Cuando el Cordero abra el rollo
- Fecha de publicación: Lunes, 24 Marzo 2008, 19:48 horas
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En día, todos los seres creados en el cielo observarán cómo el Cordero de Dios se dispone a abrir el rollo sellado con siete sellos. Cuando lo haga estará actuando como el Juez Divino, quien toma en sus manos una acusación sellada (el rollo sellado).
Ningún hombre sabe lo que está escrito en él. Pero ciertamente debe incluir una lista de cargos acumulados a lo largo de los milenios por una humanidad depravada. A la apertura de los sellos, el Cordero corregirá los equívocos de seis milenios y establecerá paz y justicia.
Pero... ¿Por qué Jesús aparecerá en el cielo como un Cordero? En su papel como juez del mundo, se vería más apropiado si actuara como un León. Verdaderamente esta es su apariencia, incluso se le reconoce por ese título: “Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Ap. 5:5).
Sin embargo, cuando recibe el rollo luce como un Cordero, no como León: “Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra” (Ap. 5:6).
“El León de la tribu de Judá” es una de las figuras bíblicas más antiguas, se remonta al tiempo de las bendiciones proféticas que les otorgara Jacob a sus hijos, cuando dijo: “Cachorro de león, Judá...” (Gn. 49:9a). Pero entonces... ¿Por qué el León se convierte en Cordero? La Biblia provee una respuesta para esta pregunta, permitiéndonos que podamos ver mejor no sólo el significado verdadero del sacrificio del Señor Jesucristo, sino la propia naturaleza de Dios.
El Cordero no se trata de una simple figura simbólica sin vida alguna, sino que es un ser que ama, siente dolor, anhela tener una relación y se expresa a sí mismo en lenguaje emotivo. ¿Pero qué estará pensando cuando se acerca para tomar el fatídico rollo? De manera sorprendente, sus metas y motivos no están ocultos, sino que de hecho se ha asegurado que la humanidad conozca los pensamientos de su propio corazón en detalle. Más adelante analizaremos algunos de ellos, sin embargo, primero vamos a examinar la figura histórica del Cordero.
El símbolo del cordero de sacrificio se remonta al propio principio de la humanidad, en el recuento del sacrificio aceptable. Todo indica que después de la caída de Adán, el Señor le instruyó respecto a lo que significaba un sacrificio aceptable por el pecado. Sabemos esto porque su hijo Abel presentó un sacrificio apropiado, preparado en una forma específica, mientras que Caín no. Es así como lo describe el siguiente pasaje de la Escritura: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón. Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante” (Gn. 4:1-5).
El resto de la historia es bien conocida: Caín lleno de celos y furia asesinó a su hermano Abel. Este evento bien podría ser descrito como la primera guerra de la historia, siendo Abel la primera víctima. Desde ese tiempo hasta el presente, la humanidad se ha mantenido en una guerra constante por supremacía, o aceptación en la esfera del poder. La guerra fue lo primero que instituyó el hombre.
Casi olvidado en el conflicto entre Caín y Abel está el cordero. Su papel como el sacrificio expiatorio es central a la supervivencia de la humanidad. Es un arquetipo profético que encontramos a través de toda la Biblia, desde Génesis hasta Apocalipsis. La Escritura revela progresivamente al sumiso cordero como el camino de la victoria sobre el pecado y el mal. De hecho, el cordero representa exactamente lo opuesto a apropiarse del poder y posesiones por la fuerza. Es el propio emblema del sacrificio desinteresado.
El cordero emerge una y otra vez como la clave para el plan de redención de Dios, en momentos cruciales de la historia bíblica. «El cordero de sacrificio» se ha convertido prácticamente en una expresión universal. Pero bíblicamente, el cordero aparece en momentos históricos significativos, para certificar la relación entre Dios y el hombre.
