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La nueva religión de la autoestima

  • Fecha de publicación: Jueves, 17 Enero 2008, 18:46 horas

La obsesión Freudiana y Jungiana con el yo, ha engendrado una serie de expresiones que han invadido no sólo el mundo, sino la iglesia. Ahora oímos decir que tenemos que amarnos a nosotros mismos, autoaceptarnos, que debemos tener confianza en nosotros mismos. La autoestima constituye el corazón del ocultismo.

 La religión de la autoestima es el santuario del potencial humano. Es este amor a nosotros mismos y el orgullo, lo que busca el poder psíquico. Sin embargo, el Señor Jesucristo dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mr. 8:34). Y Pablo dijo respecto al confiar en la carne: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne. Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (Fil. 3:3-7).

En contraste el señor Robert Schuller alaba la autoestima y hace este comentario en su libro La autoestima: La fuerza dinámica del éxito: «El amarnos a nosotros mismos es el sentimiento supremo de la dignidad humana. El respeto a uno mismo es una emoción que ennoblece... una fe que habita en nosotros, es creer sinceramente en uno mismo.

Proviene del autodescubrimiento, la autodisciplina, de perdonarnos a nosotros mismos y aceptarnos tal como somos. Produce confianza en uno mismo y seguridad interior, una calma como la noche».

Hace unos 45 años esa obsesión con uno mismo, era algo que se consideraba un defecto, y de los peores. Hoy, sin embargo, se considera como lo mejor en psicoterapia, el dios ante el cual muchos se postran para implorar favores. Robert McGee sugiere que la declaración de Cristo: “...y la verdad os hará libres” (Jn. 8:32) incluye “el aplicar la verdad... en el sentido de lo que valemos”. Escribe: «Así se le llame autoestima o valorarse uno mismo, el sentimiento del significado es crucial para la estabilidad emocional, espiritual y social del hombre. Es el elemento impulsor dentro del espíritu humano».

¡Qué deuda tan grande tiene el «yo» con la psicología! En lugar de negarnos a nosotros mismos, como nos dijo el Señor Jesucristo, ¡ahora nos amamos por encima de todo y promovemos ese amor! Se nos dice una y otra vez desde el púlpito, radio, televisión, libros, revistas y seminarios, que la necesidad más grande que enfrenta la iglesia es que los cristianos aprendan a amarse a sí mismos, a autoestimarse, a valorizarse y tener una imagen positiva propia. James Dobson escribe: «En un sentido real, la salud de la sociedad entera depende de la facilidad con que los individuos ganan aceptación personal. De tal manera, que siempre que las llaves de la autoestima están aparentemente fuera del alcance para un gran porcentaje de personas, tal como en Estados Unidos durante el siglo XX, ciertamente proliferan las enfermedades mentales, neurosis, odio, alcoholismo, abuso con las drogas, violencia y desorden social...»

Fue en el huerto del Edén que esta doctrina del «yo» tuvo su horrible nacimiento, cuando Adán y Eva le prestaron atención a Satanás. El yo nació del deseo de está bien querer ser igual a Dios y la promoción del yo dentro de la iglesia es parte de la invasión ocultista de los últimos días. El engaño de la autoestima se ha propagado dentro de la iglesia. Jerry Falwell, de la Universidad Liberty y quien en un tiempo enseñó sana doctrina, hoy promueve la autoestima. Robert Schuller, un prominente tele evangelista le llama a la autoestima: «la necesidad más grande que enfrenta el mundo hoy». Considerando a esta mentira de la psicología, “la base para una nueva reforma”, Schuller escribe: «Mientras que la Reforma del siglo XVI hizo que volviéramos a centrar nuestra atención a las Sagradas Escrituras como la única regla infalible de fe y práctica, la nueva reforma está haciendo que volvamos a enfocar nuestra atención al sagrado derecho que tiene cada persona a autoestimarse».

Este disparate tan destructivo proviene de la psicología y contradice la Biblia. La Palabra de Dios nos exhorta: Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Fil. 2:3). Pablo también nos exhorta en Romanos 12:3 con estas palabras: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”. Aquí la Biblia nos dice que no debemos tener un concepto más alto del debido de nosotros mismos. El psiquiatra Samuel Yochelson y el psicólogo clínico Stanton Samenow, pasaron seis años y medio investigando a cientos de criminales endurecidos y no pudieron encontrar ni siquiera uno que no tuviera un alto concepto de sí mismo, incluso hasta cuando estaban conjurando para cometer un crimen.

