La muerte y resurrección de Cristo
- Fecha de publicación: Jueves, 10 Abril 2008, 18:01 horas
- Escrito por Pastor, J. A. Holowaty
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La muerte de Cristo era el prerrequisito necesario para su resurrección, la cual fue la prueba máxima de que Jesús es Dios. El islam, uno de los principales oponentes del cristianismo, niega que Jesús murió en la cruz, asimismo muchos otros escépticos contradicen la realidad de la muerte de Cristo.
Las evidencias, tanto de hechos como históricas sobre la muerte del Señor, son abrumadoras: Prueban más allá de cualquier duda, de que Jesucristo murió en la cruz y resucitó después de tres días. La certeza de la muerte de Cristo es mayor que cualquier otro evento en el mundo antiguo. La autenticidad histórica de los evangelios ha sido confirmada por una multitud de manuscritos del Nuevo Testamento y por testigos contemporáneos.
Este estudio ha sido llevado a cabo debido a que algunas personas ponen en tela de juicio la resurrección del Señor Jesucristo asegurando que no murió en la cruz. Los escépticos y los musulmanes, aseguran que Jesús no murió en la cruz. Y han inventado una serie de teorías para esto. Una es que le dieron una droga que lo tuvo en una especie de estado de coma y que más tarde revivió en la tumba. Mientras que otros aseguran que sufrió un ataque de catalepsia, una enfermedad nerviosa que se caracteriza por la pérdida de la movilidad voluntaria y rigidez plástica de los músculos. Aunque las funciones circulatorias, respiratorias y digestivas continúan, pueden disminuir hasta hacerse imperceptibles, pareciendo como si la persona estuviera muerta. Con todo lo atrayente que puedan ser estas teorías, para aceptar alguna de ellas se requiere más fe, que creer en la resurrección.
La evidencia en favor de la resurrección es precisa y abrumadora. Es verdaderamente inconcebible pensar que un simple ser humano pudo sufrir el trauma de la crucifixión por la que tuvo que pasar el Señor Jesucristo y después recobrarse. La interpretación moderna de la información histórica indica que Cristo verdaderamente estaba muerto cuando fue bajado de la cruz. Para esos que no están familiarizados con las supuestas teorías, permítame decirles que viene en diferentes sabores, por decirlo así, pero no son nada más que un intento fantástico por desacreditar la doctrina vital cristiana de la resurrección.
Según las diferentes teorías, el Señor Jesucristo no murió en la cruz, sino que sólo estaba inconsciente o cataléptico. Este estado comatoso fue tan profundo que los soldados romanos fueron embaucados por completo, permitiendo que el supuesto cadáver fuera bajado de la cruz sin una determinación adecuada de su muerte. Este era un error terrible para un soldado romano, ya que se consideraba un crimen capital el permitir que un prisionero condenado a muerte escapara vivo. Por consiguiente, los soldados en ese tiempo eran unos expertos para verificar la muerte. Pese a todo, los que apoyan estas teorías, aseguran que los pobres soldados fueron engañados por la conspiración de los discípulos, incluyendo al rico José de Arimatea, un fariseo, permitiendo que Jesús fuera bajado vivo de la cruz.
El Señor no se desmayó, ni recibió droga alguna, ni mucho menos tuvo un ataque de catalepsia. Nada de esto habría producido su maravillosa victoria sobre la muerte descrita en sus apariciones después de resucitado. La evidencia de que Cristo, de hecho murió en la cruz, es abrumadora. Incluso en la narrativa de Mateo, leemos que el Señor rehusó tomar la droga que se acostumbrara administrarle a las víctimas antes de la crucifixión para atenuar el dolor. “Le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo” (Mat. 27:34). Sólo aceptó vinagre para aplacar la sed. “Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una copa, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio de beber” (Mat. 27:48). Todos los autores del Nuevo Testamento dicen específicamente que es absolutamente imprescindible creer en la muerte de Cristo en la cruz. Permítame mencionarle unos pocos ejemplos:
- “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8).
- “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (I Cor. 15:3).
- “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (I Tes. 4:14).
Además, las profecías del Antiguo Testamento anticiparon que Jesús moriría en esa forma. He aquí algunas:
- “Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies” (Sal. 22:16).
- “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada” (Is. 53:5-10).
