El misterio de la vida eterna
- Fecha de publicación: Lunes, 24 Marzo 2008, 16:43 horas
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El mensaje del evangelio nunca ha cambiado. Sin embargo, con el paso de los siglos, varias culturas han fallado en comprender la simplicidad y complejidad del plan redentor de Dios. Los teólogos han debatido si la vida eterna es una meta que debemos alcanzar o un regalo para ser recibido.
Y se han preguntado: «¿Podemos perder el impulso espiritual si vivimos en desobediencia?» «¿Podemos fracasar, no alcanzar nuestra meta y perder el cielo, debido a nuestro catastrófico fracaso personal?» «¿Comenzaremos bien, para acabar miserablemente?» Tales preguntas han merodeado los “pasillos” del aprendizaje teológico, al igual que la psiquis de los santos.
Por otra parte, el budismo, el hinduismo, el cristianismo ortodoxo griego y el catolicismo, ofrecen la vida monástica de privaciones, autonegación y celibato (es decir, que no se casan); mientras que el islam aconseja el azotarse la espalda y la cabeza hasta que mane la sangre, o atarse explosivos al cuerpo e inmolarse asesinando a una multitud de infieles, lo cual es la máxima gloria. ¡Qué formas tan extrañas para tratar de obtener la vida eterna!
Hoy en día las culturas más religiosas no entienden que la salvación verdadera tiene lugar mediante un proceso espiritual aunque al mismo tiempo es literal. No comprenden que al momento de la conversión se sucede un cambio dentro del alma y el espíritu humano. En el instante en que uno se arrepiente de sus pecados y recibe al Señor Jesucristo como salvador y Señor, ocurre un milagro de dimensiones eternas. En 1 Juan 2:20 y 27, el apóstol usa la palabra “unción” para describir el proceso por medio del cual según 1 Juan 3:21 nos convertimos en “hijos de Dios”, entablando así una relación familiar con el Señor.
Los problemas respecto a qué constituye la salvación pueden imputársele parcialmente a la cultura con que contiende cada generación. Note que Juan escribió en 1 Juan 3:1:“…por esto el mundo no nos conoce…” Hablando en términos simples, lo que Juan quiere decir es que el mundo, la humanidad natural, nunca ha entendido la realidad de esta relación espiritual familiar. Es casi imposible tratar de explicarles a los mundanos acerca de la obra interior del Espíritu Santo en el cristiano y la confianza que tenemos en Cristo. La persona natural no regenerada, simplemente no puede comprender tales conceptos.
Animando a la última generación
Juan anima a esos que enfrentarán al anticristo durante la última mitad del período de la tribulación. Urge a los creyentes a que recuerden de continuo que tienen vida eterna y que son parte de la familia de Dios, cuando les dice que permanezcan en lo que han oído al mantenerse en el Padre:“Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna” (1 Jn. 2:24, 25).
Juan les recuerda a los cristianos, tanto la deidad del Salvador como su humanidad, cuando lo explica en los términos “el Hijo” y “el Padre”. Jesús, quien era y es Dios, se hizo humano cuando se encarnó en el vientre de María y subsecuentemente nació en Belén. Los creyentes reciben esta información mediante una unción especial del Espíritu Santo, eso es exactamente lo que implica Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Esta será la propia doctrina que atacará el anticristo cuando se encuentre en el pináculo de su prominencia. Históricamente, todas las religiones del mundo han fallado en comprender esta relación espiritual familiar. El judaísmo, por ejemplo, no ve a Jehová como una figura paternal, o al Mesías como a su Hijo divino. Tampoco el islam o el budismo usan tales términos. Por otra parte, el cristianismo no es simplemente una religión, sino una relación personal con Dios.
Desde los días de Moisés, la promesa del Mesías judío se ha mantenido latente en el corazón del pueblo escogido. No obstante, siguiendo el cautiverio en Babilonia, sus eruditos en religión no pudieron entender el concepto de que sería el propio “Hijo de Dios”, la Divinidad en carne humana. Finalmente, comenzaron a esperar sólo a un espíritu mesiánico, un Cristo espiritual o espíritu ungido que llegue a morar en algún líder judío, el cual, según ellos, bien podía hacer su aparición en cualquier generación. Según esta teología, para llegar a convertirse en Mesías, sólo se necesitarán las circunstancias y el valor para llevar a cabo la obra. En cierto momento, y en el auge de su liderazgo, el elegido será dotado divinamente por el Espíritu del Cristo, convirtiéndose así en el tan anhelado Mesías de Israel.
