombre. ¿Es una partícula fotónica o es una onda?Algunos dicen que en ocasiones se comporta como ambos, aunque tal vez no es ninguno de los dos. Últimamente algunos científicos la han descrito como una especie de hilera de vibraciones energéticas que zumban con una nota constante, temperatura o característica.

Llámela como quiera, fotones, ondas o hilera de luz, está rodeada por campos eléctricos. Está también acompañada por campos magnéticos. Su corriente de partículas electromagnéticas viajan libremente a través del espacio. Pero en distancias cósmicas son deformadas y torcidas por la gravedad, distorsionando las imágenes originales. Las galaxias distantes algunas veces aparecen como arcos y anillos, como campos gravitacionales que actúan como lentes, produciendo extrañas y perplejas astrofotografías.

Es un hecho triste que en la dimensión del hombre la luz no sea universal, sino que más bien proviene de fuentes físicas aisladas, puntos de luz que son como millones de oasis en un desierto de tinieblas abismales. Si no tuviéramos la luz de las estrellas, del sol, nuestra propia estrella, una profunda tiniebla reinaría en una triste negrura.

La luz del sol le ha dado a nuestro planeta la energía acumulada necesaria para que el hombre desarrolle su propia luz artificial. El carbón, el petróleo y el gas, primero produjeron la llama, luego la electricidad artificial de la cual se originaron diferentes clases de luces. Edison fue aclamado cuando relegó para siempre a segundo término la vela y la lámpara de aceite. El hombre trata de olvidar el hecho de que un día deberá cargar su propia luz consigo. En un esfuerzo continuo por desvanecer la penumbra infernal, sus ciudades resplandecen. Algunas calles lucen casi tan resplandecientes durante la noche como en el día. Pero siempre prevalece la sensación de que esas luces podrían fallar en cualquier instante. En su profundo interior el hombre le tiene miedo a la oscuridad.

De una luz a otra luz

Sin embargo, para los redimidos, la Biblia promete vida eterna en un mundo y una ciudad alumbrada con la luz infalible de Dios. Apocalipsis 21:23-25 ofrece una descripción breve de la futura ciudad santa, la Nueva Jerusalén. Su maravillosa ubicación está bañada por una luz brillante. Pero no es ninguna forma de luz artificial, ni es la luz del sol. Es la luz pura de Dios: “La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche”.

En la gloria literal, los redimidos disfrutarán de una relación interminable con Dios en un escenario inimaginablemente radiante. Note que la luz es el elemento primario en la nueva creación. Eso que se le llama la gloria de Dios es indistinguible de cualquier clase de iluminación intensificada. Apocalipsis 21:11 describe así la ciudad santa: “Teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal”. Este mismo resplandor trascendental se observa en el primer día de la creación, tal como está registrado en Génesis 1:3-5: “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día”.

La luz que trajo Dios en existencia y que él mismo dijo que “era buena” se vioantes de la creación del sol, la luna, los planetas y las estrellas en el cuarto día de la creación. Pero. . . ¿De dónde se originó la luz?Como ya hemos sugerido, el hombre incluso está muy lejos de imaginarla, mucho menos de describirla. Por consiguiente, tal parece que es el propio material de la creación. Aparentemente es una energía creativa, una fuerza que puede usarse para forjar partículas que se acoplan como átomos, moléculas y finalmente para crear seres vivos, el hombre, la tierra, los planetas y las estrellas.

Provino de Dios de Elohim, quien pronunció las palabras «Ye-hee Ohr», “Sea la luz”. Ya que el verbo ser no se expresa como tal en hebreo, el mandamiento de Dios es realmente una expresión de su persona: «Yo. . . vine a existir. . . como luz». De tal manera que la luz es sólo una expresión de su propio resplandor. Tal como dice el Señor en Isaías 45:6b, 7: “. . . yo Jehová, y ninguno más que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto”.

En su estado presente el hombre no puede ver la luz pura de Dios. Por el momento está velada, mientras que los fieles hacen las veces de luz en un mundo de tinieblas. Entre la Luz Primitiva de Génesis y la Luz Eterna de Apocalipsis y la Nueva Jerusalén, tiene lugar una batalla. Esta batalla es completamente literal, es una serie de campañas graduales entre la luz y las tinieblas.

La Luz Primitiva y las tinieblas

Por milenios, los sabios de Israel han enseñado que la Luz Primitiva de Dios es espiritual en naturaleza y está, por consiguiente, reservada para su propio pueblo justo. Sus comentarios cuentan esta historia repetidamente y en formas diferentes, dependiendo del punto de vista que se adopte. En esencia es como sigue: «Al principio de la creación original, Dios hizo que todo estuviera alumbrado por esta Luz Primitiva, una especie de luz espiritual. Pero luego, reconoció que sólo unos pocos entre toda la humanidad eran dignos de disfrutarla, de tal manera que la ocultó».

Pero. . . ¿En dónde la escondió?La respuesta de los judíos es que la escondió en el Tora, el rollo que constituye los cinco primeros libros de la Biblia que fueran escritos por Moisés. En esta forma la Luz de Dios está disponible a todos los que estudian la Biblia. A través de un estudio diligente y búsqueda incesable de comprensión,unido a la obediencia a la Escritura, se revela la sabiduría de Dios. Según ellos, ¡ésta es la Luz Primitiva!Claro está, esto sólo es una idea metafórica, pero puede traerle comprensión al creyente.

Podríamos añadir que hoy toda la Escritura está impregnada con esa Luz. Además, en el Nuevo Testamento tenemos la revelación de Jesús durante su ministerio terrenal, en la cual está incorporada la Luz Primitiva. En el evangelio de Juan se le llama la “luz verdadera”: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Jn. 1:3-9).

Aquí, exactamente como enseñaban los sabios de la antigüedad, encontramos la Luz oculta en el Verbo. No está visible a la humanidad en general, sino que resplandece ante los ojos de los fieles justos, con pureza que trasciende cualquier cosa más en la tierra. En alguna forma la batalla entre la luz y las tinieblas fue ordenada por Dios para la redención final del universo creado. El relato de Juan de la encarnación de Cristo declara claramente que cuando el Verbo vino a la tierra, las tinieblas se opusieron a su venida. Pero las tinieblas tampoco comprendían el propósito de su venida, en el sentido de entender, ni tampoco vencieron, en el sentido de victoria.

Satanás, el príncipe de las tinieblas, tiene legiones de siervos cuyo propósito esfrustrar el evangelio de redención. Hay muchos pasajes en la Escritura que señalan esto. Pero tal vez ninguno es tan claro como Efesios 6:12: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.

Satanás tipifica y personifica las tinieblas. Tendemos a pensar que las tinieblas es una cualidad producida por la ausencia de luz. Y así es, pero quizá también es la presencia maléfica de una personalidad oscura y siniestra. Entre la humanidad, esos que siguen a los gobernadores de las tinieblas falsamente corrompen la Luz verdadera del evangelio, substituyéndola por una luz falsa que parece real, pero que de hecho es la propia esencia de las tinieblas: “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Co. 11:13-15).

Satanás el gran falsificador, en alguna forma es capaz de presentarse a sí mismo como una manifestación del Dios de Luz. Sus seguidores, imitando sus propias acciones, actúan en medio de peligrosas tinieblas, pero se presentan a sí mismos como luz. En el último pasaje citado Pablo compara esto con los ministros de justicia. No debemos asombrarnos por la habilidad de Satanás para manifestarse a sí mismo como luz. En otro tiempo, como querubín ungido de Dios, estuvo de pie ante el propio trono celestial. Se le llamaba “querubín protector”, “estrella de la mañana”. Estas formas de su nombre se derivan de heyhlehl, de la raíz hebrea halal, que significa «brillar».

En Isaías 14:12 su nombre es traducido de la palabra latina “Lucero”, el portador de la luz. Él era el poder detrás del trono de Babilonia: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Is. 14:12-14).

Este pasaje sugiere que en un tiempo Satanás fue la propia personificación de la luz. Era un brillo radiante creado por Dios en las edades pretéritas. Aparentemente pensó que su luz era de la misma calidad que la Luz original de Dios, he hizo planes para exaltarse a sí mismo, por encima de “las estrellas de Dios”. Pero. . . ¿Quiénes eran estas estrellas? ¿Eran seres creados como Lucero? ¿Eran ángeles? En un tiempo, al principio de la creación, ellos cantaron gozosos, tal como dice Job 38:7: “Cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios”.

Quizá, tal como algunos han sugerido, esta sea una referencia a los coros de ángeles, cada uno representado como una estrella, como era el propio Lucero. Por otra parte, bien podría ser una referencia a la oscilación natural del brillo de las estrellas. Sea lo que fueren, no hay duda que eran luminarias celestes. Una vez más, como nunca hemos visto la gloria celestial, nos vemos forzados a imaginar esta escena de arrogancia astronómica.

La “radiante estrella”, brillante incluso para los estándares celestiales, y las otras estrellas radiantes de Dios, determinaron que su trono rivalizaría con el propio trono del Creador. Pero esta “batalla de las luminarias” se resolvió rápidamente, cuando la estrella radiante cayó para convertirse en la serpiente antigua. Isaías 14:15 nos habla así de su destino final: “Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo”. Su fin será el infierno, el lugar de las tinieblas profundas. ¡Qué destino para quien en un tiempo fue tan radiante!

Hubo un tiempo en que su apariencia era tan espectacular, que la Nueva Jerusalén es el único fenómeno material en la Biblia con el que pudo compararse. La luz, las piedras preciosas y el santo poder fueron en un tiempo el escenario de su dominio: “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, levanta endechas sobre el rey de Tiro, y dile: Así ha dicho Jehová el Señor: Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación. Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad” (Ez. 28:11-15). La belleza de Satanás era de tal naturaleza que lo hizo sucumbir antesu propio orgullo narcisista. En una forma muy real se cegó por su propio resplandor.

El sendero de tinieblas

Tal como está dado en Génesis y en el primer capítulo de Juan, Cristo como Dios y el Verbo existía antes de cualquier cosa creada en el cielo y en la tierra, existía desde la eternidad. Jesús, la manifestación terrenal de Dios, creó incluso el trono de Satanás, el cual vino a tipificar las tinieblas. Jesús es hermosamente descrito así en Colosenses 1:15-17: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”.

Satanás fue creado por Dios. Fue creado como una persona. Él no se hizo a sí mismo. Además, fue creado para ser guardián o vigilante del trono de Dios. Desde el principio, su oficio fue altamente importante. La Escritura dice que era el compendio de la sabiduría y la belleza.

