La patria celestial
- Fecha de publicación: Viernes, 14 Junio 2013, 00:37 horas
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La conversación es un medio de comunicación. Puede expresarse por medio de la palabra hablada, escrita o por señales. Sin estos métodos de expresión el entendimiento se vería severamente obstaculizado. Como los cristianos en muchas naciones tienen la Biblia en su propia lengua, tal vez por esto se han formado una idea errónea.
Cuando le pregunté a un amigo, que idioma se hablaría en el cielo, de inmediato replicó: “¡Claro está, inglés!”. Él nunca se había puesto a pensar nada al respecto, así que de inmediato supuso que cuando estuviera en el cielo no tendría por qué cambiar su forma de hablar. Creo que las personas de diferentes nacionalidades darían la misma respuesta. El norteamericano, europeo, chino, japonés, suramericano y todos los que leen la Biblia en su propia lengua, suponen enseguida que su idioma será el que se hablará en el país de Dios, sin embargo creo que vale la pena considerar la historia de los lenguajes usados en la Biblia.
A diferencia del resto de la humanidad, Adán y Eva nunca fueron niños que asistieron a la escuela. Ellos aparecieron en la escena cuando eran adultos jóvenes y aparentemente nunca estudiaron la gramática de ningún idioma. A pesar de todo, Adán pudo ponerle nombre a cada animal, planta y árbol que Dios había creado, así lo declara la Escritura: “Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y los trajo a Adán para que viese cómo los había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre” (Génesis 2:19).
Ese fue un logro increíble. Yo crecí en una familia con muchos hijos y no puedo más que sonreír al recordar que mis padres comentaban lo difícil que fue para ellos encontrar nombres para tantos niños. Cuando leo en la Biblia que Dios le trajo a Adán toda forma de vida para que les pusiera nombres, siento pena por mi pobre antecesor. ¡Pero Adán no era un tonto! Le dio nombre al elefante, el hipopótamo, caballo, gato y a cada criatura sobre la faz de la tierra. Aparte además de las nuevas especies que resultaron con el cruce de razas.
Sería interesante saber qué idioma usó. Hoy, la humanidad tiene nombres diferentes para cada criatura: cuadrúpeda, ave, anfibio, pez o insecto, al igual que para las plantas, dependiendo del idioma que hablen. Seria fascinante poder saber los nombres verdaderos que le dio Adán a las formas de vida creadas por Dios. Y me pregunto: ¿Era su lenguaje idéntico al que hablaba Jehová Dios, cuando dijo en Génesis 1:3: “Sea la luz”? ¿Era acaso el mismo que usaba la Triunidad Divina antes que comenzara el tiempo?
El primer hombre y la primera mujer nunca aprendieron a hablar, y nos vemos forzados a creer que cuando Dios los creó les dio el conocimiento y una increíble comprensión del idioma. Si lo mismo me hubiera ocurrido a mí, no habría tenido tantos dolores de cabeza para aprender a hablar inglés. Muchos años pasaron y finalmente un escritor de la antigüedad pudo decir: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras” (Génesis 11:1).
Los arqueólogos han explicado cómo los artefactos antiguos han provisto evidencia que prueba que la catástrofe concerniente a la torre de Babel ocurrió verdaderamente. Dicen que se han descubierto tabletas de arcilla sobre las cuales estaba el bosquejo de un pez y tres rayas. Esto indicaba lo que el cliente deseaba comprar y cuántos. Cuando las personas no podían comunicarse unas con otras, idearon métodos para poder expresar sus deseos.
La Biblia describe cómo Jehová echó por tierra los planes de los constructores de la antigüedad al confundirles el idioma. Las personas entonces no podían entenderse unas con otras. Por consiguiente, hombres y mujeres fueron esparcidos en todas direcciones y comenzó así la diversidad de idiomas. La Biblia no revela qué lenguaje hablaba cada uno. O si siguieron usando el mismo que hablaba Dios y éste continuó siendo el dialecto oficial del pueblo hebreo. Si fue así, entonces esto justifica la teoría de que el hebreo pudiera ser el idioma del imperio celestial de Dios. Las formas adicionales de conversación que se propagaron a todo lo ancho del mundo dieron origen a innumerables dialectos que le han ocasionado grandes dolores de cabeza a los misioneros.
Cuando Jesús era un niño, indudablemente aprendió a hablar el lenguaje que hablaba la nación judía. Pero... ¿En qué idioma se comunicó Jesús, enseñó e interactuó con el pueblo de Israel? Algunos dicen que fue en griego porque éste es el lenguaje del Nuevo Testamento. Otros, que fue arameo, el que hablaba el pueblo de Israel durante el año 70 de la cautividad en Babilonia, porque se supone que el hebreo era una lengua muerta en el tiempo de Jesús.