No asombra que la Biblia nos recuerde con frecuencia que somos pecadores y que sin Dios somos improductivos. Sin embargo, la psicología cristiana está designada para ayudarnos a escapar de ese punto de vista tan negativo, enfatizando que debemos ser positivos. Lo que dice Proverbios 23:7: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él...”, es una frase que los psicólogos cristianos sacan fuera de su contexto, para fomentar la enseñanza del pensamiento positivo y propagar una antigua creencia ocultista: que podemos ser iguales a Dios si pensamos positivamente que podemos serlo.

Cuando el Señor Jesucristo dijo: “...Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 19:19), no estaba diciendo como insisten los psicólogos cristianos que necesitamos terapia o seminarios para aprender a amarnos a nosotros mismos. Si así hubiera sido, habría dicho: “Amarás al prójimo, tan inadecuadamente como te amas a ti mismo”, lo cual no tiene sentido. Antes de que apareciera la psicología cristiana los creyentes siempre habían creído que Cristo estaba corrigiendo nuestra obsesión natural con nosotros mismos. En realidad lo que él dijo fue: «Dale a tu prójimo, algo de la atención y cuidado que te das a ti mismo». ¡Y necesitamos esta exhortación!

Esta nueva interpretación le fue dada a la iglesia por un psicólogo ateo llamado Erich Fromm, quien dijo, «Que creer en Dios era una ilusión infantil». Aseguraba, que cuando Cristo declaró: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, lo que quiso decir es que teníamos primero que aprender a amarnos a nosotros mismos, para después amar al prójimo o a Dios. Ese punto de vista falso fue promovido por Robert Schuller en su libro La autoestima: La fuerza dinámica del éxito y de allí la mentira se extendió en toda la iglesia. El movimiento Los Guardadores de la Promesa ha sido uno de los principales propagadores de esta mentira flagrante. Y dicen en uno de sus boletines: «Muchos hombres cristianos solteros han librado una batalla por elevar su propia estimación y amor propio... Es imposible tener una relación saludable con otros, mientras se tiene una relación enfermiza con uno mismo. Jesús reconoció esto cuando nos instó diciendo: ‘...Amarás a tu prójimo como a ti mismo...’ (Mr. 12:31).

Sin embargo, algunas personas dicen: ‘¡Me odio!’ Pero... ¿Cómo reconciliamos esa declaración con Efesios 5:29 que dice: ‘Porque nadie aborreció jamás a su propia carne...’. Lo que la persona de hecho odia puede ser su apariencia, ropa, trabajo, salario, la forma cómo los demás lo miran, etc, pero no se odia a sí misma. Si así fuera se sentiría feliz por no tener hogar, por sus ropas pobres, un ingreso bajo y porque otros abusen de su persona. Todo el que dice esto, demuestra exactamente lo contrario, que se ama a sí misma, tal como dice la Biblia».

Sin embargo, Satanás cayó, no por tener una “imagen negativa de sí mismo”, sino por tener una “demasiado positiva”. Hace más de 200 años, William Law expresó lo que los cristianos siempre han entendido, que «El amor a uno mismo, la autoestima y la búsqueda del yo, son la esencia y la vida del orgullo. Que el diablo, padre de la mentira, no está ausente de estas pasiones, sino que las influencia». Las mentiras de la psicología no sólo han infectado la psicología cristiana, sino a muchos pastores y autores cristianos.

La iglesia está ocupada con conferencias, convenciones, seminarios y retiros, y en todos ellos se enseña y se discute en forma exhaustiva, numerosos temas, desde sanidad hasta santidad, desde prosperidad hasta profecía, desde milagros hasta consejo a los cónyuges. Y en lugar del amor a Dios, se enfatiza el amor al yo y la autoestima, una enseñanza que era desconocida en la iglesia hasta no hace mucho.

El Señor Jesucristo dijo, que de amar“al Señor... Dios con todo... corazón, y con toda (el) alma, y con toda... mente” y de amar al “...prójimo como a ti mismo, de estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”. Como estos dos mandamientos son la esencia de la Escritura, no hay necesidad de añadir nada más. No obstante, a estos dos mandamientos últimamente se le ha añadido un tercero: «El amor al yo».