- “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí...” (Dan. 9:26a).
- “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito” (Zac. 12:10).
- “No penséis que he venido para abrogarla ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mat. 5:17).
Jesús predijo muchas veces durante su ministerio, que iba a morir y a resucitar:
- “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mat. 12:40).
- “Y comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días” (Mar. 8:31).
- “Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas el hablaba del templo de su cuerpo” (Jn. 2:19-21).
- “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tenga vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Jn. 10:10,11).
- “Estando ellos en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; mas el tercer día resucitará. Y ellos se entristecieron en gran manera” (Mat. 17:22,23).
La vida y enseñanzas de Jesús de Nazaret han formado la base de una de las principales religiones del mundo, el cristianismo, el cual ha influenciado en gran manera el curso de la historia humana. Por su actitud compasiva hacia los enfermos, el cristianismo también ha contribuido al desarrollo de la medicina moderna. La importancia de Jesús como una figura histórica, además del sufrimiento y controversia asociados con su muerte, ha estimulado a muchas autoridades médicas seculares, a examinar las circunstancias que rodearon su crucifixión.
El cuerpo del Señor luego de ser bajado de la cruz, fue preparado para su sepultura. Esto incluía el ceremonial del lavado y el ser envuelto después con lienzos por todo el cuerpo hasta quedar totalmente cubierto como una momia. Estos lienzos junto con la mezcla de áloe y mirra pesaban cerca de cien libras. El proceso es descrito así en el excelente libro titulado El factor resurrección, escrito por Josh McDowell: "Comenzando por los pies, ellos envolvieron el cuerpo con lienzos de lino. Entre los pliegues fueron colocando las especias mezcladas con una sustancia pegajosa. Luego envolvieron las axilas y bajaron los brazos, después cubrieron el cuello. Una pieza separada fue colocada alrededor de la cabeza. Estimo que todo el material usado para embalsamar el cuerpo pesaba entre 117 a 120 libras. Juan Crisóstomo en el siglo IV de la era cristiana, comentó que la mirra que se usaba era una droga que se adhería tanto al cuerpo que los lienzos mortuorios, no podían ser removidos fácilmente".
Después de todo esto, los que apoyan la teoría del ataque de catalepsia o coma sostienen que el cuerpo comatoso fue colocado en la tumba fría y tras recuperarse del trauma que había tenido, desató los lienzos que debían estar completamente pegados, se levantó, de alguna forma burló a los soldados que custodiaban la tumba y tuvo la fortaleza de ánimo para hacerse pasar como un rey victorioso resucitado. Estos eventos resumidos me llevan a un punto que deseo comunicar: ¿Fue el trauma que sufrió Cristo suficiente para causar su muerte? Un análisis a los horrendos detalles que acompañaban la crucifixión romana servirá para responderle todas sus preguntas a los escépticos.
Getsemaní
Después que el Señor Jesucristo y sus discípulos hubieran observado la cena pascual en el aposento alto en una casa ubicada al suroeste de Jerusalén, viajaron hasta el monte de los Olivos, al noreste de la ciudad. Debido a varios ajustes en el calendario, el año del nacimiento y muerte del Señor sigue siendo controversial. No obstante, es muy probable que el Señor Jesucristo naciera o en el año 4 ó en el 6 antes de la era cristiana y que muriera más o menos en el año 30 de nuestra era.
Si la observación del Cordero Pascual hubiera tenido lugar en el año 30 de la era cristiana, la última cena se habría celebrado el jueves 6 de abril, que vendría a ser el 13 de Nisán, entonces el Señor Jesucristo habría sido crucificado el 7 de abril, es decir el 14 de Nisán. Jesús sabiendo que el tiempo de su muerte estaba cerca, estando en Getsemaní sufrió gran angustia mental y tal como dice el doctor Lucas su sudor se transformó en sangre. Pero veamos como describe Lucas los detalles previos a la crucifixión cuando el Señor Jesucristo se encontraba en el huerto de Getsemaní: "Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra" (Luc. 22:44).
La Biblia dice que el Señor sudó gotas de sangre. De acuerdo con el diccionario médico este es un fenómeno raro conocido como hematidrosis. Se caracteriza por sudación sanguínea o de un líquido teñido de sangre. Es un desorden muy raro y se origina en momentos de gran tensión. Este desorden hace que la piel se torne increíblemente sensible al dolor y muy susceptible a las heridas. Cualquier lesión en la piel, tal como las causadas por la flagelación, provocarían un dolor intensamente exagerado y mucho sangramiento.