Finalmente, el punto de vista de la minoría sostiene que Jesús habló hebreo, el lenguaje de su pueblo, de Moisés, David, y los profetas. Aunque es enteramente posible que haya hablado los tres, sin embargo el punto de nuestra discusión actual se enfoca en cuál idioma fue el que usó más frecuentemente para comunicarse.
Después de todo, el Creador del universo obviamente estaba capacitado para hablar cualquier lenguaje que deseara, pero esto solamente es útil si quienes le rodean pueden entender lo que usted está diciendo. De manera que nuestra pregunta rápidamente se ve limitada al lenguaje que hablaron los discípulos y los seguidores de Jesús. Ahora no me refiero a cuántos idiomas podían hablar, sino más bien a cuál lenguaje hablaban en la calle, en sus hogares, y en sus círculos cercanos cuando compartían sus pensamientos.
Pero... ¿Importa esto realmente? Sí, ¡sí importa! Es necesario saber cuál era el idioma que más hablaba Jesús para tener un mejor entendimiento de la cultura judía y del mundo en que vivió, enseñó e interactuó. Al hablar de una civilización está incluido su lenguaje, y frecuentemente es difícil separar los dos. Conocer el idioma de Jesús y del pueblo judío cuando vivían en Israel en sus días nos ayuda a entender mejor las palabras, frases y enseñanzas que fueron usadas en el Nuevo Testamento.
En una fecha posterior cuando se estaba celebrando la fiesta de Pentecostés en Jerusalén, Dios hizo algo sin precedentes. Era urgente que se predicara el mensaje del Evangelio alrededor del mundo. Miles de personas que celebraban la fiesta estaban planeando retornar a sus hogares distantes y existía la posibilidad que cada uno se convirtiera en predicador de nuevas de gran gozo, pero los hombres no podían explicar cosas que estaban más allá de su propia comprensión.
Y dice la Escritura sobre este evento, que “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (Hechos 2:1-11).
Éste fue uno de los mayores milagros jamás realizados. Más tarde en la nueva iglesia formada, se practicó ampliamente hablar en lengua extraña, pero siempre era necesario que estuviera presente un intérprete para explicar lo que el orador decía. El apóstol Pablo al tratar de impedir la confusión dijo: “Si habla alguno en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; y uno interprete. Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios” (1 Corintios 14:27,28). Es fascinante recordar que no había intérpretes en las calles de Jerusalén cuando el Espíritu Santo capacitó a las vastas multitudes para que entendieran lo que Pablo estaba diciendo en su maravilloso sermón.
El gran milagro de Pentecostés fue que todos comprendieron en su propia lengua lo que se predicaba. No existe apoyo bíblico para suponer que se estaban celebrando reuniones en las calles y esquinas y que los extranjeros estaban corriendo por toda la ciudad tratando de encontrar a alguien que hablase su idioma en particular. Sería difícil creer que un etíope estuviera buscando una reunión en la que pudiera entender lo que el conferenciante estaba hablando.
Quienes escuchaban no tuvieron que aprender un nuevo idioma. Tampoco los predicadores de Pentecostés tuvieron que estudiar idiomas intensamente para poder proclamar su mensaje. Cuando los visitantes regresaron a sus hogares repitieron lo que habían escuchado y así se aseguró la propagación del Evangelio. Fue de esta forma cómo el Señor preparó el camino para las jornadas misioneras de Pablo, y antes de que concluyera la vida del apóstol el Evangelio se escuchó a través del mundo conocido. Lo que ocurrió el día de Pentecostés nunca ha vuelto a repetirse.
Esto introduce una pregunta muy importante: ¿Era esa lengua extraña que todos podían entender, idéntica a la que se habla en el cielo? ¿Se convertirá ésta en el vehículo de comunicación entre los redimidos de muchas naciones? Por otra parte, sería extraño si cuando llegásemos al país de nuestro Padre tuviéramos que abandonar nuestra lengua nativa. Siempre le he hablado al Señor principalmente en español y estoy seguro que entiende lo que le digo. Todos los creyentes tenemos tal vez padres, hermanas, hermanos, amigos, quizá cónyuges y muchos otros convertidos que están esperando que lleguemos al cielo. En la tierra compartimos y hablamos el mismo idioma. Cuando me encuentre con ellos en el país de Dios, espero comenzar nuevamente donde acabamos aquí.
Algunas personas podrán decir que todo lo que estoy expresando son simple conjeturas, y tal vez tienen razón, no obstante esto explica mi sugerencia de que los ciudadanos del cielo bien pueden ser bilingües. Tal vez cuando nos encontremos con viejos amigos hablaremos en nuestra lengua nativa. Mientras que cuando conversemos con otros de la familia de Dios, podríamos hacerlo en un lenguaje conocido a todo lo largo y ancho del Imperio Celestial.