Como un querubín protector sobre el santo monte de Dios, caminaba en una posición de poder que está más allá de la comprensión humana. Pero en algún momento, antes de la creación del hombre, sucumbió a su propia imaginación vana de poder. Así es como describe el resultado Ezequiel 28:18: “Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones profanaste tu santuario. . . ” Tal como lo diríamos hoy, esa llamada “estrella de la mañana” radiante, quebrantó todas las ordenanzas divinas. Cuando lo hizo, la creación y el gobierno perfecto de Dios fue violado y se hizo añicos.

En Romanos 8:18-22, Pablo se refiere así a esta condición que sometió a toda la creación a dolor y aflicción: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora”. Gracias a Dios esta es una condición temporal.

La corrupción tenebrosa es el estado actual de la humanidad. Pero la gloria de Dios, su luz, se revelará a través de nosotros, la familia de los redimidos. De tal manera, que es el hombre en su estado redimido el mecanismo de la redención universal. Pero aparentemente, por razones que permanecen rodeadas por la bruma del pasado, después de su caída él todavía retuvo un vestigio de su poder. Lo que es más, retuvo una regencia que incluía a la tierra y sus alrededores.

Comprender estas razones tan profundas es algo que está más allá de la comprensión humana. Pero una mirada retrospectiva al intento de Satanás por corromper al hombre nos permite ver sus motivos y el plan de Dios. El tercer capítulo de Génesis revela la caída de Lucero en lo que podríamos llamar su apariencia terrenal, como la serpiente. Sabemos que no se trata de una simple culebra, sino de la encarnación de Lucero o Satanás. Leamos como le llama Apocalipsis 12:9: “. . . el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás. . . ”

Dios le permitió a la serpiente en el huerto de Edén hacer su trabajo diabólico. Dios había creado un paraíso para el hombre, un lugar reservado, un huerto. Allí colocó a Adán y a su esposa e instituyó el matrimonio. Ellos estaban protegidos por un pacto, con la única condición de que no comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal. Y en breve tuvieron que verse confrontados con una prueba. Lucero, uno de los querubines ungidos que vigilaba un segmento de la creación, se convirtió en el tentador que descendió arrastrándose para tentar al hombre. Estudiosos de la Palabra de Dios creen que Satanás era quien vigilaba al reino de los reptiles. En un tiempo ellos dominaron el planeta. Ahora son las repugnantes serpientes, ranas y lagartos que se arrastran a través de la tierra.

Cegado por su propio resplandor, el dragón trató de derribar el propio trono de Dios. Poseído por una especie de locura, supuso que un ser creado podía eclipsar a su Creador. En la narración de Génesis está registrado que Dios permitió que probara a la mujer. ¿Y qué fue lo que ofreció? ¡De manera significativa le ofreció iluminación, conocimiento! En una de las mayores ironías históricas, la serpiente de las tinieblas le ofrece a la mujer un vislumbre de luz. Le dijo: “Sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:5).

Esta “apertura de los ojos” que prometiera la serpiente es nada más y nada menos que la iluminación original mística que prohibiera Dios en el huerto y hasta la fecha. Es la prohibición de usar la mente para investigar las regiones prohibidas de los condenados. Las promesas de Satanás son el conocimiento del mundo de los muertos y de los demonios; los alrededores de lo antinatural, de la astrología, de los hechizos. Él le llama luz, pero realmente es tinieblas. Dios dice en Deuteronomio 18:10,11 con absoluta claridad: “No sea hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego, ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos”.

Esta es la llamada «magia negra o nigromancia», es la parte oscura y siniestra del conocimiento, el ocultismo. Son las tinieblas personificadas. A pesar de todo, prometen “conocimiento” e “iluminación”, aunque es Satanás quien con sus hechizos promete esta gran luz. Para algunos, por un tiempo, ellas aparentemente le dan luz, sin embargo, en el fin son sólo tinieblas eternas.

Satanás, quien hasta este día tiene acceso al trono de Dios, todavía está promoviendo su “anti-reino”, un sueño roto de las negras imágenes que contienen las memorias lejanas de la luz verdadera que una vez adornó a la radiante “estrella de la mañana”. Sus promesas legendarias son riquezas y poder a esos que le sigan.

Muchos han especulado sobre las razones que tuvo Dios para permitirle a la serpiente antigua que estuviera en el huerto del Edén, en primer lugar. De por qué Dios permitió el mal que está asociado con la caída del hombre y su naturaleza pecaminosa. Tal vez sea tan simple como esto: Dios sabía que el camino para restaurar la creación caída era crear una raza cuyo destino era caer, para luego levantarla por la acción misericordiosa de Jesús, el Hijo del Hombre. En Juan 1:9, se le llama la “luz verdadera”.

Abraham: una tenebrosa profecía

Es muy significativo que después de la caída del hombre, la palabra “oscuridad” aparezca por primera vez en el relato de Abraham cuando tuvo uno de sus encuentros con Dios. Aquí, Dios instruye a Abraham para que sacrifique una becerra, una cabra, un carnero, una tórtola y un palomino. Él obedeció, sacrificó los animales y los cortó en dos. Más tarde, Dios pasó en medio de los animales divididos, indicando con esto su satisfacción y ratificación de un pacto perpetuo, en el cual la descendencia de Abraham sería bendecida por siempre.

Génesis 15:12-17 describe esta curiosa escena de oscuridad, dice: “Mas a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él. Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza. Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez. Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí. Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos”.

Esta escena en la cual la esperanza de la humanidad está sellada para siempre, está acompañada con el terror de la oscuridad. ¿Por qué? Porque es sólo el principio de la batalla, no el fin. Dios incluso le explica a Abraham que debe permitir que llegue a su colmo la maldad del amorreo antes que se pueda completar la redención. El mundo futuro traerá un diabólico desfile de crisis que todavía no han ocurrido. Egipto, Babilonia, Medo Persia, Grecia y Roma, todas volverán a resurgir hasta la plenitudde su iniquidad. Hoy, puede verse emergiendo para su conclusión al reino final mundial. Existe un fuerte consenso de que se trata del reino diabólico final del cual hablara el profeta Daniel y otros profetas.

Las luces del menorá

“El temor de una grande oscuridad” es una profecía del sufrimiento de Israel. Pero también es más que esto. De hecho, tipifica una contienda mayor, la batalla universal de la luz contra las tinieblas. Como ya dijéramos en otro artículo de Profecías Bíblicas, el candelero del santo tabernáculo y los dos templos es el propio símbolo de esta batalla. Sus siete lámparas están arregladas de tal forma que las tres lámparas en cada lado de la lámpara central, llamado el Shamash, están ligeramente más bajas y mirando hacia ella, tal como si estuvieranhaciendo reverencia.

El Shamash o Siervo Candelero, es ese que le da luz a las otras seis lámparas, de allí su título. Es una representación del ministerio de Cristo como el siervo sufriente. Después de todo fue el siervo más perfecto que el mundo jamás haya conocido. Y le trajo luz a un mundo en tinieblas. Fue elevado como una gran luz, pero al momento de su sufrimiento final, el mundo se sumió en profundas tinieblas.

Cuando uno cuenta las lámparas del menorá, de derecha a izquierda, el Siervo Candelero está en la cuarta posición. Como ya hemos mostrado repetidamente por las Escrituras, virtualmente cada grupo de siete cosas en la Biblia demuestra el arreglo del menorá. Es decir, que en lugar de ser simplemente un arreglo lineal de siete artículos, del uno al siete, forman un patrón, con tres ideas o acciones simétricas a cada lado, y la idea central o acción en el centro.

La idea central, expresada en el Siervo Candelero, está virtualmente siempre conectada con la lucha antigua entre la luz y las tinieblas. Lo mismo fue con Abraham. Dios le habló siete veces directamente, en el desarrollo de la promesa que se extendería a través de las edades. Pero en la cuarta aparición, le anunció formalmente la batalla. El Señor declaró que habría un largo período de tinieblas, cuando la iniquidad o la anarquía llegara a su plenitud. Entonces vendría el juicio y la bendición. En el fin, y tal como le indicara a Abraham el ángel del Señor en Génesis 22:17,18, todo estaría bien: “De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedecistea mi voz”.

Es claro que el Señor instruyó a Moisés para designar el menorá como un recordatorio siempre presente de la luz de Dios. Pero ahora es aparente que el candelero se encontraba en el Lugar Santísimo como un emblema de la lucha de la Luz verdadera contra las tinieblas. En el centro de la historia está la cruz de Cristo, la expresión final de esta gran batalla para traerle luz al mundo, el evento más importante de la historia. Es un hecho bíblico que el Señor Jesucristo pronunció sietefrases mientras se encontraba clavado sobre la cruz. Ellas reflejan, no sólo la lucha, sino el patrón del candelero.

Tal como dice el doctor J. R. Church en su libro El misterio del menorá: «Esto nos lleva a una escena fuera de los muros de Jerusalén en donde somos testigos también de otro menorá misterioso, porque mientras estaba colgado sobre la cruz, Jesús pronunció siete frases. . . »

• Mientras pendía de la cruz y aproximadamente a las 9:00, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23:34). Esa oración nos lleva de regreso hasta el primer milenio y a la pareja culpable en el huerto del Edén.

Su segunda frase, “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”(Lc. 23:43), nos recuerda al segundo milenio, cuando Dios lavó a la humanidad en el diluvio y le dio a Noé y a su familia una nueva oportunidad de servirle.

Su tercera frase, “Mujer, he aquí tu hijo” (Jn. 19:26), nos recuerda al tercer milenio, cuando Dios tomó a Israel bajo su cuidado. Dios llevó a Israel al Sinaí y estableció el pacto Mosaico. Tanto la mujer como el hijo fueron usados como metáforas para Israel. Desde la zarza ardiente Dios instruyó a Moisés para que le dijera al Faraón “Israel es mi hijo, mi primogénito” (Ex. 4:22). En el Sinaí, Israel se convirtió en la esposa de Dios.

Según la narrativa de la crucifixión, a las 12:00 el sol se ocultó. El gran Siervo Candelero de nuestro sistema solar se rehusó a brillar durante tres horas. En medio de las tinieblas, brotó la cuarta frase de Jesús: “Elí, Elí, ¿lama sabactani?Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). ¡Esta cuarta frase representa a la luz extinta del Siervo Candelero!¡La gran batalla con el maligno llevó a Jesús a lo largo de todo el camino, desde el trono de Dios en el cielo, hasta sentirse completamente desamparado sin su Padre!

tres horas también parecen representar 3.000 años de tinieblas para Israel. Comenzaron con la división del reino después de la muerte de Salomón, aproximadamente en el año 1000 A. C. y concluirán con el tiempo de angustia para Jacob a la conclusión de 6.000 años. A las 15:00 el sol volvió a brillar nuevamente. Los teólogos cristianos creen que es una profecíaque indica que al principio del séptimo milenio, Jesús, quien es el Siervo Candelero, la luz del mundo, retornará.