La descripción de Lucas apoya el diagnóstico de la hematidrosis. Aunque algunos autores han sugerido que la hematidrosis causa hipovolemia, es decir que hace disminuir el volumen de la sangre. La mayoría de médicos coinciden en que la perdida de sangre que tuvo Jesús debió ser mínima, aunque en el frío de la noche tuvo que haberle producido escalofríos. Esta condición patológica representa el impacto físico del estado emocional extremo de Jesús, ya que sabía anticipadamente el horror que estaba próximo a vivir. A pesar de todo oró: "Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Luc. 22:42).
Desde Getsemaní, y poco después de su arresto el Señor Jesucristo tuvo que comparecer a seis juicios, el primero ante Anás. "Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año" (Jn. 18:12,13). De Anás fue llevado hasta Caifás. Entre la una de la mañana y el amanecer, Jesús fue conducido ante Caifás y el Sanedrín político, y fue encontrado culpable de blasfemia, un crimen que merecía la muerte. Entonces los soldados le cubrieron los ojos y le maltrataron.
- "Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote" (Jn. 18:24).
- "Trajeron, pues, a Jesús al sumo sacerdote; y se reunieron todos los principales sacerdotes y los ancianos y los escribas" (Mar. 14:53).
- "Entonces el sumo sacerdote, rasgado su vestidura, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron, declarándole ser digno de muerte. Y algunos comenzaron a escupirle, y a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos, y a decirle: Profetiza. Y los alguaciles le daban bofetadas" (Mar. 14:63-65).
Como el permiso para la ejecución debía provenir del gobierno romano. Jesús fue enviado por Caifás, temprano por la mañana al pretorio de la fortaleza Antonia, a la residencia y sede de gobierno de Poncio Pilato, el procurador de Judea. "Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua. Entonces salió Pilato a ellos, y les dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre?" (Jn. 18:28,29).
Jesús fue presentado ante Pilato, no como blasfemo, sino como alguien que pretendía ser rey y quería socavar la autoridad de Roma. Pilato no encontró culpable a Jesús y le mandó ante Herodes Antipas, el tetrarca de Judea. "Entonces Pilato, oyendo decir, Galilea, preguntó si el hombre era galileo. Y al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que en aquellos días también estaba en Jerusalén" (Luc. 23:7,8). Herodes a su vez tampoco halló culpable a Jesús y le envió nuevamente ante Pilato. "Entonces Herodes con sus soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida; y volvió a enviarle a Pilato" (Luc. 23: 11).
Pilato una vez más no pudo encontrar una base legal para acusar a Jesús, pero el pueblo en forma persistente exigía que le crucificaran y Pilato finalmente terminó por permitir que el Señor fuera flagelado y crucificado. "Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle" (Mat. 27:31).
Estos juicios llevados a cabo durante la noche y en lugares diferentes, requerían que el Señor hubiera caminado varios kilómetros a través del campo de Judea y eliminan completamente la posibilidad de que hubiera dormido o tomado alimentos. Todo esto sumado con los golpes recibidos en la flagelación, cachetadas y el abuso mental asociado con la burla constante, estuvo acompañado por la deserción de sus amigos más cercanos. No cabe duda que el Señor tenía que estar completamente exhausto. Sin duda estaba muy susceptible después del brutal castigo que le infligieran los romanos y que acompañaba a toda crucifixión.
El castigo y la flagelación eran común en las crucifixiones romanas de criminales del sexo masculino, excluyendo a senadores y soldados. Después que Pilato pronunciara el veredicto de culpabilidad en contra de Jesús y ordenara su crucifixión, nuestro Señor recibió la segunda flagelación de la noche, porque la primera le fue impuesta durante el juicio de los judíos. Este segundo castigo, típicamente fue completamente severo. En ocasiones estos golpes eran fatales, especialmente cuando los administraban los romanos, ya que ellos no limitaban el número de azotes que imponían.