Por ejemplo, volvemos a verlo nuevamente mientras se realiza el pacto entre Abraham y el Señor Jehová en el monte Moriah: “Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos” (Gn. 22:7, 8).
Todo esto ocurrió en el monte Moriah, cuyo nombre significa «la aparición de Jehová». Es así como la Biblia lo reconoce, como el monte en donde se le apareció Jehová a Abraham, y en el cual volvió a aparecerse nuevamente en los días de David y Salomón, y en donde posteriormente se construyó el templo.
El sacrificio que proveyó Dios no era simplemente un cordero, sino un carnero: “Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá. Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto” (Gn. 22:13, 14).
Abraham tomó el carnero y lo colocó sobre el altar, el cual debió parecerle un sacrificio mayor y más completo que un simple cordero. De hecho, era la semblanza del máximo sacrificio que habría de tener lugar. Desde esta escena sobre el monte Moriah, avanzamos 500 años, hasta el 1450 A.C., el período del Éxodo.
Este maravilloso evento está centrado en la sangre del cordero que se aplicó en los postes y dinteles de cada hogar israelita. Esta identificación crucial libró a Israel de la visita del ángel de la muerte, llamado el “heridor”en Éxodo 12:23; quien al ver la sangre sobre los postes y dinteles de las puertas, pasó de largo sin entrar en sus casas mientras causaba muerte en los hogares egipcios.
Pero en esa noche (la de la primera Pascua), el cordero se convirtió en algo más que en un simple sacrificio. Vino a ser el símbolo de relación, la experiencia común de los israelitas, y permanece así hasta este día. La carne del cordero fue asada y comida de inmediato en la noche del día 14 del primer mes: “Habló Jehová a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto, diciendo: Este mes os será principio de los meses; para vosotros será éste el primero en los meses del año. Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: En el diez de este mes tómese cada uno un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia. Mas si la familia fuere tan pequeña que no baste para comer el cordero, entonces él y su vecino inmediato a su casa tomarán uno según el número de las personas; conforme al comer de cada hombre, haréis la cuenta sobre el cordero. El animal será sin defecto, macho de un año; lo tomaréis de las ovejas o de las cabras. Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes. Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer. Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán” (Ex. 12:1-8).
Desde el principio, la celebración del Cordero Pascual fue una institución familiar, a fin de reunir a Israel alrededor de la promesa de libertad en el Reino Mesiánico. Hasta este día, esta tradición se repite anualmente, pero en la mesa sólo se coloca la pierna del cordero. Sin embargo, después que los romanos derribaran el templo, el sacrificio del cordero se interrumpió abruptamente.
Juan ve al Cordero
Claro está, la razón para esto es bien conocida: El Cordero se ofreció a sí mismo en la última Pascua, cuando fue arrestado en medio de sus discípulos, juzgado y condenado. Este acto instituyó la Cena del Señor, en la cual el Cordero se convirtió en el líder de la tradición antigua. Pero también debe recordarse que Jesús se apareció al principio de su ministerio público como el Cordero sin mancha, de la misma forma, terminó como el Cordero de sacrificio por el pecado.
Su papel fue anunciado públicamente por Juan el Bautista: “Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. Estas cosas sucedieron en Betábara, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando. El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:26-29).
Actuando en el espíritu de Elías, Juan anunció la aparición del tan esperado Mesías. Su declaración pública debía haber invocado muchas promesas y referencias históricas. Pero no fue así. Él simplemente lo presentó como el Cordero. Sacerdotes y levitas habían cruzado el Jordán para hacerle preguntas. Él negó ser el gran profeta prometido por Moisés. También negó ser el Mesías o Elías. Pero Juan verdaderamente era un profeta, quien ahora profetizaba la venida del Mesías, aunque no anunció a Jesús como rey o profeta, ni tampoco mencionó su linaje real de la tribu de Judá, remontándose hasta la casa de David. En lugar de eso, simplemente le llamó “el Cordero de Dios”.
