Jesús y el pecado de la carne
- Fecha de publicación: Miércoles, 24 Octubre 2012, 02:46 horas
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El pasado 24 de junio del año 2011, el estado de Nueva York reconoció los derechos de los homosexuales al legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo, convirtiéndose así en el sexto estado de Estados Unidos, que permite tales uniones.
En una tensa votación, la proposición fue aprobada por 33 votos a favor y 29 en contra, mientras detractores y partidarios de la medida esperaban el resultado a las puertas del senado de Albany, la capital del estado.
El gobernador demócrata Andrew Cuomo, se había fijado la legalización del matrimonio gay como una de sus grandes promesas. Así que se apresuró a estampar su firma en el texto aprobado por el senado, agregando: «Si hemos esperado tantos años, podemos hacerlo 30 días más». Inmediatamente después de esto las parejas se lanzaron a la calle para celebrar el triunfo.
Greenwich Village y Chelsea, los dos barrios de la comunidad gay en pleno corazón de la ciudad de los rascacielos, festejaron durante la noche la realización de un sueño tan anhelado. Nueva York es una de las metrópolis más liberales del mundo, sin embargo ya el matrimonio entre parejas del mismo sexo era legal en seis estados del territorio norteamericano: Massachusetts desde el año 2004, Connecticut desde (2008), Iowa (2009), Vermont (2009), Nuevo Hampshire (2010), Washington D.C. (2010), y Nueva York en el año 2011. Mientras que en California y Maine, después que fuera aprobado, fue prohibido por referéndum varios meses después.
Lo importante de todo esto, es que Nueva York se convierte en el estado con más población, y más importante, en el que los homosexuales tendrán legalmente el derecho a casarse como las parejas heterosexuales. Con ello se duplica demográficamente en Estados Unidos, la población que puede tener acceso a un matrimonio heterosexual u homosexual.
Uno de los puntos de choque, era el temor de algunos senadores conservadores, a que las instituciones religiosas no estuvieran protegidas si se oponían en el futuro a celebrar matrimonios gays. Finalmente, el texto especifica que las iglesias y organizaciones no gubernamentales con vínculos religiosos quedan excluidas de la aplicación de la ley. Evitando con esto que sean demandadas ante los tribunales si se niegan a oficiar enlaces entre personas del mismo sexo.
La decisión final fue posible gracias al apoyo del republicano Stephen Saland, quien aseguró que para afrontar la votación se había visto obligado a hacer un “viaje interior” en el que se había decantado por la igualdad. Agregando: «Lo correcto es tratar a todas las personas con igualdad, y eso incluye también el matrimonio». Fue así como con su aprobación, los demócratas obtuvieron la tarde del viernes 24 de junio los votos necesarios.
El gobernador Cuomo, concluyó diciendo: «Este voto permitirá lanzar un mensaje muy claro a lo largo y ancho del país. Esta es la manera de avanzar, y el momento de hacerlo es ahora...» Se espera que el paso dado por Nueva York provoque una rápida evolución del debate en todo el territorio estadounidense, sobre un asunto que sus defensores consideran de “justicia social”.
La supuesta equiparación de derechos en Nueva York, llegó cuatro décadas después del violento encuentro entre activistas homosexuales y la policía en el local Stonewall Inn, suceso que dio origen a la conmemoración del día del Orgullo Gay, que se celebra hoy en todo el mundo.
He aquí una lista de los países en donde se permite el matrimonio entre personas del mismo sexo: Países Bajos desde el año 2001, Bélgica (2003), España (2005), Canadá (2005), Sudáfrica (2006), Noruega (2009), Suecia (2009), Portugal (2010), Islandia (2010) y Argentina (2010). Mientras que en otros países, aunque no está autorizado en toda la nación, sí se reconocen las uniones entre homosexuales en algunas regiones de sus respectivos territorios, tal como en Chile, México y la Unión Europea. Incluso hasta Colombia le ha otorgado a las parejas homosexuales que hayan vivido juntas por más de dos años, la categoría judicial de un matrimonio legalmente constituido.