El azote usado para golpear a las víctimas se llamaba flagelo. Esta arma constaba de varias tirillas trenzadas de cuero de diferentes largos en las cuales se hallaban atadas a intervalos, pequeñas bolas de hierro o pedazos punzantes de huesos de oveja. En las páginas 43 y 44 del libro El factor resurrección encontramos una buena descripción de este flagelo. Dice: "El doctor en medicina Truman Davis, quien ha estudiado meticulosamente la crucifixión desde una perspectiva médica, describe así los efectos del flagelo romano usado para azotar: 'El pesado látigo era abatido con toda la fuerza, una y otra vez, sobre los hombros, espalda y piernas. En un principio las fuertes tiras de cuero cortaban sólo a través de la piel. Luego, conforme el azote continuaba, cortaban más profundo en los tejidos subcutáneos, produciendo primero una humedad sanguinolenta de los capilares y venas de la piel, y finalmente una hemorragia abundante de las arterias y vasos en los músculos bajo la piel. Las pequeñas bolas de plomo, primero causaban grandes y profundos moretones que finalmente se rompían por los golpes subsecuentes. Finalmente la piel de la espalda quedaba colgando en jirones y la entera área era una masa irreconocible de tejidos de piel hecha pedazos. Cuando el centurión a cargo determinaba que el prisionero estaba a punto de morir suspendía el castigo'".
Este libro pasa a citar a Eusebio quien asegura que a menudo los huesos y hasta los intestinos de las víctimas quedaban expuestos a consecuencia del horroroso castigo. Fue por eso que Isaías predijo sobre el Mesías: "Como se asombraron de ti muchos, de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer, y su hermosura más que las de los hijos de los hombres" (Is. 52:14). Eso simplemente significa, que Jesús estaba tan golpeado que era difícil reconocerlo como ser humano. Esta prueba tan severa se agravó con el escarnio y mofa constante de la víctima.
Imagínese cómo no habría sido esto de doloroso para Jesús cuya piel estaba extremadamente sensible por la hematidrosis, haciendo que todo su cuerpo ardiera como una llaga abierta. Médicamente hablando, la combinación de todos estos eventos sin duda dejaron al Señor Jesucristo en un estado próximo a la conmoción. Esta condición sin duda acortó en gran manera sus sufrimientos en la cruz y la duración de su vida.
Los diarios médicos examinan
el castigo infligido a Jesús
El castigo que le infligieran a Jesús ha sido el punto de estudio en varios diarios médicos. Me gustaría citarle algunas porciones de un artículo publicado por el Diario de la Asociación Médica Americana, del 21 de marzo de 1996, titulado "La muerte de Cristo". Decía: "En el pretorio, Jesús fue azotado severamente. [Aunque la severidad del castigo no se discute en los relatos de los cuatro evangelios, se implica en una de las epístolas (I Pedro 2:24). Un estudio detallado de las palabras del antiguo texto griego para este versículo indica, que la flagelación de Jesús fue particularmente violenta.] No se sabe si el número de azotes fue limitado a 39, en acuerdo con la ley judía. Los soldados romanos, divertidos porque este hombre debilitado había asegurado ser rey, comenzaron a mofarse de él colocándole un manto de escarlata sobre los hombros, una corona tejida de espinas en su cabeza y una caña en su mano derecha. Luego le escupían y tomando una caña le golpeaban en la cabeza. Por lo tanto, cuando los soldados le arrancaron el manto de la espalda de Jesús, probablemente le dejaron en un estado próximo a la conmoción. Por principio la hematidrosis había dejado su piel particularmente sensible y extremadamente dolorida. Luego el abuso físico y mental a que lo sometieron los judíos y los soldados romanos, al igual que la falta de agua, alimentos y sueño también debió contribuir a aumentar su estado generalmente debilitado. Por consiguiente, incluso antes de la crucifixión real, la condición física de Jesús era por lo menos seriamente crítica".
¡Por lo tanto es fácil ver ya la falacia de decir que un hombre podía resistir tal brutalidad y recuperarse lo suficiente en sólo tres días para hacerse pasar en forma convincente como Dios! Todo esto sin tener en cuenta la crucifixión. A continuación vamos a examinar la crucifixión del Señor desde un punto de vista médico.