La quinta frase que pronunciara el Señor desde la cruz “Tengo sed” (Jn. 19:28), refleja el lamento de un alma perdida. Desde el principio del quinto milenio, el evangelio ha provisto “el agua de vida” para todos los que creen en él.

Su sexta frase, la cual probablemente brotó justo después que el sol comenzó a brillar nuevamente, cuando era la hora sexta, fue “Consumado es” (Jn. 19:30). Fue un clamor de triunfo. Los cristianos creen que es indicativo de la segunda venida de Jesús a la conclusión del sexto milenio.

Finalmente, la última frase que pronunciara el Señor representa la conclusión del séptimo milenio, cuando le retorne el reino a Dios su Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lc. 23:46).

Estas siete frases del Señor son como un menorá increíble e inspirador conforme Jesús es exaltado. Él es la luz del mundo y por sólo un momento histórico parecía que había sido consumido por las tinieblas. Sin embargo, a pesar de todo, en la resurrección brilló como el inextinguible Siervo Candelero. Su acción muestra que poseía conocimiento pleno de que la historia humana se extendería a lo largo de 7.000 años. Y recuerde, es a la conclusión del cuarto milenio cuando Jesús vino a su pueblo como Mesías. Bien podríamos llamarle a ese siglo, el siglo del Siervo Candelero.

El candelero en Apocalipsis

En el libro de Apocalipsis, Cristo, el Siervo Candelero brilla en su gloria verdadera. Allí, él parece estar parado “...en medio de los siete candeleros...” Ap. 1:13). En esto tenemos un cuadro obvio y enérgico del Cristo resucitado y glorificado en el centro del antiguo menorá. Es el propio cuadro de la luz espiritual como la Luz Primitiva de creación: “Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas” (Ap. 1:14, 15).

Juan debe haber observado con ojos entrecerrados, parpadeantes y llorosos al radiante Salvador que estaba frente de él. Aquí vemos a la Luz Primitiva, una vez más brillando en plena gloria. Su revelación es el preludio hacia el juicio final, la culminación de la gran batalla, en donde la Luz finalmente ganará. Tal como es obvio a primera vista, Apocalipsis literalmente es el libro de los siete: siete iglesias, siete sellos, siete trompetas, siete copas, etc. Pero no muy evidente es el hecho que cada una de estos siete es una característica de la gran batalla de la luz contra las tinieblas, de la luz en su cuarta posición, en el centro.

El cuarto sello muestra a un “...caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía...” (Ap. 6:8). Estos son los símbolos del maligno y de las tinieblas demoníacas. Aquí, el reino de Satanás se eleva para cubrir la entera faz del planeta. Sin la luz del Señor, no habría esperanza.

La cuarta de las siete trompetas resuena incluso hasta el cielo para traer tinieblas horribles y sin vida. Los elementos nunca han sido más visibles que aquí, conforme la guerra en el cielo llena de temor a los habitantes de la tierra: “El cuarto ángel tocó la trompeta, y fue herida la tercera parte del sol, y la tercera parte de la luna, y la tercera parte de las estrellas, para que se oscureciese la tercera parte de ellos, y no hubiese luz en la tercera parte del día, y asimismo de la noche” (Ap. 8:12).

Y una vez más vemos el patrón del Siervo Candelero, cuando se derrama la cuarta copa de ira: “El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego” (Ap. 16:8). Como resultado de esta acción, la lámpara celestial brilla sobre la humanidad con un extraño calor quemante. Unos pocos versículos después vemos al reino del Anticristo en su plenitud tenebrosa. ¡Finalmente, después de seis milenios, la batalla comienza a cambiar! Es el reino de Satanás y sus representantes quienes comienzan a recibir el peso completo de sus propias tinieblas. Cuando se derrama la séptima copa, Babilonia misteriosa inicia su grandioso y cataclísmico final. Finalmente, el reino de Satanás está próximo a ser encarcelado en el infierno. En estos pocos ejemplos de muchos, vemos que el tema real de la Biblia es la batalla de la Luz verdadera.

La visión de Juan de la Luz

De todos los escritores de la Biblia, ninguno fue más privilegiado en ver y describir la Luz verdadera que el apóstol Juan. Como ya hemos visto, el primer capítulo de su evangelio documenta la venida de la Luz al mundo. Juan 3:19-21 es un pasaje impactante. Le añade una dimensión de realidad y conexión histórica la espiritualidad de la Luz de Dios: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios”.

Juan 8:12 registra una declaración que hiciera Jesús durante una festividad llamada Simcha Tora, o Regocijándose en el Tora. Como si validara la enseñanza judía de que la Luz Primitiva está escondida en el Tora, los cinco primeros libros de la Biblia que escribiera Moisés, dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Cuando el Señor expresó estas palabras tenía la apariencia de un hombre ordinario. Sólo los justos fieles podían ver en él esa luz espiritual oculta. En Juan 12:35 y 36, vemos el mismo tema: “Entonces Jesús les dijo: Aún por un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe a dónde va. Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz. Estas cosas habló Jesús, y se fue y se ocultó de ellos”.

Mientras nuestro Señor vivía como un hombre sobre la tierra, la Luz Primitiva estuvo presente, aunque sólo visible para esos que creían. Su forma terrenal era la de siervo. Sin embargo, durante su transfiguración, permitió que brillara un poco de su luz como un testimonio a Pedro, Santiago y Juan, de que vendría para tomar su reino.

Rapto y resurrección

Un día nosotros veremos esa Luz. Como mencionara anteriormente, la luz de Génesis 1:3 iluminará la ciudad santa, al igual que toda la tierra y todos los seres creados de los cielos. Como preludio a ese evento, seremos atrapados en medio del brillo de su gloria, el término bíblico para la radiante Luz de Dios. Cuando habla de nuestra resurrección, Pablo escribe acerca de la necesidad de glorificación en 1 Corintios 15:41-45: “Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. Así también en la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante”.

Ser levantado en gloria es haber vencido las tinieblas del pecado que ha plagado al hombre desde el día que la serpiente impuso su maldición en el huerto del Edén. Nosotros heredaremos el reino de luz. Partiremos en la misma forma como lo hizo el Señor cuando fue levantado en medio de sus discípulos en una nube gloriosa. Seremos arrebatados juntamente con él en las nubes: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:16, 17).

Hasta entonces recordemos las palabras de 1 Pedro 2:9: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”.

Segunda parte

En la primera parte de este artículo investigamos la luz de la creación, la que vemos por primera vez en la Biblia cuando Dios declara: “Sea la luz; y fue la luz” (Gn. 1:3). Hicimos notar que en los comentarios judíos tradicionales, esta luz inicial se conoce como Luz Primitiva. La que no sólo precede a la historia humana, sino que es una luz de mayor orden. A diferencia de la luz secundaria, de las luminarias que creara Dios en el día cuarto de la creación, su naturaleza es fundamental y espiritual. Por consiguiente, dicen que es invisible al ojo físico humano y que debe discernirse espiritualmente.

Esto es perfectamente compatible con la idea antigua de ellos, de que Dios consideraba a la humanidad en general indigna de recibir luz espiritual. Por consiguiente, ocultó la Luz Primitiva en una forma tal, que sólo los justos pueden discernirla. Ellos dicen que la escondió en el Tora, en los cinco primeros libros de la Biblia que escribiera Moisés. Desde allí, mediante el estudio dedicado y la obediencia a los mandamientos de Dios, los justos todavía tienen acceso a la luz oculta de Dios.

Cuando se escuchan estas declaraciones por primera vez, tal vez todo esto le suene como simples metáforas. Quizá uno piensa que son el resultado de un antiguo discurso didáctico, destinado solamente a enseñar una verdad fundamental acerca de la necesidad de seguir el camino de Dios. Algunas de las declaraciones que hicieron los judíos sobre la Luz Primitiva, cuando se escuchan por primera vez, suenan hasta descabelladas.

El Sefer HaBahir dice: «La Luz que fue creada ese día era tan extremadamente intensa que ningún ser humano podía contemplarla con fijeza. Dios la reservó para los justos en un tiempo futuro».

El Comentario Rashi, declara: «Dios vio que los inicuos eran indignos de utilizar esta luz y, por consiguiente, la dividió, reservándola para los justos en el futuro».

En la obra La sabiduría del alfabeto hebreo, Michael Munk escribe: «La Luz Primitiva era espiritual en naturaleza y fue revelada con el primer acto de creación mencionado en el Tora (los primeros cinco libros de la Biblia que escribiera Moisés)... Y de aquí en adelante está reservada para los justos... El rabino Dov Ber de Mezritch, sucesor de Baal Shem Tov, explica que la gran Luz Primitiva de Creación había estado disponible a todos, pero cuando Dios vio que sólo pocas personas eran dignas de disfrutarla, la escondió. ¿Y dónde la ocultó? En el Tora».

Estas tres declaraciones las hemos tomado de entre docenas, tal vez hasta cientos, de discursos similares en la literatura judía. Note que todos coinciden al declarar que estaría «reservada para los justos... de aquí en adelante». ¿Será posible que Dios verdaderamente tomó la Luz de la creación y la escondió en el Tora?

Conforme respondemos a esta pregunta, podemos ver con claridad que tal cosa es completamente literal, que así fue. Aunque en un principio esto pueda parecer como un simple medio de enseñanza, estas declaraciones reflejan una verdad que es central al proceso redentor: Que la Luz verdadera fue escondida en la Palabra de Dios. Más específicamente, fue escondida en “el Verbo”, tal como lo expresan los primeros versículos del evangelio de Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Jn. 1:1-9).

En lenguaje claro, estas palabras describen la idea central que es tan vital al pensamiento judío. Aquí vemos a la “Luz verdadera” a la Luz Primitiva, escondida en el Verbo. Los judíos no podían haber anticipado el hecho que su Mesías sería la Palabra viva en quien estaría escondida la Luz de Dios para los justos.