Los líderes de Israel no podían asociar mentalmente al Cordero Pascual con el Mesías. Aunque el símbolo del Antiguo Testamento del Cordero es una semblanza de la obra consumada de Jesús, los profetas nunca se habían referido al Mesías venidero como un cordero. La sangre del Cordero como una idea mesiánica sólo se presenta claramente en el Nuevo Testamento.
Ciertamente, Isaías se refirió a Él en esta forma, pero nunca lo asoció con el Cordero de Pascua o con la expiación: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Is. 53:7).
De tal manera, que la presentación de Juan del Cordero trae una nueva dimensión a la misión del Mesías. Él llega como la personificación del sacrificio expiatorio, como el remedio para el pecado que plaga a la humanidad. Desde el propio principio, la Biblia lo reconoce en este papel. Ahora Juan lo anuncia públicamente, aunque claro está, no entiende lo que está diciendo.
La profecía de Juan en el río Jordán continúa, le añade una nota adicional acerca de la identidad del Mesías. Juan nació seis meses antes de Jesús, un hecho probablemente conocido por las autoridades de Jerusalén, y ciertamente por un buen número de fieles judíos. Sin embargo, declaró que Jesús vino ante él, que era el Cordero, que fue confirmado por el Espíritu Santo de Dios, y era el propio Hijo de Dios: “Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo. Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Jn. 1:30-34).
Los primeros discípulos de Jesús fueron atraídos por la declaración repetida de Juan de que Éste era el Cordero de Dios. Sintieron la atracción espiritual por una gran idea nueva que no podían comprender: “El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús. Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que traducido es, Maestro), ¿dónde moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con él aquel día; porque era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús” (Jn. 1:35-40).
¿Qué pensarían estos dos discípulos cuando escucharon las palabras de Juan? ¿Era Jesús realmente el Mesías? Sin embargo, Juan no lo llamó así, no dijo: «¡He aquí el Mesías!» Sino que de hecho ocultó la verdad. En lugar del oficio de Mesías enfatizó su papel de Mesías en la redención. Juan profetizó la misión del Señor Jesucristo, y la forma cómo la llevaría a cabo: como el Cordero de sacrificio.
Los dos discípulos mencionados aquí, son identificados en el contexto de la declaración de Juan. Es muy interesante advertir que ellos no tuvieron dificultad en asociar el concepto del Cordero con ese del Mesías: “Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. Éste halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo)” (Jn. 1:40, 41).
A no dudar, ellos no entendieron plenamente la conexión. De hecho, la Escritura nos dice que cuando Jesús más tarde les dijo que debía dejarlos y morir, se rehusaron a aceptar la idea: “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (Mt. 16:21, 22).
El Señor reprendió severamente a Pedro por resistir la verdad simple que el Cordero debía morir para completar el sacrificio por el pecado. Pero debe recordarse que para esos que estaban vivos en ese tiempo, la misión de Jesús era un completo enigma.
Algo notable
Al revisar la historia bíblica del Cordero, encontramos un hecho sorprendente: El Antiguo Testamento a menudo se refiere al cordero del sacrificio, pero en el Nuevo, sólo se le menciona por nombre cuatro veces, aparte del libro de Apocalipsis.
Este título aparece dos veces en el evangelio de Juan, y ambos versículos fueron citados anteriormente. En estos dos casos la palabra «Cordero» se encuentra con letra mayúscula. Después de eso, la vemos dos veces más, en Hechos 8:32, en donde Felipe cita del capítulo 53 de Isaías, y dice: “El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca”.
Luego la encontramos en 1 Pedro 1:18 y 19, cuando Pedro cita Éxodo 12:5, refiriéndose al requerimiento por pureza en el Cordero Pascual: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación”.
En ambos casos se deja claro que la salvación sólo se obtiene mediante el sacrificio del Cordero Pascual. Basados en la importancia de este símbolo, uno esperaría hallar una y otra vez referencias a Jesús como el Cordero de sacrificio. ¡Pero no las encontramos para nada en las epístolas de Pablo, Santiago, Juan o Judas!