La crucifixión
La costumbre de crucificar a los criminales primero comenzó entre los persas. Alejandro el Grande introdujo la práctica en Egipto y Cartago y los romanos parece que lo aprendieron de los cartaginenses. Aunque los romanos no inventaron la crucifixión, la perfeccionaron como una forma de tortura y pena capital, designada a producir una muerte lenta con el máximo de dolor y sufrimiento. Era uno de los métodos más ignominiosos y crueles de ejecución que sólo estaba reservado a esclavos, extranjeros, revolucionarios y criminales más viles.
La ley romana usualmente protegía a los ciudadanos romanos de la crucifixión, excepto en los casos de soldados desertores. En su forma primitiva en Persia, la víctima o era atada a un árbol o era empalada, es decir le introducían en el cuerpo un palo puntiagudo y lo ponían en posición vertical, usualmente impidiéndole que tocara el suelo con los pies.
Sólo más tarde se comenzó a usar la cruz verdadera. Se caracterizaba por un poste en posición vertical y otro travesaño en posición horizontal. Aunque la evidencia arqueológica indica fuertemente que los romanos en Palestina durante el tiempo de Cristo, preferían la cruz con figura de T, las prácticas de crucifixión a menudo variaban de acuerdo con la zona geográfica y en conformidad con la imaginación de los ejecutores, así que era posible que usaran la cruz latina o tal vez otro estilo.
Era costumbre que los condenados cargaran su propia cruz, desde el poste de flagelación, hasta el lugar de crucifixión fuera de los muros de la ciudad. La víctima usualmente estaba desnuda, a menos que lo prohibieran las costumbres locales. Como el peso de la cruz era aproximadamente más de 300 libras, sólo obligaban cargar el travesaño horizontal. Este patíbulo que pesaba entre 75 y 125 libras, lo colocaban a través de la nuca y cuello de la víctima balanceándolo a lo largo de ambos hombros. Los brazos usualmente se extendían y se ataban al travesaño. La procesión hasta el lugar de la crucifixión era comandada por una guardia militar romana completa, encabezada por un centurión. Uno de los soldados llevaba un letrero, en el cual estaba escrito el nombre del condenado y el crimen por el cual se le condenaba.
Más tarde ese letrero era colocado en el tope de la cruz. La guardia romana no se apartaba de la víctima hasta que no estaba plenamente segura de su muerte. Fuera de los muros de la ciudad se hallaban colocados permanentemente los pesados travesaños de madera en los cuales se aseguraba el patíbulo. Para prolongar el proceso de crucifixión se colocaba a mitad del poste vertical un bloque o tablón horizontal de madera, que servía como una especie de asiento grosero como el que usaban y aún usan los sacerdotes católicos para descansar durante los servicios religiosos prolongados. Sólo probablemente, después del tiempo de Jesús, se empleó un bloque adicional para clavar los pies.
La ley demandaba que en el sitio de la crucifixión se le diera a la víctima una mezcla de vino mezclado con mirra, una especie de hiel, como un analgésico suave. El criminal luego era arrojado en tierra de espaldas, con los brazos extendidos a lo largo del patíbulo. Las manos podían ser clavadas o atadas al travesaño horizontal, pero aparentemente los romanos preferían usar los clavos.
Los restos de un cuerpo crucificado descubiertos por los arqueólogos en un osario cerca de Jerusalén y que datan del tiempo de Cristo, indican que los clavos eran de hierro de unos 13 a 18 centímetros de largo y un centímetro de diámetro. Además los restos descubiertos indican que los clavos eran enclavados en las muñecas, no en las palmas de las manos. Después que ambos brazos eran afianzados en el poste horizontal, el patíbulo y la víctima eran elevados y fijados a los pesados travesaños de madera que estaban en el suelo.
Cuando la cruz era baja, cuatro soldados podían llevar esto a cabo con relativa facilidad. Sin embargo, cuando la cruz era alta, los soldados usaban o tridentes de madera o escaleras. Aunque los pies a veces eran fijados a los lados del poste o sobre un pedazo de bloque de madera de apoyo, usualmente los clavaban directamente al madero. "Horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre tanto, ellos me miran y me observan" (Sal. 22:16).
Lograr completar la flexión de las rodillas tenía que ser algo difícil, ya que las piernas dobladas tenían que ser rotadas lateralmente. Cuando terminaba de clavarse a la víctima, el título era colocado en la cruz, por medio de clavos o cuerdas, por encima de la cabeza de la víctima. "Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS" (Mat. 27:37). Los soldados y la multitud de civiles a menudo hacían mofa y escarnecían al condenado. Los soldados también tenían la costumbre de repartirse entre ellos sus ropas. "Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes" (Mat. 27:35).