Los eruditos judíos consideraban que era una blasfemia que un aspirante a tan alto oficio se atreviera a decir que era el Hijo de Dios, nacido de una virgen sin un padre humano. Fallaron en comprender que el Hijo de Dios vendría a este mundo mediante un nacimiento virginal. Por siglos las mujeres judías anhelaron dar a luz al Mesías por medio de sus esposos. No entendieron que el Mesías prometido sería la SIMIENTE DE LA MUJER, el producto de un nacimiento virginal y que el anticristo será la SIMIENTE DE LA SERPIENTE, tal como lo anticipó esta profecía: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gn. 3:15).
Debemos notar que desde los días de Adán y Set, Dios reveló este concepto en su Biblia más antigua: en las estrellas. La constelación de Virgo declara el nacimiento virginal del Hijo de Dios. Juan también se refiere a esta enseñanza antigua en el capítulo 12 de Apocalipsis, cuando habla de una virgen encinta a punto de dar a luz y dice: “Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento... Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono” (Ap. 12:1, 2, 5).
El mensaje del nacimiento mesiánico divino fue implicado en el milagro de Isaac, quien fue concebido por Sara cuando ya era una anciana. El mensaje de que el Mesías sería el Hijo de Dios también podemos verlo en el hecho que Jehová le dijo a Abraham que sacrificara a su hijo. Este era un mensaje divino de que Dios sacrificaría a su propio Hijo. El punto es, que si Satanás podía convencer a la humanidad de que Cristo no era el Hijo de Dios, entonces podía malograr el plan divino.
Sólo el cristianismo del Nuevo Testamento enseña tal relación familiar entre Dios y el Mesías. Además, nuestra transformación espiritual requiere UN NUEVO NACIMIENTO. La doctrina cristiana de una relación familiar divina es completamente ajena a las creencias filosóficas. Si no hay un nacimiento espiritual, no hay una relación familiar con el Creador y no existe otra forma para obtener la vida eterna. En otras religiones, el obtener la vida eterna es una meta que debe alcanzarse mediante una vida de austeridad, buenas obras, etc.
El nuevo nacimiento
El mensaje de vida eterna requiere de los siguientes componentes:
• La humanidad heredó una naturaleza pecaminosa debido a la caída de Adán. El hombre no es pecador porque peca, sino que peca porque ha heredado la propensión a pecar. Tampoco puede solucionar el problema por sí mismo, tal como Dios le dijo a Adán, su desobediencia sería causa de su muerte. Por consiguiente, la muerte se convirtió en el destino de la posteridad de Adán, pero no sólo la muerte física, sino la separación eterna de Dios, el dador de vida.
• Dios proveyó un Sustituto divino para que pagara el precio por el pecado del hombre. Este sustituto fue tipificado por los animales perfectos que se requerían para el sacrificio. El mensaje implícito era que el Hijo unigénito de Dios se convertiría en nuestro sustituto perfecto, sin pecado. Si Jesús hubiera nacido de un padre humano, habría heredado la naturaleza pecaminosa de Adán, no habría sido perfecto y sin mancha, ni habría podido convertirse en el sustituto de Adán. Cuando Jesús murió sobre la cruz, pagó la deuda por el pecado de Adán. Cuando resucitó en su cuerpo inmortal, estableció un pacto por medio del cual nosotros también podemos obtener un cuerpo resucitado. La vida eterna está disponible tanto para el alma como para el cuerpo del hombre. Sin embargo, el Calvario no fue una reparación automática para toda la posteridad de Adán, porque el Señor Jesucristo sólo puede arreglar el problema del pecado en una base individual.
• La condición del pecador sólo puede ser reparada cuando él o ella admite que es un pecador sin esperanza, incapaz de salvarse por sí mismo y se arrepiente de sus pecados. El pecador puede pedir perdón a Dios por sus pecados y pedirle a Jesús que se convierta en su Señor y salvador personal. En el instante que admite que es pecador, se arrepiente y recibe por fe el sacrificio sustituto de Cristo, el Espíritu Santo regenera el espíritu de esa persona y le imparte vida eterna. El espíritu muerto del individuo resucita, pero el cuerpo no es reparado. El apóstol Pablo le llama a este proceso “el nuevo hombre”, porque en el interior somos como una nueva persona, aunque todavía estamos viviendo en este mismo cuerpo de pecado, y luchando contra los mismos pensamientos y deseos que teníamos antes de nuestra conversión.