Además, la carta a los Hebreos dedicada a explicarles a los judíos que todavía observaban la adoración en el templo, la superioridad del sacrificio redentor de Cristo, ¡no menciona para nada al Cordero! Al referirse a Jesús, la epístola a los Hebreos típicamente alude a su sacrificio en declaraciones como la siguiente: “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (He. 9:11, 12). Es obvio que explicaciones como esta deberían haber hecho que los judíos de inmediato lo hubieran asociado con el Cordero de Pascua, pero su sacrificio no es explicado en esta forma.
Por consiguiente, ¡los tres primeros evangelios nunca mencionan al Cordero por ese nombre! Mateo, el evangelio que anuncia al Rey de Israel, está redactado alrededor del tema de la presentación y rechazo del rey.
Marcos expone a Jesús como el siervo. Su estilo de verdadera urgencia, presenta al siervo que va a realizar su obra con energía y devoción total, pero le rechazan y sufre por esos a quienes ha servido.
Lucas por su parte, documenta a Jesús en su papel como el Hijo del Hombre... humano en todas las formas, no obstante, divinamente encarnado. Enfatiza su compasión y perfección como ser humano. Lo presenta como el hombre que cargó sobre sí los dolores de la humanidad.
Jesús entró en el hogar del pequeño pero acaudalado Zaqueo, como un hombre cualquiera. Al colocarse al mismo nivel de este pecador recaudador de impuestos, cambió la forma cómo este hombre vivía su vida: “Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:8-10).
Como Rey, Siervo e Hijo del Hombre, Jesús actuó en un nivel terrenal. Aunque importantes, estos papeles no consignan las verdades espirituales y metafísicas que vemos en el evangelio de Juan, el cual revela la deidad de Jesús. Esto tiene perfecto sentido, ya que el Cordero es un sacrificio espiritual, que trasciende los límites de la tierra, y se extiende todo el camino hasta el cielo. Juan lo presenta como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.
El Cordero y el cosmos
La palabra «mundo»se origina del griego «cosmos», que significa «el orden y arreglo del sistema mundial». Para los griegos esta expresión incluía todo lo que podía ser observado o inferido por observación. El mismo concepto en la mente del hombre sería más probablemente «universo».
Pero para el estudiante de la Biblia, el concepto del Nuevo Testamento del cosmos incluye esas cosas no vistas. Tal como lo pone el apóstol Pablo en Efesios 6:11, 12: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.
Estos cuatro niveles de autoridad en contra de los cristianos, todos operan más allá del rango de la visión humana. No obstante, afectan radicalmente las vidas de las personas y por consiguiente, deben estar incluidos en la definición de «cosmos». Las dimensiones de este universo son mucho mayores que lo que admiten la gran mayoría, porque los aspectos invisibles del sistema mundial son muy importantes, incluso más que los visibles.
Los “principados”que menciona Pablo son llamados archons en griego. Son criaturas sobrenaturales consideradas generalmente como ángeles, que bien pueden ser fieles o caídos. Pero en la epístola de Pablo, la referencia es al primer nivel de las potencias diabólicas, incluyendo a Satanás y a sus poderes delegados. Son transdimensionales, y operan fuera del reino natural de los seres humanos, sin embargo influencian profundamente los círculos en las finanzas mundiales, la política y la religión.
Las “potestades” a que se refiere Pablo se les llama exousia en el Nuevo Testamento en griego. Son autoridades delegadas que operan por debajo del primer nivel de poder que se acaba de describir. Aun así, todavía pueden actuar por propia iniciativa, a pesar de estar sujetos a sus superiores. En otra parte, Pablo los describe como poderes de nivel angélico. Como el primer grupo, son capaces de afectar tanto el mundo que no vemos como nuestro mundo físico.