El tiempo de supervivencia variaba generalmente entre tres o cuatro horas o tres o cuatro días, y parecía depender directamente de la severidad del castigo. Sin embargo, incluso cuando la flagelación no era muy fuerte, los soldados romanos aceleraban la muerte rompiéndole las piernas al condenado debajo de las rodillas. No era raro que los insectos horadaran las heridas abiertas, los ojos, oídos y nariz de la indefensa víctima agonizante o que las aves de rapiña arrancaran pedazos de piel de esos lugares. Además se acostumbraba dejar los cadáveres sobre la cruz para que fueran devorados por las bestias predadoras.
Sin embargo, la ley romana permitía que los familiares del condenado después de obtener permiso del juez romano, retiraran su cuerpo para enterrarlo. Como no se esperaba que nadie sobreviviera a la crucifixión, los soldados no entregaban el cuerpo hasta tanto no estaban seguros que la víctima había muerto. Era costumbre que un soldado romano traspasara el cuerpo con una lanza. Tradicionalmente era una herida en el corazón desde el costado derecho del pecho, una herida mortal en la que los soldados romanos seguramente eran expertos.
Aspectos médicos de la crucifixión
Si se tiene conocimiento tanto de anatomía como de la antigua práctica de la crucifixión, uno puede reconstruir los aspectos médicos probables de esta forma de ejecución lenta. Cada herida era hecha a propósito para producir una agonía intensa y las causas que contribuían a la muerte eran numerosas.
La flagelación antes de la crucifixión servía para debilitar al condenado. La pérdida de sangre era tan considerable que hasta podía producir hipotensión ortostática, es decir la disminución de la presión arterial, por haber adoptado la víctima la posición vertical después de la decúbito, e incluso conmoción por la hipovolemia - por la disminución del volumen de sangre.
Cuando la víctima era tendida en el suelo sobre su espalda, las heridas causadas por la flagelación se abrían nuevamente contaminándose con el sucio. Además cada vez que el condenado respiraba las llagas rozaban contra el madero. Como resultado, la pérdida de sangre continuaba durante todo el tiempo de la crucifixión. Con los brazos extendidos pero no tensos, la víctima era clavada al patíbulo.
Se ha demostrado que los ligamentos y huesos de la muñeca pueden soportar el peso del cuerpo, pero que las palmas de las manos no. Los clavos probablemente eran enclavados a través del radio y del hueso del carpo, ya sea próximo o a través de los fuertes retináculos y los varios ligamentos intercarpianos de la muñeca.
Aunque un clavo en cualquier parte de la muñeca puede traspasar sin causar fractura, tal herida sin duda debe ser extremadamente dolorosa. Además el clavo que traspasaba, aplastaba o partía el largo nervio sensorimotor mediano. Este nervio estimulado por los clavos debía producir un dolor agudísimo y fiero en ambos brazos. Asimismo el nervio partido provocaba la parálisis de una porción de la mano. Las contracturas isquémicas, es decir las contracciones involuntarias causadas por la detención de la circulación arterial y el empalamiento de los varios ligamentos por los clavos de hierro mantenían la mano como una garra.
Comúnmente fijaban los pies al frente del madero por medio de un clavo de hierro, clavado a través del primero o segundo espacio intermetatarsiano, exactamente a igual distancia de la articulación tarsometatarsial. Es muy probable que los clavos también dañaran el profundo nervio peroneal y sus ramificaciones de los nervios medios de la planta del pie.
Aunque la flagelación provocaba una pérdida considerable de sangre, la crucifixión en sí era un proceso sin mucha sangre, ya que ninguna arteria de importancia, pasaba por los lugares en donde traspasaban los clavos, con excepción de la del arco de la planta del pie. El principal efecto patosicológico de la crucifixión, además del dolor extremadamente agudo, era la interferencia con la respiración, particularmente la exhalación. El peso del cuerpo tirando hacia abajo, sobre los brazos extendidos y hombros, tendía a fijar los músculos intercostales en un estado de inhalación, obstruyendo por consiguiente la exhalación.