Cuando este fenómeno asombroso se reveló por primera vez sobre la tierra, sólo a unos preciosos escogidos se les permitió en principio verla. Los ancianos de la nación de Israel estaban completamente ciegos a su belleza, tal como lo dice el texto bíblico con una elocuencia tan simple. El mundo en tinieblas ni entendió ni derrotó la Luz. No era visible para el ojo humano. Jesús el Hijo de Dios tenía la apariencia de un hombre común y corriente.

Para los justos, él cumplió con esta antigua verdad judía: Que Dios verdaderamente ocultó la Luz Primitiva en el Verbo. Esto no es una simple enseñanza moral, ni tampoco es una metáfora, es más bien una verdad espiritual funcional.

La batalla espiritual

Pero... ¿Por qué Dios no escatimó esfuerzos y fue hasta el extremo de crear la Luz Primitiva, sólo para ocultarla? Por la simple razón que sabía que estaba en camino una furiosa batalla espiritual, tanto en el cielo como sobre la tierra. En el propio sentido real, siempre ha habido una batalla entre la Luz y las tinieblas.

Con el descubrimiento, en 1948, de los rollos del Mar Muerto, en las grutas de Qumrán, pudimos tener a nuestra disposición algunos documentos altamente informativos. Muchos de ellos, al leerlos por primera vez, revelaron detalles acerca de la filosofía judía histórica. Uno en particular, llamado la Regla de la guerra, fue publicado originalmente como La guerra de los hijos de la luz con los hijos de las tinieblas. Este rollo de unos dos metros 74 centímetros de largo, se refiere al tema de la larga batalla por la fe y su conclusión en un futuro lejano. Allí se llama a «Leví, Benjamín y Judá, los ‘Hijos de la Luz’». A los enemigos de Israel, los «Hijos de las Tinieblas», e incluyen griegos, filisteos, moabitas y edomitas. El rollo contiene instrucciones para la batalla futura y oraciones específicas para que esos en el lado de la Luz las reciten en diferente tiempo. Los eruditos han debatido acerca de si los escritores tenían una batalla militar local en mente, o si de hecho, estaban pensando en un Armagedón apocalíptico. El último caso parece el más probable.

La batalla comenzó en edades pasadas y culminará en edades futuras. Empezó con una rebelión en el cielo y concluirá con el brillo resplandeciente de la pura Luz celestial. Lucero, quien en un tiempo portara la luz pura de Dios, se convirtió en Satanás fundador de un imperio rival cuyos seguidores serían engañados para creer que él era la luz real y original, cuando de hecho, lo opuesto era exactamente lo cierto.

El rastro tenebroso de la serpiente se remonta desde el huerto del Edén hasta la invasión antediluviana de sus ángeles caídos. En los días después del diluvio, una sucesión de religiones falsas y dictaduras diabólicas marcaron su camino. Conforme la civilización asentaba sus raíces en los fértiles territorios del Tigris y el Éufrates, abundaba la tenebrosa adoración de los dioses falsos. Pero en medio de estas tinieblas Dios trajo Luz. Abram hijo de Taré a través del linaje familiar de Sem, fue llamado de Mesopotamia para ser el padre de los redimidos. Como ya he mencionado en la primera parte de este artículo, después que llegó a la tierra prometida, Dios le visitó siete veces. En cada una de estas ocasiones, recibió detalles específicos concernientes a su pacto con Dios. En su cuarta visita, el Señor ratificó el pacto con su Luz divina.

Pero no sería un pacto sin conflictos. De hecho, se encuentra en el centro de la gran batalla. En él Dios prometió que traería a su Mesías para salvar, tanto al territorio como al pueblo del pacto. Por los 4.000 años pasados, la batalla por el pacto Abrahámico ha sido el punto fundamental de la contienda entre la Luz contra las tinieblas.

Las luces de la historia bíblica

Cuán apremiante es entonces descubrir que la Biblia marca la piedra miliaria de la historia redentora cuando despliega la Luz Primitiva que se extiende a través de las edades entre la creación y el Reino. Las Sagradas Escrituras ofrecen una perspectiva extraordinaria de la historia de la humanidad, tal como se percibe desde el punto de vista de Dios. Aunque permitió que su filosofía única de la historia fuera dada a través de los ojos de los hombres, no obstante, la ve desde su propio punto de vista divino. Comienza en Génesis con la Luz Primitiva y concluye en Apocalipsis con esa misma Luz, la cual un día reemplazará al sol, la luna y las estrellas, iluminando a los redimidos con gloria que sólo puede ser imaginada vagamente.

En el lapso de tiempo entre esas dos grandes Luces, deben librarse muchas batallas. Basados en nuestro conocimiento de la estructura de la Escritura, no debe sorprendernos entonces descubrir que estas batallas están definidas por una serie de luces milagrosas. En la duración del tiempo de estas grandes batallas espirituales, la Luz Primitiva de Dios oculta, se revela maravillosamente por lo menos en catorce ocasiones, nueve en el Antiguo Testamento y cinco en el Nuevo. Como veremos, el patrón de ellas revela una verdad impactante acerca de la larga batalla de los redimidos.

Examinar el patrón divino histórico desde arriba, es la Luz divina de Dios. En el Antiguo Testamento, él se revela a sí mismo a su pueblo como el Señor, el Nombre divino, llamado algunas veces Yahweh: «Jehová». Allí se le ve como una columna de fuego que guió a los israelitas a través del desierto. En el Nuevo Testamento es Jesús, la “luz verdadera”. En lugar de morar en un tabernáculo hecho por manos humanas, lo hizo en un tabernáculo de carne y hueso, trayéndole luz al mundo. Sus seguidores a cambio, se convirtieron en portadores de la luz, marchando a través de un orden de batalla propio.

Las catorce luces milagrosas dentro de la narrativa bíblica proveen un cuadro especial de victoria espiritual. Son revelaciones especiales de la Luz fundamental y sobrenatural de Dios, dadas como indicadores de la historia.

La primera Luz

La primera de estas revelaciones milagrosas de la Luz Primitiva se ve en el tercer capítulo de Génesis. Su presencia iluminó un evento histórico de importancia: “Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Gn. 3:22-24).

Debido a su desobediencia el hombre fue juzgado por Dios. El origen y el medio en que viviera Adán habían sido perfectos. El huerto del Edén era un sitio ideal para su relación pura con Dios. Pero a estas alturas, Dios expulsó a Adán del huerto del Edén con un despliegue de Luz divina. La flama de la espada de los querubines no era ciertamente una luz ordinaria. Eran rayos de Luz celestial, lo suficientemente sustanciales para impedir que Adán retornara al lugar de su creación.

La primera revelación sobrenatural de la Luz Primitiva marca un punto de viraje de importancia en la historia humana. En el momento en que Adán se convirtió en mortal, Dios puso querubines quienes portaban su Luz para que bloquearan su camino hacia el árbol de la vida. A partir de ese día, el hombre viviría en conformidad con lo que sabía de Dios y dentro de los dictados de su propia conciencia. Debería crecer, envejecer y morir. Su única esperanza yacía en la venida del Redentor venidero. La Luz de Dios colocó un marcador indeleble en este lugar.

La segunda Luz

La segunda de estas luces fenomenales, la vemos en el capítulo 15 de Génesis: “Y sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos. En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates” (Gn. 15:17, 18).

Como dice el pasaje citado, la antorcha de Dios irradiaba Luz divina conforme se movía unilateralmente para ratificar el pacto que hiciera con Abraham, quien había colocado en cumplimiento de este pacto, los cuerpos divididos de cinco animales: una becerra, una cabra, un carnero, una tórtola y un palomino, aunque no dividió las aves. Esta antorcha de Dios era ciertamente la Luz Primitiva, aunque Abraham no la viera porque Dios lo sumió en un sueño profundo. Sólo él y Dios estuvieron presentes, por lo tanto no tenemos descripción alguna de esta antorcha, la que debió ser un destello brillante de Luz divina.

Marca uno de los puntos climáticos de la historia humana. Los versículos anteriores a este evento, describen una lucha en ciernes: la esclavitud en Egipto: “Mas a la caída del sol sobrecogió el sueño a Abram, y he aquí que el temor de una grande oscuridad cayó sobre él. Entonces Jehová dijo a Abram: Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza. Y tú vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez” (Gn. 15:12-15).

Conforme Dios ratifica su pacto con su propia declaración y acción, predice una larga batalla. Egipto, un tipo del sistema mundial, sería el mecanismo que usaría para traer un libertador que guiara a su pueblo en su largo camino hacia el hogar. Así como Dios iluminó con su Luz divina, el inicio de la batalla entre la Luz y las tinieblas, también iluminó el anuncio del primer enfrentamiento de importancia entre los gobernantes diabólicos del mundo.

El lenguaje claro del texto asegura que Israel, en el tiempo determinado por Dios recibiría la tierra prometida, pero que antes de que eso pudiera ocurrir, tendrían que llegar a su plenitud los reinos gentiles. La primera de esas luces celestiales le abre el camino a la segunda.

La tercera Luz

Es, por consiguiente, de gran importancia que la tercera Luz milagrosa de la historia haga su aparición en el capítulo 3 de Éxodo. Esta Luz particular marca el primer gran período de milagros. Dios desde hacía tiempo le había dicho a Abraham, que su descendencia a través de Isaac sería hecha esclava. Ahora iba a romper el yugo de la esclavitud. A diferencia de Abraham, Moisés, el libertador de Israel, tuvo el privilegio de ver esa Luz con sus propios ojos: “Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema. Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios” (Ex. 3:1-6).

Aquí, a través de los ojos de Moisés, tenemos la descripción de la zarza maravillosa que ardía con fuego celestial y no se quemaba. Algunos han dicho que esta fue una manifestación del Shechinah, la gloria de Dios. Sin duda así fue. Pero en un sentido más amplio, fue una revelación de la Luz Primitiva, dada a Moisés como un símbolo de su parte en la lucha de las edades.

De hecho, Moisés tuvo una serie de encuentros personales con Dios. La zarza ardiente fue sólo el primero de muchos, el último tuvo lugar en el capítulo 33 de Éxodo, en donde se encuentra registrado que Dios le mostró a Moisés una porción de su gloria. Dice la Escritura que en esa ocasión, “...él estuvo allí con Jehová cuarenta días y cuarenta noches; no comió pan, ni bebió agua; y escribió en tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos” (Ex. 34:28).

Estas entrevistas tuvieron un efecto profundo en la vida fisiológica de Moisés. Cuando descendió de la montaña, su rostro resplandeció por un tiempo. Y dice la Biblia: “Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor” (Dt. 34:7).