Todo esto es simple especulación, sería falta de sabiduría ser dogmático acerca de cosas sobre las cuales Dios no ha hablado. Si el apóstol Pablo se encontrara aquí - podría si quisiera, darnos información sobre muchas cosas. Sin embargo, cuando le escribió a los corintios sólo les dijo: “Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (2 Corintios 12:1-4).
Pablo procedió a explicar por qué Dios permitió que tuviera “un aguijón en [la] carne, un mensajero de Satanás” que le abofeteara para que no se enalteciera demasiado. Sin embargo, creo que a todos nos gustaría hacerle a Pablo estas preguntas:
1. ¿Qué vio en el paraíso?
2. ¿Por qué no pudo describir lo que vio?
3. ¿Que lenguaje habló en su experiencia?
4. ¿Estaba contento por haber regresado a la tierra o habría preferido quedarse donde estuvo?
Tal vez Dios no permitió que nos contara su experiencia con exactitud, porque entonces así estaríamos tan ansiosos por morir que no estaríamos debidamente ocupados en sus cosas.
Pero... ¿Podemos tener realmente una idea, de cómo será la vida en el cielo? Estados Unidos de América tiene muchos problemas de inmigración, no obstante, a pesar de todo, los ciudadanos de otras naciones consideran a este país como el lugar más atractivo en el mundo. Barcos colmados de inmigrantes ilegales quienes han pagado sumas enormes de dinero, son transportados cerca de las costas norteamericanas y algunos incluso entran a través de México.
Estas personas desesperadas son detenidas por las guardas costeros, aprehendidas y enviadas de regreso a sus países de origen. Cada día indocumentados cruzan las fronteras y los policías son incapaces de capturarlos a todos. La búsqueda de estos extranjeros indeseables continúa en los estados fronterizos en donde son capturados a menudo en los lugares donde trabajan como esclavos para ganar un poco de dinero para sus familias. Estos pobres inmigrantes ilegales viven en el temor constante de ser atrapados y deportados. La situación es alarmante y muchos observadores creen que el problema nunca se solucionará.
Yo me enteré hace muchos, pero muchos años, que hay una forma correcta y otra incorrecta para entrar a Estados Unidos. Nunca olvidaré el día que llegué por primera vez allí y un oficial de inmigración me pidió mis documentos. Si hubiera sido un necio, tal vez hubiera dicho: “Señor, no necesito documentos. Soy un pastor muy conocido en muchas partes del mundo”. Él se habría sorprendido, pero estoy convencido que me habría respondido: “No me importa si le conocen en Marte. Sus documentos por favor”. Como no soy tonto le entregué mis documentos y tan pronto como los revisó, estampó en ellos varios sellos y me dijo: “Bienvenido a Estados Unidos”.
Recuerdo el gran deseo que sentía de ser amable con las personas cuando llegué a ese país. Desde ese día he viajado extensamente a otras naciones y siempre me ha impresionado la eficiencia de los oficiales de inmigración en los diferentes lugares. Los oficiales revisan los pasaportes, consultan sus récords y preguntan: “Vive en tal o cual dirección...” o “Va a vivir en esta dirección...” “Bienvenido”.
Todo esto siempre me recuerda el país de mi Padre, en donde se sigue un procedimiento similar. La administración celestial cuenta con un gran libro llamado “El libro de la vida del Cordero”. En él están registrados los nombres de cada persona que va a ser ciudadana del cielo. Si mi nombre no estuviera en los registros de inmigración de Estados Unidos me negarían la entrada a este país. De la misma manera, la Biblia dice que si un nombre no se encuentra registrado en el libro de Dios, es imposible entrar a la Patria Celestial. “Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:15).
Por consiguiente, es un asunto de importancia monumental que el nombre de uno esté inscrito en los registros celestiales. Algunas personas que están a punto de morir se preguntan que hay más allá. Y ansiosamente dicen: “Si sólo alguien hubiera regresado del cielo para darnos información respecto a qué se necesita para llegar allí”. ¡Lastima, la muerte es terminal! Nadie ha regresado jamás a la tierra para decirnos algo. Por eso Dios, anticipando esa necesidad proveyó una forma especial para adquirir conocimiento.
Sin embargo, a pesar de textos de la Escritura bien claros, hoy se ha propagado un mensaje engañoso que ha desviado a muchos, incluso hasta creyentes. El apóstol Pablo hizo advertencias a este respecto en 2 Timoteo 4.3, cuando dijo: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias”.