En consecuencia la exhalación era principalmente diafragmática y la respiración poco profunda. Es muy probable que esta forma de respiración no fuera suficiente. El ataque de calambres musculares o contracciones tetánicas debido a la fatiga tenían que hacer la respiración aún más difícil.
La exhalación adecuada requería que el cuerpo se levantara presionando los pies, flexionando los codos y acercando los hombros al eje del cuerpo. Sin embargo, esta maniobra pondría el entero peso del cuerpo en los tarsos produciendo un dolor agonizante. Además, la flexión de los codos producía rotación de las muñecas en el lugar donde estaban los clavos, causando un dolor fiero alrededor de los nervios medianos.
Elevar el cuerpo en la cruz también hacía que la espalda destrozada rozara contra el madero. Los calambres musculares, es decir la parestesia en los miembros superiores, por los brazos extendidos y elevados añadía sin duda un dolor inclemente. Como resultado, cada esfuerzo respiratorio se tornaba en una agonía, provocando finalmente la asfixia.
La causa real de la muerte por crucifixión se debía a factores múltiples y variados dependiendo de cada caso, pero los dos motivos principales probablemente eran la conmoción por hipovolemia, por la disminución del volumen de sangre y la asfixia. Otras factores incluyendo la deshidratación, podían ser la tensión que provocaba arritmia, es decir que alteraba el ritmo cardíaco y fallas por congestión en el corazón debido a la acumulación de derrames pericardiales y tal vez pleurales.
El rompimiento de las piernas por debajo de las rodillas provocaba la muerte por asfixia en cosa de minutos. La muerte en la cruz, en todo el sentido de la palabra, causaba un sufrimiento indescriptible, literalmente insoportable. Los soldados y los civiles escarnecieron a Jesús durante todo el tiempo que estuvo sobre la cruz. “Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él” (Mateo 27:39-44).
Cristo habló siete veces desde la cruz. Como se habla en el momento en que se exhala el aliento, sus cortas frases debieron haber sido particularmente difíciles y dolorosas. A las tres de la tarde de ese viernes, Jesús clamó a gran voz:
- "Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu" (Jn. 19:30).
- "Vinieron, pues, los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él. Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua" (Jn. 19:32-34).
Como los soldados vieron que el Señor Jesucristo estaba muerto uno le atravesó el costado con una lanza. Más tarde el cuerpo de Jesús fue bajado de la cruz, preparado y colocado en la tumba. No se sabe si Jesús murió de paro cardíaco o de falla cardiorrespiratoria. Sin embargo, la característica importante tal vez no sea cómo murió, sino en qué momento murió. Toda la evidencia histórica y médica indica que Jesús estaba muerto antes que fuera traspasado su costado. La Biblia y la tradición sostienen que la espada pasó en medio de sus costillas derechas, y perforó no sólo el pulmón derecho sino también el pericardio y corazón. En caso de que el Señor Jesucristo aún no hubiera muerto, esta lanza en su costado no cabe duda que lo dejó completamente muerto. Por lo tanto no es sólo es mentira sino ignorancia y poco conocimiento, sugerir siquiera que el Señor Jesucristo no murió en la cruz sino que sólo tuvo una conmoción y fingió haber resucitado.
Los primeros escritores cristianos después del tiempo de Cristo, ratificaron que el Señor murió sobre la cruz. Policarpo, un discípulo del apóstol Juan, se refirió en forma repetida a la muerte de Cristo, afirmando en el año 33, “que nuestro Señor Jesucristo, sufrió por nuestros pecados hasta morir”. Ignacio, un amigo de Policarpo, quien vivió entre los años 30 al 107 de la era cristiana, escribió: “Él verdaderamente sufrió, murió y resucitó”. Son muchos los escritores que dan fe de este hecho.
Este testimonio ininterrumpido desde el Antiguo Testamento hasta los primeros Padres de la Iglesia, que incluye creyentes e incrédulos, judíos y gentiles, es evidencia abrumadora de que Jesús sufrió y murió en la cruz.
La verdad histórica sobre la resurrección del Señor Jesucristo es la base fundamental sobre la que descansa la fe cristiana. El apóstol Pablo declara: "Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe" (I Cor. 15:14). Incluso hasta los eruditos liberales de la actualidad admiten que los relatos de la vida, muerte y resurrección de Jesús fueron escritos y distribuidos en los evangelios en un lapso de 35 años después que sucedieron.