Dios lo escogió como un Hijo de Luz para que luchara contra los hijos de las tinieblas de Egipto, y en una de las noches más tenebrosas de la historia, Dios hizo que brillara la tercera de sus siete luces.

La cuarta Luz

A fin de que los israelitas pudieran ser libres de la esclavitud profetizada, Dios usó a Moisés para traer diez plagas sobre los egipcios. Faraón y su pueblo fueron asolados con sangre, ranas, piojos, moscas, enfermedades en el ganado, úlceras, langostas, tinieblas y finalmente con la muerte de sus primogénitos. Estas plagas persuadieron al diabólico Faraón de que debía permitirles la salida a los israelitas.

Pero fue la novena plaga la que iluminó esto, la cuarta de las luces milagrosas de la Biblia: “Jehová dijo a Moisés: Extiende tu mano hacia el cielo, para que haya tinieblas sobre la tierra de Egipto, tanto que cualquiera las palpe. Y extendió Moisés su mano hacia el cielo, y hubo densas tinieblas sobre toda la tierra de Egipto, por tres días. Ninguno vio a su prójimo, ni nadie se levantó de su lugar en tres días; mas todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones” (Ex. 10:21-23).

Para convencer a los egipcios de que el Dios de Israel era el único, el Dios verdadero, el creador los privó de la luz por tres días. Muchos expositores han señalado que ésta y las otras plagas son tipos de catástrofes globales que azotarán al mundo en los días de la gran tribulación. Pero en los días de Moisés, Dios por primera vez anuló toda la luz en una forma que las tinieblas podían incluso palparse. Para nosotros es muy difícil imaginar tal cosa, ¿cómo pudo ser posible?

Ciertamente, Dios pudo haber cubierto el sol, pero todavía estaba la luz de las estrellas. Por lo tanto, también debió cubrir asimismo a las estrellas. A pesar de todo, siempre quedaba la opción de retirarse a casa, y en el caso del Faraón a su palacio, y encender las lámparas de aceite. Pero el contexto deja bien claro que ni siquiera eso fue posible. De alguna forma Dios anuló la propia existencia de la luz. Tan intensas eran las tinieblas que nadie se atrevía a moverse. Imagínese estar sentado tres días en la oscuridad más absoluta. ¡El miedo debía ser más allá de cualquier descripción! Pero, milagrosamente, los israelitas sí tenían luz en sus hogares. Mientras la luz normal del sol, la luna, las estrellas, las lámparas y las velas, fue anulada por completo, ¡los israelitas gozaban de la Luz Primitiva de Dios!

El historiador judío Josefo, dramatiza el evento y dice en su obra Antigüedades de los judíos, libro segundo, capítulo XIV, parágrafo 5: «Entretanto se extendió sobre Egipto una densa oscuridad en la que no había la menor claridad. Los egipcios no podían ver, ni respirar por la densidad del aire; murieron miserablemente, aterrorizados por el temor de que los tragara la nube de oscuridad».

En caso de que hubiera sido una nube, ¿qué clase de nube podía ocasionar tal tiniebla en las casas de los egipcios mientras los hogares de los israelitas, no sólo no fueron tocados, sino que estaban completamente iluminados? ¡Sólo un milagro de Dios! ¡Sólo la Luz de Dios podía anularlas!

La quinta Luz

La Biblia describe la quinta Luz milagrosa como otra especie “de nube”. Se halla conectada con la experiencia del éxodo, mientras los hijos de Israel estaban acampados en el Mar Rojo: “Y luego que Faraón dejó ir al pueblo, Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca; porque dijo Dios: Para que no se arrepienta el pueblo cuando vea la guerra, y se vuelva a Egipto. Mas hizo Dios que el pueblo rodease por el camino del desierto del Mar Rojo. Y subieron los hijos de Israel de Egipto armados. Tomó también consigo Moisés los huesos de José, el cual había juramentado a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis subir mis huesos de aquí con vosotros. Y partieron de Sucot y acamparon en Etam, a la entrada del desierto. Y Jehová iba adelante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche. Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego” (Ex. 13:17-22).

Una vez más la Luz Primitiva se reveló ante el pueblo de Israel. Tomó la forma de una“columna de fuego”. Su apariencia, a no dudar, desafía cualquier descripción humana, pero parece que lucía como una columna de fuego que se extendía desde la tierra hasta el cielo. Esta es la quinta de las catorce luces celestiales milagrosas, reveladas por Dios como un símbolo de su vigilante cuidado. Pero... ¿Sabían los israelitas que estaban siendo testigos de la Luz Primitiva de Dios?

Día y noche esta Luz resplandeció sobre ellos mientras luchaban en el desierto. Esta marcha a través del desierto fue un tipo de su caminar a lo largo de los corredores del tiempo, mientras batallan en dirección a su territorio y al reino. En una forma, la entera historia de la Biblia se halla narrada en la marcha fuera de las tinieblas de Egipto hacia la radiante tierra prometida.

La sexta Luz

Esta Luz milagrosa marca la institución de la dispensación de la ley. Conforme Moisés guiaba al pueblo de Israel hacia el pie del monte Sinaí, los israelitas estaban preparados para recibir un pacto aterrador, cuya pena si lo incumplían era bien severa, incluso hasta el punto de causar la muerte. Dios le entregó la ley a Israel en un día de Pentecostés, 50 días después de la primera Pascua en Egipto. Cuando Dios descendió personalmente a la cima del monte, lo hizo en una forma asombrosamente reveladora, en medio del fuego y del humo. Durante este sexto despliegue de la Luz Primitiva, la tierra tembló y el pueblo se estremeció de miedo. Esta luz estuvo acompañada por el sonido de una bocina: “Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento. Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. El sonido de la bocina iba aumentando en extremo; Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz tronante” (Ex. 19:16-19).

No es necesario mencionar el hecho que la sexta Luz sobrenatural marca un evento histórico, que hasta este día todavía gobierna la vida de los judíos devotos. La propia mano de Dios escribió las tablas de la ley y se las entregó al pueblo.

La séptima Luz

La séptima de las catorce luces milagrosas, marca la ocasión en la que Moisés completó su comunión con Dios por 40 días y 40 noches. Moisés rompió las primeras tablas de la ley, cuando encontró que el pueblo había retornado a la idolatría y adoraban un becerro de oro. Esta estadía temporal de Dios con Moisés es una muestra de su gracia increíble hacia un pueblo inmerecedor. Durante este tiempo, Dios se presentó ante Moisés, haciendo al mismo tiempo una declaración clara acerca de la gracia divina. Comienza cuando Moisés implora a Dios que le permita verle con sus propios ojos: “El entonces dijo: Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá. Y dijo aún Jehová: He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro” (Ex. 33:18-23).

Aquí, Dios le muestra a Moisés su gloria, su luz divina, pero sólo en parte. Si hubiera visto la totalidad de Dios, la magnitud de su luz sin duda habría vaporizado al gran libertador de Israel. No obstante, Dios le permitió a Moisés que le viera en parte. Después de haber vislumbrado la Luz, el rostro de Moisés resplandecía con un resplandor que era visible al pueblo de Israel. Esta Luz Primitiva brilló por un breve período de tiempo como un símbolo de la gracia de Dios: “Y al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era resplandeciente; y volvía Moisés a poner el velo sobre su rostro, hasta que entraba a hablar con Dios” (Ex. 34:35).

La octava Luz

La siguiente ocasión en que vemos un despliegue de la Luz Primitiva es durante el segundo gran período de milagros bíblicos, en el tiempo en que transcurrían los ministerios de Elías y Eliseo. Dios levantó al profeta Elías durante el reinado de los malvados Acab y Jezabel. Acab contrajo matrimonio con la hija de un rey fenicio pagano. Era una sacerdotisa de Baal. Juntos, arrastraron a Israel hacia la más profunda apostasía.

Fue en ese tiempo en que Elías profetizó que habría una sequía de tres años y medio en el territorio. Más que eso, llegó para pronunciar juicio sobre los reyes diabólicos. Conforme el ministerio profético de Elías se acercaba a su fin, llegó el profeta Eliseo para continuar con su trabajo. De hecho, Eliseo recibió una porción doble del poder milagroso de Dios: “Cuando habían pasado, Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti. Y dijo Eliseo: Te ruego que una doble porción de tu espíritu sea sobre mí. El le dijo: Cosa difícil has pedido. Si me vieres cuando fuere quitado de ti, te será hecho así; mas si no, no. Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino. Viéndolo Eliseo, clamaba: ¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! Y nunca más le vio; y tomando sus vestidos, los rompió en dos partes. Alzó luego el manto de Elías que se le había caído, y volvió, y se paró a la orilla del Jordán” (2 R. 2:9-13).

Esta octava Luz divina marca la transición entre estos dos profetas. Tal época fue un período oscuro para el reino norte de Israel. Si no hubiera sido interrumpido por Elías y Eliseo, no se habría encontrado a nadie que adorara al Dios verdadero. Ellos eran de hecho hijos de la Luz en un reino en tinieblas. Por consiguiente, el arrebatamiento de Elías nos trae la promesa de otros dos temas prominentes en la Biblia:

De que el arrebatamiento de Elías, junto con el de Enoc, provee un precedente visible del rapto de los santos de Dios, y

El hecho de que Elías fuera arrebatado vivo para traerlo de regreso durante la gran tribulación.

La novena Luz

La aparición de la novena de las catorce luces milagrosas tuvo lugar como un evento extraordinario y se encuentra registrado en uno de los versículos iniciales del libro de Ezequiel, donde leemos: “Y miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, y una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor, y en medio del fuego algo que parecía como bronce refulgente” (Ez. 1:4).

Con detalles asombrosos, Ezequiel comienza a describir la aparición del fiero carro del Señor. Él sin duda vio la luz milagrosa de Dios, mientras era visitado en Babilonia durante uno de los momentos más tenebrosos en la historia judía: el cautiverio en Babilonia. Su fuego era divino, de un origen más allá de cualquier comprensión humana. Parecía ser movido por“seres vivientes”. Ezequiel sólo puede aproximar el aspecto de su apariencia. Sin embargo, había una característica predominante: estaban rodeadas por un despliegue increíble de Luz divina: “Cuanto a la semejanza de los seres vivientes, su aspecto era como de carbones de fuego encendidos, como visión de hachones encendidos que andaba entre los seres vivientes; y el fuego resplandecía, y del fuego salían relámpagos” (Ez. 1:13).

El asombroso vehículo celestial parecía portar el trono de Dios, él mismo resplandecía con luz divina: “Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor” (Ez. 1:28).