Esta nueva “ley” fabricada por los hombres ha sido declarada ahora como el primer mandamiento y la clave de todos los demás. Hoy se enseña ampliamente que la autoestima es la máxima necesidad del ser humano; que no podemos amar a Dios plenamente ni tampoco a nuestro prójimo si no aprendemos primero a amarnos a nosotros mismos.

Esta perversión moderna de la Escritura se debe a la influencia de la psicología humanista en la iglesia, un hecho que es admitido por los psicólogos cristianos, libremente e incluso hasta con orgullo. Bruce Narramore, escribe por ejemplo: «Bajo la influencia de psicólogos humanistas como Carl Rogers y Abraham Masolow, muchos de los cristianos hemos comenzado a ver la necesidad de amarnos a nosotros mismos y autoestimarnos. Este es un tema central bueno y necesario». Pero todo esto es falso, ¡se trata de una gran mentira!
Durante 1.900 años nadie descubrió en la Biblia la necesidad de amarse a sí mismo y de autoestimarse. Calvino, Lutero, Wesley, Spurgeon y Moody, entre otros, descubrieron en la Biblia exactamente lo opuesto. Fueron los humanistas los inventores de esta nueva “verdad”. Ahora incluso, hasta los líderes cristianos encuentran esta mentira atrayente y se la enseñan a sus rebaños en libros y sermones.

Lejos de enseñar el amor a sí mismo, el Señor Jesucristo lo repudió. Trágicamente, en la iglesia actual, no sólo se descuida el amor a Dios, sino que además, se le otorga una posición secundaria, haciendo preeminente la autoestima. En lugar de exhortarnos para que nos sintamos culpables por nuestra falta al no amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, considerándolo como el mayor de todos los pecados y la raíz de todos los problemas personales, ¡se nos urge a que centremos nuestras energías en amarnos a nosotros mismos y autoestimarnos! ¡Qué gran perversión de la Escritura!

Hoy vemos un énfasis creciente por el evangelismo mundial y seguramente tal cosa es necesaria y digna de encomio. Debemos obedecer esa gran comisión que nos diera el Señor Jesucristo de predicar el evangelio a todo pueblo, raza y nación. Hoy también percibimos un despertar social de la conciencia, un ansia por demostrar que el cristianismo se preocupa por sus semejantes, desde el niño que aún no nacido es amenazado de muerte, hasta de los pobres vagabundos que carecen de un hogar. Pero nada se dice respecto a que primero que todo debemos amar a nuestro Dios.

El apóstol Pablo dijo: “Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Co. 13:3). Aunque esos primeros hechos son dignos de alabanza, si los mismos no son motivados y santificados por un amor consumidor a Dios, no tienen valor alguno ante sus ojos. ¿Ha leído y analizado la enseñanza tan profunda que encontramos en la primera epístola de Pablo a los Corintios sobre al amor?

¡Cuán increíble y triste que el amor a Dios se halle sepultado en medio del montón de actividades en que nos mantenemos ocupados para servirle! Verdaderamente el cristiano promedio, mientras ama muchas cosas, incluyendo al mundo al cual se le ha prohibido amar, es muy poco lo que piensa seriamente sobre el amor a Dios. El cielo será el gozo exaltado de amor eterno e infinito. ¡Cuánto gozo celestial podríamos experimentar ahora, si amáramos plenamente a Dios!

La Biblia está colmada con amonestaciones de que amemos a Dios, además, con explicaciones de por qué debemos hacerlo y de los beneficios que se derivan de esto. Aquí tenemos unos pocos ejemplos y en ninguno de ellos se insinúa siquiera que debemos amarnos a nosotros mismos. Léalos y medite en ellos:

• “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma” (Dt. 10:12).
• “Amarás, pues, a Jehová tu Dios, y guardarás sus ordenanzas, sus estatutos, sus decretos y sus mandamientos, todos los días” (Dt. 11:1).
• “...Para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Dt. 30:6).
• “Porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella” (Dt. 30:16).
• “Amando a Jehová tu Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días...” (Dt. 30:20).
• “Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos” (Neh. 1:5).
• “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable. Amén” (Ef. 6:24).
• “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37).
• “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien...” (Ro. 8:28).
• “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Co. 2:9).