Actualmente hay predicadores que enseñan que si una persona es buena, hace buenas obras y creen en Dios, seguro irán al cielo. Este mensaje es alentador, bonito y hasta lógico de acuerdo con los estándares humanos, pero la bondad nunca será suficiente. La Palabra de Dios delinea bien claro, cuáles son los requisitos de Dios Padre acerca de la salvación. Ésta explica claramente quién es el Señor Jesucristo, por qué tuvo que morir, y por qué debemos aceptarlo como Salvador para poder ser reconciliados con Dios.
Esta falsa enseñanza en particular afecta nuestro entendimiento de la salvación, nuestra relación con el Señor, y nuestro destino eterno. Sabemos que el Creador nos ama a todos por igual, pero esta maravillosa verdad ha sido tergiversada para decir que Él nunca limitaría su gracia al declarar que el Señor Jesucristo es el único camino para ser salvos.
Esta falsa enseñanza implica que Dios nos acepta basándose en nuestro buen comportamiento, que la muerte de Cristo fue totalmente innecesaria, que la cruz carece de sentido, y que Dios cometió un grave error al permitir que su Hijo experimentara una muerte tan atroz, ya que la salvación es posible sin Él, quien realmente no tenía que venir a la tierra a morir, sino que murió como un ejemplo de obediencia para nosotros.
Que no necesitamos a Jesucristo como mediador para tener una relación con Dios. Que Dios nos perdona sólo porque nos ama. Que no tenemos que hablar de la sangre de Cristo, pues realmente no compró nuestra salvación. Sin embargo, su muerte sí fue esencial para el plan divino de salvación. Cuando el Señor Jesucristo le habló a Nicodemo de su crucifixión, dijo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:14-15).
La única opción para la salvación era su crucifixión. Juan 3.16 no dice “Porque de tal manera amó Dios al mundo que simplemente nos perdonó...” Sino que Dios hizo algo que posibilitó nuestro perdón: envió a Jesucristo a pagar por el castigo de nuestros pecados. Su muerte fue esencial para satisfacer la justicia divina. Por eso declara su Palabra: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Su muerte fue esencial para nuestra justificación. Sólo hay una manera en la que Dios podía seguir siendo justo y a la vez rescatarnos del castigo que merecíamos. Su Hijo tuvo que venir al mundo, siendo Dios-hombre, a morir en nuestro lugar para pagar la deuda de nuestros pecados. Sólo así podía justificarnos y declararnos sin culpa. Así que nuestra salvación no tiene nada que ver con nuestros méritos; se basa por completo en lo que hizo Cristo en la cruz y todo el que cree y acepta su sacrificio será salvo de la ira divina. “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:8-9).
Su muerte fue esencial para nuestro perdón. Muchas personas piensan que para recibir el perdón de Dios, basta con pedírselo. Pero pedir su perdón no borra nuestros pecados. Sólo la sangre de Cristo puede limpiarnos. Nadie más podía salvarnos porque cualquier otra sangre estaba manchada de pecado, pero Cristo es el Cordero puro y sin mancha de Dios. Por eso dijo Pedro: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19).
Ese es el requisito exacto que se necesita para entrar en la Patria Celestial. Y al meditar en esto, me hace recordar una vez más el tiempo cuando me estaba preparando para entrar por primera vez a Estados Unidos, y cómo me puse en contacto con otras personas que ya habían logrado lo que yo pretendía hacer. Su consejo fue invaluable. Cuando Juan fue transportado al cielo vio a personas que ya estaban allí, y nos proveyó información sobre la forma cómo ellos habían podido lograrlo. Dijo: “Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos” (Apocalipsis 7:13-15). Este texto sugiere tres detalles importantes.
1. Hay un blanqueador suministrado por Dios
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Sólo Dios puede suplir el blanqueador para el alma humana. Él proveyó el sacrificio para obtener las pieles con las cuales hizo las primeras vestiduras para Adán y Eva. “Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió” (Génesis 3:21).
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También proveyó el carnero que se convirtió en sustituto de Isaac, cuando tal parecía que su muerte era irremediable, que no había escape posible. “Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo” (Génesis 22:13).
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Asimismo Jehová Dios también envió Su Cordero que quita el pecado del mundo. “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
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El Salvador habló de un rey que planeaba una recepción para su hijo y decidió que cada invitado llevaba puesto un vestido especial. Desafortunadamente un hombre entró al convite sin el vestido, pero tan pronto el rey se dio cuenta ordenó que lo expulsaran de la fiesta de bodas. “Respondiendo Jesús, les volvió a hablar en parábolas, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo... Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mateo 22:1,2,11-14).
A un costo infinito Dios proveyó las vestiduras de salvación para todos los invitados a las bodas de su Hijo. Y espera que los convidados acepten lo que les ofrece y estén agradecidos.