Miles de personas que vieran al Señor Jesucristo vivo, leyeron esos documentos que hablaban de su resurrección. Estos testigos oculares nunca refutaron el hecho de su resurrección. El historiador romano Tácito registró el eclipse sobrenatural que ocurrió cuando las tinieblas cubrieron la faz de la tierra a la crucifixión de Jesús.
Hay más evidencia histórica verificable de que el Señor Jesucristo vivió, murió y resucitó de entre los muertos que la que existe para probar la vida de Julio César. Dios nos pide que andemos por la fe, sin embargo nos ha suministrado pruebas amplias para cualquiera que desea investigar honestamente, para todos los que desean saber si Jesús en realidad resucitó de entre los muertos.
Mateo 27:52,53 describe los asombrosos y emocionantes eventos que ocurrieron después que Jesús resucitó de entre los muertos, durante la fiesta de las Primicias: "Y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos".
Los varios escritores que tuvieron la oportunidad de observar este evento lo registraron en los anales históricos de su tiempo. El Señor Jesucristo se levantó de la tumba y obtuvo la victoria sobre la muerte, no sólo para sí mismo como Hijo de Dios, sino también para todos esos santos que habían muerto siglos antes y que habían creído en él como Señor y Salvador.
Los manuscritos de los cristianos de ese tiempo se encuentran coleccionados en la Biblioteca Ante Nicea. Allí se dice que más de 12.000 de estos santos, caminaron a través de Galilea por 40 días, se aparecieron en Jerusalén ante muchos y más tarde ascendieron al cielo, cuando el Señor Jesucristo ascendió al Padre.
Este hecho innegable de la resurrección de Cristo y de la resurrección de los santos del Antiguo Testamento quienes se identificaron ante muchos judíos, dio origen a una oleada de creyentes que estaban seguros de que Cristo era el Mesías y el verdadero Hijo de Dios. El Señor demostró de una vez y para siempre que tenía el poder para resucitar y que la vida eterna estaba a disposición de todos los que recibieran su oferta de salvación. El Señor Jesucristo no le obligará a que le acepte como Señor y Salvador y que reciba con esto la vida eterna, ni le forzará para que viva en el cielo si usted decide no aceptar su "don inefable" (2 Cor. 9:15).
"Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en su venida" (I Cor. 15:20-23).
Esos santos que se levantaron de entre los muertos cuando Cristo resucitó, fueron "las primicias" de la resurrección para vida eterna en el cielo. No es coincidencia que el día 17 de Nisán del año 32 de la era cristiana se celebrara la fiesta de las Primicias. En este aniversario también ocurrieron eventos notables asociados con la resurrección. El Señor Jesucristo resucitado se apareció muchas veces y a muchas personas.
- A María Magdalena y la otra María. “Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro... he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron” (Mat. 28:1,9).
- A las mujeres en Galilea: “Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho. Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron” (Mat. 28:5-9).
- A Simón Pedro. “Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón” (Luc. 24:33,34).
- A Cleofas y otro. “Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos... uno de ellos, que se llamaba Cleofas...” (Luc. 24:15,18).
- A todos los apóstoles, incluyendo a Tomás. “Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:26-28).
- A más de 500 hermanos a la vez. “Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen” (1 Cor. 15:6).
- A Jacobo. “Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles” (1 Cor. 15:7).
Jesús y los santos resucitados tenían cuerpos. Él le demostró a sus discípulos que tenía un cuerpo físico, les dijo: "Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo" (Luc. 24:39). También comió, "Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos" (Luc. 24:42,43). El Señor incluso hasta le preparó de comer a sus discípulos: "Al descender a tierra, vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan ... Les dijo Jesús: Venid, comed. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú quién eres? sabiendo que era el Señor. Vino, pues, Jesús, y tomó el pan y les dio, y asimismo del pescado" (Jn. 21:9,12,13).
Sin embargo, a pesar de poseer un cuerpo tangible, el Señor podía pasar a través de las puertas cerradas: "Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros" (Jn. 20:26). También desafió la ley de gravedad, "Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo" (Luc. 24:51). Y es en el cielo en donde está esperándonos, así lo prometió: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay; sí así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros" (Jn. 14:2).