El tercer nivel “los gobernadores de las tinieblas de este siglo”es llamado kosmokrators, en el lenguaje original del Nuevo Testamento. En la literatura de los antiguos griegos, estos son altos niveles de gobernantes, del orden de un emperador o de un líder mundial. Ellos, de la misma manera, también operan fuera de la influencia de la percepción humana. En el tan conocido pasaje del libro de Daniel, el visitante celestial que llegó ante él, estaba retrasado, justamente por tener un conflicto con uno de tales gobernantes: “Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia” (Dn. 10:12, 13).
Si como muchos creen fue el propio Señor el que llegó hasta donde Daniel, se vio forzado a tomar una ruta indirecta reconociendo que existen fronteras en el mundo de alguna clase. Todo parece indicar que el Señor permite muchas de tales zonas de gobierno en el cosmos.
Pero debemos también notar que la frase “huestes espirituales de maldad”, que en el texto original traduce literalmente «huestes espirituales de este mundo», usa una palabra diferente para «mundo». Aquí es una traducción del griego aion, denotando una edad o un período, que corresponde probablemente al período del gobierno gentil que comenzó con Nabucodonosor, y llegará a su fin bajo el reinado del Anticristo.
Finalmente, Pablo describe a los más bajos y más propagados de los poderes transdimensionales, las huestes espirituales “en las regiones celestes”. Aunque la traducción en español no lo dice, la lectura literal del texto original griego establece una clara diferencia entre los poderes espirituales en el mundo y los otros en las regiones celestes, en los cielos. Ellos vienen y van realizando hechos perversos y malévolos siguiendo las órdenes de los poderes diabólicos superiores en las regiones celestes. Su labor principal es corromper el progreso del evangelio, y destruir la unidad y gracia salvadora del cuerpo de Cristo.
El sometimiento del Cordero a la causa de la redención, su disposición a sacrificarse fue el mecanismo que señaló el fin del sistema de Satanás y sus demonios. Desde el momento en que tuvo lugar su sacrificio, sus días quedaron contados.
Para nosotros que vivimos en conformidad con la escala de tiempo del planeta tierra, el tiempo desde entonces hasta ahora parece realmente muy largo. Desde la perspectiva del Cordero, no hay duda que la escala de percepción es completamente diferente. La causa y efecto sólo puede verse verdaderamente desde su trono.
Nosotros podemos comprender mejor la idea de este punto de vista si recordamos el momento de la tentación de Jesús. Justo antes de iniciar su ministerio público y después de haber sido bautizado por Juan el Bautista, “...Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. El respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mt. 4:1-9).
Aquí, Satanás le ofreció al Cordero, el cosmos y toda su gloria. Para que Jesús hubiera podido ver cada reino y la gloria de cada uno, tuvo que haber visto presente, pasado y futuro en un solo momento. Además no hay ningún lugar dentro de esta dimensión que nos permita ver todo el mundo, tal como se describe en el pasaje bíblico citado anteriormente.
Si Satanás y sus ángeles tienen esta clase de poder, es comprensible que no puedan ser fácilmente derrotados. Fue necesario que el Señor preparara una ofensiva imponente, con una sola muestra de su poder que se extendió más allá del entero universo.
En efecto, la sangre del Cordero sacrificado hizo que las propias armas de Satanás se volvieran en su contra. Él en un tiempo tuvo dominio sobre todas las criaturas celestiales, alardeaba de su belleza y sabiduría como el fruto primario de su existencia, pero rechazó la santidad al igual que adorar a Dios como su creador y rey. Fue la santidad, la dedicación a la voluntad de Dios personificada en la sangre del Cordero, lo que ocasionó su caída.
El sistema mundial está condenado a la ruina completa tan pronto como la obra del Cordero sea finalmente santificada en la formalidad de un protocolo celestial que fue predeterminado para un momento señalado de la historia.