Si usted piensa que los cambios radicales que han tenido lugar en la última década en la mente de los norteamericanos, y en la humanidad por entero respecto a la homosexualidad, ha sido simple accidente, no se engañe. Se han usado libros, propaganda, programas de televisión y todo tipo de estrategias masivas, como un faro para alumbrar el surgimiento de este movimiento.
Uno de los libros que más impulsó esta agenda homosexual fue Después del baile: Cómo América conquistará su miedo y odio por los gays, escrito por Marshall Kirk y Hunter Madsen, el cual fue traducido al español y a varios otros idiomas. Este libro usó técnicas sofisticadas de persuasión psicológica y la propaganda masiva que ya comprobamos cómo funcionó y afectó a las multitudes con el paso del tiempo, aunque muchos no comprendieron su propósito e impacto.
El señor Kirk es un investigador en neuropsiquiatría. Se graduó con la más alta distinción académica de la Universidad de Harvard en 1980, recibió una maestría en psicología y su tesis sobre niños dotados mereció una mención de honor.
Según el libro, su co-autor el señor Madsen recibió un doctorado en política en la Universidad de Harvard en 1985, como un experto en tácticas de persuasión y mercadeo social, diseñó los avisos comerciales en la Avenida Madison, sirvió como consejero en las campañas gays a través de la nación y aparece frecuentemente en los medios noticiosos nacionales como un defensor de los derechos de los homosexuales.
Es interesante advertir la táctica que se emplea en el libro, al calificar a los religiosos y a otros críticos de la conducta homosexual como “intolerantes”. Su lenguaje es deliberadamente crudo para enfatizar aún más la idea. Tal como la gran teoría que desarrollaran los nazis en las décadas de 1920 y 1930, de que la repetición constante tiene el efecto psicológico deseado en las masas populares.
Tenga bien en mente que este libro fue escrito en 1989, y si mira a su alrededor podrá comprobar hasta qué punto el movimiento homosexual hizo uso de estas técnicas.
Las metas de los señores Kirk y Madsen, tal como explica el experto en mercadeo Paul E. Rondeau de la Universidad Regent, «era imponer la aceptación de la cultura homosexual en las principales corrientes de la sociedad para silenciar a la oposición, y convertir finalmente a la población norteamericana». El señor Rondeau presentó un estudio expositivo sobre esto, en su libro Vendiéndole la homosexualidad a América.
Finalmente, el señor Barack Obama ha sido el primer presidente de Estados Unidos en apoyar abiertamente la agenda de los homosexuales mediante proclamaciones y legislaciones. Sin embargo, esta agenda lesbiana, gay, bisexual y transgénero, mejor conocida por la sigla LGBT, que ha legalizado la inmoralidad, está conduciendo al mundo entero hacia el juicio divino.
Pero... ¿Qué dijo el Señor Jesucristo sobre la homosexualidad?
En un folleto pegado en la puerta de la Capilla Episcopal en la Universidad de Stanford, puede leerse: «¿Qué dijo Jesús acerca de la homosexualidad?». Y cuando usted lo abre, su interior está completamente en blanco.
En una carta al editor del periódico The Stanford Daily, de marzo de 1990, las “reverendas” episcopales Penelope Duckworth, Elizabeth Cook y Cynthia Stotts Howard, escribieron: «Esto es para nosotros como cristianos, quienes le prestamos atención particular a las palabras de nuestro Salvador: Jesús no dijo nada con respecto a la homosexualidad, y en su ministerio se refirió más a los pecados del espíritu que a los pecados del cuerpo... Al leer la Biblia por entero, percibimos un Dios de amor, de perdón, cuidado y deseo de ayudarnos a crear un mundo que nos acepte y faculte a todos nosotros».