2. Aquí está la limpieza aceptada por Dios
“Han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero”. Esta declaración implica tres cosas:
a. El reconocimiento de ellos. ¡Las personas no lavan ropas que ya están limpias! Las damas no compran ropas costosas y las envían inmediatamente para que se las laven al seco, sino que lo hacen porque están sucias o manchadas. El hecho de que estos ciudadanos del cielo hayan lavado sus vestiduras indica que se dieron cuenta que no era la indumentaria adecuada para llevarlas puestas en un banquete real.
b. La responsabilidad de ellos. Dios provee la limpieza y el Espíritu Santo ilumina el alma respecto a su necesidad. No obstante, es el propio pecador quien tiene que decidir qué curso de acción va a seguir. Una mujer puede permanecer por horas mirando un vestido sucio, pero si no lo lava nunca estará limpio. Dios hace muchas cosas por su pueblo, pero nunca destruye la habilidad del hombre de decidir por sí mismo. Usted puede creer fervientemente que un autobús puede llevarlo a un lugar determinado, pero tiene que tener confianza absoluta en la habilidad del conductor para operar el vehículo, porque de no ocupar un asiento se quedará en la calle y nunca llegará a su destino.
c. La respuesta de ellos. “Lavaron sus ropas”. Ellos no pospusieron el acto - lo hicieron. Cuando ejecutaron todas las cosas que Dios había provisto, sus ropas quedaron tan blancas como la nieve. El poeta hizo preguntas muy importantes cuando escribió:
“¿Has acudido a Jesús por el poder limpiador? ¿Te has lavado en la sangre del Cordero? ¿Están tus vestidos sin mancha ni arruga? ¿Te has lavado en la sangre del Cordero?”.
3. Aquí está una limpieza reconocida en el Cielo
Juan explicó que estas personas no estaban esperando para entrar en el cielo - sino que ya estaban allí. Habían aceptado y ejecutado al pie de la letra todo lo que exigían los oficiales de inmigración de la Patria Celestial. Eran ciudadanos establecidos del país de Dios y estaban sirviendo día y noche en su templo. No fueron admitidos por su vida honorable, porque le dieron a los pobres, apoyaron su iglesia o porque habían sido ciudadanos modelos de esta o aquella comunidad.
Estas características no son consideradas valiosas cuando alguien trata de ser admitido en el Reino de Dios. Muchos de los santos habrían calificado porque todos tenían a su favor estos atributos aceptables, sin embargo, todos sabían que el mérito humano no era el factor que había hecho posible que fuesen ciudadanos del cielo. Por consiguiente, olvidando todas las condiciones de admisión terrenales, esas almas redimidas aceptaron lo que Dios había provisto y así evitaron cualquier dificultad que pudiera surgir en el puerto de entrada del Cielo.
Un ministro del Señor que planeaba viajar a Israel y estaba encantado ante la perspectiva de visitar la tierra santa, arregló su equipaje, le dijo adiós a su familia y amigos en Florida y viajó a Nueva York a abordar el avión que le conduciría a Tel Aviv. Desafortunadamente olvidó llevar consigo su pasaporte y en el último momento tuvo que cancelar su viaje.
John Bunyan, quien escribió El progreso del peregrino, mencionó a un personaje que sufrió un destino similar. Trepó por una pared para entrar en la autopista cristiana. Debió entrar por el camino normal que conducía a Colina Verde, pero estimó que no era necesario. ¡Anduvo con cristianos todo el camino hacia la Ciudad Celestial sólo para descubrir que no tenía pasaporte! ¡Estuvo tan cerca del Reino Dios, pero al mismo tiempo tan lejos!
Los cristianos jóvenes tal vez tengan dificultad en comprender la terminología de la Biblia. Los líderes del Nuevo Testamento escribieron acerca de que es necesario que nos lavemos en la sangre de Cristo, ¡y algunos creyentes inmaduros tal vez consideren esto algo horrible! Permítame aclarar, no es necesario que nadie se sumerja en la sangre de Cristo, o que tenga que beber su sangre como presuntamente ocurre en el milagro de la “transubstanciación”.
La Biblia urge a sus lectores en 2 Timoteo 2:15, a “usa[r] bien la palabra de verdad”. Dios enseñó por medio de Moisés que “la vida de la carne en la sangre está” (Levítico 17:11). Cuando los siervos de Dios se refirieron a la sangre de Cristo, estaban pensando en su vida sin pecado; al mencionar su sangre derramada, estaban aludiendo a su vida derramada sobre la Cruz. Los miembros de la iglesia primitiva sabían que habían sido aceptados por Dios - no por sus méritos personales, sino debido a su fe en el Redentor. Según los escritores del Nuevo Testamento...
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La sangre preciosa de Cristo logra la paz con Dios. “Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20).
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Lleva a los pecadores a Dios. “Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo” (Efesios 2:13).
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Limpia el alma. “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
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Abre un camino hasta la presencia de Dios. “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo” (Hebreos 10:19).