El Cordero y el libro
Como ya se hiciera notar anteriormente, aparte del libro de Apocalipsis, el Cordero está mencionado sólo cuatro veces en el entero Nuevo Testamento. ¡Pero es asombroso advertir que en las páginas de Apocalipsis, al “Cordero” con letra mayúscula se le menciona 26 veces!
Esto sirve para enfatizar una verdad básica. Aunque consumado sobre la tierra, la extensión real del sacrificio del Cordero sólo puede ser percibida a un nivel celestial. Esto nos lleva de regreso a la pregunta que planteamos al comienzo de este breve artículo: ¿Por qué Jesús aparecerá en el cielo como un Cordero?
En Apocalipsis leemos de un ángel que parece actuar como un consejero legal, quien hace una pregunta formal a viva voz, leemos: “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Y miré, y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, los cuales son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Y vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono” (Ap. 5:1-7).
La pregunta planteada aquí por el “ángel fuerte”es evidentemente un reto que resuena a través de las bóvedas y arcos del cielo como una poderosa explosión. Es una orden dada a cada ser en la creación para que preste atención. Una pregunta legal monumental como esta, demanda una respuesta.
Satanás y los ángeles caídos también escucharán las palabras del ángel. Sin duda, esperan que nadie responda al llamado, ya que deben saber que si el libro es abierto, esto significará condenación para ellos.
El libro es un rollo. Juan cuidadosamente describe su apariencia. Parece como si estuviera cubierto con escritura en ambos lados. Aparentemente, si se desenrolla por completo, se encontrará que está colmado a su plena capacidad con una lista de cargos escritos. En otras palabras, allí están incluidos plenamente los cargos en contra del sistema mundial. El rollo es una acusación legítima, sin pretexto o escapatoria legal. Parece obvio que los cargos fueron compilados por el propio Dios.
Pero hay un problema... un requerimiento legal de primera magnitud. Los cargos deben ser ejecutados por alguien apropiadamente calificado. Por lo tanto, la pregunta es: “¿Quién es digno?”
Cuando las palabras del ángel hicieron eco en el silencio, Juan observó que ningún ser creado en los cielos fue capaz de responder. Note que la pregunta se escuchó en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, retumbó en todas las dimensiones de la creación. Los arcángeles permanecieron silenciosos observando, sin atreverse a pronunciar una sola palabra. Cuando ese momento llegue los seguidores rebeldes de la serpiente antigua, ángeles y demonios esperarán temblando, sabiendo que su destino pende en la balanza.
Para este tiempo, la iglesia ya habrá sido arrebatada, a pesar de que el período de la tribulación no habrá comenzado todavía. Mientras que el pueblo de Dios estará observando el drama que se desarrolla desde un punto de vista celestial. Imagine la gran curiosidad de todos, conforme comienza el acto final del drama.
Esos del cuerpo de Cristo que estudiaron la Escritura mientras estaban en la tierra, ciertamente sabrán por adelantado que el Cordero llegará para tomar el rollo, pero no se atreverán a pronunciar una palabra. Observarán respetuosamente en silencio, esperando la llegada del gran Día del Señor, en el cual el Juez Justo le pondrá fin a toda la iniquidad y establecerá su reino.
Recordarán las palabras que les habló Jesús a los líderes judíos durante su ministerio en la tierra. Después de sanar al paralítico que yacía indefenso en el estanque de Betesda, le dijo que tomara su cama y caminara, lo cual según los fariseos, era una violación al día sábado. En lugar de recibirlo como Mesías, los fariseos lo acusaron de ser pecador y de violar la ley de Moisés. Él respondió declarándose a sí mismo igual con Dios el Padre en poder y autoridad. Su respuesta resonante, fue una declaración de autoridad absoluta: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo” (Jn. 5:22).