Es cierto que en los cuatro evangelios no hay registrado nada específico sobre la homosexualidad. Sin embargo, suponer que el Señor Jesucristo fue neutral en este asunto, es ignorar toda la evidencia indirecta que declara lo contrario. Tal vez las “reverendas” Duckworth y compañía, quieren asegurarles a los estudiantes homosexuales de ambos sexos en la Universidad de Stanford, que ellos también son objeto del amor y gracia de Dios, lo cual suena bíblicamente correcto. Los evangelios contienen muchos ejemplos sobre el perdón y misericordia de Dios extendidos a hombres y mujeres de diferentes trasfondos culturales y circunstancias en la vida.
Un claro ejemplo de este perdón y misericordia lo encontramos en el capítulo 8 de Juan, donde leemos: “Y Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Jn. 8:1-11).
Al extenderle el perdón a la adúltera, el Señor Jesucristo ciertamente la libró de toda condenación pasada y futura, silenciando al mismo tiempo la hipocresía y falsa arrogancia de justicia de los fariseos. Sin embargo, sus palabras de despedida fueron una firme amonestación: “Vete, y no peques más”. El perdón pleno que le otorgó a esta mujer quebrantada, requería que ella corrigiera su camino y llevara un estilo de vida diferente. Tal como Él mismo declaró: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn. 3:16-19).
Con respecto al divorcio, el Señor demostró una comprensión similar y profunda, pero ratificó con firmeza la importancia central del matrimonio en la sociedad. Leemos en el texto sagrado: “Aconteció que cuando Jesús terminó estas palabras, se alejó de Galilea, y fue a las regiones de Judea al otro lado del Jordán. Y le siguieron grandes multitudes, y los sanó allí. Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera. Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Entonces él les dijo: No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado. Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba” (Mt. 19:1-12).
El Señor Jesucristo implicó que el matrimonio era de por vida. El divorcio era permitido sólo bajo circunstancias excepcionales. Los discípulos evidentemente quedaron asombrados de las normas que indicó cuando citó la autoridad de Moisés, y hasta le sugirieron que con todas estas condiciones era preferible permanecer soltero. A lo que Él respondió que “por causa del reino de los cielos” era aceptable una vida célibe. Sin embargo, no hizo mención a la homosexualidad como una tercera opción para esos “que nacieron en esta forma”, tampoco sugirió que todos tenemos libertad para escoger nuestras “preferencias sexuales”. Ni nos dio la más ligera razón para suponer que cada persona tiene “un derecho” otorgado por Dios para hacer con su cuerpo lo que le plazca. Evidentemente el Señor Jesucristo enseñó que la vida matrimonial, aunque en ocasiones era difícil y demandante, es la única relación en la cual las parejas pueden tener intimidad sexual con la aprobación de Dios.
Esos que prefieren permanecer solteros deben vivir como eunucos, es decir, sin poder expresar o satisfacer sus deseos sexuales. Esto es consistente con la norma del Antiguo Testamento, tal como leemos por ejemplo en Isaías 56:2-7: “Bienaventurado el hombre que hace esto, y el hijo de hombre que lo abraza; que guarda el día de reposo para no profanarlo, y que guarda su mano de hacer todo mal. Y el extranjero que sigue a Jehová no hable diciendo: Me apartará totalmente Jehová de su pueblo. Ni diga el eunuco: He aquí yo soy árbol seco. Porque así dijo Jehová: A los eunucos que guarden mis días de reposo, y escojan lo que yo quiero, y abracen mi pacto, yo les daré lugar en mi casa y dentro de mis muros, y nombre mejor que el de hijos e hijas; nombre perpetuo les daré, que nunca perecerá. Y a los hijos de los extranjeros que sigan a Jehová para servirle, y que amen el nombre de Jehová para ser sus siervos; a todos los que guarden el día de reposo para no profanarlo, y abracen mi pacto, yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”.