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Limpia la conciencia. “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:14).
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Provee victoria para los santos en batalla. “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11).
Todo lo que disfrutan los cristianos fue logrado mediante la obra redentora del Salvador. Cuando un alma se arrepiente de pecar y se somete a Cristo, lo que fue logrado en el Calvario se hace efectivo a su favor. Las corporaciones gastan enormes sumas de dinero para instalar electricidad en vastas áreas. Organizan fuentes de suministro, colocan alambrado eléctrico por miles de miles de kilómetros e instalan aparatos en millones de hogares. Finalmente, es el acto de presionar un simple interruptor lo que trae brillo y luz radiante. De manera similar. Dios invirtió lo más precioso, la sangre de su Hijo para instalar sus vastas redes de nuevas de gran gozo, pero en el análisis final es la fe de cada persona la que presiona el interruptor. Sin Él los hombres permanecerían en tinieblas, pero con Él pueden decir: “Un día estuve ciego, pero hoy puedo ver. La luz del mundo es Jesús”.
En el cielo no hay oficinas de aduana
“No temas cuando se enriquece alguno, cuando aumenta la gloria de su casa; porque cuando muera no llevará nada, ni descenderá tras él su gloria” (Salmos 49:16,17).
Los viajeros que llegan al cielo no portan consigo equipaje, por lo tanto no tienen nada que declarar, así que no se necesitan oficinas de aduana. Esto fue exactamente lo que el Señor le recomendó a sus discípulos cuando les dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21).
En la actualidad el Cielo debe estar colmado de gran actividad
“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10).
Dios no ha hablado acerca de los muchos eventos que tendrán lugar en el cielo. Sin embargo, lo que ha dicho indica que en este mismo momento debe haber allí gran actividad. Los cristianos que creemos en la soberanía de Dios aceptamos el hecho de que Él puede hacer cualquier cosa. Por su voluntad el universo comenzó a existir y por su palabra se mantiene. Juan describió el descenso de la Ciudad Santa - La Nueva Jerusalén y dijo: “La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud es igual a su anchura... doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales” (Apocalipsis 21:16).
La fe acepta el hecho de que el Todopoderoso puede crear tal lugar en un momento. No obstante, si fuera así, los habitantes del cielo sólo habrían tenido que ser testigos y aplaudir su creación. La razón rechaza esa idea. El país de Dios está colmado de ángeles y personas redimidas que han dedicado su tiempo y talento al servicio de Dios. Está escrito: “Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y él que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos” (Apocalipsis 7:15).
Si los eventos en la tierra se asemejan a la actividad en el cielo, entonces los siervos de Dios están extremadamente activos. Cualquier suceso favorable en este planeta está precedido por grandes planes, así es como todo llega a estar listo para el gran día. Cuando una ciudad es sede de juegos olímpicos o de cualquier otro evento internacional, las preparaciones se inician muchos años antes de las ceremonias inaugurales. Se construyen estadios, hoteles, gimnasios, se gastan millones de dólares y se toman toda clase de decisiones para hacer la ocasión memorable. Tal vez lo mismo sea en el país de Dios en donde están programados los eventos más grandiosos de este universo.
Se aproxima el tiempo cuando por segunda vez en la historia el pueblo de Dios marchará hacia su verdadera tierra natal. Pablo describió ese evento cuando escribió: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16,17).
La iglesia cristiana verdadera ha estado dividida en su interpretación de las palabras de Pablo. Los maestros difieren en cuanto al tiempo en que tendrá lugar este evento, pero en lo que sí están de acuerdo es que ocurrirá. Los cuerpos de los cristianos muertos resucitarán para reunirse con sus almas y espíritus y todos los cristianos que estén vivos serán transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos. Juntos ascenderán para estar con Cristo. Millones de almas se reunirán con su Maestro. No cabe duda que deben estarse llevando a cabo preparaciones grandiosas para ese glorioso momento. A este respecto son muchas las preguntas que podríamos hacer, tales como...
1. Además del Señor, ¿con quien más se reunirán los santos?
2. ¿Tendrán necesidad de alimentarse? Y si es así, ¿quién proveerá el alimento?
3. ¿Cómo estarán vestidos?
4. ¿Llevarán puesto únicamente vestiduras blancas que representan la justicia de los santos?
5. ¿Cuál será el color de nuestra piel cuando seamos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos?
6. ¿Será todavía posible discernir que los redimidos han llegado procedentes “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas”?
7. ¿Hay algo de malo en suponer que cuando se aproxime este maravilloso evento el cielo estará colmado de ángeles y santos emocionados que se preparan para este espectacular acontecimiento?
La Biblia describe, cómo las obras de los redimidos serán probadas con el fuego del escrutinio de Dios, cuando los cristianos serán recompensados por todo lo que hicieron conscientemente para el Salvador. “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Corintios 3:11-15).