Conforme las palabras del “ángel fuerte” retumban en el silencio, Juan queda asombrado al advertir que nadie responde. Tal vez se preguntará si acaso los reinos del mal todavía ganarán otra batalla. Y comienza a pensar que quizá nadie puede responder al llamado. Imagínese cómo se sentiría usted ante la posibilidad que Satanás y sus seguidores quedaran en libertad. ¡Estaría devastado! Sin duda pensaría, que seguro habrá alguien capaz de presentar cargos efectivamente en contra de los seguidores de Satanás, de una vez y para siempre. Pero en ese momento parecerá que nadie está calificado.
A no dudar, Juan espera que alguien abra el libro sellado y lea los cargos que permitan la ejecución del juicio final. En este punto, aparentemente, transcurre algún tiempo. Juan cree que no hay nadie apto para juzgar, y llora amargamente pensando que los crímenes de Satanás no serán castigados. Sufre en gran manera hasta que es consolado por uno de los ancianos que viene y le informa que el León de Judá ha vencido el sistema mundial... el pecado que ha plagado el cosmos.
Su acción lo califica para recibir y abrir el rollo. Y luego, en lo que deberá ser una de las más grandiosas y dramáticas entradas de todos los tiempos, el Cordero llega para recibir el rollo de Dios Padre. Es cierto, tal como Jesús les dijo a esos fariseos hacía muchísimo tiempo, que el Padre le había dado poder al Hijo para juzgar.
Gracias a Juan, los cristianos que estamos vivos hoy, al leer las palabras de Apocalipsis sabemos algo que muchos de los ciudadanos del cielo no sabrán en ese momento. Sabemos por adelantado que el Cordero consumó su obra, y que en el tiempo apropiado abrirá el rollo sellado. ¿Por qué? Porque se sometió a la muerte y compró la libertad de esos oprimidos por el régimen diabólico de Satanás. Él es el único calificado para esta misión crítica.
El Cordero y nuestro hogar
Cuando el Cordero abra el rollo, los eventos de la tribulación desatarán una serie de cataclismos sin precedentes. Israel estará sellado en el poder del Espíritu, sólo para ser perseguido por las fuerzas del Anticristo. Los israelitas se verán forzados a huir al desierto, luego serán rescatados. Los poderes diabólicos del mundo dirigidos por el Anticristo, serán derrocados. Israel ascenderá para recibir el reino, y el Rey tomará posesión de su trono.
Después que el Cordero aparece en la narrativa del Apocalipsis, se le menciona por nombre 25 veces más, antes de llegar a la conclusión del libro. El propósito de este artículo es detallar todas sus actividades a lo largo de la tribulación, pero debemos siempre recordar que Jesús eternamente llevará el título de “Cordero”.
Como ya hemos visto en los últimos días se presentará como Juez. Pero en la era futura de la Nueva Jerusalén, el Cordero será identificado plenamente con la Trinidad. En este contexto es emocionante contemplar nuestro hogar eterno, el que el Cordero prometió que preparará para todos esos que le siguieran.
En Apocalipsis, sus apariciones finales como Cordero son absolutamente cautivadoras. Leemos: “Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera” (Ap. 21:22, 23).
Imagine la luz pura que iluminará la Nueva Jerusalén. Su brillo vivo trascenderá cualquier cosa que el hombre haya visto o imaginado jamás. La ciudad de Dios se convertirá en la fuente de lo que es puro y eterno: “Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán” (Ap. 22:1-3).
El Señor llegó a este mundo en Belén como un ser de carne y sangre, sin mancha o arruga. En ese momento del tiempo, el “Cordero” en su humanidad comenzó a existir. El Señor tomó sobre sí una nueva identidad, la cual retiene hasta este mismo día. Antes de llegar aquí, había sido llamado de muchas formas: Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz, la Rosa de Sarón, El Lirio de los Valles, Hijo del Hombre e Hijo de Dios. ¡Pero a partir de este momento, será conocido para siempre, cariñosamente como el CORDERO!