Tal vez la razón de por qué el Señor no dijo nada específico acerca de la homosexualidad, fue porque “el estilo de vida gay” era algo virtualmente desconocido en el Israel de su día. Todos sabían y comprendían cuáles eran las normas de vida culturalmente aceptables. La inmoralidad sexual de cualquier forma, era algo vergonzoso y ni siquiera se hablaba de ello públicamente. Incluso, hasta la sugerencia de actividad heterosexual antes del matrimonio era algo escandaloso. Recuerde lo que está registrado en la Escritura sobre el propio nacimiento del Salvador: “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente” (Mt. 1:18, 19).
Jesús y la Ley de Moisés
Pero... ¿Cuál fue la actitud de Jesús hacia la Ley de Moisés? En su Sermón del Monte dijo lo siguiente: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5:17-20).
“Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mt. 5:27-30).
“También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio” (Mt. 5:31, 32).
De tal manera que el Señor siempre confirmó la autoridad y la aplicación de las enseñanzas de la Ley de Moisés. De hecho interpretó sus palabras, en una forma que intensificó las exigencias de la ley, la que revela el carácter moral y la santidad de Dios que no cambia. El propósito de la ley no era producir un buen comportamiento moral, sino hacernos comprender nuestra necesidad de la misericordia y el perdón Divino. Porque “...el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gá. 2:16).
Una comparación entre Jerusalén y Sodoma
Los judíos en el tiempo del Señor Jesucristo, quienes conocían su propia crónica estaban familiarizados con la historia de Abraham y Lot y la destrucción de las ciudades canaanitas de Sodoma y Gomorra, registrada en el capítulo 19 del libro de Génesis. Algunos han sugerido que Ezequiel, indica que estas ciudades fueron destruidas debido a su falta de hospitalidad, tal como pareciera implicar este pasaje: “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que Sodoma tu hermana y sus hijas no han hecho como hiciste tú y tus hijas. He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. Y se llenaron de soberbia, e hicieron abominación delante de mí, y cuando lo vi las quité” (Ez. 16:48-50).
En este pasaje, el Señor compara figurativamente a Jerusalén en su apostasía, con una mujer sumamente infiel. El adulterio espiritual de Jerusalén era mucho más grave, en comparación con los pecados de «su hermana Sodoma». No obstante, Dios no estaba contento por la forma cómo Sodoma amaba los placeres, ni por su falta de preocupación por los pobres, asimismo detestaba las cosas abominables que hacía ante Él. Este pasaje nos muestra que el pecado es más grave, en proporción a la luz que se rechaza, y que los pecados espirituales son de hecho más graves que los pecados del cuerpo. Sin embargo, las actividades sexuales de los hombres que vivían en Sodoma no dejaban de ser «abominables» ante los ojos de Dios. Los apóstoles Judas y Pedro en el Nuevo Testamento, confirman que estas ciudades de la llanura del mar Muerto fueron, de hecho, destruidas debido a su inmoralidad homosexual, no simplemente porque no demostraron la hospitalidad adecuada con los extraños.
Jesús y la fuente del corazón
Preocupado como estaba con las motivaciones del corazón de los individuos, quienes no se conformaban simplemente a las normas aceptadas o al código de la Ley, Jesús declaró que los pecados sexuales se originaban de la naturaleza caída del ser interior del hombre: “Y llamando a sí a la multitud, les dijo: Oíd, y entended: No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre. Entonces acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra? Pero respondiendo él, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada. Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo. Respondiendo Pedro, le dijo: Explícanos esta parábola. Jesús dijo: ¿También vosotros sois aún sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina? Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre” (Mt. 15:10-20).
“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Mr. 7:21-23).