Dios nos dice en Deuteronomio 13:1-3 por medio de Moisés, que permite que los falsos profetas anuncien señales y prodigios para probar y “...saber si am(amos) a Jehová (n)uestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma”. Estamos viviendo en un período de prueba. El amor fervoroso a Dios es lo único que puede librarnos de la apostasía.

Sí, el amor es mandamiento. Pero el amor verdadero comienza en la voluntad, no en las emociones. Que el amor sea un mandamiento es algo que parece incomprensible incluso para muchos cristianos. El mundo nos ha condicionado para que creamos que el amor es una atracción romántica entre los sexos. “Un joven conoce a una señorita y se enamora”, es el tema más popular en las novelas y en el cine. No obstante, el amor sin Dios sólo causa pena y dolor.

El amor no es un sentimiento, es un compromiso. Este es el ingrediente perdido en mucho de lo que hoy llamamos «amor». Un compromiso del uno hacia el otro genuino y duradero es lo que a menudo hace falta. Debido a la influencia del mundo y a la forma cómo los líderes cristianos promueven la autoestima y el amor desmedido al yo, este ingrediente ha llegado a faltar incluso hasta en los matrimonios cristianos.
El compromiso es asimismo el ingrediente que hace falta en la relación de los cristianos con Dios. En lugar de autoestimularse por un sentimiento de amor a Dios, haga un compromiso con él de amarle y obedecerle. El Señor Jesucristo prometió: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y me manifestaré a él... El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn. 14:21, 23).

Nosotros necesitamos conocer a Dios y su amor en nuestros corazones. Cuando le buscamos en su Palabra y en la oración, Él se revelará a nosotros a través de su Espíritu. Debemos amarle con todo nuestro corazón, alma y mente, para que Él en su bondad nos otorgue convicción de pecado por no amarle como debemos, y que el deseo de obedecer este primero y más grande mandamiento llegue a ser nuestra pasión. Sólo entonces comenzaremos a manifestar ese amor por los demás, el cual dijo el Señor Jesucristo que nos marcaría de tal forma que el mundo nos reconocería como discípulos verdaderos. Sí, Él nos dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15).

Ejemplos bíblicos que refutan la mentira de la autoestima

El señor Josh, un famoso psicólogo cristiano, en su obra Su Imagen, presenta tres aspectos psicológicos esenciales para tener una personalidad bien integrada, y son:

* Sentido de pertenencia, es decir que otros nos acepten
* Sentido de dignidad, el sentirse bien acerca de sí mismo, y
* Un sentido de competencia, confianza en uno mismo.

Sin embargo, todos los héroes y heroínas de la fe en la Biblia carecían de todo lo que Josh dice que necesitamos. Moisés, por ejemplo, fue rechazado por su propio pueblo y se consideró a sí mismo indigno e incompetente:

“Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Ex. 3:11).
“Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua. Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar. Y él dijo: ¡Ay, Señor! Envía, te ruego, por medio del que debes enviar” (Ex. 4:10-13).

Es obvio que Moisés tenía una imagen bien pobre de sí mismo, sin embargo en lugar de prescribirle meses de consejo y psicología cristiana para que elevara su autoestima, Dios le dijo:“Ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar”.

De hecho, Dios escogió a Moisés debido a que no se amaba a sí mismo, lo hizo porque era humilde: “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Nm. 12:3). Así cuando Moisés confrontó al gobernante más importante de su tiempo para que dejara salir al pueblo de Israel, sólo Dios recibió la gloria.

Piense en Pablo, quien fue odiado por los judíos y rechazado por muchos en la iglesia, y quien dijo de sí mismo: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon...” (2 Ti. 4:16).

“Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia, de los cuales son Figelo y Hermógenes” (2 Ti. 1:15).
“Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Ti. 1:15).
“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo” (Ef. 3:8).

En lugar de elevarle la autoestima a Pablo, Cristo le dijo: “...Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad...” (2 Co. 12:9).

Y Pablo sigue diciendo: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co. 12:10).
“Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Ro. 7:18).

Pablo, sin duda no habría sido aceptado por algunos de los autodenominados eruditos cristianos de nuestros días por tener una baja autoestima.

¡Cristo no murió por nosotros porque éramos justos, sino que murió por nuestros pecados! ¡Él no vino a salvarnos porque lo mereciéramos, sino porque estábamos completamente arruinados y no valíamos nada! No vino a la tierra porque tuviéramos algún mérito o hubiésemos hecho algo digno de encomio. ¡Lo hizo por su amor!: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

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