Ezequiel, cuyo nombre en hebreo significa «fortalecido por Dios», fue el compendio del profeta a quien Dios levanta en la hora de más oscuridad para traerle luz a su pueblo. En un sentido, su mensaje estaba colmado de horror, cuando pronunció juicio contra los judíos. En otro, miraba más allá hacia un futuro distante, anticipando el nuevo auge de Israel y el juicio de los gentiles. Su profecía concluye con la descripción gloriosa del templo milenial.

La décima Luz

La décima de las catorce luces sobrenaturales nos lleva al Nuevo Testamento. Marca la venida del Mesías al mundo. Él vino a los mansos y humildes. Mientras que los orgullosos y arrogantes estuvieron ciegos a la Luz que venía al mundo, ciertos israelitas de la condición más modesta fueron testigos de la gloria de la Luz Primitiva: “Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc. 2:8-14).

Cuando María embarazada viajó con su esposo José desde el sur de Nazaret hacia Belén para ser empadronados, Dios preparó otro gran milagro. El nacimiento del Mesías tuvo lugar allí en el territorio de Judea, tal como había sido profetizado siglos antes. Justo en las afueras del pequeño poblado, tarde en la noche, los pastores vigilaban sus rebaños. De súbito, se vieron iluminados por la Luz Primitiva, la cual brilló brevemente anunciando el nacimiento más grandioso en la historia del mundo.

Tal Luz de origen no terrenal llenó de gran temor a los pastores, como lo habría hecho con cualquier ser humano. Pero la maravillosa décima luz anunciaba el nacimiento de Cristo.

La undécima Luz

Esta milagrosa undécima Luz de la historia, resplandeció cuando Jesús ascendió al monte de la transfiguración con Pedro, Jacobo y Juan. Allí, él descorrió el velo de su carne, permitiendo que la Luz Primitiva brillara por un breve período de tiempo. Lo hizo como una profecía del reino venidero: “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis” (Mt. 17:1-7).

Tal como en el caso de los pastores que estaban en las afueras de Belén, un gran temor sobrecogió a los discípulos ante la visión de la Luz Primitiva. El resplandor de Jesús debe haber sido una visión más allá de la comprensión de estos hombres. Luego, cuando lo envolvió la luz del Padre, se postraron sobre sus rostros como si estuvieran muertos. En esta condición, Jesús tuvo que acercarse a ellos y ayudarlos a levantar. Sin embargo, tuvieron el privilegio de tener una visión anticipada de la gloriosa Luz del reino.

La duodécima Luz

Esta revelación de la maravillosa Luz divina marca el nacimiento de la Iglesia. Se manifestó el día de Pentecostés, recordándonos otro marcador dispensacional, el fuego divino que descendió sobre el Sinaí, también en un día de Pentecostés. Cuando los discípulos se congregaron en el aposento alto para orar por dirección, la habitación se iluminó con el fulgor de la Luz Primitiva que un día iluminará el mundo entero: “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hch. 2:1-4).

Este no fue un fuego ordinario; era la evidencia externa visible del Espíritu Santo de Dios. Con el crecimiento de la Iglesia un nuevo fenómeno comenzó a manifestarse sobre la tierra. La Luz Primitiva vino a morar en el corazón de cada nuevo creyente, quien se convierte en un instrumento para el servicio del Señor. Como una señal, tanto para la casa de David como para los gentiles, era necesario que este día tan especial quedara marcado con la aparición de la Luz divina.

La decimotercera Luz

La decimotercera Luz fue esa que brilló sobre Saulo, mientras se dedicaba a perseguir a la naciente Iglesia: “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió” (Hch. 9:1-9).

En este episodio, Saulo, el brillante y agresivo religioso judío, cayó a tierra como muerto ante el resplandor de la Luz Primitiva. Saulo era un estudiante profundamente inteligente, graduado no sólo de las mejores escuelas de Tarso, sino bajo la espléndida tutoría de Gamaliel. A no dudar, si el Señor no le hubiera escogido como apóstol de los gentiles, la historia le habría registrado como uno de los sabios más notables de Israel.

En lugar de eso, Dios lo eligió para que redactara las inspiradas epístolas del Nuevo Testamento que definen la nueva vida en Cristo para los creyentes gentiles. Sus escritos son aclamados tanto por cristianos como por incrédulos objetivos, como los discursos más iluminados y lógicos en toda la historia del pensamiento occidental. Resistió y trastornó los argumentos más fuertes en contra del cristianismo, así provinieran de judíos o de gentiles. La iluminación de sus pensamientos le llegó en un instante, en el camino a Damasco, cuando Jesús lo rodeó con la brillante fuerza de su Luz Primitiva.

Cuando iniciamos este estudio hicimos notar que la luz verdadera de Dios no está visible a los ojos de los injustos y no regenerados. Como para ilustrar la verdad de este principio, los hombres que acompañaban a Saulo nada vieron, oyeron la voz, pero no comprendieron. Escucharon una voz extraña pero eso fue todo. Saulo mismo dio testimonio del poder de la luz de Dios. Estuvo ciego por tres días hasta que Ananías oró por él y le impuso las manos para que Dios le devolviera la vista.

La decimocuarta Luz

La decimocuarta Luz divina fue la radiante aparición que viera Juan del Señor glorificado. La ocasión de su revelación fue la definición de la edad de la Iglesia y la batalla final que culminará con el establecimiento de su reino. En la aparición de Jesús ante Juan, el Señor personifica la luz y los siete candeleros a las siete iglesias: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza” (Ap. 1:12-16).

Aquí vemos a Jesús en la magnificencia completa de su gloria. Su cuerpo es literalmente una llama de fuego divino. Más que eso, personifica la Luz Primitiva. Se le aparece a Juan en el momento en que está comisionando a los ancianos a lo largo de la futura edad de la Iglesia. Una vez más, vemos que Dios permite que se vea su luz milagrosa en una ocasión histórica. En esta oportunidad, se manifiesta acompañada con la descripción de Cristo de la misión de la Iglesia. El Señor ofrece exhortación y aliento para la batalla a que tendrán que enfrentarse cada una de las siete iglesias. Les promete gran recompensa a los vencedores y también les hace advertencias a esos que sean encontrados faltos en su fe. Además de todo, promete permanecer vigilando y animando a su Iglesia.

Tomados como un todo, estos catorce eventos que estuvieron alumbrados con la Luz divina, trazan la historia de la obra de Dios a través de las edades. Resumiéndolo todo, ellos fueron:

Los querubines con la espada encendida que empujó a Adán y a su familia fuera del huerto del Edén.

La antorcha encendida de Dios como confirmación del pacto Abrahámico.

La zarza ardiente en medio de la cual Dios le habló a Moisés.

La Luz milagrosa que brilló en los hogares de los israelitas durante tres días de tinieblas, como la novena plaga en Egipto.

La columna de fuego. La Luz de Dios que guió al pueblo de Israel fuera de Egipto.

El fuego que descendió sobre el monte Sinaí a la entrega de la Ley.

La transfiguración de Moisés cuando Dios renovó el pacto.

El carro de fuego del Señor que arrebató a Elías al cielo.

El carro de fuego de Dios que le trajo a Ezequiel la iluminación profética durante el cautiverio en Babilonia.

Los pastores en el Nuevo Testamento que fueron testigos de la Luz de Dios.

La Luz sobrenatural que envolvió al Señor cuando se transfiguró en presencia de Pedro, Jacobo y Juan.

Las lenguas divinas de fuego que se aparecieron en Pentecostés, el día del nacimiento de la Iglesia.

La luz que rodeó a Saulo en el camino a Damasco.

Cuando Jesús se le apareció a Juan para darle el mensaje a las siete iglesias.

El camino de los hijos de Luz

Anteriormente mencionamos que el rabino Saulo de Tarso, recibió su comisión como apóstol de los gentiles en medio de un estallido de Luz divina. Más tarde, el apóstol describe el brillo de esta Luz como lo más radiante que hubiera visto jamás en su vida. Le dijo al rey Agripa: “Cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo” (Hch. 26:13).

Pablo, además, le repitió a Agripa en esa ocasión algunas de las palabras de Jesús: “Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hch. 26:15-18).

Note las palabras con que Jesús le confirmó a Pablo su ministerio subsecuente. Se refiere a cómo hacer que los gentiles se “conviertan de las tinieblas a la luz”. Cuando habla de la salvación la Biblia a menudo hace alusión a recibir la Luz oculta de Dios. Pablo escribió en Romanos 13:12: “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz”.

Pablo, quien había visto la luz pura de Dios, quedó impresionado para siempre con su cualidad esencial en relación con la verdad del evangelio. Como los otros apóstoles, Dios lo guió a hablar de la Luz como la meta del cristiano que aspira a una fe mucho mayor: “En los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no le resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Co. 4:4-6).

Aquí Pablo de hecho se refiere a Génesis 1:3, en donde Dios ordenó: “Sea la luz...” Esta Luz Primitiva alumbra ahora el corazón de cada creyente. Una vez más vemos que esto no es una metáfora, sino más bien el proceso por medio del cual el Espíritu Santo hace que la Luz oculta de Dios impregne por completo a los cristianos: corazón, alma, mente y espíritu. Pablo escribe en Efesios 5:8: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz”.

Pedro también escribe así sobre el fenómeno de la Luz de Dios: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9). Ciertamente, la luz a la cual Pablo se refiere aquí no es la simple luz del día, sino la Luz Primitiva, el tesoro de los justos.

Aunque Jesús estaba lleno de esa Luz durante su vida en la tierra, permaneció invisible para los no regenerados. Lo mismo es con los creyentes, quienes brillan como luces en un mundo en tinieblas, mientras parecen personas ordinarias ante los ojos de los no regenerados.

La Luz primero fue escondida en el Verbo, luego en el corazón de esos que son justificados por él y que reciben la luz interior del Espíritu Santo. Tal vez la declaración más resumida acerca de la Luz divina en toda la Escritura es esta que se encuentra en la primera epístola de Juan: “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:5-7).

Es así como el camino del cristiano está trazado en el mensaje de la Luz verdadera de Dios. Exalta la lucha de los hijos fieles de la Luz quienes batallan para traer la Luz de Dios a un mundo en tinieblas.

La Luz está sembrada para los justos

Es así entonces como la historia redentora de la humanidad está delineada en la Luz, la Luz Primitiva de Dios. Una Luz que está oculta al hombre mundano, pero no así para los ojos espirituales de los justos. La Luz verdadera es real, sin embargo, curiosamente invisible. Tal como dice Pablo en 1 Corintios 13:12: “Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces conoceré como fui conocido”.