En estos pasajes se menciona tanto el adulterio como la fornicación. El adulterio, claro está se refiere a la infidelidad sexual dentro del matrimonio. Mientras que se considera fornicación a las relaciones heterosexuales íntimas antes del matrimonio. Sin embargo, la palabra griega porneia, que se traduce como «fornicación» y de la cual también se origina «pornografía», es de hecho un término que se menciona ampliamente en la Biblia para denotar cualquier forma de comportamiento sexual que no está en conformidad con las regulaciones del Antiguo Testamento y las enseñanzas de los apóstoles. Y sin lugar a dudas, el comportamiento homosexual está incluido en su significado.
Al ofrecerles perdón y misericordia a muchos individuos durante sus tres años de ministerio, Jesús les otorgó un corazón nuevo, limpio y purificado; no sólo el perdón de sus pecados previos, sino que hizo posible que después de eso, ellos pudieran vivir de acuerdo con una nueva y correcta motivación. Hasta donde sé, no hay nada en los evangelios que sugiera que Jesús desea ayudarnos «a crear un mundo que nos acepte y faculte a todos nosotros», tal como afirmaron las “reverendas”. Los seguidores de Cristo deben hacer morir la vieja forma de vivir, y sus propios deseos egoístas, pero hoy en día constituyen una minoría en todo el mundo y no pueden esperar que sus creencias reciban la aprobación popular de esos que todavía no conocen al Señor personalmente.
Tal como dijo el Señor: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 10:34-39).
De hecho, en lo que Jesús estaba interesado por encima de todo lo demás, era en el amor. El amor busca lo mejor para el ser amado. El amor da sin egoísmo, no toma. El idioma griego tiene varias palabras para «amor», tales como «afecto», «amor filial» y «ágape». También hay numerosas expresiones para «deseos», y son esos deseos los que a menudo disfrazan como amor en nuestra sociedad. Jesús nunca argumentó que dos hombres o dos mujeres no podían amarse, de hecho declaró exactamente lo opuesto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:39).
La homosexualidad no sólo es un asunto de una relación sexual íntima, sino que es una distorsión de lo que la Biblia enseña sobre el amor verdadero. Aquí es donde yace la confusión en la sociedad moderna. Este es el tema de nuestro día: que habiendo perdido contacto con el Dios vivo, todos los hombres están confundidos, perdidos y sujetos a las pasiones de una raza caída. Dios desea que nos amemos los unos a los otros, no menos, pero esto no incluye la participación de prácticas aberrantes íntimas entre personas de un mismo sexo.
Esto es lo que enseña la Escritura: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño. Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Co. 13).
Conclusión de los evangelios
A pesar de que los cuatro evangelios no contienen declaración específica dada por Jesús en contra del comportamiento homosexual, ni ningún ejemplo de una reunión con una persona gay, hay evidencia más que suficiente en Mateo, Marcos, Lucas y Juan para concluir que la única forma de comportamiento sexual que el Señor Jesucristo apoyó está limitada al matrimonio.
El escritor de la epístola a los Hebreos en el Nuevo Testamento ofrece este sumario de las normas en el Antiguo y Nuevo Testamentos respecto al matrimonio y varias formas posibles de comportamiento sexual, dice: “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (He. 13:4).
Pero... ¿Qué dice realmente la Ley de Moisés sobre la conducta sexual? El libro de Levítico nos ofrece instrucciones específicas sobre la conducta sexual bajo la Ley de Moisés. A continuación resumiremos brevemente lo que enseña:
• Adulterio: Es la actividad sexual entre una persona casada y otra que no es su cónyuge. El séptimo mandamiento declara: “Además, no tendrás acto carnal con la mujer de tu prójimo, contaminándote con ella” (Lv. 18:20). También Levítico 20:10: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos”.
• Homosexualidad: Es la actividad sexual entre personas del mismo sexo. Levítico 18:22 declara: “No te echarás con varón como con mujer; es abominación”. Abominación significa algo asqueroso, repugnante, aborrecible a Dios. Levítico 20:13 prescribe la pena de muerte para los actos homosexuales, dice: “Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre”.