La salvación es un don de Dios, pero las recompensas hay que ganarlas. Cuando una persona se convierte en cristiana, comienza a trabajar para una Firma en el Cielo, por decirlo así. Su nombre entra en la nómina de pagos de Dios y desde ese momento se mantiene un registro de su trabajo para el Salvador. Sus indiscreciones anteriores son olvidadas; se inicia un nuevo principio. Él o ella no deben preocuparse por los pecados cometidos en el pasado, porque Dios dijo por medio de Jeremías: “Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:34b). Cristo le dijo a la pecadora: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11b). Todos los cristianos deberían recordar esas palabras, y hacer exactamente lo mismo que dijo Pablo: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13,14). El Señor también dijo que ni siquiera un vaso de agua dado en su nombre quedaría sin recompensa. Dios que cuida hasta de las aves, ¡tiene una vista excepcional! Por lo tanto está bien al tanto de cualquier servicio de amor rendido a su Hijo.
Pablo menciona la calidad de los dos tipos de trabajo realizados por esos que profesan ser cristianos. Habla de oro, plata y piedras preciosas. Luego de madera, heno y hojarasca. También enfatizó lo obvio. Que los tres primeros permanecerán, que pasarán por la prueba del fuego. Mientras que los otros no, sino que serán consumidos fácilmente. Fue muy significativo que el apóstol enfatizara un detalle importante, “si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”. El trabajo de Cristo es hacer que los hombres puedan llegar al cielo, pero la posición que el hombre ocupará en el Reino de Dios es su propia responsabilidad. La promoción tiene que ganarse.
Los estudiantes en la tierra anticipan el día de su graduación, cuando en presencia de una respetable audiencia, reciben diplomas. Ante el Tribunal de Cristo los cristianos celebrarán su día de graduación. Si el individuo ha permanecido fiel con su compromiso con el Señor, recibirá la recompensa por su diligencia en presencia de una vasta audiencia. Si por otra parte ha desperdiciado su tiempo, se le negará el codiciado honor y avergonzado lamentará haberlo perdido.
Es importante recordar que Jesús dijo: “Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa” (Mateo 6:2). El servicio hecho por gloria personal no tiene valor ante Dios. Cualquier cosa hecha de mala gana tampoco merecerá recompensa alguna en el Salón de Justicia. Sin embargo, es muy significativo que el Señor vio y reconoció la devoción de una viuda que calladamente colocó en el arca de la ofrenda todo lo que poseía - ¡dos blancas! Probablemente habrá muchas otras sorpresas ante el Tribunal de Cristo. Personas importantes se irán desilusionadas. Por otra parte, algunos que consideraban que su labor no merecía siquiera ser mencionada se asombrarán al recibir su corona de gloria.
Pero... ¿Dónde y cómo tendrá lugar esta gran reunión? ¿Habrá allí un vasto auditorio en donde en tiempos estipulados los creyentes tomarán turnos apareciendo delante del Señor? Normalmente y de acuerdo con los estándares en la tierra, esto duraría por siempre. Dios debe tener un equipo especial, porque este trabajo se completará en un lapso de siete años al cabo de los cuales los santos estarán listos para regresar a la tierra.
Ya para entonces se les habrán asignado sus tareas. Algunos gobernarán muchas ciudades, otros pocas, algunos vecindarios y otros nada. De estos últimos son las personas de quien se dice: “Si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”. Hay muchas preguntas que me gustaría poder responder, lo que sí puedo asegurar es que este evento exigirá muchísima atención en el imperio de Dios. Hasta los ángeles estarán interesados en ver como se desarrollan los acontecimientos.
Las recompensas de los siervos fieles
Es refrescante recordar que cuando Simón Pedro le recordó al Señor el sacrificio hecho por los apóstoles, el Salvador replicó: “De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Lucas 18:29,30).
La declaración del Salvador fue vista con muy buenos ojos. Pero como dice el dicho, “No debemos contar los pollos hasta que no nazcan”. Algunas personas que esperan recibir grandes recompensas tal vez se desilusionen, otros que no esperan nada se sorprenderán y estarán encantados. Es imposible describir todas las recompensas que se le otorgarán a los siervos fieles de Dios, pero es muy significativo que los escritores del Nuevo Testamento mencionen seis coronas diferentes.
1. La corona incorruptible
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:24-27).
Cuando Pablo le envió este mensaje a los corintios, estaba pensando evidentemente en los eventos deportivos que se celebraban en Roma. El premio sólo era una corona de laurel la cual pronto se marchitaba y terminaba por secarse. Sin embargo, para ganar ese premio los atletas se sacrificaban, entrenaban y estaban sujetos a severa disciplina. Como no desea que los cristianos golpeen el aire a la ventura, el apóstol les recordó a sus lectores que debían luchar para ganar una corona eterna. Para lograr esto ningún sacrificio debía ser demasiado grande ni ninguna preparación demasiado tediosa. El premio será “una corona corruptible”, “Una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros” (1 Pedro 1:4).