Esos que perciben la Luz Primitiva oculta de Dios, adquieren de súbito conocimiento de primera mano del patrón divino de Dios y de la emoción de la victoria. Por primera vez experimentan la proximidad de los últimos días y la certeza de que ellos un día se gozarán en la Luz del Padre.

Salmos 97:1 comienza con esta nota triunfante: “Jehová reina; regocíjese la tierra, alégrense las muchas costas”. Este Salmo habla del juicio en contra de los enemigos de Dios. Su lenguaje, en el tiempo presente, usa frases como: “Fuego irá delante de él... Sus relámpagos alumbraron el mundo... Los montes se derritieron como cera delante de Jehová...”

Las palabras victoriosas de este Salmo sugieren que Cristo puede estar visiblemente presente. Pero... ¿Dónde está? Esos que entienden la Luz verdadera pueden responder a esta pregunta. Saben que el Señor está presente: que su Luz está oculta detrás del más fino de los velos y que los justos están bien al tanto de su cercanía. El versículo 11 de Salmos 97 dice: “Luz está sembrada para el justo, y alegría para los rectos de corazón”. Allí es donde se encuentra oculta la Luz Primitiva: sembrada como una semilla en territorio fértil, esperando el momento para germinar en gloria. Es el cuadro de la resurrección, cuando los cuerpos glorificados de los santos se levantarán para experimentar la gloria de la Luz por primera vez. Para los justos, ya está visible, para los rectos de corazón es la victoria de una batalla que ya ganaron.

Los carros de fuego

Anteriormente nos hemos estado refiriendo a la Luz Primitiva de Dios y su relación con el relato bíblico de la historia redentora del hombre. Génesis 1:3 dice: “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz”, mucho antes de colocar en el cielo el sol, la luna y las estrellas. Las explicaciones antiguas de esta luz dicen que es de forma superior y orden diferente y que, además, ahora ya no está visible. Declaran que Dios la ocultó a los ojos de los injustos, para revelársela sólo a los justos... específicamente a esos que escudriñan profundamente la Palabra de Dios.

En la era cristiana podemos decir que uno debe ser justo para percibir la Luz verdadera, haber sido justificado a través de Jesucristo. Es entonces cuando se puede percibir esta Luz, mediante el estudio diligente de la Palabra de Dios.

Los comentaristas de la antigüedad decían que Dios escondió la Luz verdadera en el Tora, en los primeros cinco libros de la Biblia que escribiera Moisés. Los cristianos de hoy decimos que eso es exactamente lo que vemos en el primer capítulo del evangelio de Juan. Allí tenemos el registro del Cristo preencarnado, “El Verbo”, quien se hizo carne y moró en medio de la humanidad: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que había sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Jn. 1:1-9).

Durante la breve estadía del Señor sobre la tierra, lucía enteramente humano, porque su Luz estaba escondida bajo la superficie de su cuerpo físico. Sólo emergió en raras ocasiones, como por ejemplo durante su transfiguración y cuando se les apareció, primero a Pablo y luego a Juan. Fue entonces cuando brilló como luz y fuego. Su Santo Espíritu asimismo está representado por fuego, tal como podemos verlo en la flama divina del antiguo menorá del templo.

Antes hicimos notar, que además de la creación de la luz original en Génesis y de la luz de la Nueva Jerusalén en el capítulo 22 de Apocalipsis, Dios reveló su Luz Primitiva por lo menos en 14 ocasiones diferentes, tal como está registrado en la Biblia. En cada circunstancia, su aparición marcó eventos históricos que se iniciaron en el huerto del Edén.

También señalamos que es completamente posible bosquejar la historia bíblica como la saga de la contienda entre la luz y las tinieblas. Las fuerzas tenebrosas de Satanás están dispuestas en contra de la Luz de Dios. Un ejemplo excelente de esto lo vemos en el capítulo 10 de Daniel.

El ángel y el príncipe de las tinieblas

En el capítulo 10 de Daniel, siguiendo a su revelación de las 70 semanas, el profeta recibió otra visión. En esta ocasión fue el resultado de tres semanas enteras de ayuno y oración. La visión e interacción de Daniel con el ángel visitante, revela el panorama de una batalla actual entre la luz y las tinieblas. La mayoría de expositores estiman que su experiencia comienza con una visión de Cristo: “Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como estruendo de una multitud. Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo, sino que se apoderó de ellos un gran temor, y huyeron y se escondieron” (Dn. 10:5-7).

Cuán similar es esta aparición con la visión que tuviera Juan de Cristo en el primer capítulo de Apocalipsis. Su aspecto es como luz y fuego... exactamente lo que podríamos esperar del Dios Creador quien creó la Luz Primitiva. Tal como fuera en la experiencia de Pablo cuando iba camino a Damasco, los hombres que estaban con Daniel no vieron nada, pero se apoderó de ellos un gran temor.

Poco después de esto, Daniel sintió que una mano le tocaba: “Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis manos. Y me dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie temblando. Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia. He venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días; porque la visión es para esos días” (Dn. 10:10-14).

El visitante le informó a Daniel que sus palabras habían sido escuchadas tres semanas antes. Luego procedió a revelarle una profecía detallada del gobierno de Persia, Grecia y el Anticristo. Le explicó que había encontrado resistencia de un espíritu demoníaco, al que identifica como el príncipe de Persia, mientras trataba de llegar hasta donde él. Aparentemente, el reino terrenal de Persia estaba bajo la vigilancia de una fuerza siniestra capaz de estorbar incluso al mensajero enviado por Dios. Daniel, quien residía en Persia, prácticamente estaba morando en territorio enemigo. Trabajando en su reino invisible, los poderes de las tinieblas conspiraron para impedirle que proclamara la Palabra de Dios.

Esto nos recuerda a Efesios 6:12 y la famosa declaración de Pablo respecto al sistema mundial: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.

Conforme la visita con el mensajero celestial llegaba a su fin, Daniel pudo entender mejor la batalla que se está librando en los lugares celestiales. El ángel le dijo que iba a regresar para enfrentarse con los príncipes de Persia y Grecia. Es muy significativo que el tema del capítulo que sigue a la declaración del ángel, está centrado precisamente en el gobierno de estos dos países y la sucesión de las dinastías Tolomeica y Seléucida que se originaron en Grecia: “El me dijo: ¿Sabes por qué he venido a ti? Pues ahora tengo que volver para pelear contra el príncipe de Persia; y al terminar con él, el príncipe de Grecia vendrá. Pero yo te declararé lo que está escrito en el libro de la verdad; y ninguno me ayuda contra ellos, sino Miguel vuestro príncipe” (Dn. 10:20, 21).

El ángel le dijo a Daniel que esta batalla en el cielo involucraba, primero a Persia y a Grecia. También le dijo que cuatro reyes se levantarían en Medo-Persia, antes del tiempo de Alejandro el Grande de Grecia, a quien llama “...un rey valiente...” (Dn. 11:3). Aparentemente, en un futuro distante, de esta dinastía Seléucida saldrá el infame Anticristo. Es claro que la marcha de la historia humana es fiscalizada en los cielos, aunque es invisible a nuestros ojos a excepción de breves ojeadas, tal como la que acabamos de mencionar. Aunque no sabemos exactamente cuál es el papel que desempeñan los ángeles de Dios en el desarrollo de la historia humana, la inferencia es obvia. Hay una batalla constante a favor de los elegidos de Dios, para asegurar que el plan divino permanezca exactamente conforme a lo determinado.

La batalla por la Luz

A lo largo de las edades, la batalla ha continuado sin parar. Tal como en los días de los profetas, los apóstoles enfrentaban la amenaza constante de ser acosados por espíritus de las tinieblas. Cuando Pablo defendía su propio apostolado, notó que había hombres engañadores que tenían apariencia de hombres justos: “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Co. 11:13, 14). El significado evidente de la declaración de Pablo es que el estado natural de Satanás es de tinieblas. Sin embargo, de alguna forma puede modificar su apariencia y su mensaje entre los hombres, a fin de que vean sus tinieblas como si fuera luz verdadera. Es allí donde yace el propio corazón de la lucha. La llama de la verdad de Dios la extinguen de continuo diversos agentes de las tinieblas. Pero en una escala mayor, la lucha se decide en favor de Dios.

Los carros de Luz contra los carros de las tinieblas

Tal como testificara Daniel en el contexto de la historia gentil, la guerra en los cielos es verdaderamente una narrativa tremenda de proporciones épicas. Dios, a quien él llama “el Anciano de días”, anticipa la victoria en una escala que ni siquiera alcanzamos a imaginarnos. Su magnitud transparente y fiera realidad, están más allá de la imaginación humana: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos” (Dn. 7:9, 10).

Aquí tenemos una escena de luz de brillo y pureza sin igual, en el trono de Dios. Es una vista amplia de la gran batalla por el control del planeta tierra. Visto desde esta perspectiva, Satanás no tiene opción alguna. Sin embargo, es necesario que transcurra la totalidad de la historia.

El capítulo 7 de Daniel habla de cuatro imperios gentiles, representando a cada uno con una bestia. La cuarta y última bestia sucumbe bajo el liderazgo del Anticristo. Claro está, todas esas potencias sucumbirán. Dios las llevará a su fin. A lo largo de todo este desfile, el ministerio de los ángeles sigue su curso en conformidad con el mandato de Dios. Corrientes purificadoras de fuego proceden de su presencia. Una miríada incalculable de ángeles le sirven. La autoridad de Dios se extiende sobre oleadas de fuego. Hay una característica más de su trono que merece atención especial. Se le menciona como “las ruedas del mismo, fuego ardiente”. Muchos se han preguntado qué pueden ser estas ruedas. Algunos artistas de la edad media las describían como si se trataran de ruedas literales, de madera, con rayos envueltos en fuego. La única imagen que ellos podían concebir era una común, algo que estaban acostumbrados a ver en la vida diaria.

Hoy, en la era del automóvil, es muy improbable que un artista pinte un trono con ruedas. Pero hay una explicación persuasiva para estas ruedas de fuego. Una de las mejores la encontramos a la conclusión del ministerio de Elías, tal como está descrito en 2 Reyes 2:11. Cuando Elías caminaba en compañía de Eliseo, un carro de fuego descendió y lo arrebató al cielo: “Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino”.