• Bestialidad: Es la actividad sexual que involucra a los animales. Dice Levítico 20:16: “Y si una mujer se llegare a algún animal para ayuntarse con él, a la mujer y al animal matarás; morirán indefectiblemente; su sangre será sobre ellos”. Esta ley también la declara Levítico 18:23.
• Prostitución y fornicación: Prostitución se refiere a las relaciones íntimas entre personas no casadas con prostitutas o prostitutos de diferente sexo, y fornicación a una relación entre una persona casada con alguien diferente a su propio cónyuge. Dice Levítico 19:29: “No contaminarás a tu hija haciéndola fornicar, para que no se prostituya la tierra y se llene de maldad”. Esta Escritura y otras más en el Antiguo Testamento, asocian la inmoralidad sexual y otros actos diabólicos de los hombres, con la contaminación de la tierra, no sólo con los individuos. Es decir que cuando en un país se otorga licencia para cometer cualquier tipo de inmoralidad sexual, esto invariablemente conduce al abuso con niños, violaciones y otras formas de violencia que afectan perjudicialmente a la entera cultura. La inmoralidad sexual se convierte en un asunto del gobierno, no sólo en algo privado. Contrariamente a lo que dice la Biblia, los gobiernos en el mundo están dando su beneplácito y aprobación a este comportamiento aberrante de los seres humanos.
Por otra parte, Deuteronomio 22:23-29 ofrecía provisiones para el matrimonio, y también decretaba la muerte en ciertas situaciones en que tenían lugar relaciones íntimas antes del matrimonio, exonerando asimismo a las mujeres que eran violadas al no poder recibir ayuda. Dice: “Si hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y se acostare con ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad, y los apedrearéis, y morirán; la joven porque no dio voces en la ciudad, y el hombre porque humilló a la mujer de su prójimo; así quitarás el mal de en medio de ti. Mas si un hombre hallare en el campo a la joven desposada, y la forzare aquel hombre, acostándose con ella, morirá solamente el hombre que se acostó con ella; mas a la joven no le harás nada; no hay en ella culpa de muerte; pues como cuando alguno se levanta contra su prójimo y le quita la vida, así es en este caso. Porque él la halló en el campo; dio voces la joven desposada, y no hubo quien la librase. Cuando algún hombre hallare a una joven virgen que no fuere desposada, y la tomare y se acostare con ella, y fueren descubiertos; entonces el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta piezas de plata, y ella será su mujer, por cuanto la humilló; no la podrá despedir en todos sus días”.
• Incesto: Es el involucramiento sexual con un miembro de la familia inmediata. Esto se discute extensamente en Levítico 18:6-18. La Biblia específicamente menciona como prohibido cualquier tipo de contacto sexual con padre, madre, hermanas, la mujer del padre, hijos, hijas, nueras, cuñadas, tíos y tías.
• Áreas relacionadas: El aborto es usualmente considerado como asesinato de acuerdo con las normas de la Escritura y es equivalente a lo que hacían los israelitas del Antiguo Testamento cuando ofrecían sus hijos al dios Moloc: “Dirás asimismo a los hijos de Israel: Cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran en Israel, que ofreciere alguno de sus hijos a Moloc, de seguro morirá; el pueblo de la tierra lo apedreará” (Lv. 20:2).
La autoridad de Jesús en la vida de un cristiano
Una de las marcas que distingue al cristiano verdadero es su compromiso con el señorío y autoridad de Jesucristo sobre su vida. La Biblia establece claramente este derecho de Jesús a gobernar desde el corazón del creyente. Por lo tanto, el cristiano reconoce que el Señor invariablemente siguió el Antiguo Testamento como su norma y guía. Nunca enseñó o dijo algo que fuera inconsistente con ninguna porción del Antiguo Testamento. De igual manera, los creyentes individualmente no tienen ningún derecho a decidir, seguir ciertos puntos de la Biblia e ignorar otros. Tampoco tenemos derecho a editar su Palabra selectivamente, descartando algunas porciones por considerarlas irrelevantes para el día de hoy, y suponiendo erróneamente que la Biblia es un libro anticuado y que trata temas que no conciernen a nuestro día. Según la Palabra de Dios, la naturaleza caída del hombre no ha cambiado, tampoco el carácter del Creador.