2. La corona de gozo
“Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida?” (1 Tesalonicenses 2:19).
Evidentemente esta recompensa se le entregará a esos que ganaron almas. Pablo estaba esforzándose en hacerle comprender a sus convertidos en Tesalónica que encontrarse con ellos en la presencia del Señor sobrepasaría cualquier otra felicidad en el cielo. Probablemente Juan habría estado de acuerdo con él, porque escribió: “No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 4).
Daniel, quien recibió una visión especial concerniente a los últimos tiempos, escribió: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12:2,3). Salomón expresó verdadera sabiduría cuando escribió: “El que gana almas es sabio” (Proverbios 11:30b).
3. La corona de gloria
“Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:4).
Cuando un atleta llegaba a la meta final, el público que observaba en las graderías se ponía de pie y aplaudía el logro del corredor o atleta. Incluso hasta César sonreía cuando colocaba la corona sobre las sienes del ganador victorioso. Conforme Pedro visualizaba esta escena, sus pensamientos volaron hasta ese día cuando el Rey de reyes y la multitud de almas redimidas reconocerán el valor de los atletas espirituales de la tierra. Cristo colocará coronas sobre las cabezas de los ganadores y quienes las reciban nunca lamentarán el esfuerzo que hicieron para concluir triunfantes la carrera. Pablo dijo: “Corred de tal manera que lo obtengáis”.
4. La corona de la vida
“Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Santiago 1:12).
Esta será una recompensa especial para las personas que vencen las tentaciones. No es una recompensa por un servicio victorioso sino por la dedicación a Cristo y a su Reino, cuando el mal desafía la integridad. El Señor le dijo a la iglesia en Esmirna. “Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino sinagoga de Satanás. No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Apocalipsis 2:9,10).
5. La corona de justicia
“Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:8).
El apóstol Pablo quien había predicado el Evangelio a través de todo el mundo conocido en su día estaba convencido que el Señor recompensaría su esfuerzo. En el prefacio de su declaración hizo un breve registro de sus logros: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:6,7).
Él había llegado al fin de su ministerio y estaba listo para encontrarse con el Señor. Tal vez haya una conexión entre su testimonio y el consejo que le diera a los efesios, urgiéndoles a que se vistieran “de toda la armadura de Dios” (Efesios 6:11), algo que el apóstol usó durante toda su vida. Él cuyo corazón había estado cubierto por la justicia era un digno receptor del más alto honor que el cielo puede otorgar.
6. Las coronas de oro
“Y alrededor del trono había veinticuatro tronos; y vi sentados en los tronos a veinticuatro ancianos, vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas” (Apocalipsis 4:4). Cuando Juan describió la escena en el cielo enfatizó dos cosas:
1. Los ancianos estaban vestidos con ropas blancas, las cuales representaban la justicia de los santos. “Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos” (Apocalipsis 19:8).
2. Ya les habían otorgado coronas de oro, lo cual indicaba que eran reyes y sacerdotes para Dios. Su sacerdocio era superior al de Aarón, porque no sólo llevaban puesto el pectoral de la justicia, sino que también tenían coronas de oro, un privilegio del que nunca disfrutaron esos que intercedieron por Israel.
La variedad de galardones mencionados por los apóstoles representan algunos de los honores que se le otorgarán a los siervos de Cristo. Debe recordarse que el Señor le advirtió a la iglesia de la posibilidad de perder la corona. “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apocalipsis 3: 11).
Cuando hayan concluido todos los procedimientos ante el Tribunal de Cristo, los designados para posiciones de autoridad en el Reino Milenial estarán listos y probablemente entrenados para hacer todo lo que sea necesario cuando Cristo reine en Jerusalén.
Alguien me preguntó: “¿Cree usted que en el cielo iremos a la escuela?”. Y prosiguió diciendo: “Si los santos van a reinar con Cristo, ¿no cree que necesitarán entrenamiento especial para estar preparados para cualquier emergencia que pueda surgir? Suponga por ejemplo que me pidieran que gobernara una ciudad, o dos, o diez, ¿qué puedo saber yo sobre esa clase de trabajo? Seguramente el Señor no esperará que alguien haga algo para lo que no está calificado. Así que debe haber un lugar en donde a los santos se les enseñe lo que necesitan saber. Tal vez el Señor tenga universidades especiales en donde nos matricularemos”. ¡Esta sugerencia me pareció muy estimulante!
Mientras tanto mantengámonos ocupados en las cosas del Señor, “Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).