Pero... ¿Era realmente un simple carro tirado por caballos? Ciertamente, nada en la descripción sugiere siquiera la posibilidad de caballos. Era algo nunca visto. A no dudar, este carro era algo más allá de nuestra experiencia ordinaria. Pero se reveló a la vista de Elías y a Eliseo como un vehículo con cuya visión estaban familiarizados. Tal como indica la palabra “torbellino”, tal parece que tenía la apariencia de una rueda giratoria de fuego.

Más tarde, durante el ministerio de Eliseo, el profeta contemplaba la ciudad de Jerusalén sitiada por un gran ejército de carros y jinetes sirios. Su sirviente estaba aterrado, pero Eliseo lo tranquilizó. Simplemente le pidió a Dios que abriera los ojos de su siervo para que pudiera ver todos los carros de los ángeles que estaban de su lado: “Él le dijo: No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos. Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo” (2 R. 6:16, 17).

En esta ocasión los carros de fuego de Dios sobrepasaban a los miles de vehículos sirios. El profeta creía definitivamente que su presencia cambiaría el curso de la batalla. De hecho, así fue, porque dice la Escritura que entonces, “oró Eliseo a Jehová, y dijo: Te ruego que hieras con ceguera a esta gente. Y los hirió con ceguera, conforme a la petición de Eliseo” (2 R. 6:18). Y luego fueron derrotados milagrosamente.

Salmos 68:17 dice que estos carros de fuego son innumerables: “Los carros de Dios se cuentan por veintenas de millares de millares...” Pero... ¿Son éstas las “...ruedas... de fuego ardiente” descritas en Daniel 7:9? Examinemos a continuación la mejor descripción de estos carros de fuego que encontramos en toda la Escritura. La tenemos en el primer capítulo de Ezequiel y se ajusta perfectamente a la categoría de “carros de fuego”: “Y miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, y una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor, y en medio del fuego algo que parecía como bronce refulgente, y en medio de ella la figura de cuatro seres vivientes. Y esta era su apariencia: había en ellos semejanza de hombre... El aspecto de las ruedas y su obra era semejante al color del crisólito. Y las cuatro tenían una misma semejanza; su apariencia y su obra eran como rueda en medio de rueda” (Ez. 1:4, 5, 16).

En los tres versículos seleccionados de la descripción de Ezequiel, tenemos la visión de un carro de fuego. Pienso que más bien clasifica en la categoría de una rueda de fuego del trono de Dios. Vista a través de los ojos del profeta, esta construcción múltiple de ruedas produce la imagen mental de un vehículo giratorio de luz y fuego. El profeta describe el asombroso vehículo celestial como si estuviera rodeado de fuego y algo que asemeja relámpagos. Es la visión de un carro angélico.

Llegó a Ezequiel en medio de la oscuridad del cautiverio en Babilonia, trayendo ánimo y la seguridad de la promesa de Dios de restaurar su pueblo en su territorio. Muchos han trazado comparaciones entre el carro de fuego que viera Ezequiel con los OVNIS de nuestros tiempos modernos. Pero como ya hemos visto, existe una diferencia radical entre la experiencia común del hombre moderno y el encuentro de Ezequiel con el ángel de Jehová.

La diferencia radica en que esas ruedas de fuego de los OVNIS contemporáneos, parecen ser impulsadas por motivos siniestros. Es por esta razón que muchos estudiosos de la Palabra de Dios creen que “los carros de fuego modernos” son la contraparte satánica de los carros de fuego de Dios. Incluso, un breve estudio del fenómeno de los OVNIS revela que estos extraños objetos parecen estar activados por Satanás y sus demonios, cuyo campo de acción es lo paranormal, los fantasmas y el ocultismo.

Realmente, a estos OVNIS más bien debería llamárseles «carros de las tinieblas». A todo lo ancho del mundo, las apariciones de los OVNIS, se cuentan literalmente en cientos de miles, abarcando desde luces en medio de la noche, encuentros cercanos con “extraterrestres” y hasta secuestros acompañados con experimentos médicos. Se cuentan por cientos los libros relacionados con el tema del auge moderno de los platillos voladores. Se asegura que muchos están rodeados por vórtices de fuego giratorio, como los carros de fuego de la antigüedad. Lucen a menudo como si fueran metálicos y estuvieran rodeados por vapor. Tal parece que las ruedas en medio de rueda, que viera Ezequiel, también tenían una apariencia metálica.

Parecen tener la habilidad de aparecer y desaparecer a voluntad. Algunos testigos las describen como naves espaciales y a sus ocupantes como extraterrestres. Hay docenas de casos en que los testigos les han lanzado piedras o les han disparado a estos objetos voladores no identificados, escuchando al contacto un sonido metálico. Algunos describen los OVNIS modernos como ultradimensionales. Es decir, que parecen tener la habilidad de pasar de una a otra dimensión con facilidad.

Varios autores han descrito la similitud entre las leyendas de la edad media de las hadas y la actividad de los OVNIS. Las«personas pequeñas» se han convertido en «criaturas del espacio». A los enanos extraterrestres con rostros grotescos, que en un tiempo le llamaron demonios o gárgolas del infierno, hoy les llaman extraterrestres bondadosos que vienen de planetas distantes para ayudar a la humanidad. Tal vez lo más importante de todo es que su existencia está íntimamente asociada con el conglomerado de religiones paganas conocidas como Movimiento de la Nueva Era. Médiums en trance están transmitiendo constantemente supuestos mensajes que reciben de “maestros ascendentes”que orbitan la tierra en sus naves madres.

Los gurúesde la Nueva Era coinciden en sus historias de encuentros con seres provenientes de OVNIS en lugares remotos. Existe entre ellos la creencia virtualmente universal de que pronto los jefes supremos de los OVNIS se revelarán visiblemente a los ciudadanos de este planeta, iniciando un nuevo y glorioso período en la historia de la tierra. Al mismo tiempo, dicen que “los elementos dañinos” serán removidos del planeta para ser reeducados antes de devolverlos y reintegrarlos en la nueva sociedad. Claro está, el más indeseable de todos los grupos sociales son los creyentes cristianos. Cuando se inicie la Nueva Era, los médiums, los chamanes y los gurúes, todos estarán de acuerdo en que tales elementos causantes de problemas sean removidos de la faz del planeta.

Entre las más tenebrosas actividades asociadas con estos carros de las tinieblas, está la preocupación por las abducciones humanas (los secuestros) y la experimentación genética. Un conocido escritor sobre los OVNIS ha sugerido que las estadísticas señalan una tasa mundial de por los menos cien mil secuestros por año. Típicamente, estos secuestros involucran experimentos médicos con los sujetos, a menudo con el propósito expreso de tomar muestras genéticas. Luego, les borran la memoria y las desventuradas personas son devueltas a sus vidas ordinarias.

Por asombroso que parezca, hay cientos de casos bien documentados en los cuales las mujeres supuestamente son fecundadas con seres extraterrestres híbridos y luego dan a luz a hijos que ni siquiera tienen la oportunidad de ver. Nada menos que John E. Mack, una autoridad en medicina, ganador del premio Pulitzery psiquiatra de la universidad de Harvard, ¡ha afirmado abiertamente que cree que cada día se están llevando a cabo combinaciones genéticas de extraterrestres y seres humanos!

Él escribe: «En la obra pionera sobre la investigación de los OVNIS, Budd Hopkins y David Jacobs han mostrado lo que está ampliamente corroborado en mis casos, es decir, que el fenómeno de los secuestros está en forma central involucrado en un programa de procreación cuyo resultado es la creación de una descendencia híbrida humana-extraterrestre».

Estas palabras suenan electrizantes, ya que provienen de una autoridad como este hombre. Tal como se esperaría, parece que se siente muy presionado a dar una explicación de lo que realmente está sucediendo. Pero hace una conjetura arriesgada al decir: «Mi impresión personal es que estamos siendo testigos de algo más complejo, de la complicada unión de dos especies, dirigida por una inteligencia que somos incapaces de comprender, para un propósito que sirve a ambas metas, pero con dificultades para cada una. Baso este punto de vista en la evidencia presentada por los propios secuestrados».

Estos carros de las tinieblas que llegan de noche, parecen estar iniciando una nueva fase de la batalla: la corrupción de los genes humanos, con el propósito de infiltrarse y vivir entre la humanidad. Si ellos no hubieran hecho esto antes por lo menos una vez, nadie probablemente creería que tales cosas podían ser posibles.

El capítulo 6 de Génesis nos ofrece una descripción de los ángeles caídos quienes descendieron a la tierra y tuvieron relaciones sexuales con mujeres produciendo una raza de gigantes cuyo nombre en hebreo es nephilim que significa «los caídos». Son ellos “...los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada...” (Jud. 6).

Tal parece que hoy están haciendo lo mismo una vez más. Y no debe sorprendernos, ya que el propio Jesús dijo: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre” (Mt. 24:37). La iniquidad diabólica del día de Noé fue ocasionada por los ángeles caídos.

El capítulo 2 del libro de Daniel nos narra la historia de la estatua profética de Nabucodonosor. Su cabeza de oro, su pecho y brazos de plata, las piernas de hierro y los pies de hierro y barro cocido, narran la historia de un degenerado mundo gentil: Babilonia, Medo-Persa, Grecia y Roma. Lo que comienza con oro termina con barro cocido. Pero se ha señalado que el barro mezclado con hierro tiene una semejanza curiosa con la historia de la mezcla genética en el capítulo 6 de Génesis. Daniel nos ofrece la propia interpretación del asunto: “Así como viste el hierro mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro” (Dn. 2:43).

Tal pareciera como si una raza enigmática intentara mezclarse genéticamente con la “simiente del hombre”. Es un pensamiento horrible y repulsivo, que los ángeles caídos puedan estar una vez más libres llevando a cabo las atrocidades que antecedieron el gran diluvio de Noé. Sin embargo, la Escritura sugiere fuertemente que durante la tribulación se manifestarán una vez más las atrocidades abiertas de los ángeles diabólicos en sus carros de las tinieblas.

En medio de todo este horror, es un gozo considerar la perspectiva de que también habrá luz en el fin y que la victoria será de las fuerzas del Señor: “Porque he aquí que Jehová vendrá con fuego, y sus carros como torbellino, para descargar su ira con furor, y su reprensión con llama de fuego” (Is. 66:15).

Nuestra parte en la batalla

Pablo escribió en 1 Tesalonicenses 5:5: “Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas”. Esto no es una simple metáfora, el Espíritu Santo de Dios es literalmente una manifestación de su Luz. En cada uno de nosotros mora una porción de la Luz divina y debemos actuar en conformidad, tal como dijo Pablo en Efesios 5:8: “Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz”.

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