Le hemos añadido una nueva dimensión a nuestras vidas. El problema con el espíritu ha sido reparado. Desde ese momento y por el resto del tiempo que vivamos se inicia una nueva lucha personal entre EL HOMBRE VIEJO Y EL NUEVO. Comienza un asalto de pruebas espirituales y físicas, similar a las pruebas de laboratorio que se llevan a cabo en un mecanismo cuando se repara. De continuo se introducen nuevos problemas que requieren una respuesta.
El individuo debe contender con cada dificultad y luchar por una solución. Esto ocurrirá una y otra vez por el resto de la vida. No obstante, el Espíritu Santo nos guiará a través de cada problema si buscamos su ayuda. Cuando esta vida haya concluido, cada uno de nosotros será evaluado ante el tribunal de Cristo.
Nuestra evaluación no determinará si recibimos o no vida eterna, sino más bien el grado de recompensa que se nos otorgará. Sin tener en cuenta cuál sea el resultado final de nuestra evaluación, en el instante de la resurrección cada uno recibirá un cuerpo nuevo. Sólo en ese momento se completará nuestra redención. El “nuevo hombre” ya no contenderá más con el “viejo hombre”.
Tendremos un cuerpo nuevo inmortal. Todo esto gracias a la muerte y resurrección del Señor Jesucristo.
La maldición de la salvación para obtener prosperidad
Es muy triste advertir que muchos evangelistas modernos hoy, predican que el hombre debe recibir a Cristo a fin de tener una vida feliz, exitosa y próspera. Sus convertidos reciben el mensaje de ellos, sin remordimiento ni arrepentimiento, esperando vivir “felices para siempre”. Luego, cuando surgen los problemas inevitables de la vida, el convertido se desilusiona y desecha su nueva religión con desdén.
Por ejemplo, cuando alguien en una congregación local ofende a un hermano, el ofendido a menudo decide que no volverá a la iglesia mientras viva. ¿Ha conocido usted a alguien así? De alguna forma, estas personas tienen la opinión que la salvación estaba supuesta a protegerlos de cualquier circunstancia desagradable. Están convencidos que en la familia de Dios no deben haber opiniones diferentes y cuando las encuentran, se desilusionan y se alejan.
Muchos fracasan en comprender que Cristo murió para salvarlos de las consecuencias eternas de una enfermedad incurable llamada «pecado». A fin de experimentar el nuevo nacimiento, uno debe reconocer su condición sin esperanza. Sólo entonces, Cristo estará dispuesto a perdonar al pecador penitente y otorgarle vida eterna. El problema con la mayoría de esos que reciben a Cristo y luego se apartan y vuelven a su antigua vida, es que en primer lugar nunca admitieron que estaban irremediablemente perdidos en una condición espiritual miserable. Esta podría ser la razón por qué el 80% de los convertidos nunca se hacen miembros formales de una iglesia, ni viven una vida piadosa y fiel.
En 1741, cuando el célebre predicador Jonathan Edwards predicó su famoso sermón «Pecadores en las manos de un Dios airado», se dice que la congregación se agarró temerosa a las bancas, ¡temiendo que iban a ser lanzados al infierno! En los años que siguieron, tales sermones eran llamados «fuego y azufre». En esos días, Jonathan Edwards, George Whitfield y otros, encendieron el histórico «gran despertar espiritual». El evangelismo de esa generación produjo verdaderas conversiones. Por otra parte, muchos de los sermones evangélicos de hoy están colmados de promesas irreales. A las personas no les dicen que son pecadoras... que han transgredido las leyes morales de Dios y que necesitan a Cristo, quien murió para pagar por el castigo que merecían sus pecados y para impedir que pasaran la eternidad en el lago de fuego.