Los cristianos y la autoridad de los apóstoles
Un seguidor del Señor Jesucristo en nuestro período de historia que abarca más de dos mil años, también reconoce que él o ella ha experimentado el nuevo nacimiento, que ha renacido espiritualmente, siendo adoptado en la familia de Dios y que al mismo tiempo es un miembro del Cuerpo de Cristo, la Iglesia verdadera. Esta Iglesia está construida sobre el fundamento de los apóstoles y los escritores del Antiguo Testamento. Estos primeros apóstoles escogidos por el Señor, no los modernos designados por hombres, tienen asimismo autoridad sobre esos que han aceptado la autoridad de Jesús en sus vidas. Como dice Efesios 2:19-22: “Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”.
Una buena porción del Nuevo Testamento fue escrita por los apóstoles. Y esto es lo que dice Pablo respecto a la base de su autoridad y fuente de información concerniente a Dios: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema. Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre” (Gá. 1:8-11).
El Nuevo Testamento no destaca el comportamiento homosexual como peor que la inmoralidad heterosexual. El capítulo 1 de Romanos se refiere a la homosexualidad, como el eslabón de una cadena en medio de una cultura y sociedad que ha rechazado a Dios. Este pasaje no explica por qué los hombres y mujeres individualmente se convierten en gays. El capítulo 1 de Romanos intenta mostrar lo que ocurre en una cultura, cuando Dios cansado de su iniquidad los deja para que actúen en conformidad con la perversidad latente en sus corazones.
El Señor Jesucristo es “amigo de los pecadores” y todos son bienvenidos en su iglesia y su familia. Cuando un hombre o una mujer se convierte en cristiano, es esencial que experimente un cambio de vida, a pesar de su previa “orientación sexual” o estilo de vida. 1 Corintios 6:9-11 declara que todos los cristianos verdaderos ya no son más lo que fueran en un tiempo en su interior: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”.
El apóstol Pablo nos da directrices detalladas acerca del matrimonio, la vida cristiana de un soltero, el divorcio y las normas bíblicas para el comportamiento sexual, en los capítulos 5 al 7 de 1 Corintios. La cita que acabo de mencionar se encuentra en el medio de su larga y entera discusión de todos estos tópicos.
En su epístola a la iglesia de Éfeso, Pablo escribe de manera similar concerniente a la pureza de corazón e integridad de conducta que se espera entre los cristianos. Nos recuerda que los pecados relacionados con la inmoralidad sexual provocan la ira de Dios contra la humanidad como un todo: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. No seáis, pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor” (Ef. 5:3-10).
La Biblia no enseña que los deseos homosexuales, u otras formas de deseo erótico, lujuria, gula, codicia y demás, son en sí pecado, sino que reflejan la enfermedad universal llamada pecado. Cuando el cristiano experimenta cualquiera de estos deseos, pero no cede a la tentación esto lo hace más fuerte y no es moralmente culpable delante del Señor. Lo que Dios sí desaprueba son ciertas formas de comportamiento o conducta, y en esto ciertamente están incluidos los actos homosexuales, asimismo la actividad premarital, porque ambas son pecaminosas y dignas de muerte.
Es cierto que en algunas sociedades los homosexuales son socialmente marginados. Pero en la mayoría de los casos estas personas no sienten que se convirtieron en gays porque decidieron hacerlo deliberadamente, sino que consideran que fue la herencia o el destino lo que los hizo en esta forma. Sin embargo, el punto de vista bíblico es que somos criaturas caídas y depravadas, pese a todo somos objeto del amor permanente y fiel de Dios.