A comienzos de la década de 1960, en Estados Unidos se prohibió la exposición de los «Diez mandamientos» en las instituciones públicas, bajo el disfraz de “separación de la iglesia y el estado”. Éste se fue extendiendo a otros países, dando origen a una generación de jóvenes que no tienen concepto alguno de lo que significa la ley moral de Dios. Recientemente se llevó a cabo una encuesta en Estados Unidos entre adolescentes, se les pidió que mencionaran los diez mandamientos. ¡Fue bien triste comprobar que ni siquiera pudieron nombrar uno! Sin embargo, cuando les preguntaron el nombre de algunas marcas de cerveza, ¡las sabían todas! No asombra entonces que las iglesias verdaderas tengan tantos problemas para ganar convertidos. La sociedad se ha despojado del yugo de la moralidad, en favor del estilo de vida del anticristo.
Como ya hemos notado, el apóstol Juan menciona en algunos versículos el engaño religioso de esos a quienes llama “anticristos”, mientras que señala la culminación de esta apostasía en el solo individuo que merece este título infame. El anticristo negará que el Señor Jesucristo es el “Hijo de Dios” y Dios Hijo. Para contrarrestar esta falsa enseñanza Juan explica:“Os he escrito esto sobre los que os engañan. Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él. Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados. Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” (1 Jn. 2:26-29).
Juan escribe como si los receptores de esta epístola estuvieran siendo expuestos a las falsas enseñanzas del anticristo. También se expresa como si los lectores estuvieran esperando el retorno de Jesús en su generación. Note que Juan usa el término “unción”, refiriéndose con esto al Espíritu Santo, el Consolador que mora en cada creyente, como dijo el Señor Jesucristo en Juan 16:7: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”.
El Espíritu Santo unge al creyente con un conocimiento especial respecto a DIOS COMO PADRE y JESÚS COMO SU HIJO. Después del rapto de la Iglesia y a lo largo del período de la tribulación, los creyentes continuarán disfrutando la unción especial, como dijo Juan para protegerlos en contra de esos “que os engañan”. El mensaje del anticristo será atractivo, si fuera posible engañaría hasta “…los escogidos” (Mt. 24:24). Para contrarrestar esto, Juan anima a los cristianos a que PERMANEZCAN EN CRISTO, y que de esta forma disfruten de la confianza que el mundo no puede comprender. Al hacerlo, los creyentes del período de la tribulación no se sentirán avergonzados ante la gloriosa aparición del Salvador.
Esta unción no se limita al período de la tribulación. Los cristianos de cada generación, que han experimentado EL NUEVO NACIMIENTO en la familia de Dios, siempre han tenido esta confianza. Esta es la propia esencia de la salvación, el mensaje del cristianismo del Nuevo Testamento, desde el primer siglo hasta hoy, que la salvación es una relación familiar.
¿Forzando la conversión?
Bajo la amenaza de decapitación, las fuerzas del anticristo tratarán de forzar a los cristianos a renegar de su fe. Desde el primer siglo se ha tratado de imponer estas “conversiones forzadas”. El ejército romano les exigía a las personas que adoraran al César. Mientras las otras religiones capitularon, los cristianos no. Rehusándose a convertirse, los creyentes primitivos fueron arrojados como alimento a las fieras salvajes, despellejados vivos, quemados en la hoguera y decapitados. La historia está colmada con los detalles de tales persecuciones. Juan nos dice en el libro de Apocalipsis que durante el período de la tribulación, la humanidad se verá forzada a recibir la marca de la bestia, bajo amenaza de decapitación. Todos obedecerán con excepción de los cristianos. Pero... ¿Qué es lo que tiene el cristianismo que hará que sus seguidores se rehúsen a renegar de su fe en el Salvador?: ¡Nuestra relación familiar con Dios, el Señor Jesucristo y el Espíritu Santo!
Cuando los terroristas palestinos secuestraron a un reportero del servicio de noticias Fox News y a su camarógrafo, el mundo estaba horrorizado. Incluso hasta la comunidad árabe exigió la liberación de ellos. Sin embargo, antes que los dejaran en libertad, los dos hombres fueron obligados a convertirse al islam. Enfrentaban la decapitación, no había nada más que tuvieran que decidir, excepto reconocer a Mahoma como el profeta verdadero de Aláh, escapando así de la espada y quedando en libertad. Es obvio que nadie esperaba que se negaran a aceptar su conversión forzada, ¡pero ese es exactamente el punto! Un cristiano verdadero no puede obedecer a tales tácticas terroristas, porque poseemos “unción”, ¡una “unción” que mora en nuestras almas! ¡No podemos llegar al punto de negar al Salvador que abandonó su gloria en el cielo, vino a este mundo maldito por el pecado y se entregó a sí mismo para que lo crucificaran para pagar el castigo que merecíamos nosotros! No podemos obedecer, incluso si quienes nos capturan saben que lo hacemos por pura apariencia, o sólo para que ellos queden bien delante de su pueblo.
Los cristianos del período de la tribulación enfrentarán la muerte por hambre o decapitación. Pero... ¿Qué podrían decirles a los otros mártires cristianos si simplemente aceptaran la “marca” para poder salvar a sus hijos que están muriendo de hambre, aunque en secreto no lo reconocieran? ¿Qué haría usted si un grupo terrorista estuviera dispuesto a decapitarlo? ¿Negaría su fe en Cristo? ¿Se retractaría públicamente? Si ha nacido de nuevo y posee la unción del Espíritu Santo de vida eterna, entonces su conciencia no le permitirá retractarse en ese momento. Cuando a Martín Lutero le pidieron que abjurara, de pie ante la asamblea del imperio papal dijo: «No puedo, y no me retractaré de nada que vaya en contra de mi conciencia porque no es ni correcto ni leal. Que Dios me ayude. Amén».
¿Qué pasaría si usted capitulara públicamente, aunque interiormente no fuera así? Antes de hacernos esta pregunta, debemos recordar lo que Juan escribió: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros” (1 Jn. 2:19). Lo que confirma este versículo, es que esto sencillamente no puede ocurrir. Si un cristiano se retracta, es prueba de que tal persona no poseía vida eterna en su interior. Estaría demostrado que no había nada que le proveyera la fuerza interna para resistir las demandas del diablo.
Pero, ¿qué si realmente fuera salvo y se convirtiera públicamente al islam sólo por salvar su cuello, mientras planea regresar tan pronto como se encuentre a salvo en casa? ¿Se podría poner de pie delante de la congregación y testificar después de eso? ¿Se atrevería a testificarles a los pecadores después de lo ocurrido? ¿Qué dirían de usted si hiciera tal cosa? Supóngase que de verdad es cristiano, y que a pesar de todo finalmente llegue al cielo. ¿Qué va a pasar ante el tribunal de Cristo? ¿Cómo enfrentará el gozo eterno, mientras soporta la vergüenza? ¿Qué pensarán todos los mártires? Si Dios lo perdonara, y los mártires también, ¿podría perdonarse a sí mismo? Si ha llegado al punto de sentir convicción absoluta por sus pecados en contra de un Dios santo, y se ha arrepentido implorándole a Jesús que le perdone y le salve, entonces usted nunca se permitirá repudiar la unción (el haber sido perdonado), el gozo de conocer a Cristo.
¿En qué esta pensado el terrorista suicida cuando presiona el botón para inmolarse y asesinar a otros reduciéndoles a fragmentos de carne, hueso y sangre? ¿Es que acaso no tenemos tanta resolución espiritual como la que tiene él? Esta persona ha creído una mentira, nosotros la verdad. Si el cristiano verdadero se encuentra en una situación de vida o muerte, será sostenido mental y emocionalmente. Seguiremos manteniendo nuestro testimonio público de la gracia salvadora de Dios. El apóstol Juan pudo mantener su confianza en la seguridad eterna, tal como registra el edicto del ángel: “Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre. Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Ap. 14:9-12).
¡Sí, Juan pudo escribir: “Aquí está la paciencia de los santos!” Si verdaderamente hemos experimentado el nuevo nacimiento y tenemos la confianza de que hemos recibido la unción divina del Espíritu Santo, entonces Cristo estará allí en el momento en que lo necesitemos. Siendo este el caso, ¿qué pasa entonces con esos hoy, que luego de haber recibido a Cristo como su salvador se retractan? Supongo que cada generación ha tenido su porción de personas así, de hombres y mujeres que sirvieron al Señor y se extraviaron del camino de santidad. Afortunadamente, no tenemos por qué juzgarlos. Podemos dejarlos para que sea Dios quien se haga cargo de esto. No olvidemos que Pedro negó al Señor, que Juan fue uno de los “Hijos del trueno”, y que Pablo en un tiempo arrojaba a los cristianos en prisión. Oremos por ellos para que regresen al Señor.