Si todos estamos perdidos y Cristo murió por todos y no desea que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento, entonces esto quiere decir que hay suficiente gracia disponible para que cualquier pecador pueda vivir una vida que complazca a Dios. Esto puede conllevar a un exitoso matrimonio heterosexual, a un matrimonio no tan perfecto, o a una vida de soltería fructífera. El propio apóstol Pablo dijo: “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Co. 15:19).
De hecho, la Biblia tampoco sugiere que algunas personas nacen homosexuales, sino que la caída de Adán dejó a toda la humanidad en un estado de depravación total, tal como declaran los capítulos 1 al 3 de Romanos. El rompimiento de la vida familiar y la moralidad en general en una sociedad hace que más personas sean vulnerables a sucumbir al estilo de vida gay. Tales personas son a menudo víctimas de la decadencia que prevalece en la cultura. No obstante, la gracia de Dios siempre es adecuada para permitir que tales individuos se embarquen en un sendero liberador que conduce hacia la plenitud y cumplimiento final, así sea que se casen, o que vivan una vida de soltería y servicio. El primer capítulo de la epístola de Pablo a los Romanos describe con claridad que el abandonar a Dios causa el deterioro de la cultura: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican” (Ro. 1:18-32).
Lo que el Nuevo Testamento enfatiza, en armonía con la Ley de Moisés, es que esas personas que rechazan la gracia de Dios y deciden continuar con su estilo de vida homosexual, o en promiscuidad heterosexual, tal vez nunca han sido cristianos y se están engañando a sí mismos. O si realmente son cristianos, no entrarán de ninguna manera al Reino de los cielos, a menos que cambien su estilo de vida y demuestren un genuino arrepentimiento. Esto es confirmado así en el último capítulo de la Biblia: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira” (Ap. 22:12-15).
Por severa que pueda parecer la decisión final de Dios entre lo correcto y lo incorrecto, la misericordia y ayuda diaria de Jesús llegan a ser lo más valioso para cada uno de los que hemos decidido seguirle. Con su muerte, el Señor Jesucristo no sólo obtuvo el perdón de nuestros pecados, sino que hizo posible una nueva vida para cualquier pecador dispuesto a que le sane. Verdaderamente, Dios no desea que nadie perezca, ni se complace en la muerte del inicuo, sino que salva a quienes le siguen.
• Él dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:9, 10).
• El apóstol Pablo escribió: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10:13).
• Juan, el discípulo amado, declaró: “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Jn. 1:6-10).
Por todo lo discutido en conformidad con la Biblia, queda claro entonces que las normas de conducta dadas por Dios para esta vida, se aplican directamente sólo a esos que han decidido seguir a Jesucristo como su Señor y Salvador. Las otras personas carecen del entendimiento, poder y motivación para estar en armonía con su Creador.
Sin embargo, el mensaje del evangelio es para cada individuo, para que acepte el regalo del perdón y la plenitud de la vida eterna, ya que la humanidad por entero un día tendrá que rendir cuentas delante de Dios, y Él desea que todos los hombres le conozcan y adopten libremente una decisión. Como el comportamiento que no está en armonía con las normas bíblicas es el que prevalece en una sociedad tal como la nuestra, el Señor ordena a todos los hombres que reconsideren su situación y cambien sus mentes respecto a Quién es Él y qué desea para todas las personas de la tierra: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hch. 17:24-31).
Las buenas nuevas dadas a nosotros por medio de la vida y enseñanzas de Jesús (y confirmadas también por los apóstoles) es que Dios recibe a los pecadores sin tener en cuenta sus antecedentes familiares, su condición previa o condición moral actual. Jesús también acoge a todo aquel que se acerca a Él por ayuda, a fin de que esté plenamente calificado para entrar en la